Cebolla Rodríguez

César Bianchi

Fragmento

Dejó su huella
(Prólogo)

Cebolla apareció muy joven en primera división, jugando en Peñarol. Y después también tempranamente en la selección, en las Eliminatorias para el Mundial de 2006. Recuerdo que me tocó hacer comentarios en una transmisión que conducía Fernando Niembro en un partido Argentina-Uruguay en Buenos Aires —que terminó 4 a 2 para los argentinos— y el Cebolla hizo el primer gol de Uruguay, que jugó con camiseta roja. Los periodistas argentinos se preguntaban quién era el botija que jugaba con el 11, el número que usó esa tarde… Ese es el primer gran recuerdo que tengo de él con la selección.

Sus características como jugador explican la importancia que ha tenido en los equipos que integró. Tenía marcadas características desde el punto de vista técnico. Obviamente jugaba bien, si no no podría haber competido con otros jugadores a esa edad tan temprana. Pero desde el punto de vista físico, tenía condiciones que lo hacían ocupar lugares de privilegio en los planteles que fue integrando. Por ejemplo, cuando él llega a la selección su «saltabilidad», la distancia a la que se elevaba desde el suelo para saltar, era notoria.

Tenía una potencia impresionante, se lo utilizaba mucho por la banda en la selección, y con esa potencia hacía cumplir el objetivo. A veces entraba desde el banco, pero su entrada —sobre todo en Montevideo— tuvo que ver con el discurrir de esos partidos, y la búsqueda del objetivo. Tenía mucha ida y vuelta, mucho desborde, mucha potencia, atributos desde el punto de vista técnico, táctico y físico que lo hicieron sobresalir, sobre todo en los años en que estaba en una edad ideal, en su plenitud.

Después, el tiempo fue quitando cosas que tienen que ver con ciertos aspectos de juego, pero basados en la evolución de los aspectos físicos. Pero él en Peñarol supo de adaptaciones, al jugar como doble 5 o mediocampista central. Primero en el Peñarol de Leo Ramos, después con la continuidad con Diego López, en ese aspecto hizo cosas muy importantes. Yo siempre lo consideré un jugador importante y hasta las Eliminatorias anteriores él participó, incluso en el Mundial de Rusia de 2018.

Es una persona muy directa, muy franca, no digo que sea ingenuo, pero sí candoroso, afectuoso, con quien uno se entiende bien. Eso lo lleva adelante con una personalidad fuerte, a veces vecina de la terquedad. Él es así en las cosas en las que cree. Y su posición en los grupos; quizás sin un liderazgo tan visible como el de otros compañeros, es un jugador que todos los demás siempre tenían en consideración y en buenos términos. Me acuerdo que en mi presencia, y con un poco de manija mía, empezaban a pelearse dialécticamente con Diego Godín, porque él es de Juan Lacaze y Godín de Rosario, a ver quién había ganado más, quién era mejor cuando era chico y esas cosas, ya que ellos se conocían desde niños. Tenían una rivalidad sana y las bromas estaban a la orden del día.

En algún momento se tomaron decisiones que a él lo afectaron, como la no convocatoria al Mundial de 2010, por la suspensión que tenía. Llegué a esa decisión por convicción. El motivo de la suspensión fue por una cosa muy mal hecha. No es para elogiarlo eso (su trompada al argentino Gabriel Heinze tras el final del partido).

Hasta que se jugó el Mundial de 2010, a veces en las series no ganábamos ningún partido. Nosotros no estábamos 100 % seguros de que íbamos a pasar la serie en el Mundial. Por primera vez, después de tantos años se ganó el grupo. Entonces, llevar un jugador por un partido, que no sabíamos qué trascendencia podía tener, era demasiado arriesgado y también una desconsideración a otros que estaban esperando su oportunidad. Y más que esto se dio por una sanción, no por un problema de lesión u otra cosa. Al volver del Mundial, volví a citarlo. Lo tenía claro: terminaba el Mundial y volveríamos a contar con él. Acá no condenamos a cadena perpetua a nadie, ni a pena de muerte. Ha habido muchísimos casos de jugadores que no han estado en la selección, y un tiempo después han vuelto, a veces por decisiones técnicas.

La primera vez que nos volvimos a ver, a la vuelta del Mundial, él estaba un poco distante, tenía los efectos de la desilusión, evidentemente. Para mí no fue una decisión fácil, pero sí basada en cosas en las que creo. Él encaró con todo esa nueva etapa y, como cualquier error que uno tiene en el fútbol, sirvió para aprender. Cuando se gana en el fútbol, no hay nada para agregar porque eso acomoda las cosas, siempre, a veces exageradamente, para los resultadistas. Pero siempre se aprende más de la derrota y de los errores que de los aciertos, más de las derrotas que de las victorias.

Él pasó por eso y, además, hizo cosas estando en el grupo, por tener cierta preponderancia en el plantel. Planificó e hizo un asador —pidió ayuda y todo, pero la idea fue de él—, pese a que acá había un parrillero y una barbacoa, en la que los jugadores piden para reunirse cuando Aldo Cauteruccio (el chef de la selección) hace alguna cosa a las brasas. Pero él planificó otra, con unas parrillas centrales, donde puso bancos alrededor, conseguimos un lugar donde se podaron algunos árboles, la iluminación, y llevó adelante todo eso pensando en las reuniones de los jugadores, en lo que él cree: en la amistad entre los integrantes de los grupos, en hacer actividades comunes, en el respeto que se deben tener esas personas. Él piensa en esas cosas y las lleva adelante. Como también invitó gente, artistas con los que había entablado amistad, y los trajo al Complejo (Uruguay Celeste). Una vez invitó a un humorista y pasamos un momento muy agradable, otra vez invitó a Lucas Sugo a que estuviera con nosotros. Siempre estuvo pendiente de esas cosas.

Cebolla quiso irse del Atlético de Madrid para tener más continuidad, para seguir estando en la selección.

Creo que es un ganador, que eso lo destacaba, pero no es algo tan excepcional en el grupo. Hubo muchos jugadores ganadores: Muslera, Lugano, Forlán, Suárez, Cavani. Todos con sus características propias y todos ellos con espíritu ganador. Pienso en el caso de Diego Pérez y Arévalo Ríos: ahora parece que no hubieran sido jugadores de fútbol, como que hubieran sido corredores nomás, cuando en el caso de Arévalo Ríos dio pases de gol en una final de Copa América (ante Paraguay en 2011) y en un Mundial (Sudáfrica 2010).

La capacidad de conseguir cosas con sus equipos habla de lo que el Cebolla puede haberles aportado, pero en el grupo de la selección —tomado ampliamente del 2006 hasta ahora— ha habido muchos jugadores que no solo en la selección sino en sus equipos han conseguido muchísimas cosas, y otros venían de conseguirlas antes, como Lugano. Es muy importante ser ganador, pero no es exclusivo de él.

Cristian tiene otra particularidad, que es su gusto por las cosas del campo, por los caballos. Le hacíamos bromas… Con el finado Walter Ferreyra y (el doctor) Alberto Pan le llevamos fotos de un caballo purasangre. Ferreyra le llevó una foto de un caballo, que no era de ninguno de ellos, y le dijo: «Mirá, me compré esto. ¿Andará bien?». Era un gran campeón en una fotografía, ¡y el Cebolla entró como un caballo! Y nos divertíamos con eso. Él siempre estaba de buen humor, con buena onda, con una personalidad muy definida.

Ha sido un jugador importante, que dejó su huella en el fútbol uruguayo y a través de sus actuaciones en Portugal, España, Italia, Brasil, Argentina, mercados futbolísticos significativos donde recogió experiencia y aportó mucho. Ese es el gran mérito.

Me alegro de haberlo tenido en la selección. La última vez que nos vimos nos tratamos como si nos hubiéramos visto el día anterior. Estoy pendiente de sus cosas, a veces me cuentan cosas de él; ojalá que recupere su continuidad y su nivel.

No hay dos jugadores iguales en la historia del fútbol. He conocido jugadores parecidos, pero no he conocido ninguno parecido al Cebolla, con tantas características tan propias.

Es una gran persona, un buen tipo. Siempre está con una sonrisa, siempre está bien dispuesto, tiene iniciativa para hacer actividades en grupo y fortalecer los grupos que integra. Eso es una marca de fábrica del Cebolla. Aparte de lo que ha demostrado en la cancha, eso es lo que más destaco de él, lo que lo distingue.

Oscar Washington TABÁREZ

I
El futbolista que no ve fútbol

A Cristian Rodríguez no le gusta mirar partidos de fútbol.

Ni un Manchester United-París Saint Germain por Liga de Campeones, aunque en los parisinos juegue su amigo Edinson Cavani, ni el derby español Real Madrid-Barcelona con Fede Valverde en los merengues y Luis Suárez y Lionel Messi en el Barça. Ni sintoniza ESPN para ver cómo Vitto De Palma relata a la Juve de Cristiano Ronaldo con el coloniense Rodrigo Bentancur.

No estudia los sistemas tácticos de Pep Guardiola, ni sigue los equipos de Mourinho o Marcelo Bielsa, ni es fan del Liverpool de Jürgen Klopp con el tridente Salah, Mané y Firmino.

No sabe quién es Loftus-Cheek, ni dónde juega Wagner Love, ni qué peinado nuevo luce Neymar.

Antes que ver un partido de fútbol, Cristian prefiere cabalgar, pasear a Lola y Juana en bicicleta o darles de comer a los animales de su estancia con ayuda de sus hijas. Si está sin ellas, prefiere ponerse una boina, bombachas e ir a alguna yerra, o llamar a un par de amigos con guitarra criolla para comer un asado y ponerse de cantarola hasta tarde.

Claro que por más uruguayo que sea no tiene obligación de ser futbolero. Pero Cristian Gabriel Rodríguez Barrotti es futbolista. Es el capitán de Peñarol y —hasta el momento— el futbolista uruguayo más ganador de toda la historia con 26 títulos oficiales conseguidos. Ha levantado más trofeos que Máspoli y Obdulio Varela, más que Morena o el Tito Gonçalves, más que Forlán, Cavani (quien lo acecha con dos títulos menos al cierre de este libro) y Suárez. Y más que Scarone y Piendibene, cracks del fútbol uruguayo preprofesional.

Cuando jugó en el PSG, Benfica y el Porto de Portugal, Atlético de Madrid, Parma de Italia, Grêmio de Brasil o Independiente de Argentina se tomó el fútbol como lo que era: su trabajo, un oficio que le permitía un buen sueldo para vivir y criar a sus hijas sin que les faltara nada. Y lo hizo, además, de forma muy profesional: entrenándose, alimentándose como debe hacerlo un jugador de élite y saliendo a divertirse solo cuando podía hacerlo.

En el único club de fútbol donde Cristian siempre jugó de forma superlativa, donde ha descollado, donde brilló como un juvenil menor de edad y hoy como un experimentado capitán es en Peñarol, el equipo de sus amores, el que tiene tatuado en la piel, el de la bandera en los hombros a la hora de celebrar con el Atlético de Madrid o el Porto, y el único que lo impulsa a mimetizarse entre los hinchas para cantar y gritar cuando por h o por b no puede estar en la cancha.

Ese plus se llama pasión. Ese combustible solo lo tiene reservado para Peñarol y la selección uruguaya, aquella en la que debutó el 15 de octubre de 2003 ante México en Chicago.

El gurí de Juan Lacaze, aquel que de niño solo quería salir campeón con Peñarol y tener muchos caballos, hace rato que cumplió sus sueños más ambiciosos.

Esta es la historia de un muchacho que es feliz con poco, que a su talento le sumó trabajo y dedicación para llegar al éxito y que antes de retirarse —quizás conservando la cocarda de ser el futbolista uruguayo más laureado de la historia— solo anhela ganar una copa internacional con Peñarol.

Cristian Rodríguez, quien no se sienta a ver un partido de Barcelona, Boca Juniors o el Bayern Münich, tampoco sintonizará VTV para ver al carbonero cuando decida colgar los botines.

Seguramente se pondrá un gorrito con el escudo de las once estrellas y se meterá en la tribuna para cantar como el hincha que es.

César BIANCHI y Javier TAIROVICH

II
El zurdazo que fue gol en contra

«El triunfo del verdadero hombre

surge de las cenizas del error.»

Pablo NERUDA

Nicolás Román leyó en el portal del Marca que su amigo no había sido convocado por el técnico. Se armó de paciencia y buscó las palabras más diplomáticas para darle la noticia. Estaban juntos en la casa de su amigo, en Lisboa. Juntó valor y se la tiró así nomás, a lo bruto, como a él le gusta que le digan las cosas, sin vueltas.

«Che, Cabeza, mirá que salió la lista y no estás. Pero vamo’ arriba, eh, que tenés un montón de carrera por delante, acá no se termina nada.»

El amigo, que advirtió que no era una broma, no recuerda qué le contestó, pero decidió mascar bronca solo. A las siete de la tarde, mientras Nicolás chateaba en la computadora, el dueño de casa se fue a su cuarto. Se acostó antes de que anocheciera y recién se levantó al otro día. Exorcizó el dolor en la soledad de su dormitorio, sin hablar con nadie.

Un rato antes había recibido dos visitas significativas, las de Jorge y Álvaro, que fueron a darle aliento, a decirle que no se desanimara, que el fútbol siempre da revancha, que todo pasa por algo. Esas cosas fútiles que se dicen siempre.

Jorge es Fucile, Álvaro es el Palito Pereira y el amigo de Nicolás es Cristian Cebolla Rodríguez, entonces volante del Porto portugués y compañero de equipo de los otros dos jugadores, sí reservados por el entrenador Oscar Tabárez para la lista de 26 reservados iniciales de la selección.

Y pensar que una semana antes, su representante, Carlos Pato Aguilera, le había dicho que él se dedicara a jugar, que el resto ib

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