El príncipe moderno

Pablo Simón

Fragmento

cap-1

Al magnífico lector

Cuando alguien desea congraciarse con el lector, en especial si es con la voluntad de que elija su título en concreto, no le queda más remedio que acercarse a él con lo más valioso que posee. De ahí que muchos autores se presenten en sus escritos brindando una prosa magnífica, aventuras increíbles, reflexiones profundas, historias emotivas y tiernas o incluso un texto que sirva, por su carácter práctico, para mejorar alguna habilidad.

Con el ánimo de dar a quien sostiene este libro alguna prueba de utilidad, me he encontrado con que no poseo nada que me sea de mayor valor y estima que el conocimiento que he adquirido sobre las acciones políticas durante estos últimos años. Un conocimiento asentado en un cuidadoso examen de la actualidad, aquí y en otros lugares, el saber de la academia por mi formación en ciencias sociales, las numerosas interacciones con medios y charlas con periodistas, las conferencias en foros muy diversos y las conversaciones con académicos de una valía muy superior a la mía.

Aunque quizá esta obra sea indigna del lector, confío al menos en su indulgencia a la hora de aceptarla. Al fin y al cabo, no puedo hacer mejor regalo que poner a su disposición las condiciones de entender, en un plazo muy breve, todo cuanto he aprendido en largos y agitados años de formación, experiencias personales y no pocos errores de juicio. En la medida de lo posible, no he adornado esta obra con más jerga ni palabras de las necesarias, ni con largas frases, ni con artificios que la hagan oscura o incomprensible. He preferido que, si brilla, no sea por su estilo, sino por su contenido y, a poder ser, que sea esto último lo que la haga grata.

No quiero, en todo caso, que se vea como presunción el que alguien como yo se ponga a dictar cátedra sobre aquello que es la política y su orden. Pues, al fin y al cabo, igual que quien quiere tomar una buena fotografía de la realidad debe comenzar haciendo un buen encuadre, aquí no encontrará sino una herramienta, un instrumento al servicio de un mejor dibujo del paisaje. Por lo tanto, acoja el lector este libro con el mismo ánimo con el que está escrito; un viaje de descubrimiento, una pequeña contribución para entender mejor el mundo y un modesto obsequio para que el día de mañana se pueda confrontar con la cambiante política de modo más firme y seguro.

cap-2

1

El consejero del príncipe

En los últimos años la política ha cobrado importancia para muchos ciudadanos. Esto es algo habitual en situaciones de crisis económica; el interés por lo público y el descontento general aumentan cuando la vida de los ciudadanos empeora. Además, tiene bastante sentido que haya sido así. La crisis comenzó en su faceta económica y se llevó por delante a muchos gobiernos, pero dada su profundidad y severidad no tardó en convertirse en una crisis política e institucional en todos los países de Europa. De repente hubo un ciclo de protestas callejeras, el surgimiento de nuevos partidos y una percepción de provisionalidad de todo lo que se había dado por sentado. Durante la última década muchas de las costuras de nuestros sistemas políticos han saltado por los aires y la desorientación se ha hecho evidente.

En paralelo con ese proceso de cambio profundo se han ido colando en el debate público unas figuras que hasta la fecha resultaban desconocidas: los politólogos. Cualquier estudiante de ciencia política sabe lo difícil que siempre ha sido explicar el contenido de esta disciplina. Lo más común era que los familiares cercanos preguntaran al universitario con qué partido iba a comenzar su carrera hacia la presidencia, asumiendo por definición que quería ser político. Sin embargo, ahora se reconoce que la función del politólogo, con permiso de algún nuevo partido español, no es esa, sino más bien la de analizar los fenómenos políticos, con mejor o peor fortuna, empleando herramientas de las ciencias sociales. Por eso con frecuencia los politólogos vienen pertrechados de datos, encuestas y experiencias comparadas, con saberes de su campo, pero también picoteando de la sociología, de la historia o de la economía. No siempre logran contribuir o ser útiles, pero poco a poco han ido saliendo de sus torres de marfil para intentar arrojar algo de luz a los acelerados cambios que estamos viviendo.

Esta disciplina, sin embargo, es más antigua de lo que parece. Casi se podría rastrear su origen en el momento en que los seres humanos comenzamos a vivir en comunidades sedentarias. Muchos pensadores la han ejercido aun sin saberlo y, pese a que Tucídides, Polibio o Aristóteles la hacen balbucir en el principio de los tiempos, el consenso inequívoco es que el padre de la ciencia política moderna fue Nicolás Maquiavelo. Este florentino renacentista, que vivió a caballo entre los siglos XV y XVI, fue un personaje contradictorio. Era bromista, buen comedor, amante tanto de las letras como de las mujeres, pero, sobre todo, un hombre apasionado por una cosa: la política.[1] Por paradójico que resulte, fue su fracaso en esta materia lo que consagró su figura. Maquiavelo había desempeñado diferentes cargos en la república de Florencia, pero su caída y la llegada al poder de los Médicis le dejaron en el ostracismo a los cuarenta y tres años. Desde entonces toda su obsesión fue, mediante su prosa descarnada y con su sonrisa equívoca, tratar de explicar por qué había caído el régimen republicano de su amada ciudad.

Maquiavelo, de manera muy provocadora, decía en El príncipe: «Siendo mi intención escribir algo útil para quien lo lea, he considerado más apropiado ir directamente a la verdad objetiva de los hechos que a su imaginaria representación».[2] Esta pornográfica declaración de intenciones, que habría de plasmar también en los Discorsi, era la razón de ser de toda su obra: su ánimo era desnudar la naturaleza de lo político. Una manera de pensar que, pese a tener quinientos años, sigue interpelando a cómo se organizan hoy nuestras sociedades. La idea de la racionalidad instrumental (medios orientados a fines), la diferencia entre lo real y lo aparente y, sobre todo, su noción de la política como un dominio autónomo permitieron entender algo clave: la política siempre entraña dilemas y el juicio sobre la misma es algo contextual.

Pese a las palabras falsas que siempre se ponen en sus labios[3] y lo poco comprendida que es su figura, la obra de Maquiavelo marcó un antes y un después. Schopenhauer hizo una analogía fabulosa que resume muy bien su pensamiento. A juicio del filósofo alemán, Nicolás Maquiavelo es como un «maestro de esgrima»: nos enseña el arte de la espada, un conocimiento puramente técnico y descarnado del poder. Él no entra en la valoración ética de los fines, «como un maestro de esgrima no presenta una exposición moral contra el asesinato y el golpe mortal».[4] Antes bien, nos enseña las reglas del juego, las analiza fríamente y nos muestra que el juicio sobre la política tiene que ser distinto al de la moral religiosa o humanista. La idea de que en ocasiones en política se debe hacer un «mal» que tiene efect

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