Las chicas perfectas

Sara Shepard

Fragmento

cap-1

Prólogo

Beacon Heights, Washington, tiene el típico aspecto de barrio residencial de clase alta: columpios en los porches mecidos por la suave brisa vespertina, parterres verdes y bien cuidados, y vecinos que se conocen de toda la vida. Pero este barrio de la periferia de Seattle es cualquier cosa menos típico. En Beacon, no basta con ser bueno; tienes que ser el mejor.

La perfección trae consigo mucha presión. Aquí viven algunos de los mejores estudiantes del país y, a veces, necesitan desahogarse, abrir la válvula y soltar un poco de vapor. Lo que no saben las cinco chicas de esta historia es que el vapor puede quemar tanto como el fuego.

Y alguien está a punto de abrasarse.

Un viernes por la noche, justo cuando se ponía el sol, los coches empezaban a aparcar delante de la casa de Nolan Hotchkiss, una enorme villa de inspiración italiana con vistas al lago Washington. La casa tenía una verja de hierro forjado, una entrada circular para los coches con una fuente en el centro, muchos balcones y una araña de cristal de tres niveles visible desde el exterior a través de los enormes ventanales de dos pisos de altura. Las luces estaban todas encendidas, la música retumbaba desde el interior y se oían gritos y risas procedentes del jardín. Un montón de chicos y chicas, armados con licores procedentes de los muebles bar de sus padres o con los bolsos llenos de botellas de vino, subían la escalera que llevaba hasta la puerta y entraban en la casa. No hacía falta llamar al timbre; el señor y la señora Hotchkiss no estaban.

Lástima. Se estaban perdiendo la mejor fiesta del año.

Caitlin Martell-Lewis, ataviada con su mejor par de vaqueros de corte recto, un polo verde que resaltaba las motas ámbar de sus ojos y unas deportivas Toms con estampado de pata de gallo, se bajó de un Escalade acompañada de su novio, Josh Friday, y dos amigos suyos, Asher Collins y Timothy Burgess. Josh, que se había tomado un par de cervezas después del partido de fútbol y al que aún le olía un poco el aliento, se protegió los ojos con la mano y contempló boquiabierto la mansión en todo su esplendor.

—Este sitio es brutal.

Ursula Winters, que iba loca por salir con Timothy (y que era la gran rival de Caitlin en el equipo de fútbol), bajó del asiento trasero y se recolocó la camisa, ancha y con manga dolman.

—El tío lo tiene todo.

—Menos alma —murmuró Caitlin mientras cruzaba el parterre de la entrada, cojeando por culpa de una lesión que se había hecho jugando al fútbol.

Se hizo el silencio y Josh la miró de reojo. Acababan de entrar en el recibidor, que tenía el suelo a cuadros blancos y negros y una enorme escalera doble.

—¿Qué pasa? Lo decía en broma —dijo Caitlin riéndose.

Porque hablar mal de Nolan, o atreverse siquiera a boicotearle la fiesta, significaba la expulsión inmediata del grupo de los populares del instituto Beacon Heights. Pero el chico de oro del instituto tenía tantos enemigos como amigos y Caitlin era la que lo odiaba más. De pronto, pensó en lo que estaba a punto de hacer y sintió que se le aceleraba el pulso. Se preguntó si las demás ya habrían llegado.

La sala de estar estaba llena de velas y cojines rojos. Julie Redding ocupaba el centro de la estancia. Su melena cobriza le caía lisa y brillante sobre la espalda. Llevaba un vestido sin tirantes de Kate Spade y unos tacones beis que resaltaban sus piernas largas y torneadas. Uno tras otro, los compañeros de clase se acercaban a ella y elogiaban su vestido, sus dientes blancos, sus increíbles joyas, aquello tan gracioso que había dicho el otro día en clase... Era lo habitual: todo el mundo adoraba a Julie. Era la chica más popular de todo el instituto.

De pronto, Ashley Ferguson, una chica que se había teñido el pelo del mismo color cobrizo que Julie, se detuvo junto a ella y le dedicó una sonrisa solemne.

—¡Estás increíble! —exclamó, como todos los demás.

—Gracias —respondió Julie con humildad.

—¿De dónde es el vestido? —preguntó Ashley.

Nyssa Frankel, una amiga de Julie, se coló entre las dos.

—¿Por qué, Ashley? —le soltó—. ¿Te vas a comprar el mismo?

Julie se rio mientras Nyssa y Natalie Houma, la otra mejor amiga de Julie, chocaban los cinco. Ashley apretó los dientes y se alejó a toda prisa de allí. Julie se mordió el labio y se preguntó si quizá había sido demasiado cruel. Aquella noche solo había una persona con la que quería ser cruel y, en su caso, era a propósito.

Esa persona era Nolan.

Mientras tanto, Ava Jalali estaba con su novio, Alex Cohen, en la cocina de roble y mármol de los Hotchkiss, mordisqueando un palito de zanahoria. Sus ojos no se apartaban de la pila de pastelitos que había junto a la bandeja para vegetarianos.

—Recuérdame por qué he decidido empezar una dieta depurativa justo hoy.

—¿Porque estás loca?

Alex arqueó las cejas en un gesto pícaro. Ava puso los ojos en blanco y se apartó el pelo, negro, liso y perfecto, de los ojos. Era la típica chica que, en clase de biología, odiaba ver el cuerpo humano dividido en cortes transversales; no podía soportar la idea de que ella también fuera tan desagradable por dentro.

Alex hundió un dedo en el glaseado y le acercó la mano a la cara.

—Qué rico...

Ava retrocedió.

—¡Aparta eso de mí!

Pero acto seguido se echó a reír. Alex había llegado en noveno curso. No era tan popular ni tan rico como algunos de sus compañeros, pero siempre le hacía reír. De pronto, vio a alguien en la puerta de la cocina y se le borró la sonrisa de la cara: Nolan Hotchkiss, el anfitrión de la fiesta, la estaba mirando con un gesto casi obsceno.

Se merece lo que le va a pasar, pensó Ava con aire amenazador.

En el jardín de la casa había un soportal de arcos altos y esbeltos que unían los dos patios, varias plantas enormes en sus macetas y un camino de pizarra que prácticamente terminaba en el agua. Mackenzie Wright se remangó los vaqueros y se quitó los anillos de los pies antes de meterlos en la piscina. Había mucha gente nadando, entre ellos su mejor amiga, Claire Coldwell, y el novio de esta, Blake Strustek.

Blake hizo girar a Claire en el agua y entrelazó los dedos con los de ella.

—¡Eh, cuidado con mis manos! —le advirtió Claire—. Que son mi billete a Juilliard.

Blake miró a Mac y puso los ojos en blanco. Ella apartó la mirada, casi como si Blake no le gustara.

O quizá porque le gustaba demasiado.

De improviso, se abrió la puerta del jardín y apareció Nolan Hotchkiss, el hombre del momento, paseándose por el césped con una expresión de suficiencia tal que parecía ser el amo y señor de la fiesta. Se acercó a un grupito de chicos y chocaron los puños entre ellos. Luego se la quedaron mirando y empezaron a cuchichear.

Mac metió barriga. Sentía sus miradas paseándose por su nariz respingona, por sus gafas de montura oscura y por su larga y gruesa bufanda de punto tejida a retales. El odio que sentía por Nolan no hizo más que reavivarse.

Pip.

La pantalla de su móvil, que estaba en el suelo, encima de una lámina de pizarra, se iluminó. Mac leyó el mensaje de su nueva amiga, Caitlin Martell-Lewis.

Ahora.

Julie y Av

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