Una semana increíble (El Club de las Zapatillas Rojas 5)

Ana Punset

Fragmento

cap-1

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Lucía entró en la habitación arrastrando la maleta. ¿Qué iba a hacer? ¡La ropa de esquí pesaba mucho! Tampoco había cogido tantas cosas: los cuatro monos más bonitos que había visto en la tienda a la que la había llevado su madre, uno de cada color, para no repetir, claro. Así tenía para los cinco días que pasarían esquiando en la montaña. Y, bueno, también había metido ropa de invierno normal, porque no iban a pasarse la vida en las pistas (o eso se había imaginado).

—¡Me pido la litera de la ventana! —exclamó Frida, que se adelantó a todas y lanzó su bolsa sobre la cama de arriba.

A pesar de que Frida probablemente tuviera más fuerza y fuera mucho, mucho más alta que Lucía, había que reconocer que su bolsa no era, ni de lejos, tan pesada.

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—Yo prefiero abajo, con lo que me muevo por la noche... Soy un poco sonámbula, no os asustéis —dijo Raquel mientras se dirigía a la litera de debajo de la de Frida.

—¿Vas a empezar a pasearte por la habitación con los ojos cerrados? —le preguntó Frida con los brazos estirados hacia delante y el pelo castaño en la cara, moviéndose en la cama como si fuera un zombi.

—No todos los sonámbulos hacemos eso, tía. Además, en contra de lo que piensa todo el mundo, vamos con los ojos abiertos...

—¡Ah! ¡Mucho mejor! ¡Entonces puedo contarte mi vida pensando que estás despierta y estar hablando con las paredes! —exclamó Frida, y las chicas se troncharon de la risa.

—Mi hermano es sonámbulo —le dijo Susana a Bea, retirándose de la cara un mechón de cabello oscuro, que ya le llegaba por las orejas—: Quedas avisada.

Bea disimuló una sonrisa. Lucía le dio un codazo al tiempo que la chinchaba:

—Vas a echarle de menos estos días, ¿eh?

—Un poco sí... —respondió Bea con sus bonitos ojos verdes de gata entrecerrados mientras abría la bolsa para sacar su ropa.

Aitor se había animado a pedir para salir a Bea en octubre y ya eran pareja oficial. Desde entonces, el chico se había convertido en uno más del grupo y pasaba mucho tiempo con ellas. Como su hermana (también su mejor amiga) formaba parte del mismo club que su novia, no tenía más remedio que aguantarlas a todas... ¡Era lo que tenía ser un grupo fuerte e inseparable!

Bea colocó adecuadamente su ropa en un rincón del armario para que las demás tuvieran espacio para la suya. Aun así, Lucía dudaba de que fuera suficiente.

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—¿Tú estás bien? —le preguntó Susana a Lucía.

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—Sí, ¿por qué? —No caía en a qué se refería.

—Pues por lo de Eric... —Susana la miró mordiéndose el piercing del labio pensativa, como si intentara leer en su cara algo más de lo que había.

¡Eric! Claro, con la emoción de la habitación, del esquí y de la ropa, Lucía no había caído en que iba a estar CINCO días (exactamente, de lunes a sábado) conviviendo con su ex novio. Porque sí, Eric ya no era su novio.

La semana anterior habían tenido una fuerte discusión porque Eric había decidido pasar de ella justo el día que iban con sus amigas a la fiesta de la hermana mayor de Raquel, Rosa. Eric ni siquiera había llamado para avisarla y ella se había pasado horas esperándole sentada en el sofá de su casa hasta que se había decidido a llamarle. ¡No se lo podía creer! Eric estaba con sus amigos en los recreativos y ni se acordaba de la dichosa fiesta.

—¡Pero si ya vas con tus amigas! —le había soltado después de que ella le reprochara su amnesia.

—¡Pero quería que vinieras tú también! —le respondió Lucía.

—Me apetecía más ir a los recreativos. ¿Qué tiene de malo?

—¡Que ni siquiera te has dignado a llamarme para decírmelo!

Como no conseguía nada en claro, Lucía acabó rompiendo con él por teléfono después de cuatro gritos bien dados. Y, desde aquella llamadita, Eric no había vuelto a dirigirle la palabra.

La verdad es que, después de la temporada superamorosa que habían pasado una vez acabado el verano, la cosa se había ido torciendo cada día un poco más. No era la primera vez que Eric pasaba de ella, parecía que no le apetecía quedar nunca cuando iban sus amigas (que últimamente era casi siempre). Quizá el problema era que Lucía había empezado a aburrirse de hacer siempre lo mismo sola con él y prefería hacer más planes que las incluyeran a ellas. Un motivo bastante habitual de ruptura, al parecer, puesto que a Marta le había sucedido prácticamente lo mismo con Kellen, su ahora ex novio alemán. La diferencia era que ellos sí hablaban de vez en cuando, y estaba claro que Eric no tenía ninguna intención de hacerlo con ella. Probablemente tenían algo que ver aquellos cuatro gritos que Lucía le había dedicado como despedida; más que cuatro gritos fueron cuatro insultos: egoísta, idiota, niñato y pesado, o algo así... Nada más colgar se arrepintió, y estuvo a punto de volver a llamarle para pedirle perdón, pero el mal ya estaba hecho... Por un lado le daba pena terminar aquella relación, pues Eric se había convertido en una persona muy importante para ella: además de novios, eran amigos y se lo contaban casi todo. Esa semana le había echado UN MONTÓN de menos, no lo iba a negar. Pero seguía sintiendo la necesidad de pasar más tiempo con sus amigas... Así que no había nada que hacer. Era así de trágico. Y menos en ese momento, cuando él ni siquiera la miraba.

De manera que lo que menos le apetecía era encontrárselo a todas horas en esa excursión que le hacía tanta ilusión para que le recordara lo mal que había acabado todo.

—Estaré bien mientras no lo vea demasiado —le respondió a Susana como para convencerse también a sí misma.

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Lucía arrastró la maleta de color violeta hasta la litera que se encontraba al otro lado de la habitación. Lo más difícil fue subirla a la cama de abajo sin romperse la espalda. Cuando la abrió, se derramaron todos los monos, anoraks, jerséis, pantalones y botas.

—¿Qué te has traído, el armario entero? —le preguntó Frida, que ya había sacado de la mochila sus cuatro prendas. Ella había optado por llevarse dos monos de esquiar solamente...

«Y si se le manchaban los dos, ¿qué?», se preguntó Lucía.

—Es que no quiero que me falte de nada.

—Vas a necesitar más espacio del que te queda en el armario para guardar todo eso. —Susana señaló el huequito que quedaba en el pequeño armario después de que las demás ya hubieran colocado su ropa.

Lucía miró a un lado, después a otro, y resopló al tiempo que tomaba asiento en la cama, aplastando su ropa (ya no le importaba). Se agarró la melena pelirroja con las manos en un gesto ALGO desesperado: puede que se hubiera pasado un poco con la maleta... ¿Qué iba a hacer? ¿Dejar la ropa tirada por el suelo? O peor, ¿dentro de la maleta, para que se llenara de arrugas que la hicieran parecer su

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