INTRODUCCIÓN
Una vez más enfrentado a las mismas advertencias, a los mismos temores, a las mismas predicciones, a los mismos pronósticos. “¡No te metas con los ricos!”, “Es un tema muy complejo y peligroso”, “¡Ojo! ¡Es gente muy vinculada y poderosa!”: todas frases que surgían espontáneamente cuando comentaba mis pasos en la investigación para mi próximo libro.
Fue también la incursión literaria más discutida en mi entorno político más cercano. Había muchas dudas entre mis colaboradores. Uno de ellos puso especial énfasis en persuadirme para que desistiera de la idea. La razón fundamental era bien clara: “No podemos privarnos de las contribuciones económicas de estas personas para el próximo ciclo electoral”.
Es cierto, el tema de la financiación de las campañas políticas es bien crítico y en nuestro caso más aún. ¿Por qué? Porque se juntan dos razones de peso para esa preocupación: la absoluta carencia de recursos económicos propios para afrontar un ciclo electoral completo por un lado, y por otro, nuestro objetivo de crecimiento político en el mediano plazo y la consiguiente necesidad de proyectar una comparecencia electoral nacional de mayor envergadura en 2019. Para ello se precisa mucho dinero.
Además surgía con mucha fuerza otra razón para oponerse a que abordara este tema: el famoso corporativismo político.
Me refiero a esa concepción que sostiene que si uno integra un “colectivo” o un “sistema” debe mantener ciertos “códigos” de convivencia interna y lealtades. Aquella creencia de que si se es parte se está inhabilitado para analizar y mucho menos señalar desacuerdos públicamente. Aquella creencia que toma la “autocrítica” como una amenaza o como una “traición”, en el entendido de que el que la hace “daña” al grupo y a sus integrantes.
De más está expresar que lo medité muchísimo. Un análisis frío y calculador me llevaba a la postura racional de aceptar las recomendaciones de mi equipo y frenar el proyecto. En cambio, la música de mis convicciones me llevaba al camino opuesto: seguir adelante.
¿Cuál era el pecado de querer conocer más acerca de los uruguayos más adinerados de Uruguay?
Mi intención es la de siempre, la de todos los libros, la que asumí en el estudio de la masonería, del Opus Dei, del colectivo militar y de la colectividad judía. Cargar con todos los prejuicios y preconceptos que tenemos como sociedad sobre un grupo específico y abordarlos, exponiendo a los integrantes de ese grupo, para que se expresen, se muestren, se defiendan. Para que cuenten su historia y llenen ese vacío. No hay mejor alimento para los prejuicios, las leyendas y las calumnias que la ausencia de información. Ella nutre la ignorancia y las visiones contaminadas.
Luego, con la información a la vista, quienes tenemos interés podemos enfrentar nuestros prejuicios y confirmarlos, reforzarlos o superarlos. Esa es una cuestión intransferible, cada lector la vivirá a su manera.
Mi misión nunca fue intentar permear las convicciones de nadie; sí lo es en cambio promover, a través de este tipo de aporte, el debate serio y con sustento con relación a grupos y sectores que a priori parecen ser poderosos, selectos y cerrados, alrededor de los cuales abunda el silencio, el desconocimiento y la falta de información, y sobre los que sobrevuelan mitos, leyendas y fantasías.
Así fue que una vez más decidí jugarme por lo que siento.
Un dato no menor. La investigación había comenzado con énfasis en el eje del “éxito”, o en los uruguayos “exitosos”, pero semana tras semana, entrevista tras entrevista, se consolidaba que el nudo gordiano estaba en el “éxito económico”. Allí estaba el tabú. Allí decidí poner el foco.
El primer paso fue afinar la puntería y encontrar la verdadera horma del rico uruguayo. ¿De cuánto hablamos cuando hablamos de “tener plata” en Uruguay? ¿Cuántos millones de dólares hay que tener para entrar en la categoría? ¿Cinco? ¿Más de diez? ¿Treinta? ¿Cincuenta? ¿Más de cien?
No fue una tarea sencilla; dos características nacionales conspiraron para hacerla compleja. En primer lugar, la pequeña dimensión económica de Uruguay nunca ha sido atractiva como para justificar que existiera acumulación de información sobre la materia. En segundo lugar, la idiosincrasia del “bajo perfil” y la “no ostentación”, sumada al muchas veces presente “castigo al éxito económico” actuaban como un efectivo desaliento a la transparencia y una invitación a “esconder la leche”.
Claves fueron las decenas de conversaciones que mantuve con economistas, asesores de empresas y con jerarcas de alto nivel político (tanto en ejercicio como retirados), para lograr el objetivo.
El segundo paso fue ponerle rostro al grupo de uruguayos que cumplían con las condiciones para integrar el selecto “club de los millones”, para luego ir tras su testimonio. ¿Quiénes son los más adinerados? ¿Son quienes uno imagina? ¿Quiénes se animan a dar la cara y quiénes no?
Intuía que varios no aceptarían formar parte del libro. También, que quienes aceptasen el encuentro no me la harían fácil a la hora de hablar de sus millones. Fui tras ellos y me llevé muchas sorpresas, que encontrarán aquí relatadas en detalle.
Quería conocerlos en profundidad. ¿Cómo viven? ¿Qué piensan? ¿Qué lujos se dan? ¿Qué ventajas consiguen y qué peajes pagan? ¿Cómo han construido su fortuna y en qué rubros? ¿Cómo los trata la sociedad uruguaya? ¿Sienten la envidia? ¿Cómo se relacionan con el poder? ¿Cuán funcionales son al sistema político? ¿Quiénes son amigos de quién? ¿Cuáles son sus miedos? ¿Y sus prioridades? ¿Tienen puntos débiles? ¿Materias pendientes? ¿Trabajan o viven de vacaciones?
Finalmente llegó el momento del ensamble de los resultados de la investigación: por un lado, una treintena de entrevistas con los protagonistas y otras tantas con personas elegidas especialmente por su conocimiento y cercanía respecto de ese círculo; por otro, episodios que se fueron dando a lo largo de la investigación, que me tuvieron involuntariamente como testigo y/o protagonista de las tensiones y la connivencia entre el poder económico y el poder político.
La interpelación del principio de estas líneas aparecía una vez más. ¿Qué hacer con esos episodios? ¿Contarlos? ¿Ocultarlos? ¿Por qué?
Cuando decidí incursionar como investigador en temas sensibles, rodeados por un halo de misterio por la presencia de secretos y fenómenos de connivencia con el poder político, sabía que era un camino solo de ida.
Mi conducta ha sido siempre la misma: la lealtad con ustedes, mis lectores. Me ha costado dolores de cabeza, algún que otro disgusto y la pérdida de alguna amistad. Pero la línea es clara, duermo tranquilo y seguiré así.
¿Aunque ello pueda eventualmente significar un “suicidio político”?
Sin duda.
Si el peaje para estar “vivo” en política equivale a dejar a un lado las convicciones, para que te financien la campaña electoral o para evitar operaciones políticas (que tengo la convicción de que serán puestas en marcha en mi contra no bien este texto tome estado público) de los siempre bien dispuestos cortesanos del corporativismo político, NO estoy dispuesto a pagarlo.
Creo en otra forma de manejarse en la vida y en la política. Creo en que la salud y la fortaleza de un sistema político, y por tanto del sostén de la democracia, se potencian cuanto mayor sea la transparencia de su funcionamiento y siempre y cuando los políticos seamos capaces de enfrentar sin misterios todo aquello que esté mal en nuestro ecosistema. Con honestidad y capacidad autocrítica.
Creer en la democracia, en el sistema político y en los partidos no significa barrer debajo de la alfombra sus defectos y defender muchas veces lo indefendible. Desde mi perspectiva, significa enfrentar con madurez y sin fanatismos que hacemos cosas bien y de las otras, y que el primer paso para mejorar es reconocer la realidad.
No creo en las “vacas sagradas”; eso es indigno de una democracia republicana.
Los tiempos que vienen dirimirán si es viable ese otro camino de hacer política que soñamos. Me consta que hay compañeros de mi Partido Colorado (de distintos sectores) que comparten esta visión. También me consta que hay colegas de otros partidos políticos que piensan en términos parecidos. Será una batalla política apasionante. Mi compromiso es darla hasta el final.
FERNANDO AMADO
Octubre de 2015
¿QUÉ ES SER RICO EN URUGUAY?
¿Qué es ser rico en Uruguay? ¿De cuánto dinero estamos hablando? ¿Diez millones de dólares? ¿Cien millones? ¿Mil millones? ¿Y en comparación con las fortunas de nuestros vecinos? ¿Y con las del mundo? ¿Los ricos uruguayos se perciben como tales? ¿Cómo reaccionan cuando se los interpela sobre su condición? ¿La niegan? ¿La aceptan con naturalidad? ¿Les incomoda hablar del tema?
LOS “RIQUITOS”
“No hay ricos, hay riquitos”. Esta frase, que inmortalizó el histórico político, contador y presidente de Peñarol José Pedro Damiani (1921-2007), fue empleada una y otra vez a lo largo de la presente investigación por varios de los entrevistados, todos dueños de fortunas, al menos en escala uruguaya. Muchas veces lo hacían para ubicar en el contexto mundial la magnitud de la riqueza, en términos absolutos, de un rico “made in Uruguay”. También apelaron sistemáticamente a este calificativo para diluir o directamente eludir hablar en profundidad sobre el tema. Los ricos uruguayos no se reconocen como tales, o al menos les cuesta muchísimo expresarlo.
“¿Te acordás de lo que decía Damiani? ¡Aquí no hay ricos, hay riquitos!”, dice un sonriente y nostálgico VITO ATIJAS. En esa línea, este arquitecto, empresario y dirigente deportivo, explica por qué en Uruguay no es “tan difícil” llegar a tener algunos millones de dólares, aunque eso no signifique necesariamente ser rico: “Para tener acá un patrimonio de algunos millones de dólares no se necesita mucho porque cualquier persona que esté en un determinado nivel, solamente entre propiedades, una participación en algunos negocios que tengan cierto «valor llave», alguna propiedad que puedan tener en el exterior, mas algún auto propio y de la familia, ya supera largamente una cifra millonaria, eso está claro. A partir de ahí no es difícil ser millonario”.
Según Atijas, el principal desafío está en otro lugar: “Lo difícil es tratar de mantener un ingreso tal que permita que esos bienes estén adecuadamente respaldados en cuanto a las posibilidades de mantenerlos, por un lado, y por otro, en cuanto a que no pierdan el valor, digamos «teórico» que tienen, por ejemplo en función de malos negocios”. Entonces ¿cuál sería el rango para pasar de ser millonario a ser rico? “Para ser considerado rico acá, en Uruguay, yo diría que (se requiere) algo cercano a los 20 millones de dólares. Y me consta que hay muchísimos de esos y que los superan largamente”, aclara Atijas.
“¡La frase esa es sabia, es sabia!... El viejo (Damiani) tenía muchas frases buenas; esa es una, no tengas la menor duda”, concuerda NICOLÁS JODAL dejando traslucir su admiración por el “histórico contador”, para rematar con un aire de resignación: “La diferencia (entre ricos y riquitos) es abismal. Abismal. No tienen nada que ver…”.
Jodal es fundador y propietario, junto con su socio, Breogán Gonda, de Artech, una de las empresas más importantes entre las que se dedican a la producción y comercialización de software uruguayo. El producto de una investigación original realizada desde 1984 dio a luz el proyecto GeneXus, de fama internacional. La Academia Nacional de Ingeniería (Uruguay) los distinguió con el Premio Nacional de Ingeniería 1995 por este proyecto. Sobre su situación personal en relación con la riqueza, dice Jodal: “Mirá, yo no sé si soy rico. Considero que tengo un muy buen pasar económico, más allá de lo normal de los uruguayos. Pero tengo amigos más ricos que yo, y amigos menos ricos que yo”.
“¡Hay poquititos!”, contesta a su turno el arquitecto RICARDO WEISS sobre la existencia de ricos uruguayos en comparación con países como Argentina y Brasil. Desde la casa –que hace las veces de oficina– contigua a la obra que dirige del futuro hotel cinco estrellas Hyatt Montevideo, ubicado en plena rambla de Pocitos, Weiss es muy gráfico en cuanto a la escala de riqueza de los uruguayos: “Vamos a entendernos. Los millonarios uruguayos son, o somos, unos pichis en Argentina. Los millonarios argentinos son pichis en Brasil… es así. Ellos tienen miles de millones”.
Weiss pone en números al rico uruguayo: “Un uruguayo fuerte tiene activos de 100 millones para arriba, a 200… no más de eso. Los millonarios estándar uruguayos tendrán alrededor de 10 o 15 millones de dólares”. Si bien se incluye con naturalidad empleando el “somos”, al ser consultado directamente sobre si se enrola en esa lista, se apura a contestar: “No, no, no, en esa lista no me incluyo. Estoy bien, pero no”.
En tanto, desde la ciudad de Young, ALBERTO TOTO GRAMONT1 –fortísimo productor agropecuario– confirmaba la vigencia de aquella frase del contador Damiani y se aproximaba a Weiss en los montos: “Una persona rica en Uruguay es de 10 millones de dólares para arriba. Eso se puede considerar rico”. No obstante, consultado sobre si se sentía rico, Gramont lo negó: “No. Yo tengo una buena casa en Young (son cinco hectáreas y media forestadas, no se ve la casa desde la ruta). Tuve Mercedes Benz, ahora tengo BMW, tengo una Toyota Ford para andar en el campo. Viajo con mi señora. Antes veraneaba en Punta del Este...”.
Un empresario que pidió reserva coloca la vara por debajo: “Ser rico en Uruguay es tener un patrimonio mayor a los 5 millones de dólares a valores de hoy; ese es para mí el eje”. Este empresario es un hombre con vasta experiencia en la vecina orilla, ya que es asesor de argentinos de muchísimo dinero que invierten en nuestro país. Admite que 5 millones de dólares a nivel global es un patrimonio chico para hablar de gente muy pudiente, y por tanto se acerca más a la definición de “riquito”. Pero advierte: “En Uruguay hay muchos más de los que se cree: gente que tiene más de 20, 30, 50 millones de dólares. Para mí, hay muchos más de lo que se piensa que están arriba de 100 millones, incluso. Ahora, si decís arriba de 1000… ahí no sé si hay. Pero hay determinado monto a partir del cual uno se pierde también”.
En su austero despacho del puerto de Montevideo, me encontré con un escurridizo JUAN CARLOS LÓPEZ MENA cuando de hablar de la riqueza y del dinero se trata. Al preguntarle sobre si se siente rico, escapó por la tangente: “Para el emprendedor, el dinero es una herramienta para hacer cosas productivas. Por ejemplo, hoy hay un concepto que es cuidar el medioambiente. Entonces inauguramos el primer barco que no poluciona en el mundo, cosa sobre la cual acá las autoridades no me han dado ni cinco de bola. El gobierno alemán me acaba de donar un equipo de energía solar…”.
Lo interrumpí: “Usted me dice que nunca tuvo mucha plata porque siempre la invirtió, pero ¿es consciente de que desde afuera, en el imaginario colectivo se lo ve como una de las personas más ricas del Uruguay?”.
López Mena contestó con vehemencia: “¡Se equivocan totalmente! Lo digo con toda sinceridad. Yo no tengo problemas con los impuestos porque siempre declaré todo, la DGI de acá hace cuatro o cinco meses estuvo once meses dentro de la empresa monitoreando todo”.
Volví a interrumpirlo: “¿Pero usted no se siente rico?”.
El dueño de Buquebus se defiende: “No me siento rico, no sé lo que es ser rico. Primero porque soy un emprendedor, y los emprendedores viven arriesgando todo lo que tienen. Tengo todo a mi nombre, la empresa está a mi nombre. Todas sociedades anónimas nominativas. Me han citado empresarios de todo el mundo y me toman como ejemplo. Yo siempre digo que hay que ser un hombre pobre, dueño de una empresa rica. Es más, yo propondría un proyecto de ley donde todo empresario no pueda tener cosas con distintas sociedades anónimas, menos las personales. (…) Un empresario que tiene una fortuna privada por algún lado y por otro tiene una empresa, cuando viene algo que no le gusta quiebra y deja a toda la gente (plantada). Es una responsabilidad social ser empresario. Yo tengo casi 1600 empleados”.
Sobre la existencia de ricos en nuestro país y sobre los montos de esas riquezas comentó: “Acá hay uruguayos que tienen cientos de millones y tienen dos o tres empleados. Yo los conozco, gente bien. Los millones los tienen guardados en distintos bancos en el mundo; tienen un coche más o menos pero tienen edificios en Miami completos y rentas en todo el mundo y acá de repente llegan a tener mil departamentos, mil sociedades anónimas distintas. ¿Sabés qué me dicen cuando me invitan a cenar un sábado a la noche?: «¡López Mena, vos sos un pelotudo! ¡Sos el único tipo que tenés miles de empleados, que el BPS, que todo eso…! ¿Cuándo vas a descansar?»”.
Este hábil declarante, al ser consultado sobre sus inversiones en nuestro país, descorre el velo: “¡Si sos un empresario de lo que yo manejo, 40 millones de dólares no es nada! El último barco costó 110 millones, la Planta de Licuación entre 35 y 40 millones. Ahí solo invertimos 160 millones: el 70% lo pusimos nosotros y el resto lo prestaron los bancos República, Santander, y dos o tres más, y estamos al día con todos”.
El empresario y excandidato a intendente de Montevideo por el Partido de la Concertación EDGARDO NOVICK describió la riqueza a su manera. Luego de su rutina deportiva matinal en el Sofitel Montevideo Casino Carrasco & Spa, me invitó a almorzar en el restaurante del hotel. Prefirió no referirse a montos patrimoniales y se limitó a razonar: “Yo digo una cosa: uno con 20.000 dólares mensuales vive bien, muy bien. No le falta nada, puede viajar… Entonces, si a uno le da para tener eso mensualmente, no precisa más”.
Otro entrevistado que contestó con ambigüedad al ser consultado por su riqueza fue EDUARDO ÁLVAREZ. Principal dueño de la empresa constructora Ramón Álvarez SA, más conocido en el ambiente empresarial y político como el Peludo Álvarez por su larga cabellera, señaló: “¿Sabés lo que pasa? Yo te voy a poner un ejemplo… Este país está en un momento de auge, aunque dicen que está cambiando el viento. Vos vas a comprar un negocio ahora acá –una estación de nafta, esa que está en Ejido y la rambla que no sé de quién es ni me interesa– y en un momento de auge te piden cinco o seis millones de dólares. Ahora, en el año 2002, en la crisis, ibas ahí con quinientos mil dólares y comprabas la estación. Entonces ¿cuál es el patrón para medir la riqueza? No sé si son 30 millones, 10, 15 o 65. Depende de los momentos, que ni siquiera dominan los humanos. Porque por más que nos pongamos nosotros todos a empujar a nuestro país, no va a aumentar su prosperidad, y por más que lo queramos aguantar para que no caiga, va a caer igual. Es muy difícil medir la riqueza, salvo veinte o treinta popes en el mundo, que están más allá del bien y del mal… Y así y todo, tienen riesgo. Te voy a poner un ejemplo: Eric Batista, de Brasil, llegó a ser el hombre más rico del mundo hace apenas tres o cuatro años; hoy no sé si está fundido pero está mal, no está más en el ranking. Entonces ¿cuál es la gracia?”.
CARLOS ALBERTO LECUEDER, con la mirada perdida en la espectacular vista del puertito del Buceo desde su despacho en el piso 12 del World Trade Center, comenta escéptico: “No sé si hay una medida del dinero”, y fundamenta: “Lo que pasa es que el Uruguay es un país chico, no hay posibilidades de mercado como para generar montos demasiado importantes, comparados con los de otros países. Entonces uno compara cuánto es ser rico en Argentina y cuánto acá y no tiene nada que ver”.
Otra forma de eludir el tema de la riqueza personal es apelar a los diferentes significados, acepciones y contenidos que se le puede dar a la palabra ‘rico’. Lecueder lo hace a la perfección: “Lo que pasa es que yo creo que alguien es rico cuando tiene una familia espectacular, y tiene amigos, y es feliz; mucho más que cuando uno tiene tanta plata. Conozco gente que tiene mucho dinero y vive quejándose, vive preocupada, ¿qué pasará con el dinero? Eso es tener bienes materiales pero no pasarla bien. En Uruguay tenemos una calidad de vida que todavía es buena, a pesar de la inseguridad reinante, y eso hace que si uno logra tener un nivel adecuado de vida, puede pasar muy bien. La definición de rico en el Uruguay diría que es eso: aquel que ha logrado tener un nivel de vida, que ha logrado formar un patrimonio para tener una vida aceptable”.
Es notorio que a este empresario, impulsor de los shoppings y de otras obras, como el propio World Trade Center, no le gusta hablar del tema. Al consultarlo sobre su situación personal insistió: “No la mido, no tengo la más pálida idea de cuántos son los millones de dólares que hay que tener, no los mido, ni me interesa tampoco”. En otro tramo, retrucó: “Si usted me pregunta ¿cuánto?, no tengo la más pálida idea. Aparte, en Uruguay no nos gusta hablar mucho de eso. No me gusta. Además, en el Uruguay de la inseguridad de los últimos años no quiero hablar de dinero”.
Otro que prefirió no hacer mención a cifras y se concentró en otro significado de riqueza fue el arquitecto ERNESTO KIMELMAN. Una tardecita de abril me esperó con el mate pronto en su oficina, también ubicada en el World Trade Center. Kimelman fue uno de los principales arquitectos de todo el proyecto de desarrollo de este complejo de torres y sus alrededores, incluidas las Torres Náuticas y la lujosa Torre Caelus. Descontraído, de jeans y camisa, cebando reflexionó: “En algún aspecto sí soy rico. Tengo una preciosa familia, tengo una relación con mis hijas muy linda, unos nietos maravillosos, una actividad profesional que me gusta mucho, la tranquilidad de vivir sin la angustia de si a fin de mes voy a poder pagar mis cuentas. Puedo darme el gusto de viajar. Tengo un apartamento donde paso el fin de semana tranquilo y desenchufado de la actividad… La verdad es que no tengo quejas de ningún tipo, me siento muy cómodo y vengo a trabajar siempre contento. Cuando llega el domingo a la noche no me siento deprimido como mucha gente. Puedo hacer deporte, estoy sano. Sí, claro, me siento muy feliz”.
PEDRO NICOLÁS BARIDON tampoco habla de cifras ni quiso hacer referencia a su actividad empresarial actual: “Mientras siga en actividad, sabrá comprender que prefiero no hacer ninguna mención a mis actividades empresariales”. En su oficina de la Torre del Gaucho, quien fue dueño de Movicom y de Ducsa, accionista de Búsqueda y Teledoce y es actual representante de compañías petroleras multinacionales, cree que lo importante estriba en la prudencia de los uruguayos: “Creo que tenemos una cultura que nos lleva a ser muy prudentes en la manifestación de las cosas y lo vamos a seguir siendo. A veces otros países tienen otra fórmula, pero creo que hablar mucho es negativo”.
“En vías de…”, se define BERNARDO LEIS. Minuano, fundador y dueño de Redpagos y Cambio Matriz, explica su necesidad de consolidar su empresa para ingresar a ese círculo reducido: “Yo no me considero rico. «En vías de», capaz que sí. Pero hay cosas que me preocupan: por ejemplo, todo esto de la (normativa recientemente aprobada de) Inclusión Financiera pone en riesgo la empresa, la industria. Si esto se reconvierte y a mí me dejan mirando para la fiambrera, esta empresa que hoy puede valer muchos millones, mañana no vale nada. Si yo no la consolido –y no la consolidé–, no tengo nada. Hoy sí tengo una empresa que da buenos dividendos y todo lo demás, (pero) también es una empresa que requiere invertir y reinvertir. Tu ganancia la ves, pero no ves millones y millones. Hace veinte años que gano 3 o 4 millones por año: es chiquito. Y con inversiones grandes. Acá, cualquier inversión o cualquier presupuesto en tecnología por año es un millón de dólares; pero desde el momento en que lo empezaste a usar ya caducó, ya hay otra cosa y lo tenés que amortizar en tres años. Entonces, no me considero rico. No me privo de nada. Me decís: «Vamos a viajar mañana» y me puedo gastar 20.000 o 30.000 dólares, no lo pienso. Ahora, para tirarlos a la basura, no”.
Según Leis, para considerarse rico en Uruguay se precisan dos cosas: “La primera: durante mucho tiempo tener un buen ingreso, y si ahorraste entonces eso sí no te lo saca nadie. Ahora, si vos reinvertiste en tu empresa, y reinvertís… siempre tenés un riesgo. Yo siempre digo: después que se fundió Pan American nadie está a salvo de nada. Mañana te cambia una cuestión y nosotros, que estamos muy regulados… Son rubros que dependen de leyes; mañana te hacen el dedito para abajo en las Cámaras y te lo derivan para otros actores, o te aparecen otros jugadores nuevos. (…) La segunda (cuestión para considerarse rico) es que alguien es rico cuando durante muchos años consolida una ganancia en una empresa que no tiene sobresaltos y no le aparece un sustituto en el mercado; si ya tiene veinte años de ahorrar 150.000 dólares por mes… y sí, entonces tiene esa vaca que le da y la ordeña todos los meses, más todo el respaldo, que lo mantiene intacto”.
Allí es donde ubica su peripecia personal: “En mi negocio, soy rico cuando consolide esto. Si dentro de diez años tengo una constancia que gano 4 millones de dólares por año, entonces sí, dentro de diez años voy a ser rico y no tengo variación. O la vendí en 100 millones de dólares y me tocan 50 para mí, soy millonario. Obviamente, a veces delirás, pero no son cifras que se puedan publicar. El precio lo va a terminar poniendo la persona que se siente acá, valúe y diga: yo necesito esto. No es para cualquiera, tampoco. Pero ¡dejá que venga alguien y me dé con el precio!”.
El fundador de Zonamérica, ORLANDO DOVAT, sigue un razonamiento similar. Se resume en que rica es la empresa pero no él. Plantea la dicotomía entre patrimonio y disponibilidad y se interpela: “Yo no siento que tenga una situación económica rica. La empresa puede ser rica, yo no. Yo no me manejo con grandes medios a nivel personal. ¿Ser rico es tener un patrimonio o tener una disponibilidad? Primera cosa: uno puede tener 50% de una empresa que vale 150 millones de dólares. La podés vender. Ahora: ¿es fácil de vender? Si no lo es, entonces no tenés nada. Segundo aspecto: ¿podés sacar a la empresa 10 millones mañana para hacer un negocio? No, a la empresa no le puedo sacar 10 millones. ¿Entonces? Yo conozco gente que ha hecho fantásticas organizaciones familiares, para poder sacar dinero de un grupo económico y generar un espacio donde lo ponen y de ahí