Animales de poder 1 - Un deseo de cumpleaños a lo bestia

María Frisa
Juana Cortés

Fragmento

¿Qué narices hago aquí?

¿Qué narices hago aquí?

 

Jack se agacha, abre la mochila y saca… ¡un machete! Lo miro alucinada. Un machete.

¿Estamos locos o qué? ¡Por favor, que somos niños!

Soy tan torpe que me corto hasta con un cuchillo de Ejem, ejem. plástico, pero él lo levanta tranquilamente por encima de la cabeza y, pum, cae sobre las ramas que nos impiden el paso.

El corazón me va a mil por hora. Estamos en lo más profundo de la selva tropical más profunda. ¿Te haces una idea? ESTO ES UNA AUTÉNTICA LOCURA. Hay muchísimos ruidos extraños y tengo la impresión de que todo se mueve.

Ilustración de un machete muela cuya hoja refulge.

No, no, Val —me ordeno a mí misma—, no pienses en los bichos que se esconden cerca, a tus pies o, peor, puaj, puaj, en los que pueden caerte encima o, aún peor, picarte o chuparte la sangre o… No pienses en tarántulas del tamaño de una croqueta (sin contar las patas), ni en serpientes pitón más gordas que una tubería, y menos aún en sanguijuelas, escorpiones, hormigas y milpiés venenosos (en la jungla lo hacen todo a lo grande y los ciempiés se les quedan cortos).

Chas, chas, chas. Es el sonido del machete abriendo Es lo que tiene la selva. camino. Yo no dejo de hiperventilar y de sudar.

¡Ay! Las axilas me escuecen un montón (por el problemilla con el desodorante «ecológico» que utilizan aquí, en la AP Academy). Además, como es un timo, tengo que llevar los brazos pegados al cuerpo (muy muy pegados) para que los otros no perciban mi «ligero» tufillo corporal. Bueno, ellos y, sobre todo, los animales salvajes, ya que el olor funciona como una sirena mandándoles tu ubicación en plan: «UAAA, UAAA, AQUÍ HAY COMIDITA FRESCA».

—Vamos, Val —me dice Sika al ver que no la sigo.

Sika Tanaka, mi mejor amiga, a la que confiaría mi vida sin dudarlo ni un segundo, no me pierde de vista (ejem, ejem, es mi mejor amiga, pero hace dos días ni sabía que existía).

—Sí, sí… —respondo.

No me separo de ella ni muerta.

Ilustración de Val en medio del espeso bosque. Viste una gorra, cazadora y pantalón con estampado de camuflaje. De sus axilas parten unos relámpagos y unas nubes oscuras que terminan por convertirse en calaveras.

Intento sonreírle. Respiro hondo (igual no ha sido buena idea por lo del tufillo corporal, puaj), junto los dientes y abro mucho los labios, aunque lo que me sale parece el gesto de una película de vampiros. Normal. No he tenido tanto miedo en la vida.

¿Que no entiendes nada?

Verás, es que no sé muy bien cómo explicarlo.

Solo sé que, hasta hace dos días, yo, Valentina Ferrero, vivía en el mundo normal y corriente (NC). Era una niña NC de sexto de Primaria. Una niña con preocupaciones NC, como aprobar las Mates y conseguir que sus padres le compren un móvil antes de empezar la ESO (¿se puede ser más normal y corriente?).

Y, sin embargo, aquí estoy, en la isla Esmeralda, metida en una Prueba de Supervivencia. SU-PER-VI-VEN-CIA. ¿Lo pillas? ¡Hay peligros que superar para sobrevivir!

Encima no puedo quitarme de la cabeza que todo ha sido culpa mía por lo que deseé al soplar las once velas de MI CUMPLE. Pero ¿quién iba a adivinar que por primera vez mi deseo se cumpliría? Y encima que se cumpliría así, a lo bestia (no descarto que fuera para compensar las chapuzas de los deseos anteriores).

Ay, mejor empiezo por el principio. Aunque no es tan sencillo saber cuándo empezó todo. ¿Con la beca completa por Actos de Valentía Extraordinaria en la AP Academy? ¿Con el lío del unicornio? ¿Con el parque de atracciones? ¿Con las velas?

Lo mejor será retroceder hasta hace dos días, al 11 de noviembre, el día de mi cumple.

Venga, pide tu deseo de cumpleaños

ME ENCANTA EL DÍA DE MI CUMPLE, ¿a que a ti también? (Quiero decir que te encanta el día de tu propio cumple, no el del mío, claro).

Normalmente es un día genial: me regalan cosas chulas, me hacen mucho caso, puedo comer y beber lo que me dé la gana y todo eso. Y digo «normalmente» porque hoy cumplo once años, pero las cosas no están saliendo como deberían.

Noto una especie de hormigueo por todo el cuerpo (igual que cuando se te duerme la pierna y tienes que levantarte y ponerte a dar saltos) y frío, muchísimo frío. Y, para colmo, me he pasado toda la noche con unas pesadillas extrañísimas.

¿Serán los nervios por lo de esta tarde?

Y es que he pedido de regalo a mi familia ir esta tarde al parque de atracciones. ¿Te extraña que prefiera ir con ellos en vez de con mis amigos? Es que tengo un objetivo: montarme en el Abismo, y te aseguro que, cuantos menos testigos, mucho mucho mejor (sobre todo, testigos que vayan a mi clase), porque no es que me haga especial ilusión (más bien todo lo contrario), es que…

Ilustración de Val recién despertada, todavía en la cama, apoyada en la almohada y con la manta tapándole medio cuerpo, en la que se la ve despeinada y ojerosa.

A ver, justo el viernes, Anaís y el resto de los que van de guais de clase empezaron a decir que yo era la única que no se había montado en el Abismo. Lo cual, ejem, ejem, puede que sea verdad. Todos los demás (todos los de sexto, e incluso bastantes de quinto y algunos En 4.º siempre hay mucho pirado. pirados de cuarto) ya se han montado.

—¿Es que te da miedo, Val? —soltó Anaís—. ¿Es verdad eso que dicen de que eres un poco cobarde?

¿Cobarde? ¿Yo? ¡Ni de broma! Lo que pasa es que soy sensata y, quizá, demasiado observadora. Vamos, que soy CUIDADOSA. Muy muuuuuuy cuidadosa (ufff, no sé si te has dado cuenta, pero el diccionario es limitado y hay un montón de palabras que no aparecen, así que yo me he inventado una para lo mío. Lo llamo cuidadosidad).

Y, por eso de la CUIDADOSIDAD, antes de lanzarme a lo loco, mi mente entra en modo automático y le da por analizar todos los riesgos. Analizarlos y (aquí viene lo malo) contármelos a mí misma. Y, claro, en cuanto te pones en ese plan, ya no hay manera de hacer nada (nada = correr riesgos innecesarios).

Se van a enterar, pensé tras el comentario de Anaís. Así que me vine arriba y, a pesar de la cara de sorpresa de Tendría que haberme dado una pista. Óscar y Marta, mis mejores amigos, juré que el lunes les llevaría una foto montada en el dichoso Abismo.

—A ver si es verdad —dijo Anaís.

—Vale —dije yo.

Y a lo mejor lo dije un poco bajito porque, ups, ya me estaba arrepintiendo. Y ahora estoy aquí, debajo del nórdico, con este tembleque.

¿Y… si no son nervios? ¿Y si estoy poniéndome enferma? No. No puede ser. ¡Menudo timo! Ponerse enferma en tu cumpleaños tendría que estar prohibido. Debería haber una ley que lo impidiera.

La puerta de mi cuarto se abre de golpe.

—Arriba, Verruga, mamá dice que te levantes —me saluda «educadamente» mi hermana Cris sin mirarme.

Cris se toma muchas molestias para fastidiarme (tiene catorce años y, por lo visto, eso es motivo suficiente para fastidiarme todo el rato), aunque la pobre no es muy imaginativa que digamos.

Lo de «Verruga» se le ocurrió porque mis padres y ella son altísimos y yo, en cambio, digamos que soy…, bueno, de estatura media (ejem, ejem). O también puede ser porque soy mucho más morena que ella y tengo el pelo muy negro.

Ilustración de Cris, con su media melena castaña al viento, y una blusa con estampado de cerezas, que sostiene su teléfono en una mano y hace un gesto de victoria con dos de los dedos de la otra.

Para acompañar su asalto a mi cuarto, mi querida hermana se tira un pedo. El problema es que sus pedos son «especiales».

Como ha leído en no sé qué sitio que el brócoli es buenísimo para la salud, sus pedos son más letales que los que sueltan las vacas, esos llenos de metano que hacen agujeros en la capa de ozono. Vamos, que hay zonas del planeta que se han puesto en cuarentena biológica por menos que lo que se respira ahora en mi habitación, puaj, puaaaaaaaaaaaaaaaaaaj.

—Jo, qué asco —digo tapándome la nariz (hoy todo me huele fatal, como si me hubiese despertado con una especie de superolfato).

No entiendo que venda esa imagen de chica fina. ¿Qué opinarían sus amigos los chulitos si la vieran ahora mismo? ¡QUÉ FALSA ES LA GENTE!

—¡Es mi cumple! —me quejo.

—Claro, toma tu regalo. Como ves es «MUUUY graciosa».

—No, el regalo que te pedí fue que me hicieras la foto en el Abismo. ¡Me lo prometiste!

Por supuesto, ella me ignora y sigue a lo suyo. Para hacer más fuerza, hasta deja de mirar la pantalla y entonces…

Su hermoso y largo regalo resuena en mis oídos con la fuerza de una ametralladora.

Tras sobrevivir al ataque mortífero del pedo de Cris, bajo a la cocina, donde ya está el resto de la familia Ferrero (que, básicamente, son mis padres).

—Hummm… —dice mamá en cuanto entro arrugando la nariz—. Tienes mala cara.

Intento disimular, aunque me encuentro regular.

—¿Qué tienes ahí? ¿Una mancha? —me pregunta mientras pasa su dedo por el centro de mi frente y frota un poco—. Nada. Debe de ser un granito. A ver…

Y entonces apoya sus labios sobre mi frente (los labios de madre vienen de serie con un termómetro incorporado).

—Menos mal que no es fiebre —añade convincente.

Me rasco la frente. No me preguntes por qué, pero ha empezado a picarme desde que ha mencionado el grano.

—¿Y si dejamos para otro día lo del parque de atracciones? —pregunta.

¿Quééé? De eso nada. TENGO QUE IR al parque de atracciones sí o sí. Necesito la foto montada en el Abismo si no quiero convertirme en la pringada Ya lo soy un poco. máxima de sexto.

—Solo pienso en tu

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