PRÓLOGO
Este libro, el primero de tres volúmenes de una amplia biografía de Gabriela Mistral, aborda hasta sus treinta y tres años, esto es, la mitad de su vida. Va desde su nacimiento en 1889 y su infancia en el rural Valle de Elqui, pasando por su educación truncada por las autoridades locales, hasta sus primeros trabajos en escuelas humildes. Lucila Godoy Alcayaga (su nombre de nacimiento) voló como un meteoro para dirigir, sucesivamente, tres liceos. Después de su éxito al reorganizar el primero de ellos en Punta Arenas —la ciudad más austral del mundo en ese momento—, antes calificado de «malo», se trasladó a Temuco, para finalmente arribar a Santiago, donde algunos miembros del establishment educacional, antes silentes, se quejaron de que ella no estaba calificada: le faltaban las credenciales necesarias.
Desde sus primeras publicaciones, Mistral demuestra su rechazo a las opciones que se ofrecían para las mujeres. Es una romántica fría: entiende que los sueños románticos nacen para morir. Un leitmotiv de sus cartas: la gente que la lee antes de conocerla en persona se sorprende por su calma, lo opuesto de sus versos fervorosos. Su fama temprana y duradera refleja la floreciente cultura literaria y la rápida expansión de las escuelas chilenas, argentinas y mexicanas a principios del siglo XX. Y la poesía de su primer libro, Desolación (1922), evidencia su gran capacidad imaginativa y su fluidez verbal al torcer los términos del género en versos dizque para niños y de amor.
Al compilar y secuenciar las cartas que envió a múltiples destinatarios, surge con claridad el contorno de su plan, intrincado y estratégico. Su asombrosa ambición y su determinación quedan patentes en la sumatoria de las cartas: no en uno o dos epistolarios, sino al agregarlos todos. Si por una parte les comenta a Manuel Magallanes Moure, Alone y Eduardo Barrios que está pensando en cómo dejar la enseñanza, por otra busca convertirse en «amiga oficial» de México cultivando correspondencia con cinco escritores-diplomáticos de ese país, comenzando por el poeta Amado Nervo en 1916 y siguiendo por Enrique González Martínez en 1918. Esta amistad la puso en contacto con los diplomáticos Genaro Estrada y Antonio Castro Leal, así como con el filósofo Antonio Caso, a quien Mistral conoció cuando visitó Chile.
Este cuerpo de diplomáticos mexicanos la sometió a una serie pruebas sobre su disposición para promover la imagen de México en los últimos años de la Revolución. Mistral las pasó todas. Aunque recibió otras invitaciones (para ir a trabajar en Argentina, por ejemplo), el horizonte de México provocaba más su imaginación. Su tenaz búsqueda de ofertas para salir de Chile derrumba el cuento de hadas según el cual José Vasconcelos, jefe de la Secretaría de Educación Pública mexicana, la invita como si fuera él un príncipe azul y ella, la bella durmiente o la cenicienta. Cuando Mistral partió a México en 1922, lo hizo acompañada de Laura Rodig, con quien tenía una relación compleja que es revisada detalladamente en esta biografía.
Las secretarias
A la par de las cartas y las publicaciones de la poeta, este libro se nutre de las memorias inéditas de Laura Rodig, quien relata su papel en la vida de Mistral hasta el quiebre «definitivo» en 1925, quiebre que la poeta mantendría a pesar de los varios intentos reconciliadores de Rodig.
Cuando el vasto archivo privado de Mistral aún estaba cerrado, era fácil imaginar que el acceso a lo que contenía ayudaría a resolver preguntas biográficas recurrentes sobre la poeta. Pero hay que pensar y teorizar antes el trabajo de la secretaria, que implicaba llevar y guardar el archivo de la poeta, es decir, sus secretos... y mil cosas más. Hemos de preguntar: ¿cómo es que Laura Rodig, una artista nata, o Palma Guillén, un cerebro, tal vez un genio, se convirtieron en secretarias, en recaderas de la poeta? Sin descartar que estuvieran motivadas por el amor, los contemporáneos de estas dos mujeres tan capaces observaron la gran ambición que las impulsó. Esta ambición se manifestaba como energía y devoción al oficio, lo que es especialmente significativo en el contexto de las escasas oportunidades disponibles para las mujeres de la época. Cabe reparar en los beneficios que adquieren estando alrededor de una celebrada escritora, conocida por su fuerte presencia hipnótica. Tanto Rodig como Guillén (y especialmente esta última) disfrutaron de un acceso temprano a noticias y a las personas importantes que rodearon a Mistral o a las que ella buscaba.
El trabajo principal de las llamadas secretarias fue, literalmente, el de guardar los secretos de la poeta. Nacida en 1896, Laura Rodig tenía solo veinte años al comienzo de su trabajo con Gabriela Mistral. Cuando las dos rompieron en 1925, la sucesora ya estaba instalada: la brillante educadora mexicana y futura diplomática Palma Guillén, nacida en 1893.1 Para realizar su sueño de representar a su país en Europa, Guillén enganchó su carro a la estrella de Mistral, quien a su vez dependería del cerebro, de los consejos y de las formidables calidades de observación de la mexicana. Guillén siempre buscó no el poder mismo, sino la cercanía al poder. No parece haber pretendido vivir en «un mundo de mujeres intelectuales y viajeras queer», sino en uno de poderosos hombres y, ocasionalmente, mujeres.2 En este sentido, Palma Guillén se diferenciaba de Doris Dana, la joven y atractiva neoyorquina que con el tiempo lograría suplirla. Un resultado que Palma Guillén no parece haber anticipado cuando ella y Dana se unieron y lograron eliminar, una por una, a sus rivales entre el grupo de mujeres que rodeaba y ayudaba a la chilena.
Doris Dana es la última de las mujeres que fueron mucho más que secretarias de la poeta. Vivieron juntas en Nueva York desde 1953 en adelante. Dos meses antes de su muerte, la poeta firmó un testamento que nombró a Dana como su albacea y heredera principal. Con la muerte de la poeta en enero de 1957, la neoyorquina asumió el papel de toda una vida: la viuda literaria a quien la poeta había dejado a cargo de un vasto aunque algo fantasmagórico legado.
Mal de archivo
Este libro lleva algunos años preparándose. Al principio, o sea durante veinticinco años, era de hecho imposible acceder a los archivos relevantes de Mistral. Con los años, Doris Dana recibió varias becas para organizarlos y microfilmarlos. Según ella misma me explicó en 1983 cuando le pregunté sobre el índice de dicho catálogo, trabajó con el afán de disuadir a los que consideraba aprovechadores que esperaban utilizar los contenidos para sus propias finalidades, esto es, según su mirada, para publicar a su antojo libros basados en los archivos de la poeta, libros que Dana misma intentó pero no logró editar. Dicho de otro modo, Doris Dana quiso publicar los manuscritos que Mistral le había dejado, pero el trabajo superó sus capacidades, aunque al mismo tiempo desconfió siempre de las motivaciones de los que se le acercaron para colaborar.
Amiga de la poeta, la escritora española Victoria Kent, residente en Nueva York, observó en una carta a la argentina Victoria Ocampo, escrita un año después de la muerte de Mistral: «Doris es un caso que yo no entiendo. Vino el crítico chileno Alone para hacer una selección de las poesías de Gabriela, en particular para ordenar el gran poema sobre Chile, inédito, como tú sabes. Se ha marchado ya y me dice Doris ¡asómbrate! que lo ha hecho muy mal y que lo mejor hubiese sido que ella misma hiciera el trabajo... Huelgan los comentarios. Tú conoces el español de Doris, así es que esa reacción suya me aterra, y me aterra por si se atreve a emprender la selección y las necesarias correcciones que hay que hacer. Tengo el temor de que se haga ayudar por alguna mediocridad y sea todo un desastre. [...] Tengo la penosa convicción de que es una muchacha con muchas ambiciones literarias y no es nada capaz. En fin, ya veremos, te daré las noticias que tenga sobre todo eso. Es triste».3 Doris Dana tuvo muchas ambiciones y fue muy capaz en asuntos como la administración de bienes raíces y la inversión de dineros, pero sus pretensiones literarias no correspondían a sus capacidades.
Durante los largos años de la dictadura militar chilena, la desconfianza habitual de Doris Dana llegó a ser absoluta. Finalmente, dejó la cuestión en las manos de su sobrina y albacea, Doris Atkinson, cuya generosidad visionaria abrió por fin el paso: en 2007 dos toneladas de materiales mistralianos pasaron a la embajada chilena en Washington y desde allí a Chile, donde con el tiempo serían digitalizados. De una abundancia casi agobiadora, el material ha ido siendo puesto a disposición del público por parte del equipo de la Biblioteca Nacional, a través de su sitio web, a partir de 2011. He pasado cientos de horas aprendiendo (y sigo aprendiendo) a filtrar y rastrear los archivos digitalizados, relacionándolos con otros materiales de distintas fuentes que he investigado: libros que muchas veces incluyen información valiosa, periódicos históricos que otorgan precisión para rastrear hechos, manuscritos que he aprendido a relacionar con las distintas cartas que Mistral enviaba a sus corresponsales. Estas cartas se encuentran en una gran variedad de sitios institucionales, según las preferencias de los destinatarios y/o de sus herederos, a diferencia de las cartas recibidas por Mistral, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Chile.
Entre los más publicitados hallazgos están las cartas de amor (y de ira) que Gabriela Mistral le escribió a Doris Dana, editadas en el libro Doris, vida mía por Daniela Schütte (2021). Dana las había mantenido aparte, sin microfilmar ni catalogar. Sorpresa tanto o más trascendental trajeron los archivos de sonido que la neoyorquina solía registrar en casa con una grabadora. Así documentaba varios momentos de intimidad doméstica, a veces celebrados con visitas (otras mujeres) y a veces solo entre ambas. Archivos que, por razones no del todo claras, no parecen aún ser accesibles en su totalidad.
En este punto, Licia Fiol-Matta hace una valiosa observación al comentar la correspondencia entre Mistral y Doris Dana: «Si dos mujeres tuvieron una aventura no es, en mi opinión, el asunto más importante; sí lo es el interrogante sobre el mundo de las intelectuales y viajeras queer... sin un acceso ilimitado a un corpus mayor de archivos, no se puede estudiar plenamente el discurso personal de Mistral».4 El rastreo de las redes de amistades y su impacto en el campo del arte, la literatura, la música y el teatro se constituye, entonces, como un desafío a la hegemonía patriarcal que equipara lo femenino con las emociones, la enfermedad y la abyección, que es lo que Fiol-Matta critica en el ámbito chileno.5
Entre las materias que Doris Dana mantuvo en secreto por medio siglo destacan las cartas que intercambiaron Gabriela Mistral y Palma Guillén. Tan solo una pequeña parte de esa correspondencia ha sobrevivido. Guillén seguramente destruyó casi todas las cartas que tenía, cartas que hubieran mostrado cómo ella, brillante y discreta, acompañó a la poeta chilena de cerca y de lejos por más de treinta años. Guillén era la única que conocía las misteriosas circunstancias en que, entre 1926 y 1929, la pareja muy informalmente adoptó al niño al que con cariño llamaban «Yin Yin», cuya existencia mantuvieron casi como un secreto. Dieron versiones improbables y discordantes sobre sus orígenes y su edad. El segundo volumen de esta biografía se enfocará en esta relación que llevó a las dos mujeres a conseguir, contra viento y marea, puestos diplomáticos con los que pudieron vivir como una familia en Europa.
Los hallazgos siguen; sociabilidades queer
En el tiempo en que volví a revisar los capítulos del presente volumen, hacia 2020, mi búsqueda de materiales relacionados con Laura Rodig se encontró con más de dos mil manuscritos, todos recién digitalizados y/o montados en la web. Documentos que Rodig había, según ella misma, rescatado y guardado por más de cuarenta años. La mayoría proviene del período que va entre 1916 y 1922, cuando Rodig y Mistral vivieron y trabajaron juntas en Chile, época de fermento creativo y político reflejada en el primer libro de Mistral, Desolación, cuya poesía —diversa, extraña y atrevida— no deja de sorprendernos. Entre las páginas que Rodig recolectó y conservó hay múltiples borradores que la poeta en su momento descartó u olvidó, sin pulir ni publicar, como los del poema hasta ahora inédito «Este amor», una declaración erótica, muy directa, escrita en los años en que ella y Laura vivieron juntas.
A propósito de buscar y pensar la evidencia de lo queer, José Esteban Muñoz ha insistido en que «a menudo lo queer se transmite de forma encubierta... en vez de estar claramente disponible como evidencia visible, lo queer ha existido como insinuaciones, chismes, momentos fugaces y performances que están destinadas a ser presentados en forma colaborativa, es decir, interactuados por performers y un público que comparten la misma esfera epistemológica» de la visibilidad queer.6 Cristián Opazo interpreta esta frase de Muñoz de la siguiente manera: «No basta con hallar evidencia queer sobre Mistral. Igualmente importante es comprender cómo sus insinuaciones siguen más allá de su muerte. Sin descifrar esas insinuaciones, la evidencia que se archiva extravía su sentido».7 Opazo hipotetiza que «ese inuendo queer de Mistral explica el pánico de las élites que no cejan en la tiranía de una identidad casta y unívoca». La persistencia de Mistral como una figura queer, incluso y tal vez especialmente después de su muerte, son manifestaciones de la presencia histórica y actual de lo queer, una presencia que la homofobia sigue tratando de negar y extirpar.
Hay muchos hallazgos relacionados con lo queer en el ambiente chileno de principios del siglo XX. Cuando me puse a revisar los capítulos de este libro hace un par de años, mis rastreos en el sitio web de la Biblioteca Nacional de Chile se toparon con un nuevo conjunto de cartas recién adquiridas y digitalizadas. Me refiero a la correspondencia que Mistral había enviado a Alone, el crítico y diarista chileno, fechables entre 1915 y 1921. Representa esta correspondencia los comienzos de la larga y profunda amistad que nace de lo entendido, pero no dicho, entre esos dos seres afines. Se reconocen mutuamente. Rechazan el matrimonio. Dan primacía a la amistad. Son dos autodidactas que comparten una profunda dedicación a la lectura. Que contemplan con desapego el intrincado sistema de castas chilenas. Que guardan sus sentimientos más profundos. Y construyen para ello múltiples pantallas. De más en más, las cartas de Mistral a Alone se asemejan a una diva que insta y alienta a su acólito. Los dos se hallan muy cómodos en sus respectivos papeles. Transcritas y compaginadas estas cartas con los diarios íntimos de Alone (y otra correspondencia relevante), se puede ver que Mistral y él hablaban de su diferencia sin explicitarla.
Los materiales resguardados por Laura Rodig y las cartas de Mistral a Alone nos hablan, sin duda, de la sociabilidad queer a principios del siglo XX. Materias semejantes de la misma época incluyen el extenso epistolario de Mistral a Eugenio Labarca y la importante amistad de la poeta con el uruguayo Alberto Nin Frías, que duró desde 1912 hasta 1923. En su correspondencia con ellos, Mistral hace y usa un lenguaje cifrado para representar la diversidad sexual. Las cartas también presagian las rivalidades y desacuerdos de Mistral con Amanda Labarca y Augusto d’Halmar. Todas estas páginas no forman parte de los materiales que Doris Dana controló.
Preludio de agradecimientos
A lo largo de todo el proceso de rastrear y compaginar nuevos archivos, revisé las primeras versiones de los capítulos que ya había redactado y que Jaime Collyer tradujo al español con mucha habilidad y fluidez. Dependí del paciente e inventivo editor Vicente Undurraga, experto en mantener el orden del libro y asegurar que la marcha siguiera. Me ofreció excelentes consejos sobre la elección de las palabras, señaló los puntos que requerían aclaración y tuvo un toque ligero y ágil al mostrarme los cabos sueltos. Agradezco también el trabajo de Paz Balmaceda recopilando y gestionando las fotos incluidas en este libro.
Cuando me reuní por primera vez con Melanie Jösch durante una visita a Santiago en 2013, me pidió que le describiera este proyecto. Y entendió de inmediato mi respuesta: «Uso métodos biográficos angloamericanos, pero con un sujeto latinoamericano». No tuve que detallarle tales métodos, pero los menciono aquí: la importancia de la documentación, la centralidad de las identidades fluctuantes raciales y de género. Melanie no dejó nunca de creer en este proyecto, que data del año 2000, que es cuando comencé a construir una cronología confiando únicamente en lo avalado por dos o más fuentes comprobables, siempre registrando y evaluando la procedencia de estas y basándome en los datos y solo en ellos para aproximar la fecha y el lugar de los hechos narrados. Esto contrasta con la tendencia, en América Latina, a depender mucho de entrevistas y reportajes de prensa y de anécdotas que nos tientan con relatos que son alegres, emocionantes o divertidos, pero carentes de comprobación.
La hagiografía no concuerda con una vida moderna
El presente volumen dista de la mayoría de los anteriores acercamientos a la vida de Gabriela Mistral, cuyo estándar se expresa en relatos brotados de la hagiografía, es decir, de las vidas de los santos, o más bien de las santas... vidas ejemplares que las exaltan por la resistencia ante la castidad asediada, especialmente en la adolescencia, además de la misericordia y los actos caritativos para con los pobres, requisitos esenciales en las santas latinoamericanas.
Aunque los relatos hagiográficos sean congruentes con las anécdotas orales de calamidades que la misma poeta contaba, la fama de Gabriela Mistral no resulta de ser beata. Abarca más bien su sorprendente carrera educacional, su vasta obra poética y periodística, su sagacidad política y sus delicadezas diplomáticas, en fin, su presencia concreta en el mundo moderno, donde utiliza el teléfono desde 1906 (por lo menos), la radio (sobre todo en tiempos de guerra) y el telegrama (bastante). Medios comunicativos modernos que posibilitan su extensa participación en los servicios internacionales de noticias y su presencia en la literatura americana.
Tal vez la tendencia hagiográfico-nacionalista persiste por la costumbre de respetar la paz de los muertos. O de los sobrevivientes, aunque no haya en este caso sobrevivientes para perturbar: Mistral era (como ella misma observaba) la última de su estirpe.
La persistencia de lo hagiográfico en los acercamientos a Mistral se explica entonces, más bien, por el papel fundamental de la religión en promover y legitimar la nación como una formulación eterna, radicada en un pasado lejano, a pesar de la objetiva modernidad de toda nación. Es fundamentalmente religiosa la representación de Mistral como madre del estado chileno que postula que su «familia» comprende a todos los ciudadanos chilenos.
Los que más se han beneficiado de una formulación que reduce a la mujer a una función reproductiva son los más propensos a quejarse si Mistral es —digamos— «difamada» como lesbiana. Tal como Sergio Fernández Larraín lo insinuó al justificar su publicación de dos epistolarios de la poeta, poniéndoles el título de Cartas de amor e indicando que quiso «ahuyentar definitivamente las sombras que las mentes enfermizas han pretendido tender... sobre la recia personalidad moral de nuestro insigne Premio Nobel».8
De hecho, Gabriela Mistral pertenece al mundo, no solo a Chile, de donde salió en 1922 y a donde regresó en visitas cada vez más cortas, entre ausencias más largas. Sin embargo, no debemos desentendernos del todo del concepto de la santidad, porque los santos son atractivos debido a que son, al fin y al cabo, excéntricos. Rechazan las normas que todos los demás dan por sentadas. En los cuentos hagiográficos, la santidad es el resultado de un largo proceso de normalizar la misma excentricidad, lo queer, el rechazo de lo mundano y lo anticipado que hizo al sujeto tan interesante, creativo, perturbador.
A diferencia de los cuentos hagiográficos, esta biografía no acontece en el tiempo mítico, sino en el histórico. Gabriela Mistral vivió en la época moderna. Este libro ubica a Mistral, un actor histórico, en los mundos políticos, literarios y poéticos en que ella vivía con sus amigas y amigos. Comprendemos su vida extraordinaria al restaurar el contexto histórico que la rodeaba, al q