Welcome to Los Angeles! 15

Ana Punset

Fragmento

cap-1

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Las fotografías tenían que estar perfectas, no había otra manera. Eso le repetía Celia a Lucía todo el tiempo, como si fuera el mantra de aquella exposición que estaban preparando. Y Lucía a todo decía que sí, porque ella no sabía nada de fotografía, y estaba disfrutando muchísimo de cuanto Celia podía enseñarle. Además, la ayudaba a estar ocupada, a no pensar en algunas cosas, o, bueno, en muchas. Porque eso era mejor que ponerse triste y echar de menos... echarle de menos a él, a Mario, a su chico, su amor. Hacía exactamente veintiocho días que no se veían, sí, ni uno más ni uno menos. Y es que lo de no pensar era fácil durante el día, cuando estaba ocupada ayudando a su amiga a preparar la exposición que su madre le había organizado en el restaurante Lucía, porque había un montón de cosas por hacer. Pero por la noche... la historia era muy distinta. Cuando se echaba en la cama y las luces se apagaban, en su cabeza quedaba encendida una que nunca se extinguía, una que iluminaba todos los recuerdos que guardaba de Mario. Si estaba muy cansada, con un poco de suerte, se dormía rápido y no le daba tiempo a profundizar en el drama de la separación, pero si la jornada había sido algo más tranquila y Lucía no tenía sueño... podía pasarse horas viendo fotos en el móvil, o llorando, o haciendo las dos cosas a la vez, hasta que acababa por escribirle o llamarle para recordarle cuánto le quería. Él siempre respondía, claro, y escucharle o leerle la tranquilizaba y solía ayudarla a conciliar el sueño, además de que le evitaba algunas pesadillas.

—Creo que esa queda mejor ahí —le dijo Celia mientras Lucía sostenía uno de los marcos sobre la pared para que juzgara la posición de la imagen, la influencia de la luz...

—¿Dónde? ¿Al lado de Flor?

—Sí. Porque narrativamente es mejor ver Amanece y después Flor, como si fuera el renacer, el inicio de algo...

Lucía asentía siempre. Le gustaba el lenguaje que usaba Celia, y aunque no comprendía todos los motivos que la llevaban a tomar ciertas decisiones artísticas, confiaba en que eran las mejores. Efectivamente, cuando siguió sus instrucciones y colocó la imagen donde le pidió Celia, el resultado fue espectacular.

—Parece que el sol caiga sobre esa flor, aunque no forme parte de la misma imagen —le dijo Lucía.

—Esa era la idea —respondió Celia con una sonrisa de satisfacción.

Lucía se la devolvió, agradecida. Formaban un buen equipo. Eso estaba claro.

Celia estaba salvándola a su manera. Y es que cuando su madre tuvo la maravillosa idea de exponer algunas de las fotografías de su amiga en el restaurante para «darle vidilla durante el verano», según sus palabras textuales, Celia no lo dudó: le pidió ayuda a Lucía, aunque en realidad se estaban ayudando mutuamente, porque de lo contrario Lucía se habría quedado completamente sola.

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Habían superado con éxito tercero de la ESO, un curso que no había sido moco de pavo, precisamente. Lucía había vivido momentos de crisis en los que creía que no iba a poder con todo, pero entre la ayuda de Mike, su superprofe particular, sus amigas y su familia, lo había conseguido con una media bastante aceptable, cosa que no habían dejado de celebrar al acabar el curso con una fiesta por todo lo alto, todos juntos. Pero ahora, como cada verano, las chicas tenían sus propios planes: Susana estaba en el pueblo con su familia, y Bea, para no perder de vista a su amorcito, Aitor, se había ido con ellos. Raquel, en su obsesión por mejorar deportivamente hablando, se había marchado a otro campamento de vóley. Y Frida... Frida estaba viviendo un verano bastante intenso con Leo. Lucía no la culpaba: durante el año apenas se veían, los pobres, y ahora estaban aprovechando el tiempo libre. Se pasaban el día en la playa, pero no tomando el sol, que era lo que le gustaba a Lucía. Ellos no sabían estarse quietos: hacían paddle surf, vela, windsurf, patín, esnórquel o, sencillamente, un poco de footing en horas intempestivas. Así que, aunque la llamaban a menudo para que se uniera a ellos en todas aquellas actividades tan... agotadoras, Lucía solo había aceptado un par de veces, y mientras Frida y Leo se aventuraban con un par de remos en lo alto de una tabla, ella se había aburrido sola sobre la toalla. Con Marta tampoco podía contar porque estaba de viaje con su familia. Ahora que su padre tenía vacaciones y no debía pasar tiempo en Barcelona, se habían subido al coche y se habían ido a la Selva Negra. Las fotos que su amiga iba enviándoles por el grupo de WhatsApp eran de alucine, aquel sitio parecía un lugar perfecto para desconectar.

Pero Lucía no estaba en la Selva Negra, sino en Barcelona, a treinta grados, y la exposición de Celia exigía todavía algunos últimos retoques. Había acabado la primera quincena de julio y al día siguiente inauguraban. Celia estaba histérica, y para qué hablar de la madre de Lucía, pues si Celia perseguía la perfección, María directamente la secuestraba y maniataba para que no se le escapara.

—¡Chicas! ¡Que llega al gran día! ¿Cómo va vuestra parte del trato?

Hablando del rey de Roma... Su madre, o mejor dicho, la cabeza de su madre, apareció entre las dos mientras seguían estudiando la colocación de las demás fotos.

—Pues muy bien. Ya lo tenemos casi todo colgado —respondió Celia satisfecha.

—Estupendo. Porque mañana esto va a ser la guerra... ya verás. Los clientes pelearán por comprar tu obra y te harás famosa —le aseguró María, pero no supieron si lo decía para convencerse a sí misma o a ellas.

—Bueno, es que Celia ya es famosa, mamá —le recordó Lucía.

—Sí, en Instagram. Pero así dará el salto a la vida real, a la gente con ojos y cara —le dijo a Celia, que escondió su propio rostro tras los mechones de su melena castaña.

Celia no disfrutaba de la parte social como las demás personas porque era tímida e insegura. De hecho, cuando María le propuso lo de la exposición, eso fue lo único que la había frenado un poco. Solo había hecho una en el banco donde trabajaba su madre y no había tenido ni que estar presente, pero María tenía una idea muy distinta para aquella exposición: sería por todo lo alto, escandalosa, y, por supuesto, la artista tendría que estar allí, al pie del cañón, para defender su obra y responder a las preguntas que quisieran hacerle. Celia había dudado, había dicho que quizá sería mejor dejarlo... Pero entre todas las chicas la habían convencido de lo contrario, y ahí estaba ahora, enfrentándose a sus miedos. No en vano, la exposición llevaba un título muy claro, uno al que Celia había dado muchas vueltas, pero que, cuando al fin lo decidió y compartió con las demás, a todas les pareció que no podía ser mejor: «Renacer». Porque aquella exposición suponía, en efecto, una especie de renacer para Celia; con ella, se desharía de todas sus cadenas para salir al mundo más libre, más fuerte y más guerrera.

Lucía le recordó que iba a ser una pasada, porque estaba segura de ello.

—Tranquila. Lo harás superbién —le dijo acariciándole el hombro a Celia, que le agradeció el gesto con una sonrisa y asintió con la cabeza.

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