PINE (Psicoinmunoneuroendocrinología)

José Luis Bonet

Fragmento

Introducción

“Saber que no se sabe, eso es humildad.

Pensar que uno sabe lo que no sabe,

eso es enfermedad”.

Lao-tsé (570 aC-490 aC)

Filósofo chino

“Puedo decirle que es el conocimiento?

Es saber tanto lo que uno sabe

como lo que uno no sabe”.

Confucio (551 aC-479 aC)

Una serie de descubrimientos científicos nos están indicando caminos a través de los cuales los estados emocionales y psicológicos influyen en la salud física o corporal, y viceversa. Este libro tiene por objetivo explicar descubrimientos recientes acerca de las conexiones entre el cerebro, las emociones, la conducta, la inmunidad y las hormonas. Si bien es un tema acerca del cual se vienen publicando trabajos desde hace muchos años, en estos últimos tiempos se ha logrado un avance muy importante en el conocimiento de los vínculos entre estos sistemas.

Aunque la relación entre las emociones y el cerebro con las enfermedades ha sido postulada desde hace mucho tiempo, en principio eran hipótesis lineales, con mecanismos poco conocidos, que han ido evolucionando a concepciones más modernas y complejas. Esta evolución se ha ido dando conforme han ido progresando tanto los diferentes paradigmas de la ciencia y la investigación, como la tecnología en la biología y la medicina. Esto ha permitido la expansión del conocimiento, y hoy vemos que para entender el proceso de enfermar es necesario considerar desde el nivel de la molécula hasta el nivel de la sociedad.

Básicamente vamos a tratar tres temas que podemos resumir en: 1) la idea de que los pensamientos, emociones, cogniciones, recuerdos, en fin, el psiquismo o la mente, influyen en el funcionamiento corporal, y por lo tanto, en mantener la salud o que se desencadene una enfermedad; 2) que los distintos sistemas fisiológicos reguladores de la función corporal funcionan de una manera interactiva, modulándose entre sí y generando una red funcional que está al servicio de la adaptación y la supervivencia, y 3) que el ambiente físico, emocional y sociocultural impacta en el mantenimiento de la salud o en la susceptibilidad para el desarrollo de enfermedades: la forma y los caminos en los que el ambiente o el contexto “se meten bajo la piel”.

Creemos que es importante aclarar que no es un libro de autoayuda tradicional, ni va a tener recetas prácticas acerca de cómo lidiar o tratar con estos estados emocionales; tampoco se trata de crear expectativas, muchas veces erróneas, como que cambiando los pensamientos, o simplemente teniendo pensamientos “felices”, las personas pueden curarse a sí mismas, o evitar lo que, a veces, es inevitable. Pero se pueden encontrar en él conocimientos que pueden ayudar a obtener otros beneficios, como por ejemplo conocer qué es lo que sabemos y qué no. El conocimiento y las expectativas adecuadas generalmente colaboran con los objetivos que nos propongamos, inclusive en la salud.

A veces sucede que con la necesidad y el deseo de encontrar intervenciones que mejoren nuestra salud se proponen tratamientos o medidas terapéuticas “milagrosas”, que no se corresponden con la realidad de las cosas. Al mismo tiempo, queremos evitar caer en la trampa que por no crear falsas y exageradas esperanzas, creamos lo contrario, desesperanza; ni lo uno ni lo otro. Aunque sí podemos estar de acuerdo con los autores que sostienen que al cambiar el pensamiento se cambia el cerebro, cuando cambia el cerebro cambia el cuerpo; y por lo tanto podríamos decir que al cambiar la mente se cambia la biología.

Promediaba la década de los 80, habíamos terminado recientemente la formación en Psiquiatría, por la condición de habernos formado en clínica médica previamente, y también haber tenido una formación en lo que se llamaba “medicina psicosomática”, nuestros colegas nos empezaron a solicitar la atención de los primeros pacientes infectados con el VIH, el virus del sida, que presentaban alteraciones psicológicas y mentales y empezaban a llegar a la clínica en la cual trabajábamos y a los consultorios psiquiátricos. Esto se fue expandiendo, y es así que pasamos por una época en que atendimos muchos pacientes enfermos de sida. Entonces comenzamos a aprender la importancia del sistema inmune y su relación con el cerebro, las emociones y la mente.

En ese momento no se conocía mucho de la enfermedad, pero sí que era una epidemia mundial. Eran pacientes muy jóvenes, en general homosexuales, promiscuos, impulsivos, y había toda una ola de misterio y miedo a su alrededor. Se sabía que el virus tenía una preferencia especial por unas células del sistema inmune, los linfocitos, y por células del cerebro, como las neuronas y otras. Los pacientes estaban en estados avanzados de la enfermedad y presentaban síntomas psiquiátricos muy evidentes, pero algunos presentaban síntomas de este tipo desde un principio, razón por la cual intervenía un psiquiatra.

En esa época, desde la clínica y la investigación del VIH se intentaba encontrar si existían, y cuáles eran los síntomas y cuadros neuropsiquiátricos típicos. Pero al mismo tiempo eran personas, familias y médicos asustados por una epidemia casi desconocida, que amenazaba con la muerte cercana y la condena social. Como todavía no se había encontrado una terapéutica eficaz, estos pacientes evolucionaban rápidamente a un estado terminal, presentando un cuadro demencial catastrófico, de tal forma que atendíamos a personas jóvenes con un estado psíquico muy grave, en un contexto de “silencio”, prejuicio y desconocimiento en general.

Más tarde se comenzó a buscar si existían, y cuáles eran las características de personalidad y otros aspectos “psicosociales” de estos pacientes, características que podían colaborar a que el virus y/o la enfermedad avanzaran o se frenaran; era el momento de la búsqueda de factores psicosociales que ayudaran a evitar su progresión, por lo que surgieron muchas investigaciones en este sentido, buscando factores emocionales y características psicológicas que anticiparan la evolución o el pronóstico de la enfermedad.

En ese contexto, se comenzó a relacionar el cerebro, las emociones y la función inmune; por ejemplo, el hecho de que tanto las neuronas como las células inmunes tenían un mismo origen embrionario y que, por lo tanto, el virus VIH prefería este tipo de células. O que ambos sistemas eran los únicos del organismo que tenían capacidad de memoria y de aprendizaje; esto es el sistema inmune, porque aprende ante qué debe reaccionar y ante qué no. Esto es la base de su función fundamental, “distinguir lo propio de lo no propio”, es decir, la protección frente a agentes externos invasores y el mantenimiento de la constancia e integridad de los tejidos y órganos del cuerpo. Al mismo tiempo, otorga una especie de identidad interna que se mantiene a lo largo de la vida, lo que podemos llamar memoria inmunológica, que es, por ejemplo, la base de las vacunas. Es decir, aprende y recuerda frente a qué sí debe reaccionar y frente a qué no.

Dentro de los cambios que produjo esta enfermedad, uno muy importante es que

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos