Las casualidades no existen

Borja Vilaseca

Fragmento

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I

Este libro es una farsa

Cuestionar nuestras creencias más arraigadas requiere de mucho coraje porque implica aceptar que hemos podido estar equivocados toda la vida.

DAVID FISCHMAN

Un grupo de intelectuales liderados por un importante erudito decidió ir a visitar un centro de filosofía oriental. Sentían curiosidad por saber de qué se trataba. Por lo visto, ahí vivía un anciano sabio que impartía cursos de meditación. Y cada año atraía a más buscadores con ganas de iniciarse en el desarrollo espiritual.

Nada más llegar, el grupo entró en el vestíbulo, donde fue recibido amablemente por un guía. «Observad que hay dos puertas por las que podéis entrar en nuestro centro», dijo, señalando cada una de ellas. «En la primera hay un letrero que pone “Con prejuicios” y en la segunda, otro que dice “Sin prejuicios”. Por favor, entrad por la que mejor os represente», concluyó.

El grupo hizo una larga pausa, durante la que se miraron unos a otros sin saber muy bien qué hacer. De pronto, el erudito decidió dar un paso al frente, dirigiéndose con decisión hacia la puerta donde ponía «Sin prejuicios». Inmediatamente después, el resto se puso detrás de él para acceder por la misma entrada.

Sin embargo, al intentar girar el pomo de aquella puerta, se dio cuenta de que no existía tal entrada. La puerta que rezaba «Sin prejuicios» era una ilusión óptica. En realidad era una pared sobre la que habían pintado una puerta. Molesto y avergonzado, el erudito fue hasta la puerta donde ponía «Con prejuicios», que era la única por la que se podía entrar en aquel centro de filosofía oriental.[1]

Acompañado por su séquito, el erudito entró en una de las salas de meditación, donde el sabio se hallaba solo y en silencio. Nada más verlos, saludó a los miembros del grupo con cordialidad. Y mirando a los ojos al erudito, le preguntó: «¿Qué puedo hacer por vosotros?». A lo que este le respondió: «Todavía no lo sé... Me considero una persona escéptica y de mente científica. Y si te soy sincero, el desarrollo espiritual me parece una pseudociencia para gente desesperada y sin criterio. Sin embargo, llevo tanto tiempo oyendo hablar acerca de ti que te concedo diez minutos para que me hagas un resumen de tus principales enseñanzas».

El anciano, sonriente y con mucha tranquilidad, le contestó: «Muchas gracias por tu honestidad. Permíteme que antes te invite a una taza de té». Acto seguido, empezó a llenar la taza del erudito. Y una vez que ya estaba llena, siguió sirviéndole hasta que el té se desbordó de la taza, derramándose sobre el suelo. Sorprendido y enfadado, el erudito estalló en gritos: «Pero ¿qué haces, necio? ¿Acaso no ves que la taza está llena y que no cabe nada más en ella?». Sin perder la compostura, el sabio le respondió: «Por supuesto que lo veo. Y de la misma manera observo que tu mente está demasiado llena de prejuicios. A menos que la vacíes es imposible que aprendas algo nuevo».[2]

1. Ni se puede explicar...

Este libro es una farsa. Esencialmente porque escribir sobre espiritualidad se asemeja bastante a intentar explicarle a un ciego de nacimiento cómo es el color violeta. Es imposible. Si bien el lenguaje es una herramienta muy útil para comunicarnos, ningún concepto alcanza a describir algo tan subjetivo, intangible y sutil como es el ámbito de la metafísica y la consciencia. Como mucho, las palabras pueden señalar el camino que te conduce a la experiencia, mas no son la experiencia en sí mismas.

Y es que una cosa es «comprender» y otra —muy distinta— «comprehender» con hache intercalada. Puede que estas dos palabras se parezcan mucho en la forma, pero existe un abismo entre el fondo de una y la otra. La primera se refiere al mero entendimiento intelectual de cualquier información o conocimiento expresados de forma conceptual. Es sinónimo de «entender». La segunda, en cambio, tiene un significado mucho más profundo: implica la experimentación y vivencia directa, posibilitando que dicho conocimiento se integre plenamente, volviéndose parte de uno mismo. Es sinónimo de «saber».

Por ejemplo, todo el mundo comprende conceptualmente el miedo que debe de sentirse cuando te tiras en paracaídas por primera vez. A través del intelecto, entiendes lo aterrador que ha de ser saltar desde un avión que vuela a cuatro mil metros del suelo. Sin embargo, tan solo puedes comprehenderlo cuando te atreves a vivirlo a través de tu propia experiencia. Solamente si has saltado en paracaídas sabes lo que se siente cuando se abre la puerta del avión instantes antes de saltar. En caso contrario, no tienes ni idea. Por mucho que te lo expliquen, es del todo imposible que comprehendas la sensación que deviene cuando caes en picado al vacío a doscientos kilómetros por hora. Para ello, no te queda más remedio que tirarte en paracaídas.

Del mismo modo, seguro que comprendes la frase «las casualidades no existen». Estés de acuerdo o no, entiendes lo que quiere decir. Sin embargo, igual no la has comprehendido de verdad. De hecho, estamos tan acostumbrados a conformarnos con la comprensión intelectual, que el propio verbo «comprehender» está en desuso en nuestra sociedad. Ya nadie lo utiliza. Esta es la razón por la que este libro es una farsa: el lenguaje a través del que está escrito no puede explicar el fondo de lo que en realidad pretendo compartir contigo: lo maravilloso que es vivir la vida desde nuestra dimensión espiritual.

Por más ensayos que escribamos y más conferencias que impartamos, la verdadera espiritualidad no puede teorizarse, comunicarse ni predicarse. Tan solo puede practicarse, vivenciarse y experimentarse. Más que nada porque no puede comprehenderse a través de la mente, el intelecto y el lenguaje lo que está más allá de la mente, el intelecto y el lenguaje. Por eso, a lo máximo que puede aspirar este libro es a inspirarte para que la experimentes directamente por ti mismo.

Las palabras no pueden expresar más que un pequeño fragmento del conocimiento humano; lo que podemos decir y pensar es siempre inmensamente menor de lo que experimentamos.

ALAN WATTS

2. ... Ni se quiere entender

El gran obstáculo y enemigo que tiene este libro es la escasa predisposición que en general tenemos los seres humanos para cuestionar nuestra manera de ver la vida. Tanto es así, que lo normal es ponernos a la defensiva cada vez que escuchamos información nueva y desconocida. Especialmente cuando atenta directamente contra viejas creencias que llevan demasiado tiempo arraigadas en nuestra mente.

La mayoría estamos instalados en nuestra zona de comodidad intelectual. Y muchos odiamos todo lo que tiene que ver con el cambio y lo nuevo. Tiranizados por todo tipo de prejuicios y estereotipos, tan solo estamos dispuestos a considerar y aceptar aquellas ideas que reafirman la forma de pensar con la que hemos sido condicionados por nuestro entorno social y familiar. De hecho, tendemos a menospreciar y a distanciarnos de quienes opinan diferente. Y también a rodearnos de —y a alabar a— quienes piensan como nosotros.

Espero que ese no sea tu caso. Y que tengas la suficiente humildad para abrir la mente todo lo que puedas, confrontando con tesón tu sistema de creencias. Te animo a que leas este ensayo con una mirada inocente. De h

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