La comunidad de la sangre 13

Anne Rice

Fragmento

Capítulo 1

1

Soy el vampiro Lestat. Mido un metro ochenta y cinco, tengo los ojos azules grisáceos, aunque a veces parecen violetas, y una constitución delgada pero atlética. Mi cabello es rubio y espeso y me cae sobre los hombros, y con los años se ha vuelto más claro, de modo que a veces parece blanco puro. Vivo en esta tierra desde hace más de doscientos cincuenta años y soy verdaderamente inmortal, he sobrevivido a una serie de ataques y a mi propia imprudencia suicida, lo que ha hecho que me vuelva cada vez más fuerte.

La forma de mi cara es cuadrada, mis labios, carnosos y sensuales, mi nariz, insignificante, y tal vez sea uno de los no muertos más convencionales que veréis jamás. Casi todos los vampiros son hermosos. Son elegidos por su belleza. Pero yo tengo el aburrido atractivo de un ídolo de matiné redimido por una expresión feroz y seductora, y hablo un estilo de inglés rápido y fácil, contemporáneo, después de dos siglos de que se aceptara el inglés como el idioma universal de los no muertos.

¿Por qué os estoy contando todo esto?, podríais preguntaros vosotros, los miembros de la Comunidad de la Sangre, que ahora me conocéis como el príncipe. ¿No soy el Lestat tan vívidamente descrito en las floridas memorias de Louis? ¿No soy el mismo Lestat que se convirtió en una superestrella del rock durante un breve período de tiempo en la década de los ochenta, dando a conocer los secretos de nuestra tribu en películas y canciones?

Sí, soy esa persona, sin duda, quizá el único vampiro conocido por su nombre y su aspecto por casi todos los bebedores de sangre del planeta. Sí, hice esos vídeos de rock que revelaron a nuestros antiguos padres, Akasha y Enkil, y cómo podríamos perecer todos si uno o ambos de ellos fueran destruidos. Sí, escribí otros libros después de mi autobiografía; y sí, de hecho, ahora soy el príncipe y gobierno desde mi château en las remotas montañas de Francia.

Pero han pasado muchos años desde la última vez que me dirigí a vosotros, y algunos aún no habíais nacido cuando escribí mis memorias. Algunos no habéis nacido en la Oscuridad hasta hace muy poco tiempo y otros tal vez no creáis en la historia del vampiro Lestat tal como os la contaron, o en la historia de cómo Lestat se convirtió en el anfitrión del Germen Sagrado de toda la tribu y, por fin, liberado de aquella carga, sobrevivió como el dirigente de quien ahora dependen el orden y la supervivencia.

No os equivoquéis, escribí los libros El príncipe Lestat y El príncipe Lestat y los Reinos de Atlantis, y todo lo que en ellos se relata sucedió, y los muchos bebedores de sangre descritos en los dos libros se retratan con precisión.

Pero una vez más, ha llegado el momento de que me dirija a vosotros de manera íntima y le dé forma a esta narrativa a mi manera inimitable e informal, mientras trato de relatar todo lo que creo que deberíais saber.

Y lo primero que debo deciros es que ahora escribo para vosotros, para mis compañeros bebedores de sangre, los miembros de la Comunidad de la Sangre, y para nadie más.

Por supuesto, este libro caerá en manos de los mortales. Pero lo percibirán como ficción, no importa lo obvio que pueda ser lo contrario. Los libros de Las crónicas vampíricas fueron recibidos en todo el mundo como simple ficción, y siempre lo serán. Los pocos mortales que interactúan conmigo cerca de mi hogar ancestral creen que soy un ser humano excéntrico que disfruta haciéndose pasar por vampiro, el líder de un extraño culto de imitadores de vampiros con ideas afines que se reúnen bajo mi techo para participar en retiros románticos que los alejan del ajetreado mundo moderno. Esta sigue siendo nuestra mayor protección, la cínica destitución que nos aparta de nuestro papel de verdaderos monstruos, en una época que podría ser más peligrosa para nosotros que cualquier otra en la que hayamos vivido.

Pero no me ocuparé de ese tema en este relato. La historia que voy a contaros tiene poco o nada que ver con el mundo moderno. Es un cuento tan antiguo como el género mismo, sobre la lucha de los individuos para encontrar y defender su lugar en un universo atemporal, junto a todos los demás hijos de la tierra y del sol y de la luna y de las estrellas.

Pero para mí es importante deciros, ahora que comienza esta historia, que mi naturaleza humana estaba tan resentida y confundida como siempre lo había estado. Si volvéis a mi autobiografía, es probable que veáis lo mucho que quería que los humanos creyeran en nosotros y cómo, con audacia, configuré mi narrativa como un desafío: ¡venid, pelead contra nosotros, destruidnos! Por mi sangre francesa solo corría una versión aceptable de la gloria: hacer historia entre los hombres y las mujeres mortales. Y mientras me preparaba para mi único concierto de rock en San Francisco en el año 1984, soñé con una inmensa batalla, una confrontación apocalíptica para la que los más ancianos bebedores de sangre serían despertados y hacia la que se verían irresistiblemente atraídos, y los jóvenes, incitados con furia, y el mundo mortal, comprometido con la aniquilación de nuestra maldad de una vez por todas.

Bueno, nada resultó de aquella ambición. Nada en absoluto. Los pocos científicos valientes que insistieron en que habían visto la prueba viva de nuestra existencia se encontraron frente al fracaso personal, y solo unos pocos fueron invitados a unirse a nuestras filas, momento en el que pasaron a formar parte de la misma invisibilidad que nos protege a todos.

A lo largo de los años, sin dejar de ser un ápice el rebelde y el maleducado que soy, creé otra gran sensación, descrita en mis memorias, Memnoch el diablo, y eso también invitó al escrutinio de los mortales, una indagación que podría haber seducido a más personas desafortunadas para que destruyeran sus vidas argumentando que éramos reales. Pero ese breve daño al tejido del mundo de la razón fue corregido de inmediato por bebedores de sangre inteligentes que eliminaron toda evidencia forense de nosotros de los laboratorios de la ciudad de Nueva York, y en un mes toda la emoción que despertamos mi Santo Velo de Santa Verónica y yo llegó a su fin, y la propia reliquia quedó oculta en las criptas del Vaticano en Roma. La Talamasca, la antigua Orden de Eruditos, logró dar con ella más tarde y tras adquirirla la destruyeron. Hay una historia que cuenta todo lo ocurrido, una historia breve en cualquier caso, pero no la encontraréis aquí.

La cuestión es que, a pesar de todo el alboroto y de las molestias, permanecimos tan a salvo en las sombras como siempre lo habíamos estado.

Esta historia, para ser precisos, trata de cómo los vampiros del mundo nos unimos para formar lo que ahora llamo la Comunidad de la Sangre, y cómo llegué no solo a ser su príncipe, sino el verdadero dirigente de la tribu.

Uno puede asumir un título sin realmente aceptarlo. Uno puede ser ungido como príncipe sin empuñar el cetro. Uno puede acordar liderar sin creer en el

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