Tengo algo que contarte

Fragmento

Título

Tomé mi celular y vi que mis amigos estaban en nuestra fiesta de graduación. Yo había decidido no ir. Eso no significaba que después de todos esos años de sacrificios no fuera a celebrar. ¡Claro que había que hacerlo! Había esperado toda una vida para ese día.

Pero, número uno: en ese momento mis ahorros y mi presupuesto prácticamente estaban en ceros porque semestres atrás había decidido emprender y trabajar al mismo tiempo para pagar al 100% toda mi carrera en una de las mejores universidades del país. Eso consumía todo el dinero que ganaba.

Número dos: cuando nos presentaron el plan de la fiesta de graduación, al mismo tiempo y de la nada, mientras veía Twitter, encontré una oportunidad de oro que no podía dejar pasar. Un evento y un viaje que me ayudarían a entender lo que seguiría para mi vida de ahí en adelante. Porque no, aún en mi último semestre no lo tenía claro. Para eso no dudé en gastar hasta el último peso que me quedaba. Ya resolvería después cómo ganar más dinero para reponerlo.

Y número tres: nunca me han llamado la atención las fiestas ni el alcohol.

Iba en camino a celebrar, pero a mi propio estilo.

Para no tener sentimientos encontrados cerré las stories de Instagram que estaba viendo, deslicé el dedo para activar el modo avión y guardé mi celular. Lo que hice fue mirar hacia la derecha. Estábamos despegando. Así que pude ver cómo pasaba por la ventana la escena que tanto me emociona, en la que primero vas acelerando y la pista se mueve cada vez más rápido.

En la mañana todo había salido mal. Mientras hacía mi maleta pedí una pizza que me cobraron y nunca llegó y no me reembolsaron. Después, cuando salí sin comer, mi papá se equivocó de carretera. Afortunadamente habíamos salido con tiempo, encontramos un retorno y pude llegar al aeropuerto y no perder el vuelo.

Cuando el avión ya se había estabilizado en el aire y el piloto había anunciado la altura a la que íbamos, saqué de mi mochila una de mis libretas favoritas de pasta negra y hojas color crema. Soy muy especial con las libretas. Si no me gusta o no es la indicada, no puedo escribir nada. Entre las plumas que llevaba escogí una de color azul. Siento que con ese tono me fluyen mucho más las ideas desde la mente hasta la punta de la pluma. Abrí la libreta en una nueva hoja, traté de quitarme de los pensamientos que mis amigos estaban en nuestra fiesta y escribí la pregunta más importante que una persona a mi edad y en mis circunstancias tiene que hacerse: ¿y ahora qué? Una pregunta difícil.

Para ese momento ya había leído miles de artículos y había escuchado muchos episodios de diferentes pódcast que hablaban sobre cómo puedes descubrir tu propósito. También fui a todas las conferencias que había en mi universidad de personas notables y exitosas. Pero aun así no sabía cuál era mi destino y mucho menos qué seguía ahora.

Era frustrante, porque sentía que tenía mucho que dar, mucho por hacer, muchas cosas que cambiar. Pero entre tanto pensar, no sabía qué elegir o por dónde empezar. De hecho, ni siquiera se me ocurrían ideas concretas.

Para ser honesto, durante toda mi vida creí que cuando te graduabas tenías la vida resuelta. Así nos lo pintaban. Desde que somos niños crecemos escuchando que tenemos que llegar hasta ese momento pase lo que pase. “Vas a crecer para ser doctor, arquitecto o ingeniero, casarte y tener hijos.” Esa es siempre la historia que eligen por nosotros y nos cuentan como única opción.

Un día antes había sido la ceremonia oficial y académica de graduación, y no me la iba a perder por nada en el mundo.

No pude subir al escenario a dar el discurso de graduación que siempre había soñado. Ese año mi universidad había decidido que, en lugar de un alumno, el gran discurso lo daría un invitado especial. Alguien senior. Aunque en el momento no me importó, ahora sigo guardando la esperanza de que algún día lograré dar mi discurso. Quién sabe, tal vez en maestría.

Pero sí subí al escenario a recoger mi título. Cuando fue mi turno y escuché mi nombre me sentí la persona más orgullosa de sí misma. Definitivamente fue un momento que voy a recordar para siempre, porque, siendo honestos, fue un camino largo. De hecho, al principio estaba muy confundido porque me gustaban cosas tan diferentes como animación digital, economía y negocios. Si la línea sagrada del tiempo se rompiera, tal vez podríamos encontrar a mis otros yoes haciendo películas en Pixar, a otro trabajando en la Organización de las Naciones Unidas, programando una aplicación en Silicon Valley, organizando los Óscares 2023, lanzándome para un cargo público y otro Alfonso retirado de todo en Edimburgo escribiendo un libro de ficción.

En lugar de tomar cualquiera de esos caminos, después de ver un sorprendente video de lo que implica el trabajo de ingeniería que hay detrás de los parques de Disney decidí que quería ser ingeniero industrial. Exacto. Nadie me veía con ese perfil. Pero yo sí me visualizaba así.

Tuvieron que pasar cinco semestres en los que estuve involucrado en todos los grupos estudiantiles, actividades y causas que se podían, menos en las clases (porque no me gustaban), para que un día me diera cuenta de que eso no era lo mío.

Fue de esas veces en las que sientes que algo no va bien. Después de probar muchas cosas, no nada más pensarlas, comprendí que eso era lo que en realidad me gustaba. Recuerdo perfecto el domingo en que terminé de leer un libro que hablaba de todo lo que estaba pasando en cada país del mundo, en temas de relaciones y tratados internacionales, y al final me pregunté: “¿Qué estás leyendo? ¿Cuáles son los temas que realmente te atraen? ¿Por qué si les dedicas tanto de tu tiempo extra a estos temas no los tomas de tiempo completo? Al día siguiente fui a cambiarme de carrera a Negocios Internacionales. A partir de ahí me prometí a mí mismo disfrutar y aprovechar al máximo cada clase y cada oportunidad hasta el último día.

Desde ese momento me sentí como pez en el agua. No más materias que no me interesaban. ¡Al contrario! Y aunque tenía que correr todos los días de mi casa a las clases, de las clases a eventos y de eventos a juntas del trabajo, me pude organizar muy bien. Además, me encantaba lo que hacía. Trabajaba directamente en la oficina del alcalde de mi ciudad. A diario sentía que lo que hacíamos impactaba directamente en la vida de las personas. Por otro lado, sabía que si no daba mi cien o más, me quitarían la oportunidad. Sin esa oportunidad económica, no habría universidad. Y si no había buenas calificaciones y resultados, de nada hubiera servido el sacrificio.

Como estudiante me tomé tan en serio mi rol como alguien de negocios internacionales que ahorré lo más que pude y convencí al alcalde y a su esposa de que dejarme ir a estudiar un verano en Polonia y otro a Corea del Sur iba a ser una buena inversión de su permiso y de su aprobación. Sorprendentemente me dijeron que sí sin pensarlo dos veces aun cuando el trabajo remoto no era tan común en ese año. Pero creo que les encantó que ambos años yo regresé con presentaciones llenas de datos de lo que hacían en otros países para avanzar e ideas de todo lo que podíamos hacer en el nuestro.

A quién quiero engañar, fue una de mis mejores épocas. Aunque ya me sentía un gran adulto, sí aproveché para hacer todo lo que quise y más. Me desvelé como nunca. Estuve inscrito en todos los proyectos extracurriculares, viajes y experiencias.

Y, aun así, el día de mi graduación pensé que si hubiera podido decirle algo a mi yo novato cuando estaba entrando por primera vez a ese mismo auditorio el día de su introducción al campus, hubiera sido esto: “Si estás pensando en meterte en todo, ¡hazlo ya! Duerme menos. Diviértete más. No dejes ningún proyecto como idea. Y empieza todos los emprendimientos que se puedan”.

Aunque no podría regresar al pasado para decirme esas palabras, sí había escrito una nota varios años antes para leerla el día de mi graduación. Esa nota la llevaba conmigo en la bolsa derecha de mi traje, junto con mi celular. Decía así:

Alfonso:

¡Felicidades! Después de todo, lo lograste. Sé que probablemente estés sintiendo y pensando muchas cosas. Y tal vez tengas miedo o estés preocupado por el futuro y por todo lo que sigue. Pero esto es lo más importante que tienes que saber hoy: nunca olvides que el éxito en la vida depende del coraje con el que la enfrentes en tu día a día.

Qué razón tenía. La había leído en la mañana. Fue difícil no abrirla durante todos los años que había estado guardada en un sobre en lo más profundo del cajón.

Por último, me despedí de mis amigos con los que había estado en cada clase durante todos esos años y me tomé una foto con mi familia. La verdad, estaban más emocionados que yo. También me tomé una foto con mi título y la publiqué en mi cuenta de Instagram, cosa que jamás hacía, a excepción de unas dos o tres veces al año.

Fue un día bonito. Pero jamás, ni en un millón de años, me imaginé que la emoción de mi propia graduación no iba a durar más que algunos minutos. No sé si fue porque el evento duró muy poco, porque estaba nervioso o porque estaba emocionado por lo que iba a pasar al día siguiente, pero no pasó lo que me había imaginado. Creía que justo en el momento de recoger mi título me iba a sentir como una persona diferente. Tal vez muy en el fondo esperaba que justamente ese día me convertiría en automático en un adulto responsable, exitoso, estable y con un camino bien definido para toda la vida de ahí en adelante. Pero en lugar de eso me sentí igual que siempre.

A pesar de que en las pláticas con las personas de mi generación y con mis amigos muchos hacían parecer que ya lo tenían todo resuelto, yo siempre fui muy sincero con ellos y sobre todo conmigo mismo: aún no tenía un plan. Aunque para ese momento ya debería haberlo tenido, o al menos eso es lo que nos hacen creer. Si le hubiera preguntado a alguien mayor, me hubiera dicho que para ese punto ya debería haber enviado miles de currículums, haber tenido algunas entrevistas, hecho prácticas en alguna empresa y hasta haber aceptado alguna propuesta formal de trabajo.

Pero lo “normal” no es un parámetro que a mí me guste seguir o hacer. Siempre supe que quería tomar mi propio camino. De hecho, lo único que estuve esperando por meses fue mi graduación, y no para buscar un nuevo trabajo, sino para tener, ahora sí, el cien por ciento de mi tiempo para mí, para mis proyectos y para todo lo que yo quisiera hacer. Porque, si lo pensaba, mi vida había consistido básicamente en tratar de balancear la cantidad enorme de pendientes de mis clases con las miles de actividades en las que me encantaba involucrarme, mis emprendimientos y mi trabajo.

Así que más que sentirme preocupado, me sentía libre. De hecho, esas horas que duró el vuelo, aunque fueran pocas, fueron las primeras en que me sentí realmente en paz desde hacía mucho tiempo. Por ello tenía que aprovechar para pensar y tratar de contestar esa pregunta, porque pronto iba a llegar el momento de tomar decisiones importantes.

De algo estaba seguro. Había elegido una carrera que me iba a servir para todo lo que quisiera hacer. Negocios Internacionales me había dado una perspectiva única de cómo estaba realmente el mundo. También tuve algunas experiencias nacionales e internacionales que habían cambiado para siempre mi manera de ser y de pensar, en específico, esos intercambios a Europa y Corea. No hay día en que no aplique los aprendizajes que tuve al entender esas diferentes culturas. Y al mismo tiempo la carrera me hizo voltear a ver cómo es que se crean, se mantienen y crecen las grandes empresas alrededor de todo el planeta. Fue como aprovechar lo mejor de los dos mundos: la geopolítica y los negocios.

Pero no solo me enfocaba en esas dos grandes pasiones en mi vida. También me considero un creativo. Si alguien pudiera ver todos los archivos de mi computadora podría confirmar que soy una persona de ideas. De hecho, toda mi vida soñé con ser escritor. Justamente esos últimos seis meses no sé cómo logré organizar mi calendario para escribir a diario. Estuve trabajando en un manuscrito para lo que sería mi primer posible libro, el cual había impreso un día antes y lo llevaba bien guardado en una carpeta negra en mi mochila. Nadie lo había leído.

Y aunque había pasado solamente un día, sabía que lo que estaba por suceder me ayudaría a definir mi ¿ahora qué?

Seguí apuntando ideas en mi libreta, sin llegar aún a la respuesta. Luego de un rato me escribí a mí mismo un recordatorio al final de la hoja: “Disfruta este viaje, disfruta esta experiencia. Es algo con lo que siempre soñaste”, e inmediatamente respiré, cerré la libreta y sentí la emoción de todo lo que había planeado y estaba por pasar durante ese corto pero interesante viaje. En mi celebración.

Me puse mis audífonos y le di play a “Adventure of a Lifetime” de Coldplay. Esa canción representaba exactamente cómo me sentía: emocionado por la aventura que iba a tener una sola vez en la vida.

¿Quién no se sentiría así cuando está en camino a conocer, por primera y posiblemente única vez, a una de las dos personas que más admiras y que más te inspiran?

En una de las escenas de la película Pasante de moda, que está muy arriba en mi lista de favoritas porque trata sobre la CEO de una empresa de comercio electrónico que crece rápidamente (no sé en dónde encuentro la coincidencia conmigo), hay un diálogo que nunca me he podido quitar de la cabeza. Están todos en un bar y Jules, interpretada por la única e increíble Anne Hathaway, le dice a su grupo de practicantes lo siguiente: “A nosotras las mujeres nos dicen todo el tiempo que podemos lograr lo que sea. Tenemos a ejemplos como Oprah, y fuimos la generación del ‘tú puedes’. Pero a ustedes —los hombres— no los animaron lo suficiente”. Auch, eso dolió. Por lo general las verdades duelen porque son precisamente eso: verdades.

Si nos ponemos a analizar la forma de ser de las generaciones anteriores a las nuestras, en los setenta, ochenta y principios de los noventa, era muy normal escuchar historias inspiradoras por todas partes. Los hombres admiraban a Michael Jordan por su impresionante historia de superación hasta llegar a la cima, y admiraban la destreza y elegancia de personajes como James Bond. Las mujeres sí tenían a Oprah, pero también a Margaret Thatcher y a personajes como la Mujer Maravilla.

En cambio, los millennials y centennials, pues… digamos que estamos en la época en la que la cultura de la cancelación está más de moda que celebrar los logros de cualquier persona. Y entre todas las cosas que nos trajeron las redes sociales, también llegaron escándalos y conspiraciones. Muchos justificados. Otros, completamente sin sentido. Lo que pasó es que ahora cuesta mucho más trabajo encontrar personas a quienes admirar. Ha disminuido esa chispa de ilusión que hacía que creyeras en alguien con todas tus fuerzas. Somos una generación con pocos ejemplos a seguir. Es un hecho. No puedes llegar a ser lo que no puedes ver.

Y aunque suene anticuado, yo sí tengo bien definida mi lista de personas que admiro.

Dentro de mi mundo creativo y de negocios admiro a Bob Iger. Me resulta increíble cómo empezó a trabajar como asistente de producción y camarógrafo en la cadena de televisión ABC y la forma en que fue subiendo de posición hasta llegar a ser CEO de toda la compañía Disney. Fue él quien salvó a la empresa del gran agujero y bloqueo creativo que estaban atravesando en la década de los 2000. Lo sé. Todos tenemos la idea de que siempre ha sido la empresa más creativa y exitosa de todos los tiempos. Muy pocos, fuera del mundo de Hollywood y de los negocios, se dieron cuenta de los grandes fracasos que había sido la mayoría de sus producciones cinematográficas entre 1995 y 2005. Y sí, fue también Bob el que compró Marvel, Pixar, Star Wars y Fox, y el que cambió toda la estructura y cultura creativa de la empresa para lanzar Disney Plus. Su libro Lecciones de liderazgo creativo ahora es uno de mis favoritos.

La segunda persona que admiro es una mujer que siempre luchó por lo que ella creía que era lo correcto. Cuando fue primera dama, la criticaron por tener una opinión y por ser “demasiado activa” para su rol. Fue investigada por el FBI sin encontrar absolutamente nada. Y al ser la primera en hacer varias cosas, les abrió el paso a muchas otras mujeres que siguieron después de ella. Aunque podría estar hablando exactamente de Eleanor Roosevelt, me refiero a Hillary Clinton. He leído todos sus libros y he seguido de cerca todo lo que está logrando y cambiando en todo el mundo.

Muchas personas me han preguntado por qué admiro a una persona que está involucrada en tantos escándalos, sobre todo en uno tan malo como el pizzagate, una teoría conspirativa según la cual se aseguraba que traficaba niños junto con Barack Obama en el sótano de una pizzería en Washington. Buen punto. Pero por más que he investigado, no he podido corroborar que sea verdad. Y justo eso es lo peligroso de internet. Cualquiera puede inventar una historia o una conspiración enorme, pagar publicidad y hacerla viral.

Para mí, ella es un claro ejemplo de cómo no te deben de importar las críticas. Ni las tradiciones. Lamentablemente hasta ella acepta que es percibida como la típica persona inteligente, dedicada y brillante que hace la tarea, lee, se sobreprepara y hace todo el trabajo, pero les cae mal a todos en el salón. Hace poco estaba escuchando un pódcast en el que contaban cómo, cuando estudiaba la universidad en Yale, perdió las elecciones para ser presidenta del consejo de estudiantes, aunque toda su generación sabía que ella era la más indicada. Fue como si sellara su destino. Pero eso no le impidió ser la primera mujer en su época en muchas cosas. Creo que Barack Obama tenía razón cuando dijo que nadie más en la historia, ni él mismo, había estado tan preparado como ella para ser presidenta.

Cuando algo sale mal en mis planes, o cuando tengo que tomar decisiones importantes, siempre imagino que tengo conversaciones y pláticas con Bob Iger y con Hillary. Y muchas veces, dependiendo de si lo que me preocupa es sobre negocios, temas creativos o personales, siempre me pregunto: “¿Qué harían ellos?”.

Graduarme y decidir cuál sería mi siguiente paso parecía un poco más serio e importante que mis decisiones anteriores, así que una plática imaginaria con ellos no parecía suficiente. Mi celebración lo ameritaba, por lo que ahora iba en camino a escuchar una conferencia de uno de ellos. Y aunque escuchar y ver en vivo a una de las personas que más admiras ya es un gran tema, había gastado el dinero de mi fiesta y mis ahorros en un boleto con acceso a backstage y meet and greet no solamente con Hillary, sino que también iba a poder conocer y platicar con su esposo, el expresidente Bill Clinton.

Los que aman ir a los conciertos de sus cantantes o grupos favoritos entenderán a qué me refiero cuando digo que no estaba emocionado. ¡Estaba emocionadísimo!

En mis planes estaba grabar cada minuto. De hecho, iba grabando videos desde que salí de mi casa para mostrar todo el trayecto hasta llegar al evento. Según yo, con eso empezaría mi canal en YouTube. También tomaría nota de todo lo que dijeran. La descripción decía que sería una plática sobre cómo veían ellos dos la situación del mundo actual.

Estaba preparado para mi foto. También tenía listo el primer borrador de mi libro, porque quería regalárselo a ambos, junto con una carta explicando cómo estaba mi país y cómo ellos me inspiraban día con día a hacer que mejorara, y algunas preguntas para pedirles consejos.

Sabía que sería una experiencia inolvidable en la que aprendería y me inspiraría. Por eso, para aprovechar esa energía, había decidido quedarme una semana más después del evento, para sentarme a procesar todo cuidadosamente, revisar mis notas de manera estratégica, hacer los planes para mi futuro y para terminar de escribir mi libro.

Me sentí muy afortunado. Había cerrado una gran e importante etapa de mi vida. Y ahora, 24 horas después, iba a tener una experiencia como ninguna otra para empezar la s

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