La revolución de los humanos

Fragmento

¿Dónde estamos parados?

Este libro se empezó a escribir en un mundo que hoy ya no existe más. Fue hace no tanto, pero hoy parece muchísimo. En ese momento, durante la inquietante amenaza mundial de la pandemia de covid-19, uno pensaba en el futuro y era inevitable asociarlo con el frenético avance de la tecnología. La idea venía de una pregunta vieja pero siempre inquietante: ¿cómo se para el ser humano frente al robot que él mismo inventó? ¿Cómo sobrevive a la ola mecánica de lo automático, al concepto de lo reemplazable, de la inutilidad del trabajo lento, caro y manual ante la eficacia implacable de un brazo robótico, preciso e incansable? ¿Dónde estamos parados?

En ese otro planeta que ocurría antes de la distancia social, de los tapabocas, de los parques sin gente y las playas cerradas con vallas, nos planteamos estas interrogantes. La pandemia cambió muchas cosas. Fue raro. El mundo apretó los botones de fast forward y de pausa al mismo tiempo. Se bajó la llave general de la economía, pero a la vez se aceleraron algunos procesos. El teletrabajo comió años y ganó un terreno definitivo. Estalló la automatización de procesos. «Cuantos menos empleados mejor», se escucha decir entre los empresarios.

Y al mismo tiempo hubo una vuelta a las bases, a lo primario. El regreso a la caverna, al refugio del hogar. La pausa. Se instaló la cuarentena como concepto e inevitablemente lo humano adquirió otro significado. Encerrados ante una amenaza invisible, hubo más tiempo para seguir complejizando las interminables aristas que tiene la relación de los humanos con el trabajo y cómo hacer valer las armas ancestrales que lo definen: la habilidad manual fina, la creatividad, la inteligencia emocional y la capacidad de sentir empatía. El arte de reinventarse ante las constantes amenazas del futuro. Adaptarse a los cambios. Evolucionar.

El 10 de noviembre de 1942, una vez finalizada su primera batalla en la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill dijo: «Esto no es el fin. Tampoco es el comienzo del fin. Podría ser, tal vez, el fin del comienzo». Lo mismo se podría decir ahora sobre la situación que vamos a vivir en el trabajo.

Hay una reducción natural del empleo asociada a la recesión económica, pero el problema es más complejo. Muchas de aquellas empresas que logren retomar los niveles de actividad previa al coronavirus van a necesitar menos trabajadores para hacer lo mismo.

En primer lugar, porque el proceso de automatización de tareas se ha acelerado con el aislamiento. Mientras la tecnología avanza y se vuelve cada vez más accesible para todos, las empresas no dejan de hacer números y se hace evidente —muchas veces con sorpresa— que había posiciones laborales que no eran del todo necesarias, pero que estaban.

Es evidente que el virus ha profundizado el comportamiento de los trabajadores y los consumidores, que cada vez más buscan evitar el contacto cara a cara. Los robots se han vuelto mucho más requeridos en espacios con intenso tráfico humano. Pero no solo por eso. Se puede ver lo que está pasando en China, donde muchos hoteles y restaurantes abrieron sus puertas apelando a robots como empleados. Ya es común ver en hoteles que el personal coloque la comida en las bandejas de camareros robóticos que ingresan a las habitaciones. También es usual ver mozos robots que atienden mesas en restaurantes. Algunos podrán pensar que eso pasa en China, que por estos lares todavía estamos lejos de ese paisaje futurista. Pero no tanto. Este tipo de robots salen cada vez más baratos, no llegan a 10.000 dólares y cada día adquieren nuevas habilidades que forjan su autonomía.

Si bien los trabajadores estamos todos en el mismo mar, no estamos todos en el mismo barco. Las condiciones físicas de trabajo son diferentes, las características de las tareas son diferentes y las competencias de cada trabajador son diferentes. Asistimos a la muerte lenta de oficios y labores que ya lucen obsoletas. Ahí está el portero de un edificio tratando de sobrevivir a pura simpatía y obligada cordialidad, mientras en el edificio de al lado hay una pantalla futurista proyectando la imagen impersonal y fría de alguien que con auriculares y micrófono controla desde una habitación a miles de kilómetros de distancia los movimientos de los vecinos de la calle Avenida Brasil en Montevideo. Ahí está el guarda de ómnibus, escroleando con tedio su celular mientras los pasajeros retiran el ticket de la máquina expendedora de boletos. Las cajeras de supermercados, las que pesan las frutas y las verduras, que observan cómo brotan los puestos de autoservicio, máquinas que parecen susurrarles al oído que quizás su trabajo sea uno de los prescindibles cada vez que el cliente hace sonar el código de barras.

Fuimos a charlar con distintas personas con diversas ocupaciones. Las vimos en su ambiente e intentamos describir la esencia de su trabajo. Les preguntamos cómo creen que puede evolucionar. Encontramos respuestas. Aunque no hay recetas. Sí hay miradas que enriquecen. Un diseñador de videojuegos que habla de la creatividad, de los niños y de los juegos posibles para salvar el futuro; una peluquera que defiende el valor agregado de ocuparse de otras cuestiones que salen de la cabeza de sus clientas, más allá de su cabello; un médico que cuenta lo insuperable de la empatía humana al momento de decirle a una madre que perdió su embarazo; un psicólogo que ayuda a sus pacientes a ser personas en los tiempos de los robots; una matemática en China que se enfrenta a los dilemas éticos en el país más robotizado del planeta; doctores en leyes que hablan sobre la regulación del trabajo; ingenieros agrónomos que cuentan cómo se acostumbraron a ver los drones volar sobre los campos; una cuidadora de adultos mayores que transmite calidez en las frías habitaciones de un residencial; un funcionario público que deja el alma para rescatar las vidas de menores en conflicto con la ley, y hasta un chef que alcanzó la fama mundial en el arte culinario valiéndose del fuego y de su talento para encantar y sorprender. Y que revela un ingrediente que puede salvar los oficios de la dictadura de los algoritmos: el misterio.

Capítulo 1
De lo automatizable a lo esencial

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