Casa Capitular

Frank Herbert

Fragmento

Capítulo 1

Aquellos que quieran repetir el pasado deben controlar la enseñanza de la historia.

-Coda Bene Gesserit

Cuando el bebé-ghola del primer tanque axlotl Bene Gesserit fue entregado, la Madre Superiora Darwi Odrade ordenó una discreta celebración en su comedor privado en la parte superior de Central. Acababa de amanecer, y las otras dos miembros del Consejo —Tamalane y Bellonda— mostraron su impaciencia ante la invitación, pese a que Odrade había ordenado que la comida fuera servida por su chef personal.

—No todas las mujeres pueden presidir el nacimiento de su propio padre —ironizó Odrade cuando las otras se quejaron de que tenían su tiempo demasiado ocupado como para permitirse el «malgastarlo con tonterías».

Sólo la vieja Tamalane mostró un taimado regocijo.

Bellonda mantuvo sus carnosos rasgos inexpresivos, lo cual en ella era muy a menudo el equivalente a un fruncimiento de ceño.

¿Era posible, se preguntó Odrade, que Bell no hubiera exorcizado el resentimiento hacia la relativa opulencia del entorno de la Madre Superiora? Los aposentos de Odrade mostraban la marca distintiva de su posición, pero la distinción representaba más sus deberes que una elevación por encima de sus Hermanas. El pequeño comedor le permitía consultar con sus consejeras durante sus ágapes.

Disponía de su propia cocina privada con su chef permanente, aunque la mayor parte de sus comidas procedían siempre de las cocinas comunales. Pero nunca se sabía cuándo un huésped inesperado podía venir a sentarse a su mesa, o cuándo ella y sus ayudantes podían necesitar restaurar sus gastadas energías.

Siempre tenía cerca toda la ayuda que necesitara. Alguien de los Archivos de Bell podía estar allí en cuestión de minutos o, por proyección en su mesa de trabajo, en cuestión de segundos.

Bellonda miró hacia uno y otro lado del comedor de Odrade, a todas luces impaciente por marcharse. Se habían realizado muchos infructuosos esfuerzos en el intento de penetrar el frío y remoto caparazón de Bellonda.

—Resulta muy extraño tener a ese bebé en tus brazos y pensar: Es mi padre —dijo Odrade.

—¡Te oí la primera vez! —respondió Bellonda con una retumbante voz de barítono que parecía brotar de su estómago, como si cada palabra le produjera una vaga indigestión.

Sin embargo, captó la sesgada ironía de Odrade. El viejo Bashar Miles Teg había sido el padre de la Madre Superiora. Y la propia Odrade había recogido las células (raspaduras de la uña de uno de sus dedos) a partir de las cuales desarrollar su nuevo ghola, como parte de un «posible plan» a largo plazo con el cual esperaban tener éxito en duplicar los tanques tleilaxu. Pero antes se dejaría Bellonda expulsar de la Bene Gesserit que aceptar el comentario de Odrade sobre el equipo vital de la Hermandad.

—Considero esto una frivolidad en unos momentos como los actuales —dijo Bellonda—. ¡Esas locas nos persiguen para exterminarnos, y tú deseas una celebración!

Odrade consiguió mantener su tono tranquilo con un cierto esfuerzo.

—Si las Honoradas Matres nos encuentran antes de que estemos preparadas, quizá sea porque hemos fracasado en mantener alta nuestra moral.

La silenciosa mirada de Bellonda clavada directamente en los ojos de Odrade mostraba una frustrada acusación: ¡Esas terribles mujeres han exterminado ya dieciséis de nuestros planetas!

Como hacía con frecuencia, Bellonda había conseguido sin siquiera hablar que la Madre Superiora centrara su atención en las cazadoras que las acechaban con salvaje persistencia. Aquello estropeó la atmósfera de suave éxito que Odrade había esperado conseguir aquella mañana.

Se obligó a sí misma a pensar en el nuevo ghola. ¡Teg! Si podían ser restauradas sus memorias originales, la Hermandad dispondría de nuevo a su servicio del mejor Bashar que jamás hubiera tenido. ¡Un Bashar Mentat! Un genio militar cuyas proezas habían pasado ya a la mitología del Antiguo Imperio.

¿Pero podría ser de alguna utilidad Teg contra aquellas mujeres que habían regresado de la Dispersión?

¡Por todos los dioses que existen o puedan existir, las Honoradas Matres no deben encontramos! ¡Todavía no!

Teg representaba demasiadas inquietantes incógnitas y posibilidades. El misterio rodeaba el período anterior a su muerte en la destrucción de Dune. Hizo algo en Gammu que prendió la furia desatada de las Honoradas Matres. Su suicida permanencia en Dune no fue suficiente para desatar una furiosa respuesta asesina. Había rumores, detalles e indicios de sus días en Gammu antes del desastre de Dune. ¡Podía moverse más rápido de lo que el ojo era capaz de captar! ¿Era cierto eso? ¿Otro afloramiento de habilidades salvajes en los genes de los Atreides? ¿Una mutación? ¿O simplemente otro añadido al mito de Teg? La Hermandad tenía que averiguarlo tan pronto como fuera posible.

Una acolita entró trayendo tres desayunos, y las hermanas comieron rápidamente, como si aquella interrupción tuviera que ser dejada atrás tan pronto como fuera posible debido a que cualquier pérdida de tiempo era algo peligroso.

¡Esas condenadas cazadoras! ¡Siempre en algún lugar en nuestros pensamientos!

Incluso después de que las otras se fueran, Odrade se quedó con la impresión de los temores no expresados de Odrade.

Y mis temores.

Se levantó y se dirigió a la enorme ventana que se asomaba por encima de los bajos techos de los edificios circundantes al anillo que huertos y campos que rodeaba Central. La primavera estaba terminando, y los frutos empezaban a tomar ya forma ahí afuera. Renacimiento. ¡Un nuevo Teg ha nacido hoy! Ningún sentimiento de excitación acompañó aquel pensamiento. Normalmente aquella vista la reanimaba, pero no hoy, no esta mañana.

¿Cuáles son mis auténticas fuerzas? ¿Cuáles son mis hechos?

Los recursos a disposición de una Madre Superiora eran formidables: una profunda lealtad en todos aquellos que la servían, un brazo militar bajo un Bashar adiestrado por Teg (muy/ lejos ahora con una enorme porción de sus tropas, protegiendo su planeta escuela, Lampadas), artesanos y técnicos, espías y agentes a lo largo y ancho de todo el Antiguo Imperio, incontables trabajadores que contaban con la Hermandad para que les protegiera de las Honoradas Matres, y todas las Reverendas Madres con sus Otras Memorias retrocediendo hasta los albores de la vida.

Odrade sabía sin falso orgullo que ella representaba la cúspide de lo que había más fuerte en una Reverenda Madre. Si sus memorias personales no le proporcionaban la información que necesitaba, tenía a su disposición otras a su alrededor para llenar los huecos. Las máquinas también almacenaban datos para ella, aunque tenía que admitir su desconfianza innata hacia tales cosas. ¿No vinieron todas a través de manos humanas? ¡Ent

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