Guillermo del Toro: Su cine, su vida y sus monstruos

Leonardo García Tsao

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“Los monstruos así son”, le afirma con buen humor el cineasta mexicano Guillermo del Toro a su interlocutor, Leonardo García Tsao. El resultado de la extensa entrevista será una primicia sin velos de lo que mueve al cineasta, una clave de estos tiempos. Por una vez, y para regocijo de sus lectores, García Tsao no requerirá de ningún tirabuzón psicológico para hacer emerger, de los escombros de la memoria del cineasta, lo que recuerda de su infancia, pues sigue en total convivio con ellos. Mejor todavía: los ha hechos nuestros.

Guillermo del Toro conserva una nitidez privilegiada de todos sus recuerdos de chamaco, cuando residía en Guadalajara. De un tirón, con la malicia que lo caracteriza, Del Toro no olvida un sólo monstruo aparecido en el pasado y convocado de nuevo por su voluntad. Desde muy temprano, del Toro se convierte en una enciclopedia ambulante sobre ese tema. Tiene ya quince años y sabe de modo muy preciso que es también un crítico agudo de la monstruosidad, su audacia instintiva le permite distinguir los verdaderos monstruos de aquellos que no son más que símiles de triste pacotilla. Su experiencia se enriquece con la literatura del género, y con la complicidad afectuosa de su tía abuela. Su percepción de un principio es, ahora, una senda que lo provee de confirmaciones emocionales y de una certidumbre a toda prueba, pero no todavía compatible con otros de su edad. Más tarde, vendrán tiempos de descubrimientos compartidos en común. Por lo pronto, sin duda, los monstruos ahí si existen, son suyos, y no se parecen a los demás.

El proceso de decantación entre lo cierto pero imaginario de los monstruos, así como de su percepción muy documentada entre los que no son sino imitaciones, le permiten distinguir con entusiasmo y orgullo la evidente superchería de índole comercial y la complejidad de lo verdaderamente monstruoso.

Ese substancial distingo, sinónimo de algo irreal pero tangible, con una real voluntad de acoso, reside en una voluntad que desfigura el propósito mismo de la presencia del monstruo: lo que motiva la descarga emocional es la emoción misma de su repentina aparición, no la eventual reflexión sobre su necesaria irrealidad física.

No sobra mencionar que la tecnología avanzada de aquellos tiempos causaba un impacto entre la chamacada, a pesar de sus crueles moralejas. García Tsao y Del Toro hacen un repaso hilarante de todos ellos; yo sólo añadiré que, según se dice, Disney casi muere de una indigestión al devorar una cabra montesa a las brasas. Moraleja cumplida.

Conocer mejor la obra de un cineasta de la talla de Guillermo del Toro no es sólo un pasatiempo para cinéfilos simpatizantes de su obra, sino también el reconocimiento de su particular visión de un mundo, ajeno en un principio, pero que resulta creíble a poco por lo natural de sus personajes imaginarios, que se nos asemejan para bien y para mal. Sus hábitos y sus manías son vistos sin prejuicios y con la tolerancia de un cineasta decidido a contar historias que nada tienen de inverosimilitud. Guillermo del Toro no es Houdini. Es Mark Twain de regreso a campo traviesa con docenas de monstruos.

La afirmación anterior no es gratuita, Guillermo del Toro da buena cuenta del mundo y del momento que le toca vivir. No evade nunca el contexto mundial en el que sus monstruos se ven inmiscuidos, donde son activos participantes del cambio que los humanos desean emprender.

Leonardo García Tsao reserva sus más incisivas preguntas sobre esos aspectos fundamentales para una obra que pareciese obviar estos contextos —el fascismo en España en El laberinto del fauno, y la interminable guerra fría en La forma del agua—. Por toda respuesta, Del Toro es categórico y García Tsao lo consigna tal cual. Mal sabor de boca para los contados detractores del cineasta que lo tildaban de escapista de su tiempo.

La obra singular de Guillermo del Toro lo ha convertido en un cineasta clave de fin del siglo pasado y principios del presente. Para comprenderlo mejor, su cine se diferencia entre la tangibilidad real y el contexto del entorno físico de la acción, así como la presencia activa de lo que el cineasta denomina como “sus monstruos”.

Así llegamos a La forma del agua, hasta ahora la más reciente y ambiciosa de todas las películas de Guillermo del Toro. Como él mismo lo describe (sin perder su humor característico): “El proyecto es de una dimensión fenomenal”. Ya lo vimos, era cierto.

Cineasta de una pulcritud proverbial, Del Toro participa en cada fase de esta nueva creación. Una vez más, los recuerdos infantiles y la imperdible noción de que lo real es ficción pura, gracias a una imaginación fértil, el cineasta somete todos los elementos de la producción a su voluntad mediante el control obcecado y tenaz de una gigantesca exhalación que todo lo sitúa de acuerdo con su inspiración. Es así como la película navega. Del conjunto de una narrativa fincada en la fantasía llegamos a un final real y misterioso.

Nada es casual ni se atiene a ninguna lógica tradicional, o, mejor dicho, se empecina en lo contrario: Del Toro impulsa al monstruo a comerse huevos cocidos, y logra que la muda Elisa cante una nostálgica melodía antes de dar cumplidos pasos de baile como el mismísimo Fred Astaire. La armonía de lo imaginario y lo real no cesará como tema medular. Será una partitura en cuyo remate —como no podía ser de otro modo— Elisa podrá cantar y perder sus zapatillas entre los amorosos brazos del monstruo, en tanto se hunden bailando entre las aguas del océano. Guillermo del Toro ha vencido su propio reto: El monstruo de la laguna negra de Jack Arnold vuelve ileso a su hábitat y lleva entre sus brazos al first love de Imitación de la vida, de Douglas Sirk.

Dejemos libre el paso a esta muy sabrosa conversación entre el crítico de cine Leonardo García Tsao y el cineasta Guillermo del Toro, quienes fraguaron esta entrevista para el disfrute de sus lectores.

FELIPE CAZALS
Agosto 2019

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Según se sabe, tuve la suerte de conocer a Guillermo del Toro desde mediados de los 80, cuando era un veinteañero entusiasta de muchas cosas, entre ellas el cine fantástico, los cómics y la comida. E

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