Parecía un día común y corriente. Agustín
dibujaba
monstruos
en los márgenes de la
hoja mientras la maestra trataba de explicar otra
vez la suma de fracciones. La clase le
aburría
, y
la mayoría de sus compañeros estaba papando
moscas. Lo de costumbre. Agustín levantó la vista
del papel y miró por la ventana. Afuera, algunos
chicos hacían gimnasia. La misma rutina de todas
las mañanas. Nada parecía indicar que pronto,
apenas en un rato, ese día tranquilo cambiaría por
completo y que toda su vida, sus amigos y hasta
su familia correrían un serio, serísimo
peligro
.
La
primera señal
de que algo no andaba
del todo bien fue que Agustín empezó a ver
mal. La realidad parecía fuera de foco y pese a
restregarse y restregarse y restregarse los ojos, no
lograba ver con nitidez.
—¿Qué te pasa, Agustín? —preguntó la maestra.
—Nada, señorita. Me debe haber entrado algo
en el ojo —se excusó.
MALESTAR EN EL
COLEGIO

Pero entonces surgió la
segunda señal
de
que algo raro estaba ocurriendo.
—Ey, ¡miren a Agustín! —exclamó Marcos, el
peor compañero del mundo—. ¿Qué te pasó,
metiste los dedos en el enchufe?
—¡Parece un
PUERCOESPÍN
! —chilló la bruja
de Marina, muerta de risa.
—Jajaja —rieron todos los chicos a la vez,
señalándolo. Y no era
para menos. ¡Agustín
tenía los pelos parados,
apuntando hacia todas
las direcciones posibles!
—¡Silencio! ¡O
les hago sacar una
hoja ya mismo y
les tomo prueba!
—exclamó la maestra—.
Agustín, andá al baño,
lavate la cara, peinate y volvé
inmediatamente a la clase.
—Sí, señorita —respondió Agustín,
levantándose apurado de su asiento, rojo de
vergüenza
.

Sin embargo, cuando quiso abrir la puerta
del aula, una descarga eléctrica le recorrió todo
el cuerpo, como si se tratara de mil hormigas
malhumoradas.
—
¡AYYYYYY!
¡Pero esta puerta tiene
corriente! —se quejó Agustín, refregándose el
dedo.
—¡Pero cómo va a tener corriente! ¡Si
acabamos de entrar y a nadie le pasó nada!
—respondió fastidiada la maestra—. Alumno
Agustín, basta de excusas. Vaya ya mismo al baño,
se acomoda esa ropa, se peina como corresponde
y regresa a su banco. ¡No se lo vuelvo a repetir!
Agustín tragó saliva. Cuando la maestra pasaba
de tutearlos a tratarlos de usted era que ya estaba
a punto de perder la paciencia.
—Sí, señorita —susurró, mientras dejaba
atrás el aula. A sus espaldas, los chicos seguían
riéndose a
carcajadas
y la maestra pedía silencio
otra vez a los gritos.
Se dirigió rápidamente al baño. Esta vez, abrió
la puerta ayudándose con el pie y la cadera, no
fuera cosa que sufriera otra descarga. Pero frente
al espejo, las cosas no mejoraron ni un poco.

Además de tener todos los
PELOS PARADOS
y de
no poder enfocar la vista, unas rayas horizontales
comenzaron a subir y a bajar recorriendo todo
su campo visual, como si en lugar de la realidad
estuviera viendo un televisor que no lograra
sintonizar bien el canal. Y en cuanto se lavó la
cara, cientos de chispas saltaron por el aire y toda
su cabellera se electrizó todavía más. ¡Parecía un
punk
!

—Ahora sí que estoy en
problemas
. Esto no
puede ser normal. ¿Será un efecto secundario por
haber estado en el mundo virtual? —se preguntó
en voz alta, asustado.
Poco tiempo atrás, él y Gaturro habían
quedado atrapados dentro de Mundo Gaturro.
Por suerte, y gracias a la ayuda de Luz, habían
logrado escapar sanos y salvos. Pero, quizás,
haber sido un ser digital por algunas horas le
estaba ocasionando ahora este
malestar
extraño.
Se examinó de cerca los ojos, pero parecían
iguales que siempre. Apoyó la cabeza entre
las manos y tomó aire. Su mamá solía decir
que
respirar
profundamente ayudaba a
resolver cualquier problema. Desde que lo había
escuchado en su clase de
yoga
, lo repetía
a cada rato. Inspiró, exhaló y cuando volvió a
mirar al espejo, a sus espaldas apareció una gata.
Agustín la reconoció: ¡era Cami-Z! Un personaje
virtual de Mundo Gaturro. ¿Cómo podía estar en
el baño del colegio? ¡Y encima en el de varones!
Pero al darse vuelta, la imagen desapareció.

—Ay, no...
¡ahora sufro
alucinaciones!
Voy a tener
que hablar
con Luz. Y ver a
Gaturro. Quizás
él también tenga
algún síntoma...
—se dijo a sí mismo,
mientras examinaba su imagen
difusa en el espejo—. Por hoy,
¡game over!
Será mejor que dé por terminadas las clases y
vuelva a casa.
Fue hasta la Dirección y pidió que llamaran a su
mamá. Así no podía volver al aula, se iban a burlar
de él hasta que terminara el año. No ese año,
seguramente el siguiente o el otro. ¡Quizás hasta
en el secundario continuaran burlándose de él!
—¿Te sentís un poco mejor, mi cielo? —le
preguntó su mamá, mientras subían al auto—.
Todos los días te digo lo mismo, ¡tenés que dejar
de jugar tanto tiempo con la compu! Si no es la

notebook, es la tablet o la Play... ¡siempre frente a
algún aparato!
—Si es por aparatos,
Luz se pone de novia con
cada uno... ¡y a ella no le
decís nada! —exclamó
Agustín, tratando
de que su mamá
se enfocara en
otra cosa.
—No me
cambies de tema.
Además, de los
novios de Luz se encarga
tu padre —aclaró su mamá, y agregó—: lo que
vos necesitás es descansar. Te dejo en casa
mientras voy a clase de pilates, pero nada de
jueguitos
, eh. Así no hay ojos que aguanten.
Tanta pantalla te debe estar haciendo mal a la
vista. Y lo del pelo... bueno, debe ser estática.
Agustín estaba seguro de que no era po