EL LIBRO DE ESTE LIBRO
por Carter Kane
Saludos, iniciado! Bienvenido a la Casa de Brooklyn. Soy Carter Kane. Mi hermana Sadie y yo somos los encargados de esto... y, sí, somos hermanos de verdad, aunque no nos parecemos en nada. Yo he salido a mi padre, Julius, que tiene ojos marrones y piel morena. Bueno, tenía piel morena. Ahora es más azul... Ya te explicaré el motivo más adelante. Sadie se parece a nuestra madre, Ruby: pálida, rubia y de ojos azules. Mamá está ahora muy pálida. Transparente, incluso. Pero, claro, es un fantasma, así que... en fin. —Sadie
Sadie y yo tampoco hablamos igual. Ella tiene acento inglés Ejem, no, Carter: tú tienes acento estadounidense. —Sadie porque se crio en Londres con nuestros abuelos después de la muerte de nuestra madre. Mientras tanto, yo viajé por el mundo con nuestro padre, un famoso egiptólogo. Puede parecer divertido, pero, créeme, viajar de un lado a otro sin parar acaba perdiendo la gracia.
Ahora todo eso es agua pasada. Actualmente, Sadie y yo vivimos en la Casa de Brooklyn, el cuartel general del Nomo Vigésimo Primero de la Casa de la Vida. Un «nomo» es una región o distrito. No una divertida figura de jardín con un gorro rojo puntiagudo. —Sadie Hay trescientos sesenta nomos en el Per Anj: en egipcio, la Casa de la Vida, la antigua organización mundial de magos egipcios. No me refiero a magos de los que sacan conejos de chisteras, sino a gente que sabe hacer magia de verdad. Gente como Sadie y yo. Y gente como tú. ¡Sorpresa!
¿Cómo sabemos que puedes hacer magia? Porque has encontrado este libro y has llegado aquí sano y salvo, hazañas que indican que la sangre de los faraones corre por tus venas. La sangre real de los faraones no corre por tus venas. Eso sería asqueroso, por no decir antihigiénico. Solo quería aclararlo. —Sadie Eso quiere decir que desciendes de la antigua realeza egipcia y que tienes poderes. Poderes mágicos. Volveremos sobre ese punto más adelante, te lo prometo. Ahora quiero contarte cómo surgió este libro.
Mi novia Zia Rashid y yo hacíamos cola para pedir la comida en nuestro restaurante favorito cuando, de repente, ella agarró un cuchillo de plástico y lo blandió como un arma.
—¡Mira, Carter! ¡Hay alguien en apuros!
Me puse tenso en el acto.
—¿Qué? ¿Dónde? ¿Quién?
Zia clavó su cubierto en un letrero de SE NECESITA AYUDA que había junto a la caja registradora.
Me relajé.
—Sí, bueno, en realidad no es una petición de ayuda —le expliqué que en La Brocheta había puestos vacantes y le di una de las solicitudes del montón que había en el mostrador.
Mientras ella le echaba un vistazo al papel, su expresión se ensombreció.
—Santo Ra, fíjate en esto. —Me enseñó la sección titulada «Información personal»—. ¡Un truco retorcido para saber el ren del solicitante, sin duda!
Un poco de información sobre Zia: la crio un mago egipcio de dos mil años en un cuartel general secreto de El Cairo. Algunos aspectos de la vida moderna todavía son un misterio para ella.
No me entusiasma corregir a mi novia —tiene bastante genio—, pero temí que atacase a los empleados del restaurante si no lo hacía. Y eso no habría estado bien porque 1) los guardias de seguridad del centro comercial no veían con buenos ojos el uso de utensilios de plástico como armas letales, y 2) me estaba muriendo de hambre y quería comer.
Así que le quité con cuidado el cuchillo del puño y le dije:
—No creo que a los que sirven brochetas en un restaurante que se llama La Brocheta les interesen los nombres secretos. Seguramente ni siquiera saben qué es un ren, ni el poder increíble que se consigue sabiéndolo.
Zia puso la solicitud en su bandeja de comida con ciertas reservas y la llevó a nuestra mesa, donde pasó a leerla en voz alta.
—«Experiencia anterior.» Seguro que os gustaría saberla —murmuró entre bocado y bocado—. «Cuéntanos más sobre ti.» No, va a ser que no.
Justo entonces me vibró el móvil. Miré el mensaje de texto.
—Walt dice que volvamos a la Casa de Brooklyn. Acaba de llegar un grupo de nuevos reclutas.
Voy a hacer una pausa para presentarte a Walt Stone. Él desciende directamente del rey Tut, el joven faraón de fama mundial con su tumba llena de tesoros. Walt no heredó ningún tesoro de su famoso antepasado. (Al menos, eso creo.) Pero recibió otra cosa: una maldición mortal. Hace poco murió por culpa de esa maldición.
«Vale», te estarás preguntando, «si Walt está muerto, ¿cómo te mandó el mensaje? ¿Es un fantasma?»
Respuesta: Walt no es un fantasma, aunque tampoco pasa nada con los fantasmas. Mi madre es un fantasma y es muy maja. (También hay fantasmas malos. El peor es Setne, un mago perverso con delirios de inmortalidad. Está encerrado dentro de una bola de nieve sobre mi mesa. Puedes darle un buen meneo a la bola cuando te apetezca. Lo odia.) El motivo por el que Walt sigue entre nosotros es que se ha fundido con Anubis, el dios egipcio de la muerte.
La última frase seguramente te ha despertado una segunda pregunta: «¡¿Qué?!».
Me explico. Para existir en nuestro mundo, un dios egipcio necesita un hospedador. Un objeto o un animal o incluso un elemento como el agua o la tierra sirven, pero la mayoría de los dioses prefieren unirse a mortales. A cambio de compartir espacio cerebral, el hospedador humano, o deificado, obtiene pleno acceso al poder de la deidad.
Sadie y yo hemos sido deificados. Zia también; dos veces, de hecho. No voy a mentirte: tener el poder de un dios es increíble. Pero fundirse con una deidad puede ser muy peligroso. Y también perturbador, sobre todo cuando el dios intenta entablar una conversación en tu cabeza. Si me dan a elegir, me quedo con mi monólogo interior, gracias. —Sadie A los dioses les gusta mandar. Si les dejas entrar en tu mente, empiezan a presionarte para que hagas lo que ellos quieren. Es casi imposible resistirse, y el riesgo de locura y muerte por sobrecarga es elevado. Por eso nosotros ya no estamos deificados, menos Walt, que es un caso especial porque técnicamente está muerto.
Vale, sigamos con la historia.
Zia y yo regresamos volando a la Casa de Brooklyn gracias a mi grifo Freak. Mientras desmontábamos —con cuidado, porque tiene las alas tan afiladas que resultan mortales—, Walt se reunió con nosotros en la azotea.
—¿Qué tal la comida de La Brocheta? —preguntó mientras lo seguíamos al balcón del segundo piso.
—Deliciosa —dije.
—Peligrosa —me corrigió Zia en tono sombrío. Agitó la solicitud de empleo—. Voy a avisar a Sadie de esto. No quiero que sea víctima de una trampa así.
Una vez que estuvimos fuera del alcance de su oído, informé a Walt del incidente en el centro comercial.
—Zia sabe tanto del antiguo Egipto y de magia que a veces me olvido de que sabe muy poco de la vida moderna.
—Esa es una de las ventajas de tener doble personalidad. —Se dio unos golpecitos en la cabeza—. Walt sabe del mundo moderno y Anubis sabe de magia.
—Qué suerte la tuya.
—Sí, para morirse —convino él.
En la Gran Sala sonaron voces que me recordaron que teníamos nuevos aprendices. Los miré desde arriba mientras se apiñaban nerviosos alrededor de la estatua de mármol negro de Tot de diez metros de altura. Moví la cabeza.
—¿Cuánto crees que saben sobre dioses y sobre las cosas mágicas que se van a encontrar aquí?
—No lo suficiente —dijo Walt en tono fúnebre. Fúnebre. Muy ingenioso, Carter. —Sadie
Me apoyé en la barandilla.
—Entonces, podría costarles entender los conceptos mágicos más elementales, como a Zia le ha costado entender lo que es una solicitud de trabajo.
—Probablemente. —Walt se encogió de hombros—. Pero ¿qué podemos hacer nosotros al respecto?
No contesté porque justo entonces Sadie se acercó para reclamar a Walt. ¿Reclamar? ¡No soy posesiva! Simplemente vi que una de las reclutas miraba a mi novio de arriba abajo y decidí que cuanto antes supiera que Walt era mío, mejor. —Sadie Me alejé de su demostración pública de afecto. Mi mirada se posó en los objetos que sostenía la estatua de Tot —un papiro y un estilete—, y entonces supe la respuesta a la pregunta de Walt.
—¡Un libro! —solté.
Walt y Sadie se separaron.
—No mires ahora —susurró Walt—, pero Carter ha empezado a gritar nombres al azar.
—Mejor que grite nombres que no otras cosas que podría gritar —contestó Sadie.
Puse los ojos en blanco.
—Me refiero a que deberíamos escribir un libro sobre magia egipcia.
Sadie hizo una mueca.
—Yo no escribo. Yo hablo, y la gente escucha.
Pasé de ella.
—Un libro solo para iniciados. Para que se hicieran una idea de dónde se están metiendo. Les hablaríamos de la Duat, de los dioses y de la senda de los dioses. También incluiríamos anécdotas sobre nuestras experiencias. Podríamos pedirles a los demás residentes de la Casa de Brooklyn que participasen. También a los magos de otros nomos. Y a lo mejor...
Sadie arqueó las cejas.
—¿A los dioses...?
Asentí con la cabeza.
—Sí, a los dioses. Bueno, ¿qué opináis? ¿Escribimos el libro?
Resumiendo, escribimos el libro. No puedo hablar por todo el mundo, pero yo me lo pasé muy bien haciéndolo. La experiencia no fue del todo mala, y vale la pena leer mis fragmentos. —Sadie De hecho, estoy considerando escribir un volumen complementario. Lo titularé Manual de la Casa de Brooklyn para la vida moderna. Conozco al menos a una maga a la que le sería útil. Si quieres echarme una mano, pásate por mi habitación. O hazme una visita en La Brocheta. Por lo visto, alguien rellenó la solicitud de empleo con mi nombre y quieren contratarme.
Mientras tanto, sigue leyendo, iniciado. Y bienvenido al mundo de la magia egipcia.
Hola. Soy Sadie, la hermana pequeña y más moderna de los Kane. Normalmente, Carter no comete irresponsabilidades —yo me precio de ser una especialista en esa categoría—, así que me sorprendió que dejase desatendido el manuscrito de este libro. Y por «desatendido» me refiero a guardado bajo llave en el cajón de su escritorio. Sinceramente, cualquiera capaz de lanzar un hechizo combinado sahad-w’peh —es decir, «desbloquear-abrir»— podría inutilizar fácilmente sus ineficaces defensas. Como seguidora de Isis, diosa de la magia, yo soy perfectamente capaz de eso, así que en menos de lo que se tarda en decir «gominola», su papiro estaba en mis manos. Como las palabras son mi especialidad, me adelanté y añadí unas cuantas que luego ligué a su papiro con un hechizo de amarre hi-nehm. No podía permitir que Carter borrase mi arduo trabajo, ¿verdad?
OH, SADIE. NO TE DISTE CUENTA DE QUE TU HECHIZO HIZO UNA MUESCA EN MI BOLA DE NIEVE, ¿VERDAD, MUÑECA? SÍ, ABRIÓ UN AGUJERO Y EL AGUA SE ESCAPÓ. EL AGUA... Y YO, TU VIEJO AMIGO SETNE.
AHORA EN SERIO, ESTOY MUY EN DEUDA CONTIGO Y CON CARTER POR TRAERME A LA CASA DE BROOKLYN. NO ESTARÍA AQUÍ DE NO SER POR VOSOTROS. AHORA ME VOY A DAR UN GARBEO Y A BUSCAR DETERMINADO LIBRO QUE ME QUITASTEIS. SABES A CUÁL ME REFIERO. CONTIENE PODEROSOS HECHIZOS, INFORMACIÓN SECRETA SOBRE LOS DIOSES... AH, Y MI APARTADO FAVORITO, INSTRUCCIONES PARA VOLVERSE INMORTAL.
HABLANDO DEL TEMA, HE DESCUBIERTO UNA FORMA NUEVA DE ENFOCAR MI IMPERECEDERA BÚSQUEDA DE LA INMORTALIDAD. («IMPERECEDERA.» ¡JA! QUÉ BUENO. ALGUIEN DEBERÍA APUNTARLO.) SE ME OCURRIÓ DESPUÉS DE QUE ME PRESENTASES A CIERTO TIPO CON PODERES EXTRAORDINARIOS. EXTRAORDINARIOS PARA EGIPTO, AL MENOS. TE LO ASEGURO, CUANDO DEJE DE SER FANTASMA Y ME TRANSFORME EN DIOS, CAUSARÁ REVUELO. —setne
NOMO, DULCE NOMO
por Carter Kane
La Casa de Brooklyn tiene todo lo que unos futuros magos necesitan para vivir y aprender confortablemente. También tiene secretos. Me explico.
La Casa de Brooklyn ha estado en nuestra familia durante generaciones. Nuestro padre y su hermano pequeño, Amos, se criaron aquí. Sin embargo, Sadie y yo no supimos de la existencia de la mansión hasta que el tío Amos nos trajo aquí en su barco mágico..., y si vinimos fue porque Set, el dios del mal, había encerrado a papá en un sarcófago dorado y necesitábamos un sitio seguro en el que alojarnos. (Resulta que no era tan seguro, pero eso no lo descubrimos hasta más tarde.)
La primera mañana que Sadie y yo pasamos en la Casa de Brooklyn, ella voló las puertas de la biblioteca para que pudiéramos echar un vistazo dentro. Desde entonces, hemos explorado cada rincón de esta imponente mansión de cinco pisos, del portal de la azotea a las habitaciones pasando por la sala de entrenamiento, la enfermería y la Gran Sala. Hemos dado vueltas por la terraza panorámica con su comedor al aire libre y su piscina de cocodrilo una docena de veces. Incluso hemos curioseado en el armario del material y los cuartos de baño. Sí, no quedamos para nada como unos raritos. —Sadie Conocemos cada recoveco de la Casa de Brooklyn.
Al menos eso creíamos. Un buen día descubrimos una pequeña trampilla escondida debajo de una alfombra en la planta baja. Una pequeña trampilla cerrada que no se abrió ni cuando Sadie le lanzó su hechizo ha-di más contundente. Para resistir semejante poder destructivo es necesaria mucha magia protectora.
Desconcertados, nos pusimos en contacto con nuestro tío Amos para ver si él sabía algo al respecto. Después de todo, él había vivido en la mansión familiar durante años. Nos contestó enviándonos un viejo plano de corte de cimentación de la Casa de Brooklyn realizado antes de que se elevara en su ubicación actual sobre el almacén abandonado, junto con la siguiente nota: