Me cuido, te cuido

Xavier Montaner

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

Las personas dependientes no son capaces de llevar a cabo las actividades de su vida diaria, ya sea a causa de una dificultad física, psíquica, sensorial o intelectual. Todos ellos son seres humanos que sufren y que desean seguir manteniendo su dignidad a pesar de haber perdido su autonomía.

La tarea de su cuidador no es fácil. Se enfrentará al reto de asistir a las necesidades físicas y emocionales de alguien vulnerable, asumiendo muchas responsabilidades y haciendo equilibrios entre su vida personal y su vida como cuidador.

«Tienes que ser fuerte» le dirán los médicos, el resto de familiares o los amigos. ¡Qué fácil decirlo, y qué difícil serlo!

La sociedad nos invita a aguantar estoicamente y pretende convencernos de que podemos ser más fuertes que el acero. Pero la cruda realidad es que los esfuerzos físicos y el desgaste emocional que supone cuidar de un familiar dependiente las veinticuatro horas del día pueden llegar a quebrar la voluntad de cualquiera.

Si eres cuidador, probablemente alguna vez te habrás preguntado: ¿Cómo hacen los demás para aguantar? ¿De dónde sacan las fuerzas y el tiempo? ¿Por qué me afecta tanto a mí? ¿Es normal sentir lo que siento?

A lo largo de los últimos quince años de mi carrera profesional como neuropsicólogo he conocido a todo tipo de cuidadores y cuidadoras, con problemas, preocupaciones y valores muy diferentes. Unos estaban centrados exclusivamente en su familiar, otros eran más despreocupados. Más allá de su gran fortaleza, algunos se sentían devorados por la culpa y el sufrimiento, mientras que otros, a pesar de la adversidad eran capaces de disfrutar del presente, de desprender una paz interior deslumbrante y de conectar con lo que más les importaba. Estos últimos no eran fuertes como el acero, sino más bien flexibles como el bambú, y tenían la habilidad de amoldarse a los desafíos siempre cambiantes del camino del cuidar. Eran capaces de atender a las necesidades físicas y emocionales de su familiar, de respetar su dignidad y de dar lo mejor de sí mismos en cada situación difícil. Eran capaces de encontrar ese fino equilibrio entre el cuidar, sus vidas y sus valores personales.

Son los que yo llamo cuidadores flexibles, cuyo comportamiento se caracteriza por tres cualidades que me gusta denominar las tres ces del cuidador flexible: conocimiento, conciencia y compromiso.

Tú, cuidador, descubrirás en este libro un método para cuidar y cuidarte mejor mediante una serie de prácticas y ejercicios basados en la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), un modelo psicoterapéutico con evidencia empírica fundamentado sobre la base del mindfulness y los valores personales. A través de los ejercicios del libro, conectarás con las tres ces del cuidador flexible y aprenderás a responder de un modo compasivo ante las situaciones difíciles, encontrarás nuevas formas de manejar las emociones desagradables para que tengan menos impacto en tu vida, enriquecerás la conexión y la comunicación con tu familiar y aprenderás a convertir el dolor en sentido.

Con el conocimiento, la conciencia y el compromiso podrás seguir el rumbo del cuidador flexible.

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Imaginemos que ha transcurrido más de un millón de años. La especie humana se ha extinguido y en la Tierra no queda prácticamente nada de nuestra civilización. El planeta se ha convertido en un desierto sin vida parecido a Marte y, un buen día, una nave extraterrestre aterriza sobre una pequeña montaña de arena. Los tripulantes bajan de la nave y empiezan a buscar algún rastro de civilización. Excavan con máquinas sofisticadas y radares de precisión a la caza de algún fósil que les pueda decir cómo eran los habitantes de ese misterioso planeta del sistema solar. Finalmente, dan con una pieza de ajedrez. Un alfil negro fosilizado. Solo eso. A pesar de sus esfuerzos, no encuentran nada más. ¿Crees que habría algún modo de que los extraterrestres pudieran llegar a comprender para qué servía exactamente un alfil negro? ¿Acaso era un arma? ¿Un cubierto? ¿O quizá algún medio para comunicarse? En el mejor de los casos, alguna mente privilegiada podría dar con la hipótesis de que era una pieza de un juego, pero difícilmente podría llegar a comprender que se trataba de la figura que se movía en diagonal y se situaba entre la reina y el caballo, detrás de los peones.

Comprender significa conocer el contexto en el que sucede algo. En nuestro caso, significa conocer el contexto de la enfermedad, que no solo está conformado por los comportamientos difíciles de nuestro familiar, sino también por nuestros deseos, expectativas, frustraciones y compromisos. ¡Y también por todos los suyos! Para poder decir que tenemos una comprensión clara del desafío de la dependencia, es necesario disponer de información acerca de la enfermedad, de nuestro familiar y de nosotros mismos.

Del mismo modo que no podemos jugar al ajedrez sin conocer las piezas y sus movimientos, resulta difícil gestionar los desafíos de la enfermedad sin conocer los síntomas que sufre nuestro familiar. Tener información sobre los problemas que puedan aparecer es de vital importancia, ya que este conocimiento nos puede ayudar a comprender por qué la persona se comporta como lo hace. Siempre que nos planteemos resolver un problema, debemos contar con toda la información de la que podamos disponer, pero, además de saber cuál es el movimiento de cada pieza, en el ajedrez también tenemos que ser capaces de reconocer las amenazas al rey o las oportunidades para ganar terreno. Todo ello constituye el conocimiento personal de nuestro familiar. Conocer sus gustos, sus peculiaridades y sus manías nos puede ayudar a entrever cuáles son sus necesidades en cada momento, para tratar de cubrirlas. Con el avance de la enfermedad, el enfermo puede perder la capacidad de expresarse. Y en esos momentos nuestra herramienta más preciada para abordar cualquier situación que se nos pueda presentar será la conciencia de haberlo conocido con anterioridad, lo que nos permitirá descubrir sus necesidades sin mediar palabras.

Y, por último, además de conocer los movimientos de cada pieza y de reconocer las amenazas al rey, es importante dominar la disposición del tablero y recordar que al ajedrez no se puede jugar solo, sino que siempre implica a dos personas y un contexto mayor. Ser consciente de ello es uno de los aspectos más importantes pero más olvidados del cuidador emocionalmente agotado: conocer tus propias necesidades como ser humano más allá de tu papel de cuidador. Comprender que para cuidar bien a tu familiar es imprescindible que tú también estés bien. Tan importante es atacar l

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