Prólogo
¿Deberían votar los hombres?
Cuenta Anna Russell que, un día antes de deslumbrar al público con su ingenioso acto satírico «Falso Parlamento» en 1914, Nellie McClung, autora y sufragista canadiense, se sumergió en un peculiar discurso pronunciado por sir Rodmond Roblin, un político de Manitoba, provincia de Canadá. En una asamblea legislativa repleta de mujeres que exigían el derecho al voto, Roblin no tuvo ningún reparo en expresar su oposición al sufragio femenino, apelando, entre otras cosas, a la supuesta naturaleza dulce y maternal de las mujeres. McClung, atenta espectadora, lo observó meticulosamente, captando cada gesto, desde cómo ajustaba las solapas de su chaqueta hasta de qué forma se frotaba los meñiques y se balanceaba sobre sus talones, como relataría más tarde en su autobiografía.
La noche siguiente, en un teatro cercano, McClung y el resto de las activistas de la Liga de Manitoba por la Igualdad Política presentaron El Parlamento de la mujer, una representación satírica de una legislatura alternativa. En este escenario imaginario, las mujeres tenían el poder y debatían sobre la concesión del voto a los hombres. McClung adoptó el papel que Roblin había desempeñado el día anterior, dirigiéndose a su audiencia, compuesta tanto por hombres como por mujeres, con una condescendencia cortés. Dos años después, las mujeres de Manitoba se convertirían en las primeras canadienses con derecho al voto.
Esta es parte del discurso que la sufragista pronunció en el escenario:
Caballeros de la delegación:
Es para mí un placer recibiros hoy aquí. Nos gustan las delegaciones y, aunque es la primera vez que nos pedís el voto, esperamos que no sea la última [...]. Os felicitamos también por la tranquila disposición y delicados modales con que acudís a nuestra presencia [...]
Por desgracia no puedo daros lo que pedís, ¡ya que los hechos se confabulan contra vosotros! [...]
El sufragio masculino provocaría en nuestra hermosa provincia un libertinaje extravagante, amén de representar un gasto inasumible. Me pedís no solo que baje al hombre del pedestal, sino que lo arrastre por el barro, y con sinceridad os digo que no lo haré, porque admiro y reverencio al hombre.
[...] No, no, el hombre fue creado con un propósito más elevado y sagrado que el voto. El hombre fue creado para sustentar a la familia y el hogar, que es el baluarte de la nación. ¿Qué es un hogar sin el padre?, ¿qué es un hogar sin la cuenta en el banco? [...] ¿Queréis que aparte al hombre del arado útil y la siembra necesaria, y lo ponga a hablar por las esquinas sobre temas que no le conciernen? [...]
En Estados Unidos, donde el hombre vota, hay un divorcio por cada matrimonio, porque la política desconcierta al hombre y hace que deje de pagar facturas, que rompa muebles y rompa los votos sagrados. Cuando me pedís sufragio, me pedís que rompa hogares tranquilos y felices, que vuelva del revés vidas inocentes, y con sinceridad os digo que no lo haré. Soy una mujer chapada a la antigua y creo en la santidad del matrimonio.
[...] Hay muchos ejemplos desafortunados del hombre metido en política. Nerón, Herodes, el rey Juan no son héroes dignos, pero queréis que los muestre como ejemplo a los jóvenes. ¿Cómo se atreve el hombre a pedir el voto a la luz de tales ejemplos?
[...] Vuestro pequeño cerebro no abarca lo que implica dirigir este Gobierno. Es un cerebro que solo se fabrica en tamaño infantil, ¡y aun así creéis que me podéis aconsejar a mí, una mujer que ya dirigía gobiernos cuando vosotros todavía estabais en la trona dando cucharazos contra el platito!
[...] Mi deseo más fervoroso para esta tierra de promesas es que se me conceda una larga vida para guiar su destino entre las naciones de la tierra [...]. Tengo la firme esperanza de que se me permitirá vivir mucho para llevar con orgullo la vieja bandera de este viejo y magnífico partido que tantas veces ha caído en desgracia, pero ¡gracias a Dios!, nunca ha sido derrotado.[1]
El «Falso Parlamento» de McClung ilustra la manera en la que históricamente las mujeres han tenido que hacer política desde fuera de las instituciones cerradas para ellas. Entre otras muchas cuestiones, la lucha de las mujeres por construir una sociedad en la que puedan vivir y respirar ha sido una lucha por la palabra. Como relata José María Perceval,[2] todo comenzó en torno a una hoguera contándose historias que luego se transcribieron en papel, se reprodujeron en una imprenta, se leyeron en un periódico, se escucharon en una radio y se proyectaron en un medio audiovisual, hasta llegar a un mundo que dedica más de la mitad del PIB mundial a través de los medios de comunicación a desarrollar la industria del ocio, el entretenimiento, la cultura, la educación y la información.
Si nos centramos en el movimiento feminista, también podemos diferenciar con claridad los canales de comunicación en las diferentes olas, empezando por los clubes de discusión, los salones literarios y políticos que surgieron en París y se extendieron durante el siglo XVIII, que, aunque formalmente ubicados dentro de la esfera doméstica, tenían fuertes connotaciones públicas; pasando por los periódicos y panfletos militantes, hasta las primeras manifestaciones de las sufragistas, ya en el espacio público, y todos los actos de protesta de la Tercera Ola, en los que se incluyen tanto la irrupción en los concursos de belleza como la quema de sujetadores o los manifiestos de autoinculpación. La Cuarta Ola, sin duda, es hija de su tiempo y es ciberactiva. Se caracteriza por el uso de internet y las redes sociales como herramienta de comunicación clave para el feminismo actual.
Pero a pesar de los tres siglos feministas, en ese largo trayecto desde la hoguera al metaverso, el «neutro universal» continúa siendo un masculino singular que traslada el relato conforme a su mirada y sus intereses. En la historia de la comunicación, aun con sus espectaculares cambios a lo largo del tiempo, el capital que la alimenta ha estado casi sin excepciones en manos masculinas y el poder de la toma de decisiones, también.
Si damos por buena la hipótesis de que los pueblos que no tienen historia no tienen futuro porque no tienen legitimidad, ¿cómo se puede conseguir la legitimidad para las mujeres excluidas de este relato? ¿Es posible acabar con la violencia si no se consigue el respeto para las mujeres como mitad de la población, alejadas de esa mirada que aún nos considera un colectivo problematizado?
Este libro es una reflexión sobre la presencia —y la ausencia— de las mujeres en la toma de decisiones, más allá de los números, más allá de la igualdad formal o la paridad. El feminismo ha trabajado estrategias para la llegada a los lugares en los que se tiene voz (cuotas, paridad...), pero no ha desarrollado habilidades eficaces frente a la tremenda resistencia patriarcal ni para permanecer en ellos, ni para que esa presencia de mujeres signifique la consolidación de políticas feministas. Recogemos la preocupación que traslada Laura Bates: «¿Y si las multitudes de mujeres maltratadas fueran