Plutón y otras anécdotas

Fragmento

PRÓLOGO

El autor de estas líneas es un asiduo lector de obras de ficción, de las novelas de misterio en especial. Estas lecturas han constituido un remanso que me ayudó a sobrellevar las complejidades de mi vida, y que me proporcionó el placer de un argumento que atrapa y la sorpresa de las revelaciones inesperadas. Pero, como el azar acostumbra jugar con nosotros, quiero comentar que hace pocos meses, tras leer varias de las novelas del autor italiano de origen ucraniano Giorgio Scerbanenco, creador del investigador Luca Lamberti, consulté su biografía en la versión de Wikipedia en inglés. Allí encontré que, como reconocimiento a Scerbanenco, se denominó con su nombre el asteroide 49441, descubierto en el observatorio de San Vittore en 1998, y ese artículo detalla que «la cita oficial fue publicada por el Minor Planet Center el 31 de marzo de 2018 (M.P.C. 109632)». Y he aquí el juego del azar: unas dos semanas después de leer esto, recibo la invitación de Julio para leer el texto de su libro aún inédito sobre las historias fascinantes que hay tras la denominación de algunos planetas menores.

Mi conocimiento de la astronomía no excede demasiado lo adquirido en los cursos de la enseñanza secundaria, aunque mi admiración por esa ciencia es ilimitada. La epopeya en la que una pequeña especie del planeta Tierra ha logrado, por el poder de su inteligencia, conocer los confines del sistema solar y luego extender estos confines hasta abarcar el universo todo es completamente admirable, y también estremecedora. Nos muestra el hermoso contrapunto entre la pequeñez física y la grandeza intelectual de la humanidad, sobre el que tan espléndidamente ha escrito Pascal en sus Pensamientos.

Pero permítaseme comentar, antes de referirme al presente libro, cómo conocí por primera vez el nombre de Julio Ángel Fernández. Ocurre que durante la dictadura militar en Uruguay, un canal de televisión privado comenzó a emitir los capítulos de la serie Cosmos, animada y escrita por el astrónomo Carl Sagan. El programa estaba auspiciado por una poderosa empresa estadounidense. Esa serie cautivó a nuestra población, tanto por la maravillosa forma en que Sagan describía los grandes hechos de la ciencia, desde la evolución del cosmos a la evolución de la vida y la inteligencia, como por las notables imágenes y su hermosa música. Pero, tras cada capítulo emitido, se alzaban voces en editoriales de diarios afines a la dictadura reclamando que se levantara el programa, pues consideraban que los mensajes de Sagan, que insistía en la importancia de la libertad en todos los sentidos, eran subversivos. Quizá por el poder de la empresa auspiciante y el equilibrio diplomático con Estados Unidos, el programa no fue levantado y continuó hasta su último capítulo. Luego yo, como tantos uruguayos, conseguí el libro Cosmos de Sagan, las grabaciones con su música y, después, los videos con los capítulos. Posteriormente, Carl Sagan y Ann Druyan publicaron el libro cuya traducción en castellano se llamó El cometa. Y allí, en el capítulo 12 leí este texto: «[…] en 1981, J. A. Fernández, un joven astrónomo uruguayo, y W.-H. Ip, en Alemania, demostraron […]», y a continuación Sagan y Druyan hacían una descripción de la contribución de Fernández e Ip respecto del destino de cometas en función de la masa de sus planetas vecinos. Este libro tiene dos referencias técnicas que se relacionan con el autor de la presente obra: la primera cita un artículo solo firmado por Fernández en la revista Icarus en 1978, y la segunda cita un artículo firmado por Fernández e Ip también en Icarus en 1983. Posteriormente, amigos astrónomos de la facultad donde yo trabajaba (enseñando una de las áreas de la biología) me explicaron con más detalle las importantes contribuciones de Fernández, a quien conocí personalmente poco después, cuando regresó a Uruguay. Ahora buena parte de los uruguayos saben quién es Julio A. Fernández, cuyas contribuciones a la astronomía y el prestigio mundial que estas le han otorgado son un orgullo para la historia cultural de nuestro país.

Julio ha querido en este libro mostrar una faz profundamente humana de su ciencia. Antes de recibir la enorme distinción de ser elegido como miembro extranjero de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, ya había sido excepcionalmente distinguido al ser incorporado al Comité para la Nomenclatura de Cuerpos Pequeños («el comité», como abrevia Julio en su libro). Este grupo reunía a reconocidos expertos mundiales y Fernández fue el primer latinoamericano en integrarlo. Este comité recibe propuestas para la atribución de nombres a asteroides u otros cuerpos pequeños del sistema solar cuya órbita haya sido bien definida y que ya cuenten con una numeración oficial. Cada propuesta de denominación está enmarcada por criterios generales establecidos por la comisión. Y aquí comienza lo inesperado y lo novelesco. La propuesta debe estar acompañada por una justificación, y es en esta etapa que el comité se topa con fascinantes situaciones, que debe enfrentar y resolver. Este libro nos muestra que tras cada denominación finalmente aceptada (y también tras las no aceptadas) hay una historia fascinante. Me contengo en revelar detalles de las historias que Fernández seleccionó para este libro. Algunas son misteriosas, otras son cómicas y otras son profundamente emocionantes.

La habilidad literaria de Fernández logra algo muy difícil de conseguir: quien empieza a leer este libro encuentra grandes dificultades en dejar de hacerlo. Los inesperados acontecimientos relatados atrapan al lector. Bien podemos decir que este libro es una sucesión de pequeñas novelas que recorren muy variados temas. Aquí, a pesar de la brevedad aparente del libro, reinan la vastedad del espacio y del tiempo. El espacio es la enormidad abismal de nuestro sistema solar, y es en este escenario donde se emplazarán los nombres que motivan estas historias. Este vasto espacio es descrito por Fernández sintéticamente al comienzo del libro. El tiempo es doble. Por un lado, es el tiempo astronómico que comienza con la formación de los objetos, grandes y pequeños, del sistema solar. Por otro lado, es el tiempo histórico de los nombres asignados, que comienza con los dioses y otros personajes de antiguas mitologías y llega hasta las extrañas y tan humanas historias de nuestro presente.

El hecho fascinante que este libro de Julio A. Fernández nos muestra es que los astrónomos han transformado la galería de pequeños objetos del sistema solar en un enorme espejo que refleja las complejas y anfractuosas vicisitudes por las que la humanidad ha transcurrido y sigue transcurriendo. Ese espejo evidencia que nuestra especie, de hecho, ya ha viajado múltiples veces al espacio exterior. Los astrónomos han generado estos viajes colocando una pléyade de hechos profundamente humanos en los objetos de nuestro sistema solar. Este libro es una apasionante crónica de estos viajes.

Eduardo Mizraji

Sección Biofísica y Biología de Sistemas,

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