Vosotros no sabéis

Andrea Camilleri

Fragmento

9788415629719-3

 

AFFARI (NEGOCIOS). Seguro que el joven Bernardo Provenzano le tomó el gusto a los negocios cuando, como lugarteniente del capo corleonés Luciano Liggio, ejerció de cobrador para una pequeña agencia financiera creada por el jefe y que servía básicamente para blanquear dinero. Y por esta razón se ganó el apodo de ‘u Raggiunieri, el Contable.

Más tarde se hizo con el control del abastecimiento sanitario de muchos hospitales y algunas empresas inmobiliarias, y se infiltró en ciertos sectores de la distribución comercial al por mayor en los supermercados.

Una vez alcanzada la autonomía tras la desaparición de escena de Liggio, entró directamente en los grandes negocios de las contratas de obras públicas como único protector oficioso, y también oficial, de otro corleonés, Vito Ciancimino (democristiano seguidor de Amintore Fanfani cuyo máximo exponente en la isla era el diputado Gioia), el cual fue elegido por primera vez como miembro de la junta municipal de Palermo en 1956. Entre 1959 y 1963 se alternó con Salvo Lima, de la misma corriente política, como concejal de Obras Públicas.

Fueron los años indignos del llamado «Saqueo de Palermo».

A instancias de Ciancimino y Lima, la junta municipal concedió durante aquel mismo período nada menos que 4.205 licencias de construcción, el ochenta por ciento de las cuales se otorgó a sólo cinco empresas cuyos titulares eran apenas o nada conocidos en el sector. En efecto, uno de ellos resultó ser un comerciante de carbón y otro un ex albañil que trabajaba como portero de un inmueble que, teóricamente, él mismo había construido. Eran simples testaferros de la mafia.

Se trataba, vale la pena recordarlo, de inmuebles subvencionados con fondos públicos. Y detrás de todo ello se encontraba Provenzano.

En esos mismos años, dicho sea de paso, el cardenal arzobispo de Palermo, Ernesto Ruffini, tras haber proclamado en distintas ocasiones, de palabra y por escrito, que la mafia era un perverso invento comunista, cambió ligeramente de estrategia en una carta pastoral titulada El verdadero rostro de Sicilia, en la cual se reconocía la existencia de la mafia, aunque se puntualizaba que ésta no se distinguía en absoluto de las demás actividades criminales que tenían lugar en Italia. Según el cardenal, los que se empeñaban en mostrarla como distinta a través de una conspiración mediática eran los comunistas.

En 1964, como consecuencia de una investigación de la Comisión Antimafia, Ciancimino se vio obligado a dimitir. Pero en 1970 se tomó la revancha, pues llegó incluso a convertirse en alcalde de Palermo. Provenzano había conseguido que todos los votos que la mafia controlaba convergieran en Ciancimino.

Obligado de nuevo a dimitir, siguió trabajando en la sombra hasta 1984, año en que fue finalmente detenido. Sin embargo, la condena definitiva sólo se dictó en 1992.

El 12 de marzo de aquel mismo año, su ex compañero de negocios Salvo Lima, que se había pasado de Fanfani a Andreotti y convertido en eurodiputado, fue asesinado por sus ex amigos bajo la acusación de no haber cumplido las promesas hechas antes de ser elegido.

La caída política de Ciancimino y su detención debieron de causar un considerable perjuicio a Provenzano. Sin embargo, gracias a aquella colaboración, Provenzano había adquirido, aparte de una fortuna de miles de millones, una convicción muy concreta, a saber: que los negocios podían llevarse a cabo con sordina, sin necesidad de hacer scrusciu, sin recurrir a las armas.

Cierto que la intimidación era en cualquier caso necesaria aunque no se formulara de manera explícita. Cuando, sentado a su célebre «mesa» con un empresario, pedía un abultado pizzo (una comisión), ni siquiera necesitaba amenazar pues el empresario sabía muy bien que detrás de Provenzano estaba todo el poderío de fuego mafioso.

Era, en suma, como si el presidente de Estados Unidos pretendiera apoderarse de una cuarta parte del territorio de San Marino y se pusiera a discutir semejante exigencia con el gobernante de dicho Estado, pero se presentara sólo en calidad de ciudadano.

Desde la clandestinidad, Provenzano siguió dirigiendo negocios y concesiones de obras públicas aunque éstas ya no fueran como las de la época dorada de Ciancimino.

En el cobro del dos por ciento exigido como pizzo sobre contratas y obras varias, Provenzano no transige, los pizzini hablan más claro que el agua: todas las empresas tienen que «ponerse en regla», pagando lo que les corresponde.

...hay un Emp. De Favara, Empresario Giuseppe Bellomo, Que está haciendo obras x importe de mil millones y doscientas mil liras, y qusiera saber, si se puede y se pone en regla...

Pollara x Lercara, ahora dile que traiga el 2 %...

Emp. Iraci que tiene que hacer unas obras de consolidación en Belmonte M... y

...quiero que se ponga en regla...

...te había dicho que pusieras en regla al emp. Catalano... Pásalo...

La empresa Mario Manciapne de San Giovanni Gemini... que se ponga en regla...

Y lo mismo con centenares de empresas repartidas por toda Sicilia. El volumen de negocios es sencillamente impresionante.

Todas las empresas, tarde o temprano, acaban por comprender que «ponerse en regla» les resulta beneficioso. Y que es una expresión equivalente a la del Estado cuando invita a los ciudadanos a «regularizar su situación» con los impuestos.

Sólo que, en el caso del Estado, a menudo y de muy buen grado la invitación no es atendida. Total, a diferencia de lo que ocurre con la mafia, el Estado no te pega un tiro ni te incendia las obras si no cumples.

Palazzolo y Prestipino, autores de la obra Il codice Provenzano, comentan:

Según la teoría de Bernardo Provenzano, el pizzo sistemático que en los barrios siguen pagando periódicamente los comerciantes, artesanos y pequeños empresarios constituye un vejamen infligido a quienes producen, y a menudo origina malhumor y desacuerdo. En cambio, la puesta en regla de las obras públicas es una ocasión para crear consenso: permite abordar a los empresarios, a los cuales se prometerán ventajas a cambio del pago de un impuesto.

Provenzano, como buen raggiuneri que era, tenía empeño en mantener todas las cuentas en perfecto orden.

Se mostraba inflexible y despreciaba a aquellos de los suyos que retrasaban la entrega de una suma cobrada.

En cambio, era flexible con la cantidad del dos por ciento: estaba dispuesto a rebajarla si la empresa resultaba sincera al pedir una reducción, e incluso procuraba apaciguar las peticiones mafiosas de un porcentaje mayor.

Todo ello para enriquecerse cada vez más, naturalmente.

Pero hay que tener en cuenta que Provenzano siempre necesita dinero porque mantener en perfecto funcionamiento la organización mafiosa resulta muy caro. Cada detención y cada juicio conllevan gastos enormes, y también el mantenimiento de las situaciones de clandestinidad. Además, debe proporcionarse ayuda económica a los detenidos y sus familias para evitar que las condiciones de incomodidad puedan provocar una inclinación al arrepentimiento.

El último pizzino de negocios que Provenzano no consiguió enviar porque fue detenido estaba dirigido al fiel Calogero Lo Bue:

Queridísimo... te confirmo que he recibido para mÃ

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