La salud de los papas

Fragmento

PRÓLOGO

Al llegar a mi casa una tarde de finales de agosto de 2013, me encontré con un enorme sobre blanco. Su remitente me sorprendió: la Nunciatura Apostólica. Al abrirlo, hallé un sobre de menor tamaño que contenía una esquela manuscrita con tinta negra y una letra pequeña, pareja y perfectamente legible. Quedé impactado al leer el nombre de su signatario: Francisco, el papa.

Conmovido —como no podía ser de otra manera—, la leí y releí no sé cuántas veces. Su texto derramaba humildad. En uno de sus párrafos, el Sumo Pontífice me hablaba de mi cobertura para Radio Continental, TN y Canal 13 de su impactante presencia en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro; en otro, de sus viajes en colectivo de la línea 111 cuando, como arzobispo de Buenos Aires, iba a la parroquia de Cristo Rey en el barrio de Villa Pueyrredón para celebrar la misa de la fiesta patronal, y en un tercer párrafo, me sugería escribir un libro sobre la salud de los papas, que debería incluirlo. Tomé esto como una manera elegante de hacerme saber que había leído mi libro Enfermos de poder, que trata el tema de los muchos presidentes argentinos que enfermaron gravemente durante el ejercicio de sus mandatos. Lejos estaba de saber lo que el destino me tenía reservado.

El tiempo pasó. Voví a ver y a entrevistar a Francisco en las coberturas de dos de sus viajes: uno a Israel y Palestina en 2014 y el otro a Cuba y los Estados Unidos en 2015.

En octubre de 2017 me tocó cubrir el relanzamiento en Roma de Scholas Ocurrentis, un proyecto impulsado por el Papa para crear una red de escuelas destinadas a promover la vinculación de las instituciones educativas en todo el mundo. Así, en la luminosa mañana del 25 asistí a la audiencia pública que el Santo Padre celebra cada miércoles. El marco era imponente y el ambiente, feérico. Allí, junto a Alicia Barrios, su hija Belén, Alfredo Calaccione y Sebastián Sánchez, estaba en primera fila, aguardando expectante el saludo que Francisco prodiga al final de la ceremonia sin poder imaginar lo que sucedería.

“¿Cómo está la barra?”, exclamó con una amplia sonrisa el Santo Padre al vernos y, mirándome, me dijo enfáticamente: “Le recuerdo que usted tiene que escribir un libro sobre la salud de los papas en el que yo le voy a hablar de mis neurosis”. Quedé perplejo. Alicia Barrios, que escuchó todo y vio mi cara de sorpresa, narra magistralmente ese inolvidable momento en el capítulo correspondiente a Francisco.

Todo lo que siguió después fue vertiginoso: un encuentro privado con el Papa, la comunicación a Buenos Aires para hablar con Juan Ignacio Boido, que dio el sí inmediato a la idea del libro, y el comenzar esa misma tarde a delinear el proyecto y su realización.

Lo primero que hubo que hacer fue definir a partir de qué papa comenzar; lo segundo, cómo llevar adelante la investigación; lo tercero, gestionar la entrevista con Francisco.

Decidimos que el libro debía empezar a partir de León XIII por una razón simple: el nivel de desarrollo científico que alcanzó la medicina desde el comienzo del siglo XX, con diagnósticos más certeros y mejores posibilidades terapéuticas.

La instrumentación de la investigación tuvo una doble vía: en Buenos Aires y en Roma. En Roma, el objetivo imprescindible fue tener acceso al Archivo Secreto del Vaticano. Para ello fueron claves la predisposición y la ayuda de monseñor Fabián Pedacchio quien, ante nuestra requisitoria, hizo todo lo necesario para allanarnos el acceso al Archivo. Una vez logrado esto, faltaba dar con la persona que llevara adelante la tarea en el lugar. Fue una búsqueda compleja pero fructífera que nos permitió llegar a Marina Artusa. Marina resultó ser una investigadora curiosa, minuciosa, sagaz y apasionada. El resultado de su trabajo, que está narrado con detalle y atrapante prosa en las páginas siguientes, fue excelente.

La indagación fue ardua, trabajosa y difícil. A medida que fueron apareciendo los datos, la escritura del libro se transformó en algo verdaderamente emocionante. Uno de los pormenores que el lector encontrará es el detalle de los varios papas que pensaron en renunciar a causa de sus problemas de salud. A lo largo de la obra se suceden las intrigas que aún hoy se tejen alrededor de la muerte de Juan Pablo I, el calvario de Juan Pablo II, la hipocondría de Pío XII y los disparates de su médico, el doctor Galeazzi-Lisi, los cabildeos acerca de la operación de próstata a la que fue sometido Pablo VI, la falsa noticia del fallecimiento de Benedicto XV, la agonía de Juan XXIII, la falta de fuerzas que llevó a la renuncia a Benedicto XVI, la leyenda del envenenamiento de Pío XI, el dolor de la guerra que llevó a la tumba a Pío X y la longevidad de León XIII.

Faltaba un tercer elemento clave: la entrevista con Francisco. Su concreción llevó un año y cuatro meses de gestiones. Periódicamente, intercambiaba mails con monseñor Pedacchio inquiriéndolo sobre el reportaje. Con encomiable amabilidad, el secretario del Papa me respondía: “Tenga paciencia, que el Santo Padre se la va a conceder”.

Fue así que, en la mañana del 1 de enero de 2019 —temprano— sonó mi celular. Era un mail del padre Pedacchio: “Su Santidad lo espera en el Palacio Apostólico el sábado 16 de febrero a las once de la mañana”, me decía. Y, entonces, lo que parecía un imposible se hizo realidad mediante un hecho único de proyección histórica: por primera vez, un papa decidió hablar abiertamente de su salud.

La entrevista resultó impresionante: una hora y cuarto en la que Francisco se explayó sin límites sobre sus enfermedades.

Han pasado dos años y medio desde aquella mañana de octubre de 2017 en la plaza de San Pedro, momento y lugar en los que nació este libro. Fueron dos años y medio de un trabajo intenso y complejo. Hubo hallazgos y anécdotas sorprendentes que atraparán la atención del lector. La salud de los papas nos lleva a recorrer los vericuetos vaticanos y a constatar su terrenalidad, esencia de la Iglesia immaculata ex maculatis que describió San Ambrosio.

NELSON CASTRO

EL ARCHIVO APOSTÓLICO

La piedad divina comprendería, sin duda, debilidades humanas como la curiosidad y la improvisación.

El Archivo del Vaticano, no.

Intentar pispear en este universo de 85 kilómetros de estantes no es para improvisados ni curiosos. No es que yo no lo sea sino que, antes de ser

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