Inventos infernales (Mortal Engines 3)

Philip Reeve

Fragmento

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1
El durmiente despierta

Al principio no había nada. Entonces llegó una chispa, un sonido chisporroteante que sacudió las desgastadas telarañas del sueño y la memoria. Y luego, con un restallido, con un rugido, una descarga eléctrica de un color blanco azulado lo inundó por completo, irrumpiendo en los secos pasadizos de su cerebro como una ola que regresa a una gruta marina. Su cuerpo se tensó tanto que durante un instante se mantuvo en equilibrio únicamente sobre los talones y la parte trasera de su cráneo acorazado. Gritó y se despertó en medio de un aguanieve de electricidad estática con una sensación de caída.

Recordó morir. Recordó el rostro deformado de una chica que lo miraba desde lo alto mientras él yacía sobre la hierba húmeda. Era alguien importante, alguien por quien se preocupaba mucho más de lo que un stalker debería preocuparse por nadie, y existía algo que había querido decirle, pero no pudo. Ahora solo conservaba, impresa en su retina, la imagen de su rostro destrozado.

¿Cómo se llamaba? Su boca lo recordaba.

—H…

—¡Está vivo! —dijo una voz.

—HES…

—Otra vez, por favor. Más rápido.

—Cargando…

—HESTER…

—¡Aléjate!

En ese momento, otra sacudida eléctrica arrastró consigo incluso aquellos últimos flecos de memoria y solo supo que era el stalker Shrike. Uno de sus ojos comenzó a funcionar de nuevo. Vio vagas siluetas que se movían a través de la tormenta de nieve provocada por las interferencias. Las observó mientras, poco a poco, iban adoptando la forma de figuras humanas iluminadas por antorchas, recortadas sobre un cielo cuajado de nubes huidizas teñidas por la luz de la luna. La lluvia no cesaba. Nacidos-una-vez ataviados con gafas de aviador y uniformes y capas de plástico se congregaban en torno a su tumba abierta. Algunos portaban linternas halógenas, otros manejaban máquinas con hileras de válvulas resplandecientes y diales brillantes. Se percató de que la cubierta metálica del cráneo estaba abierta, dejando a la vista el cerebro de stalker alojado en su interior.

—¿Señor Shrike? ¿Puede oírme?

Una mujer muy joven le estaba mirando. Tenía un recuerdo vago y atormentado en el que aparecía una muchacha, y se preguntó si ella sería la muchacha. Pero no: el rostro que había en sus sueños tenía algo quebrado y, en cambio, el que tenía delante era perfecto, una faz oriental de pómulos altos y piel clara, con los ojos negros enmarcados por unos gruesos anteojos también negros. Tenía el corto cabello teñido de verde. Bajo la capa transparente vestía un uniforme negro, con calaveras aladas y bordadas con hilo plateado sobre la alta gorguera negra.

La muchacha apoyó una mano en el metal oxidado de su pecho y dijo:

—No tenga miedo, señor Shrike. Sé que esto debe de estar resultándole confuso. Lleva muerto más de dieciocho años.

—MUERTO —dijo él.

La joven sonrió. Tenía los dientes blancos y torcidos, ligeramente grandes para aquella boca tan pequeña.

—Tal vez durmiente sea un término más adecuado. Los viejos stalkers en realidad nunca mueren, señor Shrike.

Escuchó un estruendo demasiado acompasado para ser un trueno. Una percusión de luces anaranjadas titiló entre las nubes y silueteó los riscos que se erigían sobre el lugar de reposo de Shrike. Algunos de los soldados alzaron la vista, nerviosos. Uno dijo:

—Cañones. Han atravesado los fuertes ciénaga. Los suburbios anfibios llegarán en menos de una hora.

—Gracias, capitán —dijo la mujer, mirando por encima del hombro y concentrándose de nuevo en Shrike mientras sus manos operaban apresuradamente dentro de su cráneo—. Lo dejaron gravemente averiado y se apagó, pero vamos a repararlo. Soy la doctora Enone Zero, del Cuerpo de Resurrección.

—NO RECUERDO NADA —le dijo Shrike.

—Su memoria resultó dañada —contestó ella—. No puedo restablecerla. Lo siento.

La furia y algo parecido al pánico empezaron a crecer en su interior. Notó que aquella mujer le había robado algo, aunque ya no sabía qué era ese algo. Trató de sacar sus garras, pero no podía moverse. Bien podría haber sido un mero ojo que yaciera en la tierra húmeda.

—No se preocupe —dijo la doctora Zero—. Su pasado no es relevante. Ahora trabajará para la Tormenta Verde. Pronto tendrá nuevos recuerdos.

En el cielo que había detrás de su rostro sonriente algo comenzó a explotar en forma de silenciosas manchas de luz rojiza y amarillenta. Uno de los soldados exclamó:

—¡Ya vienen! La división del general Naga está contraatacando con Acróbatas, pero eso no los retendrá durante mucho más tiempo…

La doctora Zero asintió y salió a gatas de la tumba sacudiéndose el barro de las manos.

—Tenemos que sacar de aquí al señor Shrike inmediatamente. —Miró a Shrike de nuevo y sonrió—. No se preocupe, señor Shrike. Una aeronave nos espera. Vamos a llevarle al centro de Manufactura de Stalkers de Batmunkh Tsaka. Muy pronto le tendremos de nuevo en plena forma…

La mujer se hizo a un lado y dio paso a dos musculosas siluetas.

Eran stalkers: en su armadura resplandecía un símbolo con un rayo verde que Shrike no reconoció. Sus rostros de acero eran tan inexpresivos como dos palas de excavar y no tenían más rasgo distintivo que unas estrechas aberturas a la altura de los ojos que brillaban con luz verde mientras sacaban a Shrike de la tierra y lo tendían sobre una camilla. Los hombres que acarreaban máquinas se apresuraron a seguirles el paso mientras los silenciosos stalkers lo transportaban por una pista hacia un aerocaravasar fortificado desde el cual iba despegando una nave tras otra en dirección al cielo húmedo. La doctora corría a la cabeza, gritando:

—¡Deprisa! ¡Deprisa! ¡Tened cuidado! ¡Es una antigüedad!

El sendero era cada vez más empinado y Shrike comprendió el motivo de la urgencia que transmitía la mujer y el nerviosismo de sus hombres. A través del espacio entre los riscos avistó una enorme masa de agua que resplandecía bajo los uniformes destellos del fuego cruzado. Por encima del agua, a lo lejos, sobre la llana y oscura tierra firme, avanzaban unas gigantescas siluetas. A la luz de las centelleantes aeronaves que salpicaban el cielo y del tenue y lento resplandor descendente de las bengalas en paracaídas, alcanzó a ver sus cadenas tractoras blindadas, sus enormes mandíbulas y el apilamiento de niveles de fortalezas acorazadas y puestos de armas.

Ciudades-tracción. Un ejército entero de ellas que avanzaba destrozando las ciénagas a su paso. Su visión agitó vagos recuerdos en el interior de Shrike. Recordaba ciudades como aquellas. Al menos, recordaba una idea de lo que habían sido. Que hubiese estado alguna vez a bordo de una de ellas o lo que allí hubiera hecho, eso no lo recordaba.

Mientras sus rescatadores lo llevaban a toda velocidad hasta la aeronave que los aguardaba, vio durant

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