Herederos (del Universo Amanda Black) 1 - El legado de los héroes

Juan Gómez-Jurado
Bárbara Montes

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

—Vosotros no sois muy listos, ¿no?

Los tres dejaron de discutir y se giraron hacía el lugar del que había procedido la voz. Robyn, con el arco preparado para soltar su flecha; Yun, en posición de lucha; y Olaf, con un gesto de confusión en el rostro cuadrado y bonachón.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Yun enderezándose, lo que la hizo parecer más alta de lo que ya era.

—Eso debería preguntarlo yo. Al fin y al cabo, estáis en mi casa. —La voz había cambiado de posición, no obstante, ninguno de los tres había sido capaz de ver ningún movimiento a su alrededor.

—¿Cómo que tu casa? —volvió a preguntar Yun mirando en todas direcciones sin conseguir ver a la persona que hablaba.

La voz sonaba joven. No gritaba, su tono era tranquilo, incluso simpático, pero, por muy agradable que fuese, los tres adolescentes no podían confiar en alguien sólo por su voz.

—¿Vas a hacernos daño? —quiso saber Olaf, mucho más práctico que sus compañeras. Odiaba las peleas, pero era mejor estar preparado.

—Eso depende de vosotros y de vuestras intenciones. —Quien hablaba, una vez más, había cambiado su ubicación sin que ninguno de los tres se diese cuenta. Era un fantasma. O, al menos, se movía como uno.

—Sólo buscábamos un lugar en el que acampar —confesó Robyn, que bajó el arco y suavizó su habitual ceño fruncido—. Lo sentimos mucho si hemos invadido tu casa, que, por cierto, es una fantasía. ¡Me encanta!

Le dio un codazo a Yun para que dejase de lado su actitud amenazante. Ésta la miró algo sorprendida, pero dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo antes de volver a hablar.

—No queremos hacerte daño —resopló.

—Ya, bueno, para eso primero tendríais que cogerme —rio la voz— y, después de escucharos durante un rato, creo que sería bastante difícil… Ni siquiera habéis conseguido poneros de acuerdo para ver si cenabais o no.

imagen

Una mueca de fastidio tiñó el rostro de Yun. Por mucho que quisiera negarlo, la voz misteriosa tenía toda la razón del mundo. Nunca eran capaces de ponerse de acuerdo en nada.

—Ella es Robyn, él es Olaf y yo soy Yun… Y, la verdad, es que nos vendría bien algo de ayuda.

De detrás de una de las cabañas salió una figura. Vestía de negro de la cabeza a los pies. Llevaba el cabello y el rostro tapados por una capucha y lucía una camisa y unos pantalones negros, anchos y de aspecto cómodo. Completaban su atuendo unas botas hasta casi la rodilla, del mismo color que, a simple vista, parecían muy flexibles y cómodas.

—Tío, me gustan tus pintas —comentó Robyn con una sonrisa. Sus compañeros se sorprendieron, era raro que Robyn sonriese o le dijese a alguien algo agradable.

—Y a mí —coincidió Olaf.

—Gracias —dijo el chico. Se llevó ambas manos a la capucha y la retiró dejando que cayese hacia atrás, a continuación, bajó la tela que le cubría la boca y la nariz—. Me llamo Hiro, Sōya Hiro. Podéis llamarme Hiro, Sōya es el apellido —explicó—, en Japón va delante del nombre. Ahora sí, por favor, bienvenidos a mi hogar.

Era un muchacho de más o menos la misma edad que los otros tres. El pelo negro, algo largo y liso, brillante, le caía a ambos lados de la cara. Los ojos grandes y rasgados, muy bonitos y expresivos, acompañaban un rostro de pómulos marcados y barbilla angulosa, delgado, con nariz estrecha y recta y labios amplios.

—También me gusta tu careto —dijo Robyn—. Eres guapo.

—Sí que lo es —aseveró Olaf.

Yun les dio un codazo a cada uno para que cerrasen la boca.

—Gracias —repitió el muchacho, esta vez con una sonrisa y una leve inclinación de cabeza—. Supongo que tendréis hambre, ¿por qué no cenamos algo y me contáis qué os trae por aquí? Por lo que he escuchado, creo que tenemos un objetivo común.

—Y tu estilo, también me mola mucho tu estilo —zanjó Robyn—. Estoy muerta de hambre.

—Y yo —convino Olaf.

—No tenemos tiempo para cenas y charlas —replicó Yun de manera cortante—. Estamos en medio de una misión muy importante.

—Eso he oído —comentó Hiro—, pero no parece que os importe mucho.

—¿Qué? —preguntaron Yun, Robyn y Olaf a la vez.

—La chica que venía con vosotros acaba de escaparse. Os lo digo porque no parece que os hayáis dado cuenta…

—¿¡QUÉ!? —exclamaron Yun, Robyn y Olaf a la vez, en esta ocasión, mirando hacia el lugar en el que habían dejado atada a su prisionera.

Yun suspiró y se presionó el puente de la nariz con dos dedos antes de volver a hablar.

—Bien, chicos… —dijo por fin—. Estamos muertos. Lennon va a matarnos.

1

UNA PANTALLA

El Director Lennon observaba en las pantallas lo que sucedía en esos mismos instantes en la sala contigua. Se encontraba en uno de los pisos inferiores del complejo de la Organización.

La habitación que observaba era amplia, sin recovecos, cuadrada y casi aséptica debido al blanco que predominaba tanto en sus paredes como en el mobiliario. En uno de sus extremos, se encontraba la única nota de color de toda la estancia: un inmenso sofá de piel azul. Tal vez demasiado grande teniendo en cuenta que sólo tres personas solían ocuparlo, pero al amueblar aquella habitación —algo que había hecho personalmente el propio Lennon y, como era obvio, sin ayuda de nadie—, había tenido en mente un grupo mucho más numeroso que el que había conseguido reunir tras años y años de búsqueda. Frente al sofá se situaba una mesa baja rectangular y, delante de ella, un mueble coronado por una moderna consola de videojuegos y un televisor también demasiado grande. En el otro extremo de la estancia, completando el esfuerzo decorativo de Lennon, se encontraban una mesa alta rodeada por seis sillas y una estantería que ocupaba toda una pared en la que se acumulaban juegos de mesa, libros y cómics. No es que el Director estuviese muy orgulloso del diseño, tan sólo estaba satisfecho con el resultado, pero el interiorismo no era lo suyo. Una puerta tan blanca como todo lo demás y un ventanal enorme de techo a suelo ocupaban las otras dos paredes.

Lennon sacudió la cabeza en un gesto de negación a la vez que un suspiro escapaba de entre sus labios fruncidos. La mujer que controlaba la cámara le devolvió una mirada de comprensión.

—No están preparados —dijo la joven con una mueca—. Siguen discutiendo por cualquier tontería…

—Tienen que estarlo —replicó él—. Mordred se ha puesto en marcha y debemos detenerlo.

—Tal vez podría pedírselo a la niña Black… —sugirió la mujer levantando una ceja—. Esa chica sabe muy bien lo que se hace… Ella sí que está preparada.

—Ella es nuestro último recurso, no el primero… Y ya he tenido que pedirle algo de ayuda para esta misión. No quiero pedirle más que lo imprescindible… Y ya lo he intentado. Ha dicho que no podía.

—Pero…

—No hay peros, Agente Brown —interrumpió Lennon con un gesto de la mano. Sus ojos continuaban fijos en las imágenes que se desarrollaban en el monitor. El ceño fruncido y los puños apretados indicaban que había tomado una decisión—. Llevamos años entrenándolos, trabajando con los tres, juntos y por separado. A pesar de su juventud, han conseguido un buen control de sus capacidades y éstas no hacen más que crecer día tras día. Tienen que estar preparados.

—¿Y si fracasan?

—Volveremos a intentarlo.

—Sabe que el fracaso puede conllevar la muerte. —El gesto de la agente se oscureció al decirlo—. Sólo son niños y eso no detendrá a Mordred… Ni a Le Fay, si me pregunta mi opinión.

—No te la he preguntado. Ya no son niños. Son efectivos de la Organización, Brown. No lo hagas más difícil.

—Usted también se ha encariñado con ellos.

—No tanto como tú —replicó Lennon, permitiendo que una leve sonrisa se dibujase en su rostro—. Sé que es duro, pero no puedes permitir que eso se interponga entre nosotros y nuestro objetivo. Nosotros lo sabíamos y ellos… —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la pantalla—. Ellos también… Sube el volumen, por favor, a ver cómo van.

La Agente Brown suspiró y, con un encogimiento de hombros, obedeció la orden de su jefe.

En la pantalla, los tres adolescentes se encontraban en la misma sala, las dos chicas en pie. Yun hablaba en dirección a Robyn gesticulando mucho con los brazos, pero la otra le daba la espalda con un gesto de fastidio tatuado en el rostro pequeño e inteligente. Mientras tanto, el único chico del grupo, Olaf, se encontraba sentado con los codos apoyados en la mesa. Llevaba puestos unos auriculares casi tan grandes como su cabeza, que agitaba al ritmo de aquello que fuese que estuviese escuchando.

—Ya… ¿Y qué? Yo no tengo la culpa de ser tan popular —decía Yun en aquellos momentos.

La adolescente, de dieciséis años, era muy alta para su edad. Su físico estilizado y sus rasgos delicados le recordaban a Lennon a uno de aquellos elfos que Tolkien había descrito en su obra El señor de los anillos. Además, poseía una inteligencia fuera de lo común y era un auténtico genio en cualquier asunto que implicase tecnología. No obstante, no había sido fichada para aquel equipo por ello… Si haber encontrado al Director Lennon por sus propios medios y haber decidido formar parte de su pequeño grupo clandestino podía considerarse como «ser fichada». Su verdadero poder era la persuasión: podía conseguir que cualquiera hiciese lo que ella decía con tan sól

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos