Es un genio de la informática y la tecnología. Usa tabletas, ordenadores y móviles con la misma facilidad con la que se hurga la nariz. Para él, la bruja de su medio hermana es peor que un grano en el culo.
No se arruga ante nada. Dice lo que piensa sin cortarse un pelo y es tan convincente que podría venderle una nevera a un esquimal. Adora los libros de misterio y le apasionan los casos peligrosos.
Los osos perezosos parecen hiperactivos al lado de este gato gordinflón. Gatson nació cansado y no suele moverse mucho a menos que le ofrezcan comida de la buena (pienso no, gracias). Sus grandes pasiones son comer y dormir, pero aunque parezca mentira, a veces se le da bien investigar. Es capaz de hablar con Perrock y sus amos, y tiene una imaginación muy retorcida para gastar bromas.
Es capaz de comunicarse con sus amos y detectar sentimientos en los humanos, algo que lo convierte en uno de los investigadores más eminentes del mundo. Travieso —casi gamberro—, es un ligón pese a ser tan pequeñito. Su mayor debilidad son las perras altas, a las que trata de seducir sin excepción.
Aún faltaba una semana para las Navidades, pero en el comedor de casa todo estaba listo para la celebración: UNOS CALCETINES COLGANDO DE LA CHIMENEA, UN BELÉN LLENO DE FIGURITAS Y EL ÁRBOL DECORADO CON BOLAS DE COLORES, LUCECITAS Y UNA ESTRELLA DORADA EN LO MÁS ALTO.
Diego, Julia, Perrock y Gatson estaban sentados en el sofá escuchando la canción de moda en YouTube, alucinados por las imágenes del videoclip. Aquel temazo era tan pegadizo y daba tan buen rollo que (¡cosa rara!) les gustaba a los cuatro. En el estribillo, cuando la canción llegaba a su momento de máxima intensidad, el vídeo se paró de repente para dar paso a un anuncio.
—¡OTRA VEZ! —se quejó Diego, y cogió el mando a distancia, preparado para saltar la publicidad al cabo de cinco segundos.
Sin embargo, no lo hizo.
Aquel no era un anuncio como los demás. Era un anuncio increíble, de otro nivel, brutal… ¡Era… EL ANUNCIO!
Ya lo habían visto decenas de veces, pero todos se quedaron callados de nuevo con los ojos pegados a la pantalla.
En primer plano aparecía el célebre escritor David Cagallians, sentado en una butaca junto a un árbol de Navidad. En las manos tenía una tableta de turrón de chocolate Bartolo, un postre navideño delicioso.
—Felices fiestas a todos —dijo el escritor con una sonrisa en los labios—. Me llamo David Cagallians y tengo que daros una sorpresa. Algunos de vosotros ya sabréis que Roald Dahl es mi autor favorito y que adoro uno de sus mejores libros: Charlie y la fábrica de chocolate. —David Cagallians abrió el envoltorio del turrón y con la mano izquierda mostró una fina lámina de color dorado—. Inspirado por mi colega Roald Dahl, he decidido esconder un BILLETE DORADO en el interior de esta tableta de turrón. —El escritor escondió la lámina dentro del envoltorio y volvió a cerrarlo herméticamente—. El niño o la niña que encuentre este billete dorado estará invitado a PASAR LAS NAVIDADES CONMIGO en mi casa de Laponia. Los dos juntos escribiremos un cuento de Navidad y su nombre aparecerá junto al mío en la portada del nuevo libro. ¡Queridos amigos, os deseo mucha suerte en vuestra búsqueda! ¡FELICES FIESTAS Y DISFRUTAD DE LOS TURRONES BARTOLO!
Cuando el anuncio se acabó, siguió sonando la canción de antes, pero ninguno de ellos volvió a emocionarse por el videoclip. No podían quitarse de la cabeza aquel anuncio de David Cagallians. Era normal, los dos adoraban al escritor. ¿QUIÉN NO, EN REALIDAD? Los libros de David Cagallians eran capaces de hacerte reír y llorar al mismo tiempo, y siempre te mantenían en vilo hasta la última página.
A Diego se le dibujaba una SONRISA BOBALICONA en la cara al imaginarse que encontraba el billete dorado, y a Julia le brillaban los ojos, fantaseando con sentarse al lado del autor para firmar libros ante una inacabable cola de fans.
—No os flipéis —maulló Gatson—. Tenéis tantas posibilidades de encontrar el billete dorado como de que esta noche el rey de Inglaterra me sirva personalmente una ballena asada para cenar.
—No les quites la ilusi