Muerde el polvo (El enmascarado de terciopelo 2)

Diego Mejía Eguiluz

Fragmento

Título

1

estrellal PERO DEBERÍAS VER CÓMO QUEDÓ MI RIVAL estrellar

Las revistas. Lo que más coraje me daba era verlas en los puestos de periódicos. En sus portadas aparecía Golden Fire con su cinturón de campeón de peso wélter. Yo trataba de olvidar aquella derrota y ahí estaban ellas para recordármela. Y también estaban Vladimir, el Caballero Galáctico, mi padre y mi abuelo (y Tetsuya) con sus constantes observaciones. Fue una semana muy larga:

—La salida de bandera fue defectuosa.

—No apretaste bien las manos al hacer el tirabuzón.

—Te he dicho que gires a la izquierda, no a la derecha, para romper la llave.

—Administra tu respiración. Se notó que te quedaste sin aire en la tercera caída.

—Viejito carcamán opina que buena fue la contienda, pero el sushi gustarle más. Preferirá lucha cuando gane combates de campeonato nieto maravilla.

—¿En serio te decían Superpants Júnior?

—¿Golden Fire tiene pecas?

¿Se imaginan tener que aguantar eso? Terminé aturdido y sin ganas de ver mis enfrentamientos con Vladimir en mucho tiempo. Sabía que mis entrenadores eran bien intencionados, pero en verdad necesitaba unos días de reposo antes de retomar mis actividades. Bien me lo decía un compañero en la arena: los deportistas debemos tener memoria corta, porque si nos obsesionamos con nuestras victorias o derrotas, nos quedaremos estancados. Claro que en casa no me la ponían tan fácil:

—¿De verdad perdiste por eso? —era la pregunta que mi padre me hacía a cada rato.

—Ya sé que no debería afectarme, pero te juro que nunca creí que volvería a oír ese apodo o ver a ese niño.

—¿Y dices que lo entrena una niña?

—No te burles; si la vieras en el gimnasio te darías cuenta de que sabe de lucha casi tanto como tú, y además se especializa en castigos más modernos.

—¿Insinúas que soy viejo?

—Sólo digo que ella tiene un estilo diferente, y a la gente le gusta cómo lo hace Golden Fire. Le ha aprendido muy bien.

—¿Y perdiste porque te recordó un mote de cuando ibas en el kínder?

—Primaria y secundaria, papá; en kínder yo no conocía al Pecas.

—¿Y te llamaban Superpants Júnior?

—Ese era mi apodo.

—¿Y por qué te decían así?

—Mi vida, ¿vas a ponerte los pants grises o quieres que los eche a la lavadora?

A veces las interrupciones de mi mamá son muy oportunas.

pleca

Dos días después de la lucha de campeonato, el promotor de la arena Tres Caídas rentó el local para filmar un comercial (y no me invitaron a participar) y se suspendieron temporalmente las funciones. Esto me dio un poco de descanso, pues aunque tenía trabajo en otras arenas, ya había apartado las fechas para ésta. Y qué mejor manera de aprovechar ese par de días libres que yendo a la escuela de mi tía para ver los ensayos del recital. (Parecía que llevaban toda la vida ensayando, pero es que mi tía es muy previsora y empezó varios meses antes.)

Me llevé una muy grata sorpresa: varios de los alumnos no sólo se habían aprendido los poemas; también los comprendían, y eso les ayudaba mucho al momento de recitarlos. Además, el complemento del arpa era muy bueno. Me costó trabajo contener la emoción delante de toda la clase, pero no quería ser la burla de los chicos.

—Tenía tiempo de no verte. ¿Cómo siguen tus manos? —era la arpista, quien se me acercó al terminar el ensayo.

—Mejor, muchas gracias. Esas cuerdas son armas mortales.

—No es cierto; simplemente tocaste mal. Debes usar las uñas, no la mano entera.

—Suena muy complicado.

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—Ni tanto; sólo hay que practicar mucho. Si quieres, puedo darte unas clases.

—¿En serio?

—Sí. Enseñarle a un principiante me ayudará a mantener sueltos los dedos.

—Me encantaría tomar clases contigo.

—Pásame tu teléfono para que estemos en contacto.

No pongan esas caras ni se imaginen cosas que no son. El interés de esa chica era meramente científi…, artístico. Además, a mí me gusta el arpa, ¿por qué no aprender a tocarla? Es verdad que ahora me gano la vida azotando mi humanidad contra el ring y que soy el terror de los encordados, pero estoy seguro de que en mi otra vida era un virtuoso de las cuerdas.

Por supuesto, no imaginé lo difícil que resultaría compaginar los horarios. La chica tenía una agenda muy comprometida, así que los siguientes días, por más que lo intentamos, no pudimos ponernos de acuerdo. Ella tenía libres algunas mañanas, pero yo debía asistir al gimnasio para entrenar con el Caballero Galáctico. En las tardes estaban mis sesiones con Vladimir y ella iba a los ensayos con mi tía. Por las noches yo luchaba y ella acudía a recitales en el Conservatorio.

—¿Estás loco? ¿Dejar de entrenar dos días a la semana?

—Tranquilo…

—¿Cómo quieres que esté tranquilo? Echarás a perder tu carrera.

—Vladimir, no exageres.

—¿Que no exagere? ¿Dices que no exagere? Si entrenando a diario no pudiste ganar el campeonato, ya me imagino qué pasará si descansas dos días a la semana.

—Te pones como si hubiera dicho que voy a dejar la lucha libre. Yo sólo quiero tomar esas clases.

—Eres, ante todo, un luchador profesional. Tus responsabilidades están antes que cualquier otra cosa.

—Vladimir, ¿ya hiciste tu tarea?

—No me cambies la conversación. Yo no perdí la lucha de campeonato; además, hoy es domingo y no tengo tareas los domingos.

—Vladimir, es martes; mañana tienes clases.

—Pues con mayor razón deberías olvidar ese tema y ponerme atención. Mañana tengo clases y no he hecho la tarea. Anda, vamos a repasar la lucha pasada, para ver qué debemos corregir con mi tío.

Y una vez más me enfrenté a la tortura de ver cómo no logré conquistar el campeonato. Lo único bueno era que podía regodearme de la paliza que le puse a Golden Fire durante casi todo el encuentro.

—Quita esa sonrisa de la cara. Perdiste: no tienes derecho a sonreír.

—Vladimir, relájate un poco; no vas a llegar a viejo si sigues así. Disfruta la lucha, mira cómo se nos entregó la gente. Al promotor le gustó. Me felicitó al día siguiente.

—No me digas que no voy a llegar a viejo. Claro que alcanzaré tu edad; tengo perfecta salud.

—¿Ahora soy yo el anciano?

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