La Biblia contada a los niños

Llorenç Ramis

Fragmento

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Al principio, Dios creó el Cielo y la Tierra, y dijo:

—Hágase la luz.

Y Dios vio que la luz era buena y la separó de la oscuridad y llamó a la luz, día y a la oscuridad la llamó noche, para que los hombres pudieran descansar. Y dividió el firmamento de las aguas y lo llamó cielo. Y Dios miró la tierra y se dio cuenta de que estaba cubierta de agua, y decidió que existiera una parte seca.

Después inventó muchas plantas con semillas y árboles con frutas que se pudieran cultivar. Entonces Dios miró el cielo desde la tierra y vio que estaba oscuro y comenzó a colocar las estrellas y los planetas. Y a la estrella más grande la llamó Sol y también colocó un astro más pequeño al que llamó Luna.

Y Dios llenó la tierra y el cielo de todo tipo de animales. El mar lo llenó de peces pequeños y de grandes ballenas y el cielo de pájaros de todos los colores que cantaban muy bien; y puso en la tierra vacas y ovejas que ayudarían a los hombres; y la selva la llenó de jirafas y leones y muchos más animales.

Dios estaba muy contento, pues había vida en toda la Tierra, en el cielo y en el mar. Pero le faltaba algo y dijo:

—Ahora quiero crear al hombre y a la mujer a mi imagen y semejanza.

Dios creó al primer hombre y lo llamó Adán y a la primera mujer la llamó Eva, que es la madre de todos los humanos.

Les bendijo y les habló:

—Os regalo la Tierra, las plantas que crecen, los bosques de árboles, los mares y los peces que los habitan para que los cuidéis y viváis felices.

Era el séptimo día y Dios, contento por haber creado todo aquello, decidió que aquel día sería para descansar.

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Adán y Eva vivían felices en el Paraíso. Era un lugar maravilloso, con árboles llenos de frutos, animales y arroyos de agua cristalina. Allí paseaban con Dios y hablaban cara a cara con él, como hablan los amigos.

Un día mientras caminaban, les dijo:

—Podéis comer de todos los árboles, menos del árbol del centro del jardín. No comáis de sus frutos, pues moriréis.

Adán y Eva jamás se acercaban al árbol prohibido, pero un día la serpiente llegó hasta donde estaba Eva para engañarla. Quería hacer daño a los hombres porque tenía envidia de ellos por ser amigos de Dios.

—¿Así que Dios no os deja comer de ningún fruto de ningún árbol del jardín? —le preguntó.

—Dios nos ha dejado comer de todos los árboles, menos del que está en medio del jardín. Si comemos de ese árbol moriremos —le contestó Eva.

Entonces la serpiente la engañó:

—Eso no es cierto. Si coméis de sus frutos seréis como dioses, y sabréis lo que es el bien y lo que es el mal.

Eva creyó a la serpiente y comió del fruto del árbol y le dio a su marido que también comió. Entonces se les abrieron los ojos y vieron que estaban desnudos y se taparon con hojas de parra. Dios los buscaba por el jardín para hablar con ellos, pero cuando los llamó, ellos no le contestaron y se escondieron entre los árboles. Dios volvió a llamarlos y al final, Adán salió de detrás del árbol y le respondió:

—Oímos tu voz, pero teníamos vergüenza porque estamos desnudos.

—¿Cómo sabes que estáis desnudos? ¿Acaso habéis comido del árbol que os prohibí comer? —le preguntó Dios.

Adán con mucha vergüenza le contestó:

—La serpiente engañó a mi mujer y los dos comimos del fruto.

Dios maldijo a la serpiente:

—Por haber hecho eso te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida.

Se enfadó mucho porque le habían desobedecido y, aunque los seguía queriendo, los expulsó del Paraíso y les condenó a vivir con dificultades. Después colocó muchos ángeles con espadas de fuego en la entrada del jardín para guardar el camino del árbol de la vida.

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Adán y Eva tuvieron dos hijos. Al mayor le llamaron Caín y al pequeño Abel. Caín era labrador y Abel era pastor de ovejas y cabras. El mayor ofrecía los frutos del campo a Dios y el pequeño, las primeras ovejas y la grasa del ganado. Pero Caín le daba a Dios aquello que le sobraba, las malas hierbas y los rastrojos; mientras que Abel le ofrecía los mejores animales. Por este motivo, Dios estaba muy contento con Abel.

Caín tenía envidia de su hermano y se llenó de odio. Dios le preguntó por qué estaba tan enfadado y le explicó que si se portaba bien estaría más contento. Pero no era capaz de superar su rencor.

Un día por la mañana, llamó a su hermano pequeño:

—Vamos al campo —le dijo.

Cuando llegaron a un lugar apartado, Caín le pegó con una piedra en la cabeza y lo mató de un golpe. Huyó de allí pensando que nadie lo había visto. Dios buscaba a Abel y fue donde estaba Caín para preguntarle:

—¿Has visto a tu hermano?

Caín tenía mucho miedo y mintió.

—No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?—le contestó.

El Señor que conoce todas las cosas, sabía lo que le había pasado a Abel.

—¿Qué has hecho? Has derramado la sangre de tu hermano. —Y le pidió que se marchara de allí.

Caín se llenó de temor y le pidió que lo defendiera porque tenía miedo de andar solo por los caminos. Dios lo amaba y le puso una marca en la frente para que nadie le hiciera daño.

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Dios había creado plantas, árboles y animales para que los hombres y mujeres pudieran vivir felices. Era perfecto. Pero los hombres se apartaron de Dios y empezaron a luchar entre ellos y a maltratar a los animales. Cuando vio aquello, le dio mucha pena y pensó en destruir todo lo que había creado. Entonces se acordó de Noé, un hombre bueno que no se comportaba como

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