El enjambre humano

Mark W. Moffett

Fragmento

cap-0

Prefacio

¿Qué son las sociedades? ¿Por qué existen en los seres humanos y algunas otras especies, y cómo han logrado las sociedades humanas transformarse tan radicalmente como para acabar formando las vastas naciones de la actualidad? El libro que el lector tiene entre las manos aborda estas grandes cuestiones desde muchos ángulos diferentes, y recurre para ello a la biología moderna, la antropología, la psicología y la historia. Mi momento «eureka» llegó al percatarme de que la posibilidad, aparentemente trivial, que tiene la gente de entrar en una cafetería llena de extraños y no pensar en ellos podría remontarse a un punto de inflexión de la evolución humana que ha sido pasado por alto, un cambio de perspectiva prehistórico que con el paso del tiempo haría posibles las naciones. Estar rodeado de desconocidos sería inimaginable para un chimpancé, que huiría aterrorizado. Lo que cambió en el caso de los humanos fue el modo en que identificamos a quienes representan o no nuestras identidades sociales.

He estado reflexionando sobre nuestras identidades como miembros de una sociedad durante un año dominado por el coronavirus. El autoaislamiento se ha convertido en la medida de nuestra sociabilidad al prevalecer sobre las preocupaciones de los tiempos normales. Sin embargo, imponer obligaciones a la gente nunca es fácil. A menos que uno mismo, o un ser querido, haya tenido la COVID-19, la amenaza de un virus que no podemos detectar con nuestros sentidos se nos antoja mucho menos real que la de ser atropellado por un automóvil, de resultas de lo cual muchas personas parecen ver en el distanciamiento social más una prevención social que un acto que merezca una atención constante. Aquí, en Brooklyn, veo a la gente bajarse la mascarilla al hablar, dar una palmada en la espalda a un amigo o empujar a otros en un comercio.

Abrocharse el cinturón de seguridad tampoco fue algo automático al principio. En Estados Unidos fueron precisos años de insistencia, un lujo que hoy no podemos permitirnos; mientras que un accidente automovilístico termina en un instante, las personas infectadas por un virus, aunque no enfermen, pueden contagiar a otras y estas a unas terceras. Más adelante, algunas de ellas podrían morir. Una explicación del éxito de ciertos países en la lucha contra la pandemia es que, en ellos, los ciudadanos tienden a hacer hincapié en las necesidades del grupo. Otro factor en algunas partes de Asia es que muchas personas ya se han acostumbrado a llevar mascarilla debido a los continuos problemas que el polvo ha causado en el último decenio.

Durante las crisis nacionales, como en tiempos de guerra, aumenta la identificación de la gente con su país (en inglés decimos que «they rally around the flag», «se reúnen en torno a la bandera»). Sin embargo, cuando un comportamiento que tiene por finalidad nuestro propio bien se percibe como una obligación social —algo así como una etiqueta forzosa en lugar de una medida necesaria ante un peligro intangible, como el calentamiento global o un virus—, la gente puede aceptar de modo acrítico la idea de que la medida se le ha impuesto por razones de las que no se fía. El problema que tenemos en Estados Unidos es que la opción de ponerse una mascarilla puede convertirse en un símbolo de lo que una persona es, haciéndola parecer casi extranjera. Esta transformación mental es tan fácil porque se tiende a asociar la enfermedad con los de fuera. Por mencionar un ejemplo que cito en el libro, un estudio realizado en 2004 en la Universidad de la Columbia Británica demostró que la mayoría de las personas sienten una mayor aversión hacia los inmigrantes después de ver fotografías de situaciones insalubres, como gérmenes y desechos.

Por supuesto, esta pandemia es un problema mundial, no solo nacional. Sin embargo, actuar de forma coherente a escala mundial nunca ha sido fácil para nuestra especie. Es evidente que nuestra identificación con determinadas sociedades influye no solo en quiénes somos, sino también en mucho de lo que hacemos. La fácil asociación entre enfermedad y extranjería puede hacer que gran parte de las conversaciones sobre la pandemia se centren en un juego de culpabilizaciones entre países y no en la búsqueda de soluciones.

En El enjambre humano no hay un único mensaje. El libro presenta tanto las buenas como las malas noticias que nos da la actual ciencia de las sociedades, dejando en ocasiones que los lectores saquen sus propias conclusiones. Las pruebas indican que los humanos siempre hemos vivido en sociedades de una u otra índole, y estas no van a desaparecer. Las sociedades nos dotan de la capacidad para establecer significados y hacer evaluaciones. Sin embargo, con demasiada frecuencia también nos ofrecen una excusa para comportarnos de manera inadecuada cuando los tiempos se ponen difíciles. La única forma de evitar nuestras desviaciones es entender mejor lo que las sociedades representan para nosotros como seres humanos.

MARK W. MOFFETT

Nueva York

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Introducción

Desde que existen las sociedades, los seres humanos han cambiado. Los miembros de esas sociedades se transformaron —en su imaginación— en glorificados seres humanos. Mas, por poderosa que pueda ser la pertenencia a una sociedad en su capacidad para exaltar la imagen colectiva que los ciudadanos tienen de sí mismos, no es a sus miembros a los que ve más distintos; son los extranjeros los que sufren la transformación más radical y a veces terrible. En la mente de cada persona, grupos enteros de extranjeros pueden convertirse en algo menos que humanos, y hasta en una especie de plaga.

El hecho de que los extranjeros puedan ser considerados lo suficientemente despreciables para aplastarlos cual insectos es la base de la historia. Pensemos en lo sucedido en 1854 en el territorio de Washing­ton. Seattle, jefe de la tribu suquamish y homónimo de la ciudad recién fundada, acababa de escuchar la alocución de Isaac Stevens, recién designado gobernador de dicho territorio, a los ancianos de su tribu. Stevens había dicho que iba a trasladar a los suquamish a una reserva. Seattle se puso de pie y, por encima del menudo gobernador, habló en su duwamish nativo. Lamentó el abismo que existía entre ambas sociedades y reconoció que los días de los suquamish estaban contados. Sin embargo, recibió la noticia con estoicismo. «Tribu sigue a tribu y nación sigue a nación como las olas del mar. Es el orden de la naturaleza, y todo lamento es inútil.»[1]

Como biólogo de campo, me gano la vida reflexionando sobre el orden de la naturaleza. He pasado años reflexionando sobre el concepto de lo que llamamos «sociedad» al tiempo que exploraba tribus y naciones. Siempre me ha cautivado el fenómeno de lo extraño a una sociedad, de lo foráneo, la forma de convertir lo que objetivamente son diferencias menores en brechas entre individuos con ramificaciones que se extienden a todos los ámbitos de la vida, desde la ecología hasta la política. El objetivo de El enjambre humano es registrar en su amplio recorrido la mayor cantidad posible de aspectos investigando la natura

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