Capital de vida

Fragmento

PRÓLOGO

LA NECESIDAD DE UN LEGADO

En Uruguay no es habitual que los empresarios escriban libros que expresen abiertamente los secretos de su gestión y el compromiso con la empresa que conducen. Mucho menos que reflexionen sobre cuestiones que están más allá de lo empresarial porque refieren a la familia, al amor, la felicidad, los valores personales y la necesidad de transmitir esos valores a las generaciones futuras.

Quizá esta ausencia de libros escritos por dueños de compañías se vincule de alguna manera a cierta imagen negativa que los empresarios nacionales padecen desde hace varias décadas, aunque no sería oportuno analizar los motivos aquí, en especial porque las razones son más que nada culturales y políticas. La figura del empresario que en tiempos de Francisco Piria o Emilio Reus concitaba admiración y ejemplo, con el decurso de los años y al influjo de las ideologías que creen en la lucha de clases, devino en estereotipos simplificadores y a veces despectivos. Y ante ello, la clase empresarial se ha hecho remisa a expresarse por fuera de sus ámbitos naturales, prensa incluida.

Alejandro Curcio, presidente de AYAX S. A., rompe con ese paradigma al escribir Capital de vida, libro en el que se ha propuesto dejar en negro sobre blanco una serie de vivencias, reflexiones e inquietudes personales que apuntan al testimonio y, como él mismo enfatiza, constituyen un legado para quienes lo sucederán cuando él no esté presente físicamente.

Alejandro es un hombre todavía joven —cuarenta y seis años—, pero como ingresó muy temprano a la empresa familiar, y muy pronto tuvo que conducirla, acumuló con rapidez una experiencia que a otros les lleva varias décadas obtener.

Cuando el 2 de mayo de 1992 accede a la dirección de Ayax, la firma lleva cuarenta y siete años en el mercado y hace veinticuatro que es la representante exclusiva de la marca Toyota en Uruguay. Su padre, Emilio Curcio, le transfiere la responsabilidad de conducir la empresa familiar —que había vivido ya una crisis importante cuando la ruptura de la tablita en 1982— a una edad en la que todavía estudiaba su licenciatura en Administración de Empresas en la Universidad Católica del Uruguay Dámaso Antonio Larrañaga. A partir de ese momento, Alejandro asume un compromiso decisivo, no solo con su padre y el resto de la familia, sino con toda la plantilla de empleados de Ayax.

Los años subsiguientes le imponen a Alejandro aprendizajes y desafíos. Al legado de la cultura familiar que recibe de su padre va a incorporarle un contacto inevitable y permanente con la cultura japonesa y con los descendientes de Sakichi Toyoda. Esa circunstancia va a ir moldeando su temple como empresario y le deparará vivencias trascendentales en el diálogo con los ejecutivos de Toyota.

Toda esa experiencia acumulada en un cuarto de siglo al frente de AYAX le ha servido a Alejandro para encarar la escritura de este libro. Pero los temas de este texto no se agotan en las peripecias del empresario. Ese “capital de vida” que el autor confiesa haber acrecentado luego de haberlo recibido de su padre se nutre también de lecturas, de la práctica de terapias neurolingüísticas, de experiencias límites —como la lucha contra el océano en José Ignacio, que da comienzo al libro—, de duras negociaciones, no solo ante una empresa como Toyota, sino frente a una cultura —la oriental— que en muchos aspectos difiere de la occidental, sobre todo en lo que a paciencia se refiere. Alejandro consigna viajes decisivos, encuentros, diálogos reveladores y la búsqueda del autocontrol con el que logró modificar conductas negativas y reacciones inadecuadas ante situaciones diversas.

A partir de todo esto, Capital de vida acumula varias caracterizaciones sin dejar de ser un libro inclasificable. Alguien podrá decir que tiene un perfil de texto de autoayuda, pero el ayudado principal es el que lo escribió. O que se trata del homenaje de un hijo agradecido a su padre, cosa que lo es. Pero va más lejos en el sentido de que el homenaje también es un testimonio de lo que ese hijo ha hecho con lo que su padre le legó. Además, es una historia brevísima y certera sobre Sakichi y Kiichiro Toyoda y la inmensa gesta que realizaron al crear Toyota, la marca de automóviles más importante del mundo. Y es, por supuesto, la confesión personalísima de alguien que se anima a decir —y por escrito— que su finalidad principal en la vida es ser feliz, y que, como dijo algún sabio, la felicidad no es algo que uno busca, sino algo que uno se permite.

Si uno conoce a Alejandro, al leer su libro puede comprender que la profusión de reflexiones y conceptos, el salto desprejuiciado de un tema a otro y el fervor en la defensa de convicciones, que aun siendo muy discutibles son mostradas sin falso pudor ni filtro, forman parte de su personalidad extrovertida y su búsqueda permanente de una mejora continua en todas las dimensiones de la existencia. En tal sentido este libro es el reflejo fiel de un autor que se anima a indagar en sí mismo y a dialogar con el lector con absoluta sinceridad.

Por último, la pretensión de Alejandro —dejar un legado a sus descendientes que no sea un mero capital económico, sino algo más valioso y trascendental como lo es el acopio de valores para la vida— no se expresa con la pesadez de un tratado o la iluminada actitud de un convencido que quiere dar cátedra. El autor simplemente trata de exponer algunas ideas escritas con el deseo de que trasciendan, sin otra intención que dibujar en ellas el perfil de un hombre que, instalado con lucidez en el presente, se preocupa —y mucho— por el futuro.

Todo libro —de ficción, testimonial, o del género que sea— siempre es autobiográfico y expresa en primer lugar a su autor más allá del tema que trate. Sin dudas que Capital de vida lo es en grado superlativo. Pero la escritura también suele ser un mecanismo de alivio y salvación, de ordenamiento de pensamientos muchas veces opuestos, de confesión y registro de lo que de otra manera no podría expresarse. Desde ese punto de vista, este libro aporta la rara posibilidad, al menos para la edición uruguaya, de conocer de primera mano el pensamiento, las inquietudes vitales y los desvelos existenciales de un empresario uruguayo joven y emprendedor que se anima a contar su experiencia y legar un capital de valores a los que lo sucedan. Y eso es un gran aporte para el tiempo que vivimos.

Hugo Burel

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