Vandalia

Helen Velando

Fragmento

1

Ya no soy joven, al menos no en términos terrestres. Tengo unos cinco mil años, aunque modestamente apenas aparento unos cuatro mil quinientos, y este es mi último viaje. Estoy cansada; el recorrer mundos lejanos durante tanto tiempo ha desgastado mis engranajes, mis turbinas y, lo que es peor, siento que por momentos me fallan las brújulas y que no puedo interpretar claramente las cartas estelares como antes. Pero de todas formas, tengo una misión y debo cumplirla; al fin y al cabo para eso fui creada… Luego vendrán los tiempos de desensamblarme y dejarme reposar para convertirme en algo diferente, para llevar una existencia distinta, más apacible, aunque debo reconocer que voy a extrañar los viajes siderales.

Mi verdadera misión es secreta, aunque intuyo —porque mis sensores están intactos y mis circuitos de emociones funcionan perfectamente— que la tripulación sospecha algo.

Son las mil quinientas horas y por fortuna tengo colocado el control de navegación automática, lo cual significa que puedo detenerme a guardar esta información sin que nadie sospeche que lo hago. A veces, contemplando la inmensidad del espacio, recuerdo cuando todo esto comenzó, cuando el planeta azul y verde en donde fui creada empezó a dar muestras de un colapso inminente.

No puedo decir que en el fondo ello no me causara cierto beneficio. Después de todo, si no fuera por esa crisis global yo no habría sido armada, al menos no con estos fines, y mis habilidades quizás estuviesen repartidas en una licuadora de protones, o en una trituradora de desechos nucleares, o en una aspiradora de partículas estelares, o —lo que sería mucho peor— podría haber terminado en una cantidad enorme de microchips con forma de abejita como sonajeros para bebés.

En resumidas cuentas, que toda la tecnología de los antiguos sabios y los más nuevos pensadores se haya puesto al servicio de la humanidad me favoreció bastante, y entonces fui dotada de los mayores avances y la más innovadora de todas las invenciones: el pensamiento emocional gradual. Es cierto que no soy más que una nave y que dentro de mis circuitos funcionan y viajan los pensamientos de los que me crearon, pero, de todas formas, gozar de este privilegio tiene un objetivo: recuperar a la raza humana. Esa misión me hace sentir diferente aunque solamente sea una nave y se me conozca con el nombre de Vandalia, la nave de los mundos perdidos.

Este nombre siempre me gustó: me confiere respeto y les da sentido a mis viejas carcasas de plasma. Cuando siento que estoy a punto de desarmarme y que ya no aguanto más la presión al atravesar los agujeros de lombriz, entonces reparo en mi nombre y recupero las fuerzas, porque sé que de mí también depende el éxito de esta misión, y mientras exista voy a continuar intentando encontrarlos.

Ahora son casi las mil quinientas quince horas y temo que de un momento a otro despierten. Los cronómetros de sueño están casi en el límite y, aunque siempre tengo preparado un plan de emergencia, preferiría no utilizarlo. La discreción es uno de mis principales atributos y no sería bueno que supieran exactamente qué es lo que guardo en este cuaderno de ruta. Podría perjudicar la misión.

Me parece haber oído un ronquido desacompasado en la cabina superior y esa es una señal de alerta. No debo prolongar estos momentos de reflexión aunque disfruto tanto de ellos…

¿Alguien tosió en la cabina externa? Sí, definitivamente alguien tosió. Será mejor disimular conectando los altoparlantes plasmáticos para que no sospechen nada.

BITÁCORA DE VUELO: Nos dirigimos hacia el universo exterior. El cuadrante que debemos atravesar no presenta peligros desconocidos, al menos no se ha detectado ninguno hasta ahora. En dos días cósmicos nos acercaremos al agujero de salto. Viajamos a velocidad constante. Nuestra próxima parada es el planeta Goonan, en el sistema Goo, para aprovisionamiento de energía. Concretamente: piedras de turmalina negra.

Y de esta manera concluyo mi reporte de las mil quinientas veinte horas. Feliz viaje, y aprovecho para dejarlos escuchando este viejo tema que con seguridad les traerá muchos recuerdos: Asteroides lejanos.

La música se extendió por toda la nave sonando casi como un arrullo que brotaba de los diminutos poros de las paredes.

La veterana comandante Artemisa despertó sobresaltada por su propio ronquido y sin darse cuenta se golpeó en la frente con el aparato de rayos que colgaba del techo de la cabina. Pensó en proferir un par de insultos que había aprendido de su padre en el antiguo idioma bindalí, mas enseguida reparó en que a unos pocos metros dormía el licenciado Selenio de Europa, quien con toda seguridad reconocería los insultos ya que por fortuna era uno de los intérpretes más versados en lenguas y dialectos antiguos, así que desechó la idea y simplemente tomó la punta del cable rojo y le dio un tirón con rabia.

El cable rojo con forma de tirabuzón hizo un ¡going! y quedó de nuevo en su sitio. La comandante Artemisa se sintió satisfecha, aunque el pequeño chichón que se empezaba a formar en su frente la dejó un poco inquieta. Era muy detallista con su aspecto y el chichón no combinaba en absoluto con su nuevo peinado batido con forma de pirámide. Ella conocía esa inquietud y sabía muy bien cómo calmarla. Estiró su mano debajo del asiento y presionó el botón que lentamente la dejó en posición A, es decir, sentada. Luego con algo de ansiedad estiró sus dedos hasta una cajita metálica con arabescos tallados que descansaba junto al tablero y la abrió. Allí, primorosamente colocados sobre terciopelo azul, estaban sus remedios favoritos: bombones de café púrpura con cobertura de polvo de diamantes. Los bombones brillaron dentro de la cajita y uno de ellos fue alzado hasta los labios de la comandante, quien de antemano lo saboreó con la vista y el olfato y posteriormente lo mordió con sumo placer.

—Nada mejor que un bombón con polvo de diamantes para calmar la ansiedad, decía mi abuela —susurró con una sonrisa mientras en su paladar estallaban mil burbujas de chocolate.

Estaba degustando el exquisito aroma del café púrpura que se derretía en su boca y por la comisura de los labios brillaba el polvo de diamantes, sin percibir que, desde lo alto de su litera colgante, el licenciado Selenio la contemplaba en el más absoluto silencio, aunque su rostro no pudo evitar ponerse de un azul más intenso al fijarse en ella. Sus dos corazones palpitaban aceleradamente, aunque si se lo hubieran insinuado, él lo habría negado en todos los idiomas que conocía. De pronto, la comandante se sintió observada y giró sorpresivamente elevando su vista hacia la litera.

—Licenciado Selenio, ¿estaba usted espiándome? —preguntó sin ninguna discreción.

¡Xa, xa interguble, xia! —pronunció él con voz aflautada en tanto el color de su piel pasaba del azul petróleo a un bochornoso celeste.

—¡No me responda en xaniano que no lo hablo! —contestó ella con cierto enojo y se acomodó el peinado batido con forma de pirámi

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