Voyagers 1 - Voyagers

D.J. MacHale

Fragmento

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Índice

Portadilla

Índice

Primera parte. La Base Diez

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Segunda parte. J-16

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Créditos

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Oscuro.

Como la boca del lobo.

Era la clase de oscuridad en la que no distingues si estás con otras mil personas o completamente solo…

… o bien a punto de caerte por un acantilado.

—Deberíamos mantenernos cerca —sugirió Dash Conroy, cuya voz hizo eco en el inmenso espacio vacío.

—Sola estoy perfectamente —respondió Anna Turner con tono brusco.

No tenía intención de mostrar miedo o debilidad, y mucho menos delante de Dash. Había demasiado en juego. Era una competición que Anna estaba decidida a ganar.

—Podemos ayudarnos uno al otro —argumentó Dash—. Al menos hasta que averigüemos a qué nos enfrentamos de verdad.

La misión de ambos estaba clara: recoger la bandera dorada. El que primero la consiguiera sería el ganador. Nada del otro mundo, con la excepción de que abrirse camino en la oscuridad no era la única tarea que tenían por delante. Algo más los estaría esperando. Un obstáculo. Un enigma. Una prueba.

El peligro estaba ahí fuera. Los dos lo sabían.

Solo que no podían verlo.

—Voy a avanzar despacio —indicó Dash—. Si me choco contra algo, te aviso.

—Si te chocas contra algo, me voy a enterar —replicó Anna.

Dash notó un nudo en el estómago al adentrarse en lo desconocido. Era imposible saber si entre él y la bandera había cien metros de nada, o si se encontraba a pocos centímetros de un objeto afilado que aguardaba para atravesarlo de parte a parte.

—¿Vas detrás de mí? —preguntó, tratando de evitar que la voz se le quebrara por la tensión.

—¿Por qué? ¿Es que estás nervioso? —preguntó a su vez Anna, un tanto cohibida—. Igual es mejor que lo dejes.

—No, estoy bien… ¡Ay!

—¿Qué pasa? —preguntó Anna con inquietud.

—Me he chocado contra algo —con vacilación, alargó las manos y descubrió una superficie suave y plana—. Al tacto, parece una mesa alta. Tiene la parte superior plana y… oh-oh.

—¿Qué? —preguntó Anna.

—Creo que es un panel de mandos —explicó Dash, cada vez más emocionado—. Puede que nos sirva para encender las luces.

—¡No! —le gritó Anna al oído, y Dash dio un brinco de sorpresa.

—¡Venga ya! ¿Por qué no?

—¿Y si es una trampa? Puede que esos interruptores electrifiquen el suelo. O que hagan una brecha que no podamos cruzar de un salto. O…

—O puede que enciendan la luz —repuso Dash con voz calmada—. Si hay algo ahí fuera, tenemos que verlo.

Al instante se encendieron potentes luces de techo que iluminaron el gigantesco espacio, poniendo de manifiesto que se encontraban en el interior de una carpa blanca de tamaño descomunal y una altura de ocho plantas. Dash había acertado. Encender las luces les permitió ver lo que tenían delante.

Era un dinosaurio de quince metros de alto, con hocico alargado y varias hileras de dientes. Dientes afilados.

Ambos se quedaron quietos. Con los ojos muy abiertos y el más absoluto asombro, levantaron la mirada hacia la bestia.

—¡Uf! Esto no me gusta nada —dijo Anna, estupefacta.

El monstruo retrocedió y soltó un bramido escalofriante que hizo temblar el armazón de luces en el techo.

—¡Muévete! —vociferó Dash. De un empujón, escondió a su compañera tras una pila de cajones de embalaje de madera, junto al panel de mandos.

—Te dije que no encendieras esos interruptores —protestó Anna con un susurro crispado.

—¿En serio? —replicó Dash con otro susurro—. ¿Preferirías haberte tropezado con esa cosa?

—¡Es un dinosaurio! ¿Qué pinta aquí un dinosaurio?

Dash se asomó por la esquina de los cajones y vio la formidable criatura, que lanzaba al suelo sus patas gigantescas, similares a las de las aves, y arañaba la superficie con garras letales. Se encontraba en el centro de la inmensa carpa, a unos treinta metros de distancia, y giraba la cabeza a un lado, y luego al otro, como un perro curioso que acabara de oír un ruido extraño.

—¿Qué hace? —preguntó Anna con un susurro.

—Parece desconcertado —respondió Dash.

Dash levantó la mano. Amarrada a la muñeca llevaba una cinta ancha y flexible que contenía una pantalla de ordenador plana de pequeñas dimensiones.

Movió los dedos a gran velocidad sobre el panel táctil, que le cubría la mayor parte del antebrazo, hasta que apareció una imagen en la pequeña pantalla. Era una ilustración exacta de la criatura.

—¡Ahí está! —exclamó Anna mientras clavaba la mirada en el dibujo, por encima del hombro de Dash.

—Es un ra

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