La mayor parte de la disciplina es disciplina oculta, designada no a liberar sino a limitar. No preguntes ¿Por qué? Sé cauteloso con el ¿Cómo? El ¿Por qué? conduce inexorablemente a la paradoja. El ¿Cómo? te atrapa en un universo de causo y efecto. Ambos niegan el infinito.
—Los libros apócrifos de Arrakis
—Supongo que Taraza os dijo que hemos empleado ya a once de esos gholas de Duncan Idaho. Este es el doceavo.
La vieja Reverenda Madre Schwangyu habló con deliberada amargura mientras bajaba la vista del parapeto de tres pisos de altura hasta el solitario chiquillo que jugaba en el cerrado patio cubierto de césped. La brillante luz del mediodía del sol que iluminaba el planeta Gammu saltaba por encima de las blancas paredes del patio, inundando el área de abajo con un resplandor como si un foco de luz estuviera dirigido directamente sobre el joven ghola.
¡Empleado!, pensó la Reverenda Madre Lucilla. Se concedió un breve asentimiento, pensando en lo fríamente impersonales que eran las actitudes y la elección de las palabras de Schwangyu. Hemos gastado totalmente su aprovisionamiento; ¡envíennos más!
El chiquillo en el césped parecía tener unos doce años standard, pero la apariencia podía ser algo engañoso en un ghola aún no despertado a sus memorias originales. El muchacho eligió aquel momento para alzar la vista hacia quienes lo estaban observando desde arriba. Tenía un cuerpo robusto, con una mirada directa que se enfocaba intensamente bajo el negro casquete de ensortijado pelo. La amarillenta luz de principios de la primavera arrojaba una débil sombra a sus pies. Su piel era profundamente bronceada, pero un ligero movimiento de su cuerpo hizo deslizarse su traje azul de una sola pieza, revelando una piel más pálida en su hombro izquierdo.
—Esos gholas no solamente son costosos, sino que también son enormemente peligrosos para nosotras —dijo Schwangyu. Su voz surgió llana y desapasionada, y mucho más impactante debido a ello. Era la voz de una Reverenda Madre Instructora hablándole a una acólita, y dejó bien sentado para Lucilla que Schwangyu era una de aquellas que protestaban abiertamente contra el proyecto ghola.
Taraza había advertido: «Intentará conseguir tu apoyo.»
—Once fracasos ya son suficiente —dijo Schwangyu.
Lucilla observó las arrugadas facciones de Schwangyu, pensando repentinamente: Algún día puede que yo también sea vieja y acartonada. Y quizá sea igualmente alguien poderoso en la Bene Gésserit.
Schwangyu era una mujer pequeña con numerosas marcas de los años ganadas en los asuntos de la Hermandad. Lucilla sabía por los estudios de su cargo que el atuendo negro convencional de Schwangyu ocultaba una enjuta figura que muy pocas personas más allá de sus acólitos ayudas de cámara y los hombres que habían procreado con ella habían visto nunca. La boca de Schwangyu era grande, el labio inferior tenso por las arrugas de la edad que se perdían en una prominente mandíbula. Sus modales tendían a Una seca brusquedad que los no iniciados interpretaban a menudo como irritación. La comandante del Alcázar de Gammu era una persona que se mantenía más retirada en sí misma que la mayoría de las Reverendas Madres.
Una vez más, Lucilla deseó conocer todo el alcance del proyecto Ghola. Taraza había trazado muy claramente la línea divisoria, sin embargó: «No puede confiarse en Schwangyu en cualquier cosa que se relacione con la seguridad del ghola.»
—Teníamos entendido que fueron los propios tleilaxu quienes mataron a la mayoría de los anteriores once —dijo Schwangyu—. Eso debería decimos en sí mismo algo.
Imitando la actitud de Schwangyu, Lucilla adoptó una pose tranquila de espera casi impasible. Su actitud decía: «Puede que sea mucho más joven que tú, Schwangyu, pero yo también soy una completa Reverenda Madre». Pudo sentir la mirada de Schwangyu.
Schwangyu había visto los holos de Lucilla, pero la mujer en carne y hueso era mucho más desconcertante. Una Imprimadora con el mejor de los adiestramientos, sin ninguna duda. Unos ojos totalmente azules no corregidos por ninguna lentilla daban a Lucilla una expresión penetrante que encajaba con su largo rostro ovalado. Con la capucha de su aba negra echada hacia atrás como ahora, su pelo castaño quedaba al descubierto, prietamente sujeto con un aro y luego cayendo en cascada sobre su espalda. Ni siquiera su austero atuendo podía ocultar completamente los amplios pechos de Lucilla. Pertenecía a una línea genética famosa por su naturaleza matronal y había dado a luz ya a tres hijos para la Hermandad, dos de ellos del mismo progenitor. Sí... una mujer encantadora de pelo castaño y amplios pechos y una disposición hacia la maternidad.
—Decís muy poco —observó Schwangyu—. Eso me indica que Taraza os ha advertido contra mí.
—¿Tenéis alguna razón para creer que unos asesinos intentarán matar a ese doceavo ghola? —preguntó Lucilla.
—Ya lo han intentado.
Era extraño como la palabra «herejía» brotaba en la mente de una cuando pensaba en Schwangyu, pensó Lucilla. ¿Podía existir la herejía entre las Reverendas Madres? Las insinuaciones de la palabra parecían estar fuera de lugar en un contexto Bene Gésserit. ¿Cómo podían existir movimientos heréticos entre una gente que mantenía una actitud profundamente manipulativa hacia todas las cosas religiosas?
Lucilla volvió de nuevo su atención al ghola, que eligió aquel momento para realizar una serie de volteretas que le hicieron describir un círculo completo hasta que quedó nuevamente en pie con la vista alzada hacia las dos observadoras del parapeto.
—¡Realiza muy bien sus ejercicios! —dijo burlonamente Schwangyu. La vieja voz no cubrió por completo una subyacente violencia.
Lucilla miró a Schwangyu. Herejía, Disidencia no era la palabra adecuada. Oposición no cubría lo que podía captarse en la vieja mujer. Aquello era algo que podía despedazar a la Bene Gésserit. ¿Una revuelta contra Taraza, contra la Reverenda Madre Superiora? ¡Increíble! Las Madres Superioras eran fundidas en el molde del monarca. Una vez Taraza había aceptado opinión y consejo y luego tomado su decisión, las Hermanas le debían obediencia.
—¡Este no es el momento de crear nuevos problemas! —dijo Schwangyu.
Su significado era claro. La gente de la Dispersión estaba regresando, y las intenciones de algunos entre esos Perdido? amenazaban a la Hermandad. ¡Honoradas Matres! Cuán parecidas a «Reverendas Madres» sonaban esas palabras.
Lucilla aventuró una salida exploratoria:
—¿Así que creéis que deberíamos concentrarnos en el problema de esas Honoradas Matres de la Dispersión?
—¿Concentramos? ¡Ja! Ellas no tienen nuestros poderes. No muestran ningún buen sentido. ¡Y no tienen el dominio de la melange! Eso es lo que quieren de nosotras, nuestro conocimiento de la especia.
—Quizá —admitió Lucilla. No estaba dispuesta a conceder esto con tan escasas pruebas.
—La Madre Superiora Taraza ha perdido sus sentidos jugueteando de nuevo con este ghola —dijo Schwangyu.
Lucilla permaneció en silencio. El proyecto ghola había tocado de forma definitiva un viejo nervio entre las Hermanas. La posibilidad, incluso remota, de que pudiera dar como resultado otro Kwisatz Haderach enviaba estremecimientos de furioso temor entre sus filas. ¡Entrometerse con los vestigios del Tirano ligados al gusano! Aquello era extremadamente peligroso.
—Nunca deberíamos llevar a ese ghola a Rakis —murmuró Schwangyu—. Dejemos que los gusanos sigan durmiendo.
Lucilla dedicó una vez más su atención al muchacho-ghola. Se había vuelto de espaldas al alto parapeto con sus dos Reverendas Madres, pero algo en su postura decía que sabía que estaban discutiendo sobre él, y aguardaba su respuesta.
—Indudablemente os dais cuenta de que ha sido traído aquí cuando aún es demasiado joven —dijo Schwangyu.
—Nunca había oído de imprimar profundamente a nadie tan joven —admitió Lucilla. Permitió una suave nota burlona en su tono, algo que sabía que Schwangyu iba a captar y malinterpretar. El control de la procreación y todas sus necesidades accesorias, esa era la especialidad última de la Bene Gésserit. Utiliza el amor pero evítalo, debía estar pensando ahora Schwangyu. Las analistas de la Hermandad conocían las raíces del amor. Habían examinado aquello muy al principio de su desarrollo, pero nunca se habían atrevido a llevarlo a la práctica fuera de aquellos a quienes influenciaban. Tolera el amor pero guárdate de él, esa era la regla. Aprende lo que yace profundamente enterrado dentro de la estructura genética humana, una red de seguridad para garantizar la continuación de la especie. Lo utilizabas cuando era necesario, imprimando a individuos seleccionados (a veces de forma mutua) para los propósitos de la Hermandad, sabiendo entonces que tales individuos quedarían ligados mediante poderosas ataduras no fácilmente disponibles a la conciencia común. Otros podían observar tales ataduras y Complotar contra sus consecuencias, pero los ligados danzarían ante la música inconsciente.
—No estaba sugiriendo que es un error imprimarlo —dijo Schwangyu, interpretando equivocadamente el silencio de Lucilla.
—Hacemos lo que se nos ordena hacer —reprendió Lucilla. Dejemos que Schwangyu haga con eso lo que quiera, pensó.
—Entonces no ponéis objeciones a llevar al ghola a Rakis —dijo Schwangyu—. Me pregunto si seguiríais con esa ciega obediencia si conocierais toda la historia.
Lucilla inspiró profundamente. ¿Iba a ser compartida ahora por ella toda la finalidad de los gholas de Duncan Idaho?
—Hay una niña llamada Sheeana Brugh en Rakis —dijo Schwangyu—. Puede controlar a los gusanos gigantes.
Lucilla ocultó su atención. Gusanos gigantes. No Shai-hulud. No Shaitán. Gusanos gigantes, ¡El jinete de la arena predicho por el Tirano había aparecido por fin!
—No estoy hablando a la ligera —dijo Schwangyu cuando Lucilla prosiguió con su silencio.
Por supuesto que no, pensó Lucilla. Y llamas a las cosas por su etiqueta descriptiva, no por el nombre de su importancia mística. Gusanos gigantes. Y estás pensando realmente en el Tirano, Leto II, cuyo interminable sueño es llevado como una perla de consciencia por cada uno de esos gusanos. O así se nos ha hecho creer.
Schwangyu hizo una seña con la cabeza hacia el muchacho en el césped, bajo ellas.
—¿Creéis que su ghola será capaz de influenciar a la niña que controla los gusanos?
Finalmente estamos quitándole la piel al asunto, pensó Lucilla. Dijo:
—No tengo necesidad de responder a una tal pregunta.
—Sois cautelosa —dijo Schwangyu.
Lucilla arqueó su espalda y se envaró. ¿Cautelosa? ¡Sí, por supuesto! Taraza le había advertido: «En lo que a Schwangyu se refiere, debes actuar con extrema precaución pero con rapidez. Tenemos una ventana muy estrecha de tiempo dentro de la cual podemos tener éxito.»
¿Éxito en qué?, se preguntó Lucilla. Miró de reojo a Schwangyu.
—No veo cómo los tleilaxu pudieron conseguir matar a once de esos gholas. ¿Cómo pudieron penetrar nuestras defensas?
—Ahora tenemos al Bashar —dijo Schwangyu—. Quizá él pueda impedir el desastre. —Su tono decía que no creía en ello.
La Madre Superiora Taraza había dicho: «Tú eres la Imprimadora, Lucilla. Cuando vayas a Gammu, reconocerás parte del esquema. Pero para tu tarea no necesitas conocer todo el proyecto.»
—¡Pensad en el coste! —dijo Schwangyu, mirando al ghola con ojos brillantes; el chiquillo estaba ahora sentado con las piernas cruzadas, arrancando manojos de césped.
El coste no tenía nada que ver con esto, sabía Lucilla. La abierta admisión del fracaso era mucho más importante. La Hermandad no podía revelar su falibilidad. Pero el hecho de que había sido llamada una Imprimadora muy pronto... eso era vital. Taraza había sabido que la Imprimadora vería esto y reconocería parte del esquema.
Schwangyu hizo un gesto con una huesuda mano hacia el muchacho, que había vuelto a su solitario juego, corriendo y dando volteretas sobre el césped.
—Política —dijo Schwangyu.
No había la menor duda de que la política de la Hermandad llenaba el centro de la herejía de Schwangyu, pensó Lucilla. La precisión de la argumentación interna podía ser deducida del hecho de que Schwangyu había sido puesta al cargo del Alcázar aquí en Gammu. Aquellos que se oponían a Taraza rehusaban ocupar una línea lateral.
Schwangyu se volvió y miró directamente a Lucilla. Se había dicho ya lo suficiente. Se había oído y se había registrado lo suficiente a través de mentes entrenadas en la consciencia Bene Gésserit. La Casa Capitular había elegido a aquella Lucilla con gran cuidado.
Lucilla captó el atento examen de la vieja mujer pero se negó a permitir que esto afectara a esa íntima sensación de finalidad en la cual podía confiar cualquier Reverenda Madre en tiempos de aflicción. Bien. Dejemos que me eche una buena mirada. Lucilla se volvió y su boca se curvó en una suave sonrisa mientras su mirada se paseaba por los techos al otro lado del patio.
Un hombre uniformado armado con un pesado rifle láser apareció allí, miró una vez a las dos Reverendas Madres, y luego centró su atención en el muchacho debajo de ellas!
—¿Quién es? —preguntó Lucilla.
—Patrin, el ayudante de mayor confianza del Bashar. Se dice que tan sólo es el ordenanza del Bashar, pero una tiene que ser ciega y estúpida para creerlo.
Lucilla examinó con cuidado al hombre del otro lado. Así que este era Patrin. Un nativo de Gammu, había dicho Taraza. Elegido para aquella tarea por el propio Bashar. Delgado y rubio, demasiado viejo para ser soldado, pero el Bashar había sido llamado de su retiro y había insistido en que Patrin debía compartir sus deberes.
Schwangyu observó la forma en que Lucilla desviaba su atención de Patrin al ghola con auténtica preocupación. Sí, si el Bashar había sido llamado de su retiro para protegerlo, entonces el ghola estaba en un peligro extremo.
Lucilla se sobresaltó con una repentina sorpresa.
—Pero... está...
—Ordenes de Miles Teg —dijo Schwangyu, nombrando al Bashar—. Todos los juegos del ghola son juegos de adiestramiento. Sus músculos deben ser preparados para el día en que le sea restaurado su yo original.
—Pero lo que está haciendo ahí abajo no es simple ejercicio —dijo Lucilla. Sintió que sus propios músculos respondían por simpatía al recordado adiestramiento.
—Solamente lo mantendremos alejado de los arcanos de la Hermandad —dijo Schwangyu—. Casi todo lo demás que existe en nuestro almacén de conocimientos puede ser suyo, —Su tono decía que consideraba aquello extremadamente objetable.
—Seguro que nadie cree que este ghola pueda convertirse en otro Kwisatz Haderach —objetó Lucilla.
Schwangyu se limitó a alzarse de hombros.
Lucilla se mantuvo completamente inmóvil, pensando. ¿Era posible que el ghola pudiera ser transformado en una versión masculina de una Reverenda Madre? ¿Podía aquel Duncan Idaho aprender a mirar hacia dentro de sí mismo a los lugares a los que ninguna Reverenda Madre se atrevía a mirar?
Schwangyu empezó a hablar, su voz apenas un gruñente murmullo:
—La finalidad de este proyecto... tienen un plan peligroso. Pueden cometer el mismo error... —se interrumpió.
Ellas, pensó Lucilla, Su ghola.
—Me gustaría saber con seguridad la posición de Ix y de las Habladoras Pez en esto —dijo Lucilla.
—¡Las Habladoras Pez! —Schwangyu agitó la cabeza ante el simple pensamiento de lo que quedaba del ejército femenino que antiguamente había servido con exclusividad al Tirano—. Ellas creen en la verdad y en la justicia.
Lucilla dominó una repentina opresión en su garganta. Schwangyu había declarado de forma tajante su abierta oposición. Sin embargo, ella mandaba allí. La regla política era sencilla: aquellos que se oponían al proyecto debían controlarlo de tal modo que pudieran abortarlo a la primera señal de problemas. Pero aquel era un genuino ghola de Duncan Idaho, allá abajo en el césped. Las comprobaciones de células y las Decidoras de Verdad lo habían confirmado.
Taraza había dicho: «Estarás allí para enseñarle el amor en todas sus formas.»
—Es tan joven —dijo Lucilla, manteniendo su atención sobre el ghola.
—Joven, sí —dijo Schwangyu—. De modo que, por ahora, supongo que despertaréis sus respuestas infantiles al afecto materno. Más tarde... —Schwangyu se alzó de hombros.
Lucilla no traicionó ninguna reacción emocional. Una Bene Gésserit obedecía. Soy una Imprimadora. Así pues... Las órdenes de Taraza y el adiestramiento especializado de Imprimadora definían una línea particular de acontecimientos.
Lucilla dijo a Schwangyu:
—Hay alguien que tiene mi misma apariencia y habla con mi voz. Yo estoy Imprimando para ella. ¿Puedo preguntar quién es?
—No.
Lucilla mantuvo su silencio. No había esperado ninguna revelación, pero se le había hecho notar más de una vez que poseía un sorprendente parecido con la Vieja Madre de Seguridad Darwi Odrade. «Una joven Odrade», había oído Lucilla en varias ocasiones. Tanto Lucilla como Odrade pertenecían, por supuesto, a la línea de los Atreides, con una fuerte ascendencia de los descendientes de Siona. ¡Las Habladoras Pez no poseían el monopolio de esos genes! Pero las Otras Memorias de una Reverenda Madre, incluso con su selectividad lineal y su confinamiento al lado femenino, proporcionaban importantes indicios a la amplia configuración del proyecto ghola. Lucilla, que había empezado a confiar en sus experiencias de la persona de Jessica enterrada desde hacía unos cinco mil años en las manipulaciones genéticas de la Hermandad, notó ahora una profunda sensación de temor procedente de aquel lugar. Había allí un esquema familiar. Proporcionaba una sensación tan intensa de fatalidad que Lucilla cayó automáticamente en la Letanía Contra el Miedo tal como le había sido enseñada en su primera introducción a los ritos de la Hermandad:
«No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a ¡a destrucción total Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo.»
La calma regresó a Lucilla.
Schwangyu captó algo de aquello, permitió que su guardia bajara ligeramente. Lucilla no era estúpida, no era una Reverenda Madre especial con un título vacío y apenas la experiencia suficiente como para funcionar sin poner en un compromiso a la Hermandad. Lucilla era genuina, y algunas reacciones no podían serle ocultadas, ni siquiera las reacciones de otra Reverenda Madre. ¡Muy bien, dejémosle que conozca toda la extensión de la oposición a este estúpido, este peligroso proyecto!
—No creo que su ghola sobreviva para ver Rakis —dijo Schwangyu.
Lucilla ignoró aquello.
—Habladme de sus amigos —dijo.
—No tiene amigos; sólo maestros.
—Entonces, ¿puedo conocerlos? —Mantuvo su mirada fija en el parapeto opuesto, donde Patrin estaba indolentemente apoyado contra un bajo pilar, su pesado rifle láser dispuesto. Lucilla se dio cuenta con una repentina impresión que Patrin estaba observándola. ¡Patrin representaba un mensaje del Bashar! Obviamente, Schwangyu vio y comprendió. ¡Lo guardamos!
—Presumo que es a Miles Teg a quien os sentís ansiosa de conocer —dijo Schwangyu.
—Entre otros.
—¿No deseáis entrar primero en contacto con el ghola?
—Ya he entrado en contacto con él. —Lucilla hizo un gesto con la cabeza hacia el patio cerrado donde el muchacho estaba de nuevo en pie, casi inmóvil, mirando hacia arriba, hacia ellas—. Es del género meditativo.
—Tengo sólo los informes de los otros —dijo Schwangyu—, pero sospecho que es el más meditativo de la serie.
Lucilla reprimió un involuntario estremecimiento ante la celeridad en la violenta oposición por parte de las palabras y actitud de Schwangyu. No había ningún indicio de que el muchacho debajo de ellas compartiera una humanidad común.
Mientras Lucilla estaba pensando esto, unas nubes cubrieron el sol, como hacían a menudo allí a aquella hora. Un frío viento sopló sobre las paredes del Alcázar, remolineando en torno al patio. El muchacho se dio la vuelta y reanudó el rápido ritmo de sus ejercicios, obteniendo calor del incremento de su actividad.
—¿Adónde va para estar solo? —preguntó Lucilla.
—Principalmente a su habitación. Ha intentado algunas escapadas peligrosas, pero lo hemos desanimado de que siga intentándolo.
—Debe odiaros mucho.
—Estoy segura de ello.
—Tendré que tratar eso directamente.
—Por supuesto, una Imprimadora no tiene nunca dudas acerca de su habilidad en superar el odio.
—Estaba pensando en Geasa. —Lucilla dirigió una mirada perspicaz a Schwangyu— Considero sorprendente que permitáis que Geasa cometa un tal error.
—No interfiero con los progresos normales de la instrucción del ghola. Si uno de sus maestros desarrolla un auténtico afecto hacia él, ese no es mi problema.
—Un atractivo muchacho —dijo Lucilla.
Permanecieron un rato más observando al ghola Duncan Idaho en su juego de adiestramiento. Ambas Reverendas Madres pensaron brevemente en Geasa, una de las primeras maestras traídas allí para el proyecto ghola. La actitud de Schwangyu era llana: Geasa era un fracaso providencia. Lucilla pensaba únicamente: Schwangyu y Geasa complican mi tarea. A ninguna de las dos mujeres se le ocurrió pensar ni por un fugaz momento en la forma en que esos pensamientos reafirmaban sus lealtades.
Mientras observaba al muchacho en el patio, Lucilla empezó a tener una nueva apreciación de lo que el Tirano Emperador había conseguido realmente. Leto II había empleado a su ghola-tipo a través de incontables vidas... algo así como tres mil quinientos años de ellos, uno tras otro. Y el Dios Emperador Leto II había sido una fuerza no ordinaria de la naturaleza. Había sido el mayor juggemaut de la historia humana, aplastándolo todo: sistemas sociales, odios naturales e innaturales, formas de gobiernos, rituales (tanto tabúes como obligatorios), religiones casuales y religiones intensas. El Aplastante peso del paso del Tirano no había dejado nada sin marcar, ni siquiera la BENE Gésserit.
Leto II lo había llamado «La Senda de Oro», y este ghola de Duncan Idaho ahí debajo de ella, ahora, había figurado de una forma prominente en aquel extraordinario paisaje. Lucilla había estudiado los archivos de la Bene Gésserit, probablemente los mejores del universo. Incluso hoy, en la mayoría de los viejos Planetas imperiales, las parejas recién casadas seguían esparciendo salpicaduras de agua al este y al oeste, murmurando la versión local de «Que estas bendiciones fluyan de nuevo hasta nosotros a través de esta, ofrenda, oh Dios de Infinito Poder e Infinita Misericordia.»
En un tiempo, había sido tarea de las Habladoras Pez y su sumiso sacerdocio reforzar tal obediencia. Pero todo aquello había desarrollado su propio impulso, convirtiéndose en una penetrante compulsión. Incluso el más dubitativo de los creyentes había dicho: «Bien, eso no puede hacer ningún daño.» Era una realización que las más expertas ingenieras religiosas de la Missionaria Protectiva de la Bene Gésserit admiraban con frustrada maravilla. El Tirano había superado a lo mejor de la Bene Gésserit. Y mil quinientos años después de la muerte del Tirano, la Hermandad seguía impotente en desatar el nudo central de aquel temible logro.
—¿Quién está a cargo del adiestramiento religioso del muchacho? —preguntó Lucilla.
—Nadie —dijo Schwangyu—. ¿Por que preocuparse por ello? Si es despertado de nuevo a sus memorias originales, tendrá sus propias ideas. Trabajaremos sobre ellas si alguna vez tenemos que hacerlo.
El muchacho debajo de las dos mujeres completó su período previsto de entrenamiento. Sin dirigir otra mirada a sus observadoras en el parapeto, abandonó el patio cerrado y cruzó una amplia puerta a la izquierda. Patrin también abandonó su posición de guardia sin dirigir una mirada a las dos Reverendas Madres.
—No os dejéis engañar por la gente de Teg —dijo Schwangyu—, Tienen ojos en sus nucas. La madre de nacimiento de Teg, ya lo sabéis, era una de nosotras. ¡El le está enseñando a ese ghola cosas que sería mejor que no supiera nunca!
Las explosiones son también compresiones de tiempo. Los cambios observables en el universo natural son todos ellos explosivos en algún grado y desde algún punto de vista; de otra manera no podríamos observarlos. La suave Continuidad del cambio, si es frenada lo suficiente, transcurre sin ser apreciada por los observadores cuyo lapso de atención temporal es demasiado corto. Por ello os digo que yo he visto cambios que nunca jamás habríais observado.
—Leto II
La mujer de pie a la luz matutina del Planeta de la Casa Capitular, al otro lado de la mesa donde se sentaba la Reverenda Madre Superiora Alma Mavis Taraza, era alta y flexible. La larga aba que la envolvía en brillante negro desde los hombros hasta el suelo no ocultaba completamente la gracia con que su cuerpo expresaba cada movimiento.
Taraza se inclinó hacia adelante en su sillón y observó el Transmisor de Informes que proyectaba sus condensados glifos Bene Gésserit en el sobre de la mesa, únicamente para sus ojos.
«Darwi Odrade», identificó el transmisor a la mujer de pie, luego apareció una biografía esencial, que Taraza ya conocía en detalle. El transmisor servía para varios propósitos... proporcionaba una memoria segura a la Madre Superiora, permitía una pausa ocasional para pensar mientras fingía repasar los informes, y era un argumento definitivo en el caso de que surgiera algo negativo en alguna de sus entrevistas.
Odrade había dado a luz diecinueve hijos para la Bene Gésserit, observó Taraza mientras las informaciones se deslizaban pasando ante sus ojos. Cada hijo de un padre distinto. Aquello no tenía nada de extraño, pero incluso los ojos más escrutadores podían ver que aquel servicio esencial a la Hermandad no había engrosado en lo más mínimo la carne de Odrade. Sus rasgos exhibían una altivez natural en su larga nariz y en el complemento de las angulosas mejillas. Cada uno de sus rasgos llamaba la atención hacia abajo hacia una puntiaguda barbilla. Su boca, sin embargo, era llena y prometía una pasión que ella retenía muy cuidadosamente.
Siempre podemos confiar en los genes de los Atreides, pensó Taraza.
La cortina de una de las ventanas se agitó detrás de Odrade, y volvió la vista hacia ella. Estaban en la estancia matutina de Taraza, una habitación pequeña y elegantemente amueblada decorada en distintos tonos de verde. Solamente el blanco puro de la silla-perro de Taraza la separaba de su entorno. Los miradores estaban orientados al este, al jardín y al césped, con las lejanas montañas nevadas como telón de fondo del Planeta de la Casa Capitular.
Sin alzar la vista, Taraza dijo:
—Me alegré cuando tanto tú como Lucilla aceptasteis la misión. Eso hace mi tarea mucho más fácil.
—Me hubiera gustado conocer a esa Lucilla —dijo Odrade, mirando a la parte superior de la cabeza de Taraza. Odrade tenía una suave voz de contralto.
Taraza carraspeó.
—No es necesario. Lucilla es una de nuestras más hábiles Imprimadoras. Cada una de vosotras, por supuesto, recibisteis el idéntico condicionamiento liberal para prepararos para esto.
Había algo casi insultante en d tono casual de Taraza, y solamente los hábitos de una larga asociación hicieron que Odrade rechazara un inmediato resentimiento. Parcialmente era debido al empleo de la palabra «liberal», se dio cuenta. Los antepasados Atreides se alzaban en rebelión ante la palabra. Era como si sus acumuladas memorias femeninas atacaran ferozmente a las suposiciones inconscientes y los prejuicios no examinados que se ocultaban tras el concepto.
«Tan sólo los liberales piensan realmente. Tan sólo los liberales son intelectuales. Tan sólo los liberales comprenden las necesidades de sus semejantes.»
¡Cuánta perversidad yacía oculta en esa palabra!, pensó Odrade. Cuanto ego secreto exigiendo sentirse superior.
Odrade se recordó a sí misma que Taraza, pese al tono casualmente insultante, había utilizado el término tan sólo en su sentido católico: La educación generalizada de Lucilla había sido cuidadosamente equiparada a la de Odrade.
Taraza se inclinó hacia atrás buscando una posición más cómoda, pero siguió con su atención centrada en el transmisor frente a ella. La luz de las ventanas orientadas al este caía directamente sobre su rostro, produciendo sombras bajo su nariz y barbilla. Taraza, una mujer pequeña apenas un poco más vieja que Odrade, conservaba todavía mucho de la belleza que la había convertido en la procreadora de mayor confianza con padres difíciles. Su rostro era un largo óvalo con suavemente curvadas mejillas, Llevaba su negro pelo tensamente echado hacia atrás a partir de un alta frente con una pronunciada protuberancia central. La boca de Taraza apenas se abría cuando hablaba: un soberbio control del movimiento. La atención de un observador solía centrarse en sus ojos: un irresistible azul sobre azul. El efecto conjunto era el de una suave máscara facial a través de la cual escapaba muy poco que traicionara sus auténticas emociones.
Odrade reconoció aquella postura actual en la Madre Superiora. Dentro de poco Taraza iba a empezar a murmurar para sí misma. Efectivamente, como a una señal, Taraza empezó a murmurar para sí misma.
La Madre Superiora estaba pensando mientras seguía la información biográfica con gran atención. Muchos asuntos ocupaban su mente.
Aquel era un pensamiento tranquilizador para Odrade. Taraza no creía que existiera nada parecido a un poder benéfico salvaguardando la especie humana. La Missionaria Protectiva y las intenciones de la Hermandad eran todo lo que contaba en el universo de Taraza. Cualquier cosa que sirviera para esas intenciones, incluso las maquinaciones del hacía tanto tiempo muerto Tirano, podía ser juzgada buena. Todo lo demás era perjudicial. Las intrusiones de la Dispersión —especialmente aquellas descendientes que regresaban y se hacían llamar «Honoradas Matres»— no eran algo en lo que se pudiera confiar. La propia gente de Taraza, incluso aquellas Reverendas Madres que se oponían a ella en el Consejo, eran el último recurso Bene Gésserit, lo único en que se podía confiar.
Todavía sin alzar la vista, Taraza dijo:
—Ya sabes que cuando comparamos los milenios precedentes al Tirano con los posteriores a su muerte, la disminución en los conflictos importantes es fenomenal. Desde el Tirano, el número de tales conflictos ha bajado a menos de un dos por ciento de lo que eran antes.
—Por lo que sabemos —dijo Odrade.
Los ojos de Taraza aletearon, alzándose brevemente, y luego volvieron a bajar.
—¿Qué?
—No tenemos forma alguna de decir cuántas guerras se han producido fuera de nuestro conocimiento. ¿Tienes estadísticas de la gente de la Dispersión?
—¡Por supuesto que no!
—Lo que estás diciendo es que Leto nos domesticó —dijo Odrade.
—Si quieres expresarlo de este modo, —Taraza insertó una señal en algo que vio en su display.
—¿No deberíamos atribuir algo del crédito a nuestro bienamado Bashar Miles Teg? —preguntó Odrade—. ¿O a sus predecesores llenos de talento?
—Nosotras elegimos a esa gente —dijo Taraza.
—No veo la pertinencia de esta discusión marcial —dijo Odrade—. ¿Qué tiene que ver con nuestro actual problema?
—Hay algunas que piensan que podemos revertir a la condición pre-Tirano con un bang de lo más desagradable.
—¿Oh? —Odrade frunció los labios.
—Algunos grupos entre nuestros Perdidos que regresan están vendiendo armas a cualquiera que las desee o pueda comprarlas.
—¿Específicas?
—Armas muy sofisticadas están confluyendo sobre Gammu, y quedan muy pocas dudas de que los tleilaxu están almacenando algunas de las peores.
Taraza se inclinó con una voz baja, casi meditativa.
—Creemos que estamos tomando decisiones trascendentales y fuera de los más altos principios.
Odrade había oído también aquello antes. Dijo:
—¿Duda la Madre Superiora de la rectitud de la Bene Gésserit?
—¿Dudar? Oh, no. Pero experimento frustración. Trabajamos todas nuestras vidas para esas altamente refinadas metas y al final, ¿qué descubrimos? Descubrimos que muchas de las cosas a las cuales hemos dedicado nuestras vidas proceden de insignificantes decisiones. Pueden ser rastreadas como deseos de comodidad o conveniencia personales, y no tienen nada que ver en absoluto con nuestros altos ideales. Lo que realmente estaba en juego era algún acuerdo mundano que satisfacía las necesidades de aquellos que podían tomar las decisiones.
—Te he oído llamar a eso necesidad política —dijo Odrade.
Taraza habló con un férreo control mientras volvía su atención al display frente a ella.
—Si nos institucionalizamos en nuestros juicios, esa es una forma segura de extinguir la Bene Gésserit.
—No encontrarás decisiones insignificantes en mi biografía —dijo Odrade.
—Estoy buscando fuentes de debilidad, grietas.
—Tampoco las encontrarás.
Taraza reprimió una sonrisa. Reconoció aquella observación egocéntrica: la forma que tenía Odrade de aguijonear a la Madre Superiora. Odrade era muy buena aparentando impaciencia, cuando en realidad permanecía suspendida en un flujo atemporal de paciencia.
Cuando Taraza no picó el anzuelo, Odrade reasumió su calmada espera... respiración pausada, mente firme. La paciencia llegó sin necesidad de pensar en ella. La Hermandad le había enseñado hacía mucho tiempo cómo dividir pasado y presente en flujos simultáneos. Mientras observaba su entorno inmediato, podía captar detalles y fragmentos de su pasado y revivirlos como si estuvieran reflejados en una pantalla sobreimpuesta al presente.
El trabajo de la memoria, pensó Odrade. Cosas que era necesario arrastrar fuera y dejar descansar. Retirar las barreras. Una vez retirado todo lo demás, siempre quedaba todavía la enmarañada infancia.
Había habido un tiempo en el que Odrade vivía como lo hacen la mayor parte de los niños, en una casa con un hombre y una mujer que, aunque no fueran sus padres, realmente actuaban in loco parentis. Todos los demás niños que conocía entonces vivían en situaciones similares. Tenían papás y mamas. Algunas veces tan sólo el papá trabajaba fuera de casa. Algunas veces tan sólo la mamá salía a trabajar. En el caso de Odrade, la mujer permanecía en casa y la niña no era enviada a ninguna guardería durante las horas de trabajo. Mucho más tarde Odrade supo que su madre de nacimiento había pagado una gran cantidad de dinero para proporcionarle eso a su hija apartada de su camino.
—Te ocultó con nosotros porque te quería —le explicó la mujer cuando Odrade fue lo suficientemente mayor como para comprender—. Es por eso por lo que nunca debes revelar que nosotros no somos tus auténticos padres.
El amor no tenía nada que ver con aquello, supo Odrade más tarde. Las Reverendas Madres no actuaban por tales motivos mundanos. Y la madre de nacimiento de Odrade había sido una Hermana Bene Gésserit.
Todo aquello le fue revelado a Odrade de acuerdo con el plan original. Su nombre. Odrade. Darwi era como siempre había sido llamada cuando el que lo hacía no se mostraba cariñoso o irritado. Naturalmente, los amigos jóvenes lo abreviaban a Dar.
Sin embargo, no todo iba de acuerdo con el plan original. Odrade recordaba una estrecha cama en una habitación realzada con pinturas de animales y paisajes de fantasía en las paredes azul pastel. Unas cortinas blancas se agitaban en la ventana a las suaves brisas de la primavera y el verano. Odrade recordaba saltar sobre la estrecha cama... un maravilloso y divertido juego: arriba, abajo, arriba, abajo. Muchas risas. Unos brazos la sujetaron en medio de uno de esos saltos y la apretaron fuertemente. Eran los brazos de un hombre: un rostro redondo con un pequeño bigote que le hacía cosquillas y la hacía reír. La cama golpeaba contra la pared cuando ella saltaba, y la pared mostraba unas pequeñas indentaciones como resultado de este movimiento.
Odrade revivió esos recuerdos ahora, reluctante de arrojarlos contra el muro de la racionalidad. Señales en una pared. Señales de risas y alegría. Qué pequeñas eran, representando tanto.
Era extraño cómo recientemente había estado pensando cada vez más en papá. Todos los recuerdos no eran felices. Había habido ocasiones en las que él se había mostrado triste e irritado, advirtiendo a mamá de «no implicarse demasiado». Poseía un rostro que reflejaba muchas frustraciones. Su voz ladraba cuando estaba irritado. Entonces mamá se movía muy discretamente, con los ojos llenos de preocupación. Odrade captaba la preocupación y el miedo y se ofendía con el hombre. La mujer sabía mejor como tratarlo. Le besaba en la nuca, acariciaba sus mejillas y le susurraba cosas al oído.
Esas antiguas emociones «naturales» habían dado mucho trabajo al analista-censor de la Bene Gésserit antes de que pudieran ser exorcizadas de Odrade. Pero incluso ahora quedaba un detritus residual que había que recoger y echar. Incluso ahora. Odrade sabía que no todo había desaparecido.
Viendo la forma en que Taraza estudiaba con extremo cuidado el informe biográfico, Odrade se preguntó si aquella era la grieta que veía la Madre Superiora.
Seguramente ahora saben que puedo enfrentarme a las emociones de esos primeros tiempos.
Hacía tanto tiempo de todo ello. Aún tenía que admitir que el recuerdo del hombre y la mujer estaban dentro de ella, ligados con tal fuerza que nunca podrían ser borrados por completo. Especialmente mamá.
La Reverenda Madre in extremis que había dado a luz a Odrade la había depositado en aquel lugar oculto de Gammu por razones que ahora Odrade comprendía muy bien. Odrade no experimentaba resentimientos. Había sido necesario para la supervivencia de las dos. Los problemas surgían del hecho de que la madre adoptiva había proporcionado a Odrade eso que la mayor parte de las madres proporcionaban a sus hijos, eso en lo que no creía la Hermandad... amor.
Cuando vinieron las Reverendas Madres, la madre adoptiva no había luchado contra el que se le llevaran a su hija. Aparecieron dos Reverendas Madres con un contingente de procuradores masculinos y femeninos. Odrade necesitó mucho tiempo para comprender el significado de aquel desgarrador momento. La mujer había sabido en lo más íntimo de su corazón que el día de la partida estaba cercano. Sólo era cuestión de tiempo. Sin embargo, a medida que los días se convertían en años —casi seis años standard—, la mujer se había atrevido a albergar esperanzas.
Luego aparecieron las Reverendas Madres con sus fornidos ayudantes. Simplemente habían estado aguardando hasta tener la completa seguridad, hasta asegurarse de que los cazadores no sabían que se trataba de una Bene Gésserit... una planeada descendiente de los Atreides.
Odrade vio que le era entregada una gran cantidad de dinero a su madre adoptiva. La mujer arrojó el dinero al suelo. Pero no se alzó ninguna voz, ninguna objeción. Los adultos que interpretaban la escena sabían dónde estaba el poder.
Recordando aquellas comprimidas emociones, Odrade podía ver todavía a la mujer sentada en una silla de respaldo recto junto a la ventana que daba a la calle, donde empezó a agitarse hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás. Ningún sonido salió de ella.
Las Reverendas Madres utilizaron la Voz y su considerable astucia más el humo de hierbas anestesiantes y su imponente presencia para llevar a Odrade al vehículo de superficie que les aguardaba.
—Será sólo por poco tiempo. Tu auténtica madre nos ha enviado.
Odrade captó las mentiras, pero la curiosidad la empujaba. Mi auténtica madre.
Su última visión de la mujer que había sido su única madre conocida fue la de aquella figura en la ventana agitándose hacia adelante y hacia atrás, con una expresión desolada en su rostro, abrazándose con sus propios brazos.
Más tarde, cuando Odrade habló de regresar junto a la mujer, aquella memoria-visión fue incorporada a una lección esencial Bene Gésserit.
—El amor conduce a la miseria. El amor es una fuerza muy antigua, que sirvió a sus propósitos en su día pero que ya no resulta esencial para la supervivencia de la especie. Recuerda ese error de las mujeres, el dolor.
Hasta muy pasados los diez años, Odrade se estabilizó soñando despierta. Realmente iba a volver después de convertirse en una auténtica Reverenda Madre. Volvería y encontraría de nuevo a aquella amante mujer, la encontraría pese a que no tenía más nombres de ella que «mamá» y «Sibia». Odrade recordó las risas de los amigos adultos que habían llamado a la mujer «Sibia».
Mamá Sibia.
Sus Hermanas, sin embargo, detectaron esos sueños y buscaron su fuente. Eso también fue incorporado en una lección.
—Soñar despierta es el primer despertar de lo que llamamos Simulflujo. Es una herramienta esencial del pensamiento racional. Con ella puedes aclarar tu mente para pensar mejor.
Simulflujo.
Odrade centró su atención en Taraza, en la mesa de la estancia matutina. El trauma de la infancia debía ser cuidadosamente situado en un lugar reconstruido de la memoria. Todo aquello había ocurrido muy lejos en Gammu, el planeta que el pueblo de Dan había reedificado después de los Tiempos de Hambruna y la Dispersión. El pueblo de Dan... Caladan en aquellos días. Odrade se aferró firmemente en el pensamiento racional, utilizando la actitud de las Otras Memorias que habían fluido en su consciencia durante la agonía de la especia cuando se había convertido realmente en una Reverenda Madre completa.
Simulflujo... el filtro de la consciencia... Otras Memorias.
Eran unas herramientas poderosas las que le había proporcionado la Hermandad. Unas herramientas peligrosas. Todas aquellas otras vidas yacían justo detrás de la cortina de la consciencia, herramientas para la supervivencia, no una forma de satisfacer una curiosidad casual.
Taraza dijo, traduciendo del material que se deslizaba ante sus ojos:
—Profundizaste demasiado en tus Otras Memorias. Eso drena las energías mejor conservadas.
Los ojos completamente azules de la Madre Superiora lanzaron una penetrante mirada a Odrade.
—A veces has llegado hasta el borde mismo de la tolerancia de la carne. Eso puede conducirte a una muerte prematura.
—Soy cuidadosa con la especia, Madre.
—¡Y debes serlo! ¡Un cuerpo puede tomar tan sólo una determinada cantidad de melange, puede bucear tan sólo hasta un cierto límite en su pasado!
—¿Has encontrado mi grieta? —preguntó Odrade.
—¡Gammu! —Una sola palabra, pero toda una arenga.
Odrade supo. El inevitable trauma de aquellos años perdidos en Gammu. Eran una distracción que debía ser desenraizada y convertida en algo racionalmente aceptable.
—Pero soy enviada a Rakis —dijo Odrade.
—Y veo que recuerdas los aforismos de la moderación. ¡Recuerda quién eres!
Una vez más, Taraza se inclinó hacia su display.
Soy Odrade, pensó Odrade.
En las escuelas Bene Gésserit, donde los nombres de pila tendían a desaparecer, las listas se pasaban por el apellido. Amigos y conocidos adquirían la costumbre de utilizar el nombre por el que se pasaba lista. Aprendían muy pronto que compartir un secreto o unos nombres privados era una antigua forma de atrapar a una persona en afectos.
Taraza, tres clases por delante de Odrade, había sido asignada a «llevar adelante a la joven», una deliberada asociación maquinada por unas vigilantes maestras.
«Llevar adelante» significaba un cierto dominio sobre la persona más joven, pero también incorporaba una mayor relación. Taraza, con acceso a los informes privados de su pupila, empezó a llamar a la joven «Dar». Odrade respondió llamando a Taraza «Tar». Los dos nombres adquirieron una cierta pegajosidad... Dar y Tar. Incluso después de que las Reverendas Madres los oyeran y las reprendieran, ocasionalmente seguían cayendo en ello aunque sólo fuera por simple diversión.
Odrade, mirando ahora a Taraza, dijo:
—Dar y Tar.
Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Taraza.
—¿Qué hay en mis informes que tú ya no conozcas más de siete veces? —preguntó Odrade.
Taraza se reclinó en su asiento y aguardó a que la sillaperro se ajustara por sí misma a la nueva posición. Apoyó sus manos unidas en el sobre de la mesa y miró a la otra mujer.
No mucho más joven que yo, realmente, pensó Taraza.
Desde la escuela, sin embargo, Taraza había pensado en Odrade como en alguien perteneciente por completo a un grupo más joven en edad, creando así entre ellas un abismo que ningún paso de los años podía cerrar.
—Ve con cuidado al principio, Dar —dijo Taraza.
—Este proyecto está ya mucho más allá de su principio —dijo Odrade.
—Pero tu parte en él empieza ahora. Y estamos iniciando un nuevo principio como nunca antes habíamos intentado.
—¿Voy a saber ahora todo lo relativo a la finalidad de este ghola?
—No.
Así, simplemente. Toda la evidencia de una disputa a alto nivel y la «necesidad de saber» borradas con una simple palabra. Pero Odrade comprendió. Había un encabezamiento organizativo en la original Casa Capitular de la Bene Gésserit, que había resistido con tan sólo cambios mínimos sin importancia a lo largo de los milenios. Las divisiones Bene Gésserit eran cortadas con resistentes barreras verticales y horizontales, separándolas en grupos aislados que convergían en un solo mando únicamente allá, en la cúspide. Los deberes (que eran calificados como «papeles asignados») eran realizados dentro de celdas separadas. Las participantes activas en el interior de una celda no conocían a sus contemporáneas en el interior de otras celdas paralelas.
Pero sé que la Reverenda Madre Lucilla se halla en una celda paralela, pensó Odrade. Es la respuesta lógica.
Reconoció la necesidad. Era un antiguo diseño copiado de las sociedades secretas revolucionarias. Las Bene Gésserit siempre se habían visto a sí mismas como revolucionarias permanentes. Era una revolución lo que tan sólo se había amortiguado en la época del Tirano, Leto II.
Amortiguado, pero no desviado o detenido, se recordó Odrade.
—En lo que vas a hacer —dijo Taraza—, dime si captas alguna amenaza inmediata contra la Hermandad.
Era una de las peticiones peculiares de Taraza, que Odrade había aprendido a responder mediante un instinto sin palabras, que luego podía ser traducido en palabras, Rápidamente, dijo:
—Si fracasamos en actuar, será peor.
—Razonamos que ahí podía estar el peligro —dijo Taraza. Habló con una voz seca y remota. A Taraza no le gustaba solicitar aquel talento en Odrade. La otra mujer más joven poseía un instinto presciente para detectar amenazas contra la Hermandad. Era algo que procedía de la influencia salvaje de su línea genética, por supuesto... los Atreides con sus peligrosos talentos. Había una marca especial en el archivo genético de Odrade: «Cuidadoso examen de todos sus descendientes». Dos de esos descendientes habían sido eliminados discretamente.
No hubiera debido despertar el talento de Odrade ahora, ni siquiera por un momento, pensó Taraza. Pero a veces la tentación era muy grande.
Taraza cerró el proyector en el sobre de su mesa y contempló la superficie vacía mientras hablaba.
—Incluso aunque encontraras un perfecto progenitor, no procrearás sin nuestro permiso mientras permanezcas alejada de nosotras.
—El error de mi madre natural —dijo Odrade.
—¡El error de tu madre natural fue ser reconocida mientras estaba procreando!
Odrade había oído aquello antes. Existía aquel elemento en la línea que los Atreides que requería el más cuidadoso control de las mujeres procreadoras. El talento salvaje, por supuesto. Lo sabía todo acerca del talento salvaje, esa fuerza genética que había producido al Kwisatz Haderach y al Tirano. ¿Qué estaban buscando ahora las mujeres procreadoras, sin embargo? ¿Era su enfoque negativo en su mayor parte? ¡No más nacimientos peligrosos! Nunca había visto a ninguno de sus bebés después de haberlos dado a luz, lo cual no resultaba necesariamente curioso dentro de la Hermandad. Y ella nunca habla visto ninguno de los informes de su propio archivo genético. Aquí también, la Hermandad operaba con una cuidadosa separación de poderes.
¡Y esas anteriores prohibiciones respecto a mis Otras Memorias!
Había encontrado los espacios en blanco en sus memorias y los había abierto. Era probable que tan sólo Taraza y quizá otras dos consejeras (Bellonda, muy probablemente, y alguna otra vieja Reverenda Madre) compartieran el más sensitivo acceso a esa información procreadora.
¿Habían jurado realmente Taraza y las otras morir antes que revelar información reservada a un extraño? Existía, después de todo, un preciso ritual de sucesión que hacía que una Reverenda Madre clave muriera apartada de sus Hermanas y sin ninguna posibilidad de transmitirles sus vidas encapsuladas, El ritual había sido puesto en práctica muchas veces durante el reinado del Tirano. ¡Un terrible período! ¡Sabiendo que las células revolucionarias de las Hermanas resultaban transparentes para él! ¡Monstruo! Sabía que sus Hermanas nunca se habían dejado engañar, y sabían que Leto no había destruido a la Bene Gésserit únicamente debido a alguna lealtad profundamente enterrada en él hacia su abuela, Dama Jessica.
¿Estáis vos aquí, Jessica?
Odrade sintió una agitación dentro de ella, muy lejos. El fracaso de una Reverenda Madre: «¡Permitió enamorarse!» Algo tan pequeño, y sin embargo, qué grandes consecuencias. Tres mil quinientos años de tiranía.
La Senda de Oro. ¿Infinita? ¿Y los megatrillones perdidos en la Dispersión? ¿Qué amenaza representaban esos Perdidos que ahora estaban regresando?
Como si leyera la mente de Odrade, lo cual parecía hacer a veces, Taraza dijo:
—Los de la Dispersión están ahí afuera... simplemente aguardando para saltar.
Odrade había oído las discusiones: peligro por un lado y por el otro, algo magnéticamente atractivo. Tantas magníficas incógnitas. La Hermandad, con sus talentos agudizados por la melange a lo largo de milenios... ¿qué podían no hacer con tales recursos humanos no bloqueados? ¡Pensad en los incontables genes de ahí afuera! ¡Pensad en los talentos potenciales flotando libres en universos donde podían perderse eternamente!
—Es el no saber lo que conjura los más grandes terrores —dijo Odrade.
—Y las más grandes ambiciones —dijo Taraza.
—Entonces, ¿voy a ir a Rakis?
—A su debido tiempo. Te encuentro adecuada para la tarea.
—O de otro modo no me la hubieras asignado.
Había un antiguo intercambio entre ellas, que iba directamente hasta sus días escolares. Taraza se dio cuenta, sin embargo, de que no había brotado conscientemente. Demasiados recuerdos las unían a las dos: Dar y Tar. ¡Había que vigilar aquello!
—Recuerda dónde están tus lealtades —dijo Taraza.
La existencia de no-naves plantea la posibilidad de destruir planetas enteros sin represalias. Un objeto grande, un asteroide o algo equivalente, puede ser enviado contra el planeta. O la gente puede ser lanzada la una contra la otra mediante subversión sexual, y luego puede ser armada para destruirse a sí misma. Esas Honoradas Matres aparecen para favorecer esta última técnica.
—Análisis de la Bene Gésserit
Desde su posición en el patio e incluso cuando parecía no hacerlo, Duncan Idaho mantuvo su atención fija en las dos observadoras encima suyo. Estaba también Patrin, por supuesto, pero Patrin no contaba. Eran las Reverendas Madres al otro lado de Patrin, las que no dejaban de observar. Viendo a Lucilla, pensó: Esa es la nueva. Este pensamiento lo llenó con una oleada de excitación, que eliminó con un renovado ejercicio.
Completó los primeros tres esquemas del juego de adiestramiento que Miles Teg había ordenado, vagamente consciente de que Patrin informaría de lo bien que lo había hecho. A Duncan le gustaban Teg y el viejo Patrin, y tenía la impresión de que el sentimiento era recíproco. Aquella nueva Reverenda Madre, sin embargo... su presencia sugería cambios interesantes. Por un lado, era más joven que las otras. Además, aquella nueva no intentaba ocultar los ojos que eran un primer indicio de su pertenencia a la Bene Gésserit. Su primera mirada a Schwangyu lo había enfrentado con unos ojos ocultos tras unas lentillas de contacto que simulaban pupilas de no adicto con un blanco ligeramente surcado de venillas rojas. Había oído a uno de los acólitos del Alcázar decir que las lentillas de Schwangyu corregían también «una debilidad astigmática que ha sido aceptada en su línea genética como una razonable concesión ante las otras cualidades que transmitirá a su descendencia.»
Por aquel entonces, la mayor parte de esas observaciones eran ininteligibles para Duncan, pero había buscado las referencias en la biblioteca del Alcázar, referencias a la vez escasas y fuertemente limitadas en contenido. La propia Schwangyu había bloqueado todas sus preguntas sobre el tema, pero el comportamiento subsiguiente de sus maestros le había dicho que aquello la había puesto furiosa. De una forma típica, había descargado su furia sobre otros.
Lo que realmente la había trastornado, sospechaba, era su pregunta de saber si ella era su madre.
Desde hacía un cierto tiempo ya, Duncan sabía que él era algo especial. Había lugares en el elaborado complejo de aquel Alcázar Bene Gésserit donde no se le permitía la entrada. Había hallado formas particulares de eludir tales prohibiciones, y había mirado a menudo a través de gruesos cristales y ventanas abiertas a guardias y enormes extensiones de terreno despejado que podían ser cubiertos desde blindadas torretas de vigilancia estratégicamente situadas. El propio Miles Teg le había enseñado la importancia de aquella disposición de defensa.
Gammu, era llamado ahora el planeta. En otro había sido conocido como Giedi Prime, pero alguien llamado Gumey Halleck lo había cambiado. Todo aquello era historia antigua. Aburrido. Aún quedaba un débil olor de aceite rancio en el polvo del planeta, recuerdo de sus días predanianos. Milenios de plantaciones especiales estaban cambiando aquello, explicaban sus maestros. Podía ver parte de todo ello desde el Alcázar. Bosques de coníferas y otros árboles les rodeaban allí.
Observando aún disimuladamente a las dos Reverendas Madres, Duncan efectuó una serie de volteretas. Flexionó sus sorprendentes músculos mientras se movía de la forma en que Teg le había enseñado.
Teg le había instruido también en defensas planetarias. Gammu estaba rodeada por un anillo de monitores orbitales cuyas tripulaciones no podían tener a sus familias ahí arriba consigo. Las familias permanecían aquí abajo en Gammu, rehenes de la vigilancia de aquellos guardianes orbitales. En algún lugar entre las naves en el espacio, había no-naves indetectables cuyas tripulaciones estaban compuestas enteramente por gente del Bashar y Hermanas Bene Gésserit.
—No hubiera aceptado esta responsabilidad sin estar completamente seguro de todas las instalaciones de defensa —había explicado Teg.
Duncan se había dado cuenta de que él era «esta responsabilidad». El Alcázar estaba allí para protegerle a él. Los monitores orbitales de Teg, incluidas las no-naves, protegían el Alcázar.
Todo aquello formaba parte de una educación militar cuyos elementos Duncan encontraba de alguna forma familiares. Aprendiendo cómo defender un al parecer vulnerable planeta de ataques originados en el espacio, sabía cuándo esas defensas estaban correctamente situadas. Era algo extremadamente complicado en su conjunto, pero los elementos eran identificables y podían ser comprendidos. Estaba, por ejemplo, el control constante de la atmósfera y del suero sanguíneo de los habitantes de Gammu. Los doctores Suk pagados por la Bene Gésserit estaban por todas partes.
—Las enfermedades son armas —decía Teg—. Nuestra defensa contra las enfermedades debe ser cuidadosamente ajustada.
Frecuentemente, Teg despotricaba contra las defensas pasivas. Las llamaba «el producto de una mentalidad de sitio que desde hace mucho se sabe crea debilidades mortales».
Cuando acudía a la instrucción militar de Teg, Duncan escuchaba atentamente. Patrin y los informes de la biblioteca confirmaban que el Bashar Mentat Miles Teg había sido un famoso líder militar para la Bene Gésserit. Patrin se refería a menudo a su servicio juntos, y siempre Teg era el héroe.
—La movilidad es la clave del éxito militar —decía Teg—. Si te hallas atado a un fuerte, aunque este fuerte sea todo un planeta, eres definitivamente vulnerable.
A Teg no le importaba mucho Gammu.
—Veo que ya sabes que este lugar era llamado antiguamente Giedi Prime. Los Harkonnen que gobernaron aquí nos enseñaron unas cuantas cosas. Tenemos una mejor idea, gracias a ellos, de lo terriblemente brutales que pueden llegar a convertirse los hombres.
Mientras recordaba esto, Duncan observó que las dos Reverendas Madres que observaban desde el parapeto estaban discutiendo, obviamente sobre él.
¿Soy la responsabilidad de la nueva?
A Duncan no le gustaba ser observado, y esperaba que la nueva le concediera algo de tiempo para sí mismo. No parecía de las duras. No como Schwangyu.
Mientras proseguía sus ejercicios, Duncan los acompasó al ritmo de una letanía particular: ¡Maldita Schwangyu! ¡Maldita Schwangyu!
Había odiado a Schwangyu desde la edad de nueve años... hacía cuatro años ya. Ella no sabía de su odio, pensó. Probablemente había olvidado incluso el incidente donde su odio había prendido.
Apenas nueve años, y había conseguido deslizarse por entre los guardias interiores hasta un túnel que conducía a una de las torretas de defensa. Olía a hongos en el túnel. Las luces eran débiles. Humedad. Miró a través de las ranuras para las armas de la torreta antes de ser descubierto y devuelto a toda prisa al interior del Alcázar.
Su escapada ocasionó una severa reprimenda de Schwangyu, una figura remota y amenazadora cuyas órdenes debían ser obedecidas. Así era como seguía pensando aún de ella, pese a que desde entonces había aprendido acerca de la Voz-de-Mando de la Bene Gésserit, esa sutilidad vocal que podía dominar la voluntad de un oyente no adiestrado.
Debe ser obedecida.
—Has ocasionado el castigo disciplinario de toda una unidad de guardia —dijo Schwangyu—. Todos ellos van a ser severamente castigados.
Aquella había sido la parte más terrible de la reprimenda. Duncan apreciaba a varios de los guardias, y ocasionalmente bromeaba con algunos, riendo y jugando con ellos. Su travesura, escapándose hasta la torreta, había causado daño a algunos de sus amigos.
Duncan sabía lo que significaba ser castigado.
¡Maldita Schwangyu! ¡Maldita Schwangyu!...
Después de la reprimenda de Schwangyu, Duncan corrió hacia su jefa de instructores del momento, la Reverenda Madre Tamalane, otra de las acartonadas viejas mujeres con unos modales fríos y reservados y un pelo como la nieve sobre un rostro estrecho y una piel como cuero viejo. Le pidió a Tamalane que le dijera cuál iba a ser el castigo de sus guardias. Tamalane se hundió en una actitud sorprendentemente pensativa, y su voz sonó como arena rascando contra madera.
—¿Castigo? Bien, bien.
Estaban en la pequeña sala de profesores anexa a la gran sala de prácticas, donde Tamalane acudía cada tarde para preparar las lecciones del día siguiente. Era un lugar de burbujas y lectores de cintas y otros sofisticados medios para almacenaje y búsqueda de la. información. Duncan lo prefería con mucho a la biblioteca, pero no se le permitía entrar en la sala de profesores sin ir acompañado. Era una estancia brillantemente iluminada por varios globos a suspensor. Ante su intrusión, Tamalane se había vuelto del lugar donde estaba preparando sus lecciones.
—Siempre hay algo de banquete sacrificial en nuestros castigos importantes —le dijo—. Los guardias, por supuesto, recibirán un castigo ejemplar.
—¿Banquete? —Duncan estaba desconcertado.
Tamalane acabó de darse la vuelta por completo en su silla giratoria y le miró directamente a los ojos. Sus acerados dientes resplandecieron a las brillantes luces.
—La historia raramente ha sido buena con aquellos que deben ser castigados —dijo.
Duncan retrocedió ante la palabra «historia». Era una de las señales de Tamalane. Iba a ofrecerle una lección, otra aburrida lección.
—Los castigos de la Bene Gésserit no pueden ser olvidados.
Duncan centró su atención en la vieja boca de Tamalane, con la brusca sensación de que la mujer estaba hablando de una dolorosa experiencia personal. ¡Iba a aprender algo interesante!
—Nuestros castigos llevan consigo una inescapable lección —dijo Tamalane—. Es mucho más que el dolor.
Duncan se sentó en el suelo a sus pies. Desde aquel ángulo, Tamalane era una ominosa figura envuelta en negro.
—Nosotras no castigamos con la agonía definitiva —dijo—. Esta queda reservada al paso de la Reverenda Madre por la especia.
Duncan asintió. Las grabaciones de la biblioteca se referían a la «agonía de la especia», una misteriosa prueba que creaba a una Reverenda Madre.
—Los castigos importantes son dolorosos, sin embargo —dijo—. Son también dolorosos emocionalmente. La emoción evocada por el castigo es siempre la emoción que juzgamos es la mayor debilidad del penitente, y así reforzamos el castigo.
Sus palabras llenaron a Duncan con un vago temor. ¿Qué iban a hacerles a sus guardias? No pudo hablar, pero no había necesidad. Tamalane no había terminado.
—El castigo acaba siempre con un postre —dijo, y palmeó sus manos contra sus rodillas.
Duncan frunció el ceño.
—¿Postre? Eso forma parte de un banquete. ¿Cómo puede un banquete ser un castigo?
—No se trata realmente de un banquete, sino de la idea de un banquete —dijo Tamalane. Una mano parecida a una garra describió un círculo en el aire—. Llega el postre, algo totalmente inesperado. El penitente piensa: ¡Ahhh, he sido perdonado al fin! ¿Comprendes?
Duncan agitó negativamente la cabeza, de lado a lado. No, no comprendía.
—Es la dulzura del momento —dijo ella—. Has pasado por todo un doloroso banquete, y llegas al final a algo que puedes saborear. ¡Pero! Mientras lo saboreas, entonces llega el momento más doloroso de todos, el reconocimiento, la comprensión de que aquel no es el placer al final del dolor. No, en absoluto. Es el dolor definitivo del gran castigo. Encierra la lección de la Bene Gésserit.
—¿Pero qué es lo que va a hacerles a esos guardias? —Duncan tuvo que esforzarse para pronunciar aquellas palabras.
—No puedo decir qué elementos específicos de castigo individual serán. No tengo necesidad de saberlo. Sólo puedo decirte que será algo diferente para cada uno de ellos.
Tamalane no dijo nada más. Se volvió de nuevo a las lecciones del día siguiente.
—Mañana —murmuró—, continuaremos enseñándote a identificar las fuentes de los distintos acentos del galach hablado.
Nadie más, ni siquiera Teg o Patrin, respondió a sus preguntas acerca de los castigos. Incluso los guardias, cuando los vio después, se negaron a hablar de sus pruebas. Algunos reaccionaron secamente a sus intentos de aproximación, y ninguno quiso jugar más con él. No había perdón por parte de los castigados. Esto estaba claro.
¡Maldita Schwangyu! ¡Maldita Schwangyu!
Así era como había empezado su profundo odio hacia ella. Todas las viejas brujas lo compartían. ¿Sería esa nueva y más joven igual que las más viejas?
¡Maldita Schwangyu!
Cuando le preguntó a Schwangyu: «¿Por qué has tenido que castigarles?», Schwangyu se tomó un cierto tiempo antes de responder. Luego:
—Gammu es peligroso para ti —dijo—. Hay gente que desea hacerte daño.
Duncan no preguntó por qué. Aquella era otra área donde sus preguntas nunca eran respondidas. Ni siquiera Teg respondía, pese a que su propia presencia enfatizaba el hecho de ese peligro.
Y Miles Teg era un Mentat que tenía que conocer muchas respuestas. Duncan veía brillar a menudo los ojos del viejo mientras sus pensamientos volaban muy lejos. Pero no había ninguna respuesta Mentat a preguntas tales como:
—¿Por qué estamos aquí en Gammu?
—¿Contra quién me guardas? ¿Quién quiere hacerme daño?
—¿Quiénes son mis padres?
El silencio respondía a tales preguntas, o algunas veces Teg gruñía:
—No puedo contestarte.
La biblioteca era inútil. Había descubierto esto cuando tenía tan sólo ocho años y su jefe instructor era una Reverenda Madre fracasada llamada Luran Geasa... no tan vieja como Schwangyu pero bien entrada en años, más de un centenar, al menos.
A su demanda, la biblioteca le ofrecía información acerca de Gammu/Giedi Prime, acerca de los Harkonnen y su caída, acerca de los diversos conflictos en los qué Teg había tenido una actuación importante. Ninguna de esas batallas resultaba haber sido muy sangrienta; varios comentarios se referían a la «soberbia diplomacia» de Teg. Pero, con un dato conduciendo a otro, Duncan había llegado a saber acerca de la época del Dios Emperador y del sometimiento de su pueblo. Ese período atrajo la atención de Duncan durante semanas. Encontró un viejo mapa en las grabaciones, y lo proyectó en la paredpantalla Las sobreimpresiones del comentador le dijeron que aquel Alcázar había sido un Centro de Mando de las Habladoras Pez, abandonado durante la Dispersión.
¡Habladoras Pez!
Duncan deseó entonces haber vivido durante su tiempo, sirviendo como uno de los raros consejeros masculinos en el ejército de mujeres que había adorado al gran Dios Emperador.
¡Oh, haber vivido en Rakis durante aquellos días!
Teg se mostró sorprendentemente comunicativo acerca del Dios Emperador, llamándolo siempre «el Tirano», Una de las secciones reservadas de la biblioteca fue abierta, y la información acerca de Rakis brotó para Duncan.
—¿Podré ver alguna vez Rakis? —preguntó a Geasa.
—Estás siendo preparado para vivir allí.
La respuesta lo sorprendió. Todo lo que había aprendido acerca de aquel lejano planeta adquirió un nuevo enfoque.
—¿Por qué viviré allí?
—No puedo responder a eso.
Con renovado interés, volvió a sus estudios de aquel misterioso planeta y su miserable Iglesia de Shai-hulud, el Dios Dividido. Gusanos. ¡El Dios Emperador se había convertido en esos gusanos! La idea inundó a Duncan de maravilla. Quizá hubiera allí algo digno de ser adorado. El pensamiento tocó una fibra sensible en él. ¿Qué había conducido a un hombre a aceptar tan terrible metamorfosis?
Duncan sabía lo que sus guardias y todos los demás en el Alcázar pensaban acerca de Rakis y el núcleo de sacerdotes que había allí. Observaciones burlonas y risas se lo dijeron todo. Teg murmuró:
—Probablemente nunca sepamos la auténtica verdad de todo ello, pero te diré, jovencito, que esa no es religión para un soldado.
Schwangyu fue más lejos:
—Tienes que aprender sobre el Tirano, pero no tienes que creer en su religión. Es algo que está por debajo de ti, algo desdeñable.
En cada momento que le dejaban libre los estudios, Duncan examinaba todo lo que la biblioteca producía para él: el Libro Sagrado del Dios Dividido, la Biblia Custodiada, la Biblia Católica Naranja e incluso los Libros Apócrifos. Supo de la largo tiempo difunta Oficina de la Fe, y «La Perla que ES el Sol de la Comprensión».
La idea misma de los gusanos le fascinaba. ¡Su tamaño! Uno de los grandes podía ocupar todo el Alcázar, de uno a otro extremo. Los hombres habían conducido los gusanos pre-Tirano, pero el sacerdocio rakiano lo había prohibido ahora.
Se sintió fascinado por los relatos del equipo arqueológico que había encontrado la primitiva no-cámara del Tirano en Rakis, Dar-es-Balat era llamado el lugar. Los informes del arqueólogo Hadi Benotto estaban señalados: «Suprimidos por orden del Sacerdocio Rakiano». El código de archivo en las relaciones de los Archivos de la Bene Gésserit era largo, y lo que Benotto revelaba era fascinante.
—¿Un núcleo de la consciencia del Dios Emperador en cada gusano? —preguntó a Geasa.
—Eso se dice. Y aunque fuera cierto, no son conscientes, no están despiertos. El propio Tirano dijo que iba a entrar en un sueño interminable.
Cada sesión de estudio ocasionaba una disertación especial y una explicación Bene Gésserit de la religión, hasta que finalmente encontró aquellos capítulos titulados «las nueve hijas de Siona» y «Los mil hijos de Idaho».
Enfrentándose a Geasa, preguntó:
—Mi nombre es también Duncan Idaho. ¿Qué significa eso?
Geasa siempre se movía como si estuviera al borde de un ataque al corazón, su larga cabeza inclinada y sus acuosos ojos apuntando al suelo. La confrontación ocurrió al atardecer en el largo salón al otro lado de la sala de prácticas. Palideció ante su pregunta.
Cuando ella no respondió, él preguntó:
—¿Soy descendiente de Duncan Idaho?
—Debes preguntarle a Schwangyu. —La voz de Geasa sonó como si las palabras le dolieran.
Era una respuesta familiar, y lo irritó. Significaba que era mejor que se callase, que poca información iba a recibir. Schwangyu, sin embargo, se mostró más abierta de lo esperado.
—Llevas la auténtica sangre de Duncan Idaho.
—¿Quiénes son mis padres?
—Murieron hace mucho.
—¿Cómo murieron?
—No lo sé. Te recibimos como un huérfano.
—Entonces, ¿por qué hay gente que quiere hacerme daño?
—Temen que tú puedas hacer algo.
—¿Qué es lo que yo puedo hacer?
—Estudiar tus lecciones. Todo se te aclarará a su tiempo.
¡Cállate y estudia! Otra respuesta familiar.
Obedeció, porque había aprendido a reconocer cuando las puertas se cerraban para él. Pero ahora su inquisitiva inteligencia encontró otros relatos de los Tiempos de Hambruna y la Dispersión, las no-cámaras y no-naves que no podían ser rastreadas, ni siquiera por las más poderosas mentes prescientes en su universo. Allí, encontró el hecho de que los descendientes de Duncan Idaho y Siona, esos antepasados que habían servido al Tirano Dios Emperador, eran también invisibles a los profetas y prescientes. Ni siquiera un Piloto de la Cofradía profundamente hundido en el trance de melange podía detectar a tales personas. Siona, le dijeron los relatos, era una auténtica Atreides, y Duncan Idaho era un ghola.
¿Ghola?
Sondeó la biblioteca en busca de explicaciones a esa peculiar palabra. Ghola. La biblioteca produjo para él tan sólo una desnuda definición: «Gholas: humanos desarrollados a partir de células de cadáveres en los tanques axlotl tleilaxu.»
¿Tanques axlotl?
«Un dispositivo tleilaxu para reproducir un ser humano vivo a partir de las células de un cadáver.»
—Describe un ghola —pidió.
«Carne inmaculada desprovista de sus memorias originales. Ver Tanques axlotl.»
Duncan había aprendido a leer los silencios, l