El club de las zapatillas rojas (El Club de las Zapatillas Rojas 1)

Ana Punset

Fragmento

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A Lucía solo le quedaba por abrir un regalo de Navidad, pero cuando lo hizo no se lo podía creer: ¡unos zapatos de color violeta con tacón envueltos en papel plateado! Imaginó que serían de parte de Lorena, la mujer de su padre, él no podía tener tanta imaginación, así que le dio las gracias con la mirada. Al fin podría mirar a los demás desde una estatura más que aceptable, y caminar moviendo las caderas igual que hacían las famosas en la tele, como si fuera lo más normal del mundo. Tenía doce años, pero con esos tacones conseguiría aparentar alguno más. Sí, por una vez, Lorena se lo había currado. Llevaba casada con su padre desde hacía mucho y casi nunca conseguía sorprenderla…. Quizá podría lucirlos el próximo día que quedara con las chicas para ir a dar una vuelta por el centro comercial o al cine, a ver la última del buenorro de Mario Casas. Aun así… ¡no era lo que más quería que le regalaran! Lo que más deseaba lo había subrayado en su carta con todos los rotuladores de colores que guardaba en el cajón de su escritorio. Sí, a pesar de que ya no era una niña pequeña, continuaba haciendo carta de Reyes, una de las ventajas de ser hija de padres divorciados: así se repartían los regalos entre ellos y no había peleas (o había menos de las que podrían).

A lo que iba… No entendía por qué no estaba debajo de ese árbol lo que más le importaba de toooda la carta. Cuando vio que su madre no se lo regalaba en Nochebuena después de la comilona, había dado por hecho que el regalo en cuestión habría ido a parar a la parte que le tocaba a su padre y que se lo daría la noche de Reyes… Pero parecía que NO, su padre no se enteraba... Arrugó la nariz pequeña y chata y miró por todas partes en busca de otra caja que pudiera servir. La esperanza es lo último que se pierde, dicen.

¿Y si…? Lucía desvió sus ojos hacia Aitana, el fruto del amor de Lorena y su padre. Con solo seis años, era un auténtico terremoto. Muy bonita, eso sí, con sus rizos dorados y sus mejillas rosadas, pero lo que mejor se le daba era destruir las cosas de su hermana mayor. La pequeñaja estaba a los pies del árbol de Navidad rompiendo envoltorios cual trituradora. Y justo debajo de los papeles estrujados había un paquete que se le había escapado a Lucía: iba envuelto en papel de color rojo, no el típico infantil que tenían los demás regalos de la niña. imagen Esa caja tenía que ser suya, no podía ser de otra manera… Lucía se puso en pie de un salto, pero entonces vio como Aitana estaba a punto de coger ese regalo para arrasar con él como lo había hecho con los otros. En tres zancadas (más bien cortas porque sus piernas no daban para mucho) se plantó frente al regalo, apartó a su hermana de un empujón y se puso de rodillas para protegerlo. Aitana rompió a llorar enseguida, como solía cada vez que no le dejaban hacer lo que quería: la trataban como si fuera la reina de la familia.

—¡Lucía! —replicó Lorena con su voz de «en esta casa se hace lo que yo digo».

Mientras su padre se mantenía sentadito y callado en una de las butacas que rodeaban al árbol, ella iba de aquí para allá haciendo fotos emocionadísima. También daba órdenes, para variar:

—¡Pídele perdón a tu hermana!

imagenMi hermana??? Esa niña mimada no es mi hermana», se dijo para sí Lucía. Con las luces del árbol dándole en toda la cara, Lorena se veía más congestionada de lo normal y había cosas que era mejor pronunciar por lo bajini. Ignoró la regañina y se concentró en ese paquete, su última esperanza. Efectivamente, en la tarjeta que colgaba de él ponía su nombre en mayúsculas, bien claro:

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Sí, ¡esa era su caja! Y por muy útiles que le fueran los demás regalos, ninguno significaba tanto en ese momento: ni la maleta de maquillaje de Pucca, ni el maillot de ballet, ni el iPod, ni el diario. Rezó para que aquella caja guardara lo que ella quería.

Como si fuera un auténtico tesoro, Lucía abrió con mucho esmero el envoltorio: retiró primero un extremo lentamente y después el otro. Se contuvo de arrancarlo todo de un tirón para disfrutar cada segundo de aquel momento. Al quitar el último celo y deshacerse del papel, se encontró con una sencilla caja de cartón. La abrió con las dos manos como si fuera un frágil cofre de cristal y, al ver lo que contenía, de su boca surgió un grito de alegría que les asustó a todos

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Su padre, Lorena y Aitana se la quedaron mirando cada uno a su manera. La niñata ya había acabado de llorar y tenía la boca abierta, enseñando el polvorón que su madre le había dado para contentarla. Pensarían todos quizá que Lucía estaba completamente chiflada... ¿ponerse así por eso? Pero su padre le preguntó si le gustaba el regalo desde la butaca, y en su cara se notaba que se alegraba de verdad por verla así de emocionada. Lucía le respondió con una sonrisa que iba, literalmente, de una oreja a la otra, y un asentimiento exagerado... ¡Claro que le encantaba!

imagenEstaba tan contenta que hasta le dio un abrazo a Aitana. Al fin y al cabo, la niña tampoco había hecho nada malo, por lo menos no había llegado a tocar lo que era suyo, que ya es mucho. Recogió todos los regalos para ponerlos en un rincón y tirar los papeles. Después estuvo un rato haciendo de hermana mayor para que no hubiera quejas: jugó con Aitana a las cajitas y le preguntó por los nombres de sus muñecas. imagenCuando creyó que ya era suficiente, se fue a su habitación cargada de todos los paquetes. Quería saber si era la primera en anunciar su nueva adquisición en esa noche de Reyes...

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Lucía encendió la luz de su cuarto, chutó el puf de espuma y se sentó frente al ordenador, que permanecía encendido casi el día entero cuando ella estaba en casa. Era su manera de esta

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