Crónicas de un aprendiz

Fragmento

Crónicas de un aprendiz

Prólogo

Ignacio Camacho*

Este libro huele a tinta. Y no solo a la tinta en la que está impreso. Huele a la tinta de las viejas máquinas de escribir de carro donde se mecanografió durante décadas un periodismo de tabaco y madrugada, de pilas de papel en el escritorio, de petaca de whisky en el cajón, de sombrero y gabardina colgados en el perchero; un periodismo de andar, ver y contar, a menudo también, en según qué países y qué circunstancias, de militancia política, aventura y riesgo. La tinta de las rotativas cuyo primer rugido de madrugada, sentido en la misma boca del estómago, es la prueba de fuego de la vocación de cualquier aspirante al oficio. La tinta de las impresoras escupiendo escaletas de televisión y guiones de radio. Pero también la tinta que corre por las venas del autor, uno de esos “periodistas de raza” que hacen verdad el lugar común porque llevan el veneno de la profesión en el código genético, en la sangre, en la piel, en la médula, en el tuétano. Un periodista de alma, de naturaleza y de esfuerzo, de razón y de instinto, de voluntad y de sentimiento. Un periodista de cuerpo entero.

Por eso este compendio-antología de sus cincuenta años de oficio es también, y sobre todo, el relato esencial de una vida. Y de las pasiones por las que merece la pena vivirla. Aquí están, salvo el fútbol y la familia –también presentes de todos modos en apariciones oblicuas–, las grandes pasiones de Graziano Pascale: el periodismo, la historia y la política. Las tres fundidas en una sola, la primera, que es a la vez crónica viva de un tiempo, memoria para las generaciones futuras y compromiso ético con los problemas y las vicisitudes del pueblo. Por mucho que las distintas especialidades tengan cada una su honor y su mérito, el periodismo político es el que mide la temperatura, las dimensiones, la profundidad y el alcance de un medio. Y a Pascale le tocó –porque quiso– empezar a ejercerlo en una época y en un país donde no era sencillo ni confortable: el Uruguay de los años setenta, bajo una dictadura que arrancó una mañana de junio en una especie de golpe blando para convertirse durante una década larga en un régimen cívico-militar sin escrúpulos a la hora de suprimir y reprimir las libertades. Cuando una línea editorial, una apuesta ideológica o incluso el simple afán de conseguir una exclusiva o escribir un reportaje podía acabar llevando a su autor, como fue el caso, a pasar una temporada en la cárcel.

Con humildad honorable, el autor ha titulado su obra como si fuese la crónica de un aprendizaje. Es cierto solo en parte. Pascale empezó, como todos, de meritorio, de aprendiz, pero hoy es un maestro que además ha sabido adaptarse a todos los saltos y reconversiones de la industria, a todos los soportes y todos los géneros. La prensa escrita, claro, la verdadera prueba de contraste de un periodista; la radio, la televisión y más tarde el campo abierto de internet, el laberinto cibernético. Ha fundado, y en algún caso cerrado, diarios, revistas, emisoras, programas, blogs; ha sido gacetillero deportivo, cronista parlamentario, reportero, entrevistador, presentador, corresponsal –del prestigioso Excélsior de México, nada menos. Ha cubierto golpes de Estado, vivido secuestros –de publicaciones y de personas–, visto la desaparición de la democracia y participado en su regreso. Ha sentido, en suma, lo que significa ser periodista en el último medio siglo de América Latina: vivir en el alero de la crisis social y de la incertidumbre política. Dormir con un ojo abierto y la radio prendida en la mesilla, ver subir y caer gobiernos, experimentar el latido de la tensión informativa, hacer y perder –a veces literal y físicamente– amigos durante la persecución de la noticia. No se puede tener amistad con un hombre de poder, sentenció Jean Daniel, cuando hay que escribir sobre él todos los días.

Pascale la tuvo, sin embargo. Wilson Ferreira Aldunate, el histórico activista y caudillo del Partido Blanco, fue su mentor, su amigo, su guía, y estas páginas trasminan palpable admiración por su liderazgo. La última entrevista del dirigente, con un valor más que biográfico, testamentario, la publicó –aquí está transcrita– Graziano, cuyo compromiso de objetividad nunca ha ocultado su simpatía por el bando del liberalismo democrático. Hoy lo pueden tildar de reaccionario los que para su fortuna no tuvieron que conocer el tiempo en que el ejercicio de la libertad, la crítica, la disidencia o la militancia en organizaciones civiles o sindicatos implicaba el peligro cierto de perder el trabajo, ir al exilio o a prisión, desaparecer o ser asesinado.

Pero nadie dijo que este del periodismo fuese un empleo fácil. No proporciona mucho dinero, sus satisfacciones son en exceso volátiles y a menudo te obliga a tratar con personajes que no le recomendarías a nadie. Lo que sí, resulta magnético, arrebatador, adictivo, excitante. Una pasión insaciable, lo definió García Márquez. A Graziano Pascale lo atrapó muy temprano y ya no pudo desengancharse. Esta es la crónica de un largo periplo de navegación de cabotaje por un tiempo que, mejor o peor, ya es de todas formas irreparable.

* Ignacio Camacho es periodista y escritor español, columnista del diario ABC –que dirigió entre 2004 y 2005–, analista en diversos programas de radio y televisión y autor de varios libros sobre actualidad política.

Crónicas de un aprendiz

Introducción

El día impreciso en que supe que los que escribían los diarios que se apilaban debajo del mostrador del almacén de mis padres –y que poblaban de noticias y sueños mis tardes en la primera mitad de los años 60– se llamaban “periodistas”, decidí que quería ser uno de ellos.

Lo ratifiqué no mucho después, cuando con mis compañeros de clase de la Scuola Italiana visitamos la redacción del diario El País, y los periodistas llenaban la sala con el humo de sus cigarrillos y esa música misteriosa que extraían del teclado de sus máquinas de escribir. Ya faltaba poco para que, algunos años después, pudiera completar aquel aprendizaje de aromas y sonidos en los talleres de composición y armado, primero en el diario Acción, en la calle Camacuá, y luego en El Diario, en Bartolomé Mitre y Buenos Aires.

Ya pasaron 50 años. Aún no he encontrado una melodía más arrolladora y fascinante que la de la rota

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