Emociones para la vida

Fragmento

cap-1

 

INTRODUCCIÓN

El día que la abuela tuvo que cuidar por primera vez a su nieto, su hijo le dijo: «Mamá, si el niño llora, le cantas la canción de la vaca lechera y verás cómo se queda tranquilo. Hemos probado con muchas canciones y la única con la que se calma es con esta». Le pareció curioso y extraño a la vez. Al cabo de un instante, la abuela recordó que esa misma canción era la que padre le cantaba de pequeña cuando lloraba o estaba nerviosa.

Esta historia real me la contó una buena amiga. Sabe lo mucho que me interesa el estudio de la herencia de los comportamientos y de los estados emocionales. He tenido la oportunidad, a lo largo de mi vida, de conocer infinidad de historias personales que reflejan la influencia que ejercen las experiencias de nuestros familiares. Muchos de los estados emocionales que vivimos no parecen tener una explicación lógica. Solo cobran un significado para nosotros cuando los percibimos desde una óptica transgeneracional.

Recuerdo el caso de una señora que me contó que estaba triste desde que tenía uso de razón. Le pregunté por el estado emocional de su madre cuando ella estaba en su vientre; le expliqué que las emociones que siente la madre durante la gestación son experimentadas directamente por el feto, hasta el punto de que marcan las emociones de este. La señora recordó entonces que su madre, durante el embarazo, estaba muy preocupada por su propia madre. Esta se encontraba gravemente enferma y murió poco después del parto. Durante varios días, la recién nacida permaneció en brazos de su madre, que estaba muy triste y no paraba de llorar.

Los momentos y las situaciones dolorosas se guardan en nuestra memoria inconsciente y se reactivan cuando se dan unas condiciones parecidas. Al terminar nuestra conversación, la señora me dijo: «Ahora comprendo por qué lloré tanto cuando nació mi hija. No lloraba por su nacimiento, estaba reviviendo el mío». De repente se sintió aliviada. Se dio cuenta de que en lo más profundo de su ser ocurría algo que le era ajeno. Cuando lo comprendió, pudo «soltarlo».

Es posible que alguien se muestre un tanto escéptico después de conocer los relatos anteriores. Pero estoy seguro de que, a muchas personas, estas dos historias les harán pensar en momentos muy precisos y concretos de su vida. Este libro pretende dar algunas respuestas que permitan comprender por qué solemos sentirnos como nos sentimos, por qué tendemos a comportarnos de un modo determinado y por qué repetimos el mismo tipo de relaciones personales una y otra vez. Estas y otras cuestiones tienen su raíz en el lado oculto de nuestra mente: el inconsciente. Conocer su origen y comprenderlo facilita que podamos gestionar dichos aspectos a voluntad.

Con este libro también quiero dar otra visión de lo que llamamos «realidad». Esta nueva percepción abre la mente a nuevas formas de interactuar y de relacionarse con todo lo que nos rodea, con la finalidad de liberarla de las emociones que surgen de una incoherencia emocional. Los sentimientos de culpabilidad se recolocarán a otro nivel. Comprenderás que estos se alimentan de hacer aquello que no quieres hacer, pero que te sientes obligado a realizar.

Prestar atención a nuestras incoherencias nos permitirá ser más asertivos. Nos sentiremos más tranquilos cuando expresemos nuestras opiniones y cuando queramos decir «no» porque es lo que realmente queremos decir. Este libro tiene por objetivo llevarte a un estado emocional de bienestar contigo mismo o contigo misma.

Espero que lo disfrutes.

ENRIC CORBERA

cap-2

CAPÍTULO I

¿PARA QUÉ SIRVEN LAS EMOCIONES?

Las emociones no son buenas ni malas. Son la energía para actuar.

 

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El objetivo es comprender que las emociones son fundamentales para poder adaptarnos a las diversas situaciones de nuestra vida. Son el hilo conductor de unos programas inconscientes —información— acumulados en nuestra psique que se reflejan en nuestra vida.

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Si afirmo que todos los seres vivos sienten o experimentan emociones (no que piensan), probablemente muchos dirán que esto no es posible. Otros quizá digan que sienten o experimentan emociones pero que, probablemente, sea de una forma muy distinta a cómo lo hacemos los seres humanos.

Las emociones son innatas a todos los seres vivos y desempeñan unas funciones muy claras según el ser vivo que las exprese; como sucede, por ejemplo, con el miedo y el asco. En un orden superior, las emociones son auténticos motores motivadores. Nos empujan a la acción, muchas veces sin razonamientos previos. Por otro lado, nos permiten comunicarnos. Incluso, en el caso de la comunicación no-verbal, esta nos dice mucho más de nuestro interlocutor que la palabra misma. Las emociones se expresan primero en nuestro cuerpo y luego les damos un sentido y una salida en las relaciones sociales.

Podemos afirmar que los animales piensan, aunque no como nosotros. Sin embargo, los sentimientos y las emociones nos son comunes, pues son tan antiguos como la propia evolución. Todos los seres vivos, al igual que nosotros, responden al ambiente a través del sentir. El hambre, el miedo, las penurias, entre otras necesidades y sentimientos, nos hacen actuar. La supervivencia es una fuerza que mueve a todo ser vivo. Es más, si nuestras necesidades no son satisfechas o no podemos satisfacerlas, nos impulsan a ciertos estados de ánimo que condicionan nuestra conducta. Por lo que, a modo de resumen, podemos decir que las emociones son la fuerza motriz que nos impele a actuar.

Cuántas veces nos hemos puesto de mal humor y hemos dado respuestas fuera de tono si la comida no está a cierta hora, por ejemplo, o si estamos estresados porque perdemos un avión. Nuestra corporalidad cambia, podemos notar cómo nos tensamos. Son respuestas fisiológicas ante una situación estresante que nuestro cerebro percibe como un peligro. Este nos prepara para atacar o para huir, según cómo percibamos la situación. En ese momento, nuestras necesidades básicas quedan suspendidas.

Nuestras respuestas emocionales, lo que sentimos, son automáticas. No requieren de ninguna capacidad de procesamiento cognitivo. Se trata de respuestas que son producto de la evolución. Si tenemos hambre y comemos, nos relajamos. Si estamos estresados por una preocupación, sea esta real o no, se nos quita el hambre, nuestros cuerpos se tensan y nuestro sistema nervioso autónomo se prepara para lo que pueda suceder. Todo el mundo ha oído o expresado en algún momento la siguiente frase: «Solo de pensarlo se me ponen los pelos de punta». Cuando pensamos algo que nos produce miedo, se dispara la respuesta emocional: el pelo se eriza, aparece la carne de gallina, el frío recorre la espalda. Es una suerte que eso ocurra porque nos permite anticipar una respuesta.

Cuanto más fuerte es una emoción, con mayor fuerza se graba en la memoria. Si ese recuerdo llega a alterar el equilibrio emocional, puede aparecer el síndrome postraumático. Este es un gran recurso que la naturaleza ha desa

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