Todo por un sueño (El Club de las Zapatillas Rojas 3)

Ana Punset

Fragmento

cap-1

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Se recogió la larga melena pelirroja en una coleta alta porque se estaba muriendo de calor. No habían pasado ni cuatro días desde que había regresado del campamento y Lucía ya estaba más que aburrida de estar encerrada en casa. ¡Qué fastidio de agosto! Era viernes, pero tenía la sensación de que todos los días eran domingo. Quedaba menos de un mes para que empezara el colegio y hasta tenía ganas de que llegara... imagen¡RARÍSIMO!

Para sorpresa de su madre, había ordenado la habitación mil quinientas veces: se había deshecho de la ropa que ya no le valía y la había dejado preparada en tres o cuatro bolsas gigantes para que alguien la ayudara a llevarlas al contenedor de ropa usada y... ¡se había leído enterito el programa para el curso que empezaría en septiembre: 2.º de ESO, nada más y nada menos! Como siguiera así, incluso empezaría a hojear el libro de sociales, o a practicar las fórmulas de matemáticas. Desde luego estaba irreconocible. Pero ¿qué podía hacer si no? Se había peleado con las chicas y ella no iba a ser la primera en dar su brazo a torcer. ¡Tenía la sensación de que siempre se mojaba ella! ¿Quién le iba a decir que el campamento de verano que tanto esfuerzo les había costado conseguir iba a acabar por separarlas? De haberlo sabido, no se habría molestado en preparar el Rastrillo de los Sueños, ni en pasear a los perros de la señora Bosco, ni nada de nada. Total, hubiera sido mejor que cada una pasara esos quince días de agosto en su casa, quizá así no hubieran reñido y en ese momento estaría con las chicas tomando el sol en la playa o dejándose refrescar por el aire acondicionado de alguna de las tiendas del centro comercial. Así Frida no habría conocido a ese grupo de chicos y chicas por los que había decidido abandonarlas... Aquello significó el principio de toda la tormenta que vino después. Con lo bien que había empezado el campamento...

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imagenMarta, Frida, Bea y Lucía, las cuatro amigas de siempre, llegaron a Cádiz el 1 de agosto con sus zapatillas rojas puestas, más que felices de pasar ese tiempo solas. Bueno, no solas solas, claro, iban a estar rodeadas de chicos y chicas de su edad, y las posibilidades de vivir aventuras crecían por momentos. Lucía recordaba la primera noche en la playa gaditana y se le ponía la piel de gallina. Habían estado charlando en unas hamacas junto al fuego hasta que los monitores las habían obligado a meterse en sus habitaciones, y había sido como antes: juntas, cara a cara, hablaron absolutamente de todo, sin ordenadores ni móviles de por medio, sin prisas... ¡El Club de las Zapatillas Rojas al poder!

Pero en cuanto al día siguiente comenzaron las actividades deportivas, las cosas cambiaron. El primer partido de vóley playa que Frida jugó y ganó con su nuevo equipo la catapultó directamente a la fama de los deportistas. Entonces aparecieron en escena Martina, Sandra, Alicia, Hugo y, por supuesto, Nico. Ellas eran como lo más de lo más, auténticas atletas, guapas, divertidas... Y ellos eran esculturales, con músculos de verdad, e incluso parecían mayores, si no lo eran. Lucía se dio cuenta de todo eso nada más acercarse a ellas tras el partido, cuando felicitaban a Frida por el gran trabajo que acababa de hacer.

—¿Eres profesional? —preguntó Nico a Frida sin decir hola siquiera.

—Algo así... —respondió haciéndose la misteriosa. Aunque Frida era alta, Nico le sacaba casi dos cabezas.

—Has jugado muy bien. Enhorabuena —dijo alargando la mano para coger la de Frida y darle un buen apretón.

Lucía percibió perfectamente como las mejillas de Frida se encendían con el contacto. No es que eso fuera raro (¡qué va!), porque Nico era un chico impresionante: el pelo castaño, cortado en capas y despeinado, enmarcaba unos extraordinarios ojos de color miel que destacaban más por el bronceado. Además, con la camiseta arrugada en el hombro, iba solo con el bañador, dejando al aire unos abdominales con forma de tableta de chocolate y unos brazos que nada tenían que envidiar a los de Popeye. Pero a Lucía el chico le dio mala espina desde el principio, y no se equivocaba...

—¿Quieres venir a celebrar la victoria a nuestra cabaña?

Frida miró a sus amigas, preguntándoles mentalmente si les apetecía y, también, rogando por que dijeran que sí. Era lo que tenía conocerse desde hacía mil años... ¡que incluso podían comunicarse por telepatía! Pero Lucía había quedado para hablar con Eric por la noche y, además, viendo la cara que ponía Bea supo que a su amiga no le apetecía nada pasar el rato con ese grupete de chulillos.

—Pero habíamos quedado para repetir la noche de ayer. —Lucía le hizo ojitos a Frida para que entendiera la situación.

—Eso podemos hacerlo cada día, ¿no? —insistió ella arqueando las cejas.

Lucía se había olvidado de un pequeño detalle: Marcos, el amor de Frida, se había marchado a Inglaterra todo el mes. Como Frida sabía que allí no iba a pasarse el día estudiando precisamente, se había propuesto olvidarlo como fuera. Los amigos de Nico parecían divertidos y era una buena forma de conseguirlo... Sin embargo, el inconveniente era que Lucía no se fiaba de ellos.

—Pues no lo sé, porque han dicho que mañana tendremos que hacer un concurso de no sé qué por la noche. —Lucía miró a Marta y a Bea, que la apoyaron con grandes asentimientos de cabeza.

—Ven tú y otro día ya vendrán ellas —se entrometió Sandra, agarrando del brazo a Frida. Llevaba la melena rubia recogida en un moño alto y despeinado, y tenía una nariz respingona que a Lucía enseguida le dio rabia.

—¡Vale! En cuanto termine la celebración vuelvo con vosotras.

imagenFrida se dio media vuelta, despreocupada, y se alejó de ellas sin mirar atrás. Aquel día empezó el desastre y, quince días después, todavía no había terminado. Lucía dudaba que algún día se fuera a arreglar...

Unos golpes en la puerta del cuarto la distrajeron de sus recuerdos y del libro de imagen que tenía abierto sobre las rodillas para nada, porque de poco se iba a enterar ella de una asignatura que, más que atravesada, la tenía del revés. Reclinada en la silla junto al escritorio, preguntó quién llamaba a pesar de que lo sabía de sobra. Por desgracia, no esperaba a nadie. Su vida social se había desvanecido de un plumazo:

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—¿Se puede? —preguntó María.

Su madre había aprendido a llamar a la puerta después de todo. El comportamiento de Lucía en los últimos días le estaba haciendo ganar varios puntos del tirón. La hizo pasar, pero tardó un rato en darse cuenta de que los ojos de su madre se abrían de manera desmesurada.

—¿Estás, estás... es-es-es... estudiando matemáticas? —tartamudeó.

—Bueno, solo estaba hojeando un poco el libro. Ya sabes, para que no me pille

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