Sobre el amor

Jonah Lehrer

Fragmento

amor-5

Introducción
El hábito

Amar es reinventarse, ya se sabe.

ARTHUR RIMBAUD[1]

1

Dos leyes psicológicas definen gran parte de la experiencia humana. Existen en oposición entre sí.

2

La primera ley es el hábito. Es una ley de una simplicidad brutal. Cuando nos exponemos repetidamente a un estímulo —al margen de cuál sea—, poco a poco acabamos ignorándolo. A fuerza de experimentar la constante sensación, nos insensibilizamos. ¿Lo sientes? ¿Eres consciente de ello? Por supuesto que no. La ropa roza algunos de los nervios más sensibles del cuerpo, pero has aprendido a no prestar atención a esas sensaciones. El algodón se ha convertido en un tejido invisible, tan imperceptible como el aire.

Las implicaciones más importantes del hábito tienen que ver con el placer. Aunque los animales están programados para aspirar a recompensas, la ley del hábito determina que las respuestas a estas recompensas sean gradualmente menores. Por eso el primer bocado de una tarta de chocolate sabe mejor que el segundo, y este, mejor que el tercero. Por eso ese nuevo dispositivo resulta excitante las primeras veces que se toca la pantalla, pero luego pasa a ser un artilugio más que se deja en un rincón acumulando polvo. El deleite siempre se desvanece y se convierte habitualmente en tedio e indiferencia.

El hábito es un fenómeno con un poder extraordinario.[2] Se trata de una de las pocas capacidades mentales que comparten todas las especies dotadas de sistema nervioso, desde las moscas de la fruta hasta los humanos. La naturaleza del hábito se ha estudiado a fondo en babosas de mar y drogodependientes; en economía, el fenómeno se utiliza para explicar la asombrosa falta de conexión entre el dinero y la felicidad;[3] el concepto se ha llegado incluso a aplicar al breve ciclo de las tendencias de moda, que pierden auge mucho antes de que la ropa se deteriore.[4] El hábito no es una circunstancia de la vida: en muchos sentidos es la circunstancia de la vida. Nos pasamos el día persiguiendo las cosas más efímeras, esos anhelos que nunca perduran.

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No obstante, el hábito no echa a perder todo. Hay una segunda ley relativa a la experiencia humana que versa sobre lo perdurable. Algunos placeres perduran entre todo lo evanescente. Nos deleitamos con cosas que jamás desaparecen. Conocemos personas de las que nunca nos aburrimos. ¿Y sabes lo que decimos sobre estas cosas? Que las amamos.

La tesis de este libro es la siguiente: el amor es el único sentimiento perdurable. Es lo contrario a la ropa interior. Es la antítesis de la tarta de chocolate. No es placer, ni pasión, ni gozo. Mejor dicho, es todas estas cosas, pero solo cuando perduran. A pesar de que por lo general definimos el amor en función de su intensidad —es lo más de lo más—, el poder del sentimiento únicamente se entiende con el paso del tiempo, dado que es lo que el tiempo no puede destruir.

El amor no es más que otro término para describir lo que nunca caduca.

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Es una curiosa manera de concebir el amor. En Romeo y Julieta, Shakespeare describe el amor como la forma de locura más maravillosa, un embelesamiento que lleva a los ardorosos adolescentes a decir las cosas más románticas. La emoción constituye un recordatorio de la capacidad de nuestros impulsos, de todo el potencial de energía que fluye por sus conexiones nerviosas. Es como ha de vivirse la vida: con éxtasis, con júbilo, grabando hasta el último detalle en los circuitos de la memoria para siempre. Enamorarse es aprender, finalmente, lo que es desear a otro ser más que cualquier otra cosa que jamás hayamos deseado.

Shakespeare no inventó la historia: se limitó a contarla mejor que nadie. Esta sencilla trama es el motor de casi todos los grandes romances, desde el de Orfeo y Eurídice hasta el de Tristán e Isolda. Es lo que Paris siente al ver por primera vez a Elena y lo que Taylor Swift siempre canta en sus canciones pop.

Esta narrativa no es un mero cliché de entretenimiento. Por el contrario, la versión del amor que se profesaban Romeo y Julieta ha acabado definiendo prácticamente todas las investigaciones en la materia. Los biólogos evolucionistas, por ejemplo, explican de manera convincente la emoción como un mero arrebato temporal de hormonas sexuales que atrapa a los machos en un vínculo monógamo.[5] Por otro lado, en neurociencia se ha concluido que el deleite del amor no es más que una inyección de dopamina, un acceso neurotransmisor que persiste en la sinapsis.[6] (No hay misterio; solo química). Los escáneres cerebrales realizados recientemente a parejas enamoradas han revelado la procedencia de estas reacciones químicas: una serie de áreas cerebrales, todas las cuales se han asociado antes a procesos de gratificación hedonista, tales como las drogas adictivas y los alimentos azucarados.[7] Según los científicos, el amor es un mero deseo incontenible, un placer tan intenso que se apropia de la mente.

No obstante, esta descripción del amor —la versión de Romeo y Julieta— por desgracia es incompleta. Describe el amor como un estado binario, un fenómeno de todo o nada. Esto hace fácil el amor a simple vista, como si nos dejásemos llevar por el sentimiento y a partir de ahí este siguiera su curso. Pero el amor es un proceso, no un interruptor. Y hasta aquí llega la concepción científica del amor —en su intento de reducir la emoción a una serie de conexiones y componentes—, dado que no logra explicar el misterio de su perdurabilidad. Al fin y al cabo, los mismos neurotransmisores que supuestamente son el origen del sentimiento también crean un hábito recalcitrante. Los factores químicos no explican por qué subsiste el amor. No muestran cómo perdura.

Por ello no basta con analizar las hormonas de Romeo ni los resultados de la resonancia magnética de Julieta. Estas conclusiones científicas son interesantes sobre todo por lo que no revelan, por toda la realidad que dejan al margen. («La función del amor —escribió E. E. Cummings— es crear incógnitas»).[8] En este libro menciono numerosos estudios científicos, pero no se trata de estudios de química temporal. Por el contrario, se centra en un análisis que trata de abordar el amor a grandes rasgos y en el día a día. Presenta principalmente proyectos longitudinales, esos complejos intentos de analizar la trayectoria de nuestras vidas y de nuestros amores a lo largo del tiempo. Cuando Romeo conoce a Julieta, le habla en verso; sus frases de conquista se extienden en pentámetro yámbico. Es una escena sublime. También es una fantasía. La vida real se vive en prosa.

Este libro versa sobre la vida real y trata de exponer pormenorizadamente el duro esfuerzo que exige el amor. No se trata de unas memorias ni de un manual de instrucciones, sino de una investigación realizada por egoísmo, de un intento de arrojar luz sobre este sentimiento que ha sido mi sostén hasta la fecha. Cuando digo que el amor perdura incluso en las malas rachas, no me hago eco de una verdad abstracta. Te estoy contando lo que me ha ocurrido a mí.

Mi parte favorita de todos los trabajos científicos es la última, cuando los investigadores avalan todos sus postulados. Es un ritual de modestia, una manera de recordar al lector que las ideas se presentan con incertidumbres entre paréntesis, que sabemos muy poco y entendemos menos si cabe. De modo que estas son mis adv

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