Ángeles de la muerte

Fragmento

Prólogo

Por Santiago Pereira Campos1

Cuidado. De este libro no se sale ileso.

Meses atrás, Emiliano Zecca tuvo la generosidad de enviarme el libro en proceso de corrección para que lo leyera y le diera mi opinión. Un largo viaje fue la ocasión que encontré para hacerlo. Terminé la lectura de un tirón, con una extraña sensación, un retrogusto incómodo, un gran desasosiego.

El autor pone el dedo en la llaga de las estructuras mismas de nuestro sistema democrático. No por combatirlas, sino porque, a partir de una historia que sacudió a la opinión pública, se desnudan las debilidades de la justicia penal en sentido amplio, en su interacción con el sistema de salud y con el rol del periodismo.

El libro parte de la narración de uno de los casos policiales más emblemáticos de Uruguay. La prensa de la época tituló a los imputados como “los enfermeros asesinos” o “los ángeles de la muerte”, dictando de ese modo la más anticipada y estigmatizante sentencia de condena social sobre quienes debían estar protegidos por el principio de inocencia.

A partir de esta inquietante y oscura historia real, Zecca nos perturba con preguntas que sugiere desde las distintas versiones de los hechos. Con ello pone en jaque lo que sabemos y lo que pensamos sobre temas tales como las garantías que debe tener un imputado, la investigación policial, los interrogatorios, la intromisión del poder político y económico en la justicia, la opacidad del anterior sistema penal, la vida en la cárcel y después de la cárcel, la eutanasia, y el rol de los periodistas y de los medios de comunicación en los casos judiciales.

El libro plantea, con crudeza poco común, la desesperación que tienen las sociedades por encontrar —a veces a cualquier precio— un culpable que apacigüe los temores y las inseguridades, y que cierre las heridas que deja el hecho que la “voz del pueblo” ya ha calificado como delito, mucho antes de que resuelvan los jueces.

Encontrar al culpable —aun cuando no estemos seguros de que lo sea— para recuperar la tranquilidad social encubre enormes peligros en clave de derechos y convivencia democrática. Ello es aún más grave cuando las sociedades suelen alimentar la búsqueda del culpable con sus propios prejuicios.

Para cierta moral social hipócrita, resulta tranquilizador cerrar el caso a cualquier precio, y mucho mejor si se descubre en el sindicado como culpable un motivo para “hacer lo que hizo”. Ello ayuda a separar a las “mayorías inocentes” de los “delincuentes”. El problema es que actuar de este modo puede arrasar con los principios esenciales de un Estado de derecho y dejar profundas heridas en las personas cuyas garantías no fueron respetadas. La sentencia absolutoria que pueda llegar años después no es suficiente siquiera para reestablecer parcialmente el equilibrio.

Pensar, dudar, no tener respuestas claras resulta difícil de aceptar para muchos, y por eso preferimos emitir juicios categóricos, encontrar rápidamente culpables. Sin embargo, en este libro, con un tono intimista, sincero y permanentemente cuestionador hasta de sus propias palabras, Emiliano Zecca pone de manifiesto que la única forma de acercarse a la verdad (alcanzarla plenamente es acaso imposible) es partiendo de la humilde crítica racional de lo que el sistema nos entrega como hecho indubitado.

Cuando las historias tienen múltiples voces, cuando la información que consta en los procesos judiciales está cuestionada, investigar a partir de la duda es el único camino sensato, pero no suele ser el más seguido.

Por ello, iluminan las palabras del autor: “[…] tendremos que asumir que solo estamos interpretando testimonios y papeles, con la pretensión de aproximarnos a una verdad que trasciende nuestro limitado punto de vista. Si esto fuera una novela policial, al final el lector encontraría la respuesta a las contradicciones. Pero no lo es. Y esa ausencia de conocimiento, esa carencia, no es escepticismo. Solo significa aceptar que podemos equivocarnos, que nos falta información o comprensión, que no somos infalibles”.

Los contextos sociales, económicos y culturales condicionan el accionar de cada uno de los involucrados en esta historia. Ello no los condena ni los absuelve, ni constituye una justificación suficiente de sus conductas, pero permite comprender un poco mejor el entramado complejo de contradicciones.

La autoridad que quiere, lo antes posible, informar a los medios de comunicación que el culpable ha sido atrapado; la profesional que elabora un informe pericial sin demasiado sustento técnico, basado en lo que la pandemia informativa repite una y otra vez; el científico que recibe presiones de la policía, interesada en darle a la sociedad lo antes posible un cierre del caso (con el “culpable” entre rejas), pero defiende a capa y espada el resultado de la ciencia; juezas y jueces que deambulan por la delgada línea de la semiplena prueba para procesar o no a los indagados y definir si procede o no la prisión preventiva; y, por si fuera poco, entre bambalinas, la eventualidad de grupos económicos muy poderosos haciendo su juego.

La historia —tan real como terrible— se pobló de contradicciones, declaraciones ambiguas, reconocimientos de víctimas en rápidas miradas de fotos y actas policiales y judiciales bastante poco consistentes. En el viejo proceso penal nada transparente que se aplicó a este caso, todo se manifiesta como sospechoso y hasta truculento. Incluso se toma como natural e inteligente, por alguna autoridad de alto rango, engañar a los imputados para obtener información durante las investigaciones.

Las falencias del viejo sistema judicial penal quedan al descubierto ante las vicisitudes que padecieron los protagonistas de esta historia, y se ponen de manifiesto los laberintos procesales que, como denunciantes, testigos o imputados, fueron obligados a recorrer. Los enfermeros imputados, además, cargaron con la amenaza implícita que significaba la “condena social” ya dictada, que los llevaba, desde su percepción, ineludiblemente a la cárcel. Por ello el libro también habla de la realidad carcelaria y de cómo las conductas y las declaraciones judiciales prestadas sin las debidas garantías, en el marco del viejo sistema, se pudieron ver condicionadas por la inminencia de enfrentar años de reclusión.

El caso de los enfermeros, tramitado judicialmente al amparo del viejo Código de Proceso Penal, nos permite también valorar los avances logrados en transparencia del sistema de justicia con la entrada en vigencia del nuevo Código del Proceso Penal, en 2017. En el nuevo sistema, si bien queda mucho por mejorar, la publicidad es un principio fundamental, al igual que la presencia del juez en todas las audiencias del sistema adversarial. Algunas de las situaciones poco claras del caso que narra este libro podrían seguramente haberse evitado con publicidad y transparencia, y con el adecuado rol que deben cumplir fiscales y jueces.

El autor, sin pretensiones de hac

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