PRÓLOGO
Había algo que contar
Gustavo Penadés siempre creyó que tenía cosas para contar. Cuando reflexionaba sobre su propia vida, la percibía como algo extraordinario, cargada de claroscuros, verdades, sufrimientos y silencios que, en algún momento, debían ver la luz.1
Pero el momento adecuado parecía no llegar nunca. En 2014 coqueteó con la idea de publicar un libro donde pudiera contar por primera vez lo que le había costado, incluso en el ámbito de su familia más cercana, transparentar su homosexualidad. Habló de eso con varias personas, y hasta hubo un periodista interesado en escribirlo. Pero en año de campaña electoral, esa idea quedó en pausa. Al año siguiente, un problema de salud de su padre y después de una de sus hermanas le hicieron pensar que el momento de exponerse públicamente todavía no había llegado.
Cinco años después, describía en una entrevista con la revista Paula el rol “confesional” que podía llegar a tener un político, a quien muchos recurren en busca de soluciones a sus problemas, consejos, o simplemente para compartir sus experiencias. Y volvió a sugerir esa idea que le daba vueltas desde hacía tiempo.
—Algún día voy a escribir un libro con personajes de ficción sobre las cosas que me plantearon en entrevistas —dijo.
Eso, claro, tampoco pasó.
Tres años más tarde, en 2023, negó en una entrevista el primer gran escándalo asociado con su nombre: una denuncia de explotación sexual a un joven varón de 14 años —después mujer trans, Romina Celeste Papasso—.
—Tengo la tranquilidad de que después voy a escribir algo para Netflix y me voy a hacer millonario —dijo Penadés en entrevista con el semanario Búsqueda, donde pretendió darle un sesgo humorístico a una acusación pública que apenas tenía cuatro meses.
No es fácil elegir cómo contar la vida de Penadés.
Al tiempo que crecía como político y ganaba cada vez más credibilidad en una carrera que prometía un futuro todavía más sólido, había toda una parte de su vida privada que iba dejando señales al costado del camino.
Cómo interpretar esas señales, saber a dónde lo podían llevar, era algo difícil de descifrar en su tiempo y su contexto.
La vida privada de una persona pública en Uruguay siempre fue algo con lo que no había que meterse. Bajo el supuesto de una identidad nacional sobria y respetuosa, sobre todo cuando se trata de alguien que trabaja en pro de la democracia, el silencio y el “mirar para el costado” era algo que se imponía.
¿Qué tan relevante podía ser para la vida pública de un país el hecho de que un connotado político, más de una década atrás, hubiera querido contratar servicios sexuales de un funcionario público que cumplía con sus tareas? ¿Era una mentira, era algo vinculado a su nunca confirmada homosexualidad, o había algo más por descubrir en esa aparente anécdota de verano?
¿Importaba que alguien, anónimo para la mayoría de los uruguayos, hubiese acusado a un diputado por violencia, o que trabajadores sexuales lo señalaran como cliente?
La sociedad de entonces no es la misma que la de ahora. Hace 15 años, sospechar que un hombre tenía relaciones sexuales con menores era, sin duda, algo repudiable y condenable, pero también era mucho más frecuente desentenderse del asunto. Entre otras cosas, porque había mucho en juego a la hora de decidir qué hacer público y qué no. El daño de dar a conocer de forma masiva una información falsa podría ser irreparable.
¿Cuándo lo privado se convierte en relevante para la vida pública? ¿Dónde se traza la línea que divide la intimidad de una persona y la necesidad de una sociedad de conocer la verdad?
Es posible que todas estas preguntas hayan sido hechas cuando se prestaba atención a las piezas de un puzle todavía incompleto que iba armando, sin darse cuenta, Gustavo Penadés. Pero también es posible que no hayan tenido una respuesta unívoca.
No era cuestión de que faltara una historia para contar. Solo que siempre faltaba alguna parte para terminar de entender lo que mostraba la imagen. Hoy, con una sociedad más sensible ante los temas de agenda de derechos, del feminismo y del género, el lente con el que se mira es otro.
Era cuestión de que llegara el momento.
1 En entrevistas periodísticas ha dejado entrever su intención de contar su historia. También ha coqueteado con esa idea con varios allegados.
1. “No soy un pedófilo”
El boliche Caín estaba explotado, pero Javier Viana tuvo suerte. El baño, casi siempre ocupado, estaba ahora sin demoras. Por lo general era Daniel, su novio, el que le hacía de escolta y lo tapaba mientras hacía pis: le daba vergüenza que otros hombres lo miraran. Esta vez, Daniel quedó en la pista. Javier entró solo.
Otro joven desde un cubículo le pidió que se acercara. Viana no entendía. Vení, que te quiero preguntar algo, le insistió. Viana, entonces, se acercó.
—¿Es verdad que sos un chico Penadés?
—¡¿Qué?!
—¿Vos sos un chico Penadés?
—Yo no soy ningún chico Penadés. No soy chico de nadie. Dejá de decir eso.
El chico —“muy lindo, buenito, muy sano, muy latino, morenito”, recuerda Viana hoy— le dijo que se llamaba Marcos, y que tenía miedo: había salido con Gustavo Penadés, y le contó que le habían pegado.
—Salí de ahí ya. Eso es el principio de todo.
Esto pasó a mediados de los noventa. Viana había sido el que una vez llegó prácticamente desnudo a una casa en Punta del Este que se encontraba en plena fiesta. Tenía puesto un arnés, una especie de calzoncillo slip que solo le tapaba la parte de adelante y le dejaba las nalgas al aire, y un collar de perro para que lo agarraran con una correa arrastrada desde el hombro y lo pasearan, por la casa, por el jardín, delante del resto de los que estaban disfrutando de la noche.
A la fiesta anterior había ido, como era la orden, todo de negro: pantalones ajustados, botas también negras, remera negra. Estaba frío: llevaba un rompeviento de tipo cuero, posiblemente imitación.
No parecía ser el único adolescente2 en la fiesta, aunque tres décadas después no pueda confirmarlo. A Javier le dio vergüenza, y pidió que le prestaran un antifaz. Había por todos lados. Incluso otros jóvenes llevaban puestas cabecitas de perro que les tapaban la mitad de la cara y solo dejaban a la vista la boca y los ojos.
Droga, había la que se quisiera. Vio, esa noche, todo tipo de excesos: juguetes sexuales, preservativos, lubricantes, hombres teniendo relaciones sexuales sin taparse demasiado de la mirada de los demás. A veces a esas fiestas también iban streepers, drag queens, taxiboys.
Viana no se había dado cuenta en ese momento, pero él era para Penadés lo que en el mundo homosexual se llamaba chongo: un varón con el que se tenía sexo a cambio de dinero, o de favores, o de tener cubierta una necesidad.
No fue él, sin embargo, el que hizo caer a uno de los políticos más influyentes del gobierno de Luis Lacalle Pou. Tampoco fue la denuncia pública de Romina Celeste Papasso, una militante trans del Partido Nacional a la que, una tarde de marzo, se le dio por sentirse ninguneada por Penadés. Fueron, en sí, el cúmulo de denuncias que vinieron después. Doce personas fueron a fiscalía a relatar su verdad: diez de ellas, a decir que el senador les había pagado por sexo cuando eran menores; una de ellas, a contar una historia de abuso que se remontaba varias décadas atrás; otra, a narrar episodios de violencia. Doce testimonios, y otros más que no quisieron declarar pero tampoco niegan su relato. Lo sostienen: Penadés, pedófilo, pederasta. Penadés, violento, abusivo. Penadés, poderoso, profano.
¿Quién miente y quién dice la verdad?
***
En la cárcel de Florida, Penadés comparte una barraca con otras siete personas que esperan sus respectivos juicios. Lleva más de un año preso, desde octubre de 2023. Como su causa es la que más se extiende, a muchos los ha visto entrar y despedirse.
Se ve a sí mismo —con esa dosis de cinismo e ironía que ya exhibía antes de bajar al inframundo— como Napoleón en Santa Elena, o el último emperador de la dinastía Qing en China:3 aquel que supo dominar como pocos el tablero del poder, que se encargaba de hacer y deshacer en algunos de los asuntos más trascendentales de su pueblo, ahora reducido a la predecible rutina de una huerta en un campo perdido en el medio de la nada.
Mientras espera el juicio, intenta preservar su imagen de imperturbable.
Cuando entró a la cárcel se convirtió en el centro de atención. Aún conservaba algo de aquel líder político con más de treinta años de actividad. Cualquiera ahí adentro se daba cuenta de que estaba ante un referente.
—¿Cómo está el caudillo? —le preguntan siempre otros presos.
—Lo injusta que es la vida; hice la ley y ahora estoy del otro lado —respondió alguna vez.
Con el paso del tiempo, los que conviven con él empezaron a notar su deterioro: tiene una cardiopatía isquémica, presión alta y diabetes; toma, solo de noche, entre ocho y nueve pastillas. El hombre que no pasaba inadvertido por su corpulencia, ahora se veía disminuido, desganado, hasta algo consumido.
Camina, porque hacer otro deporte no puede. Y lee mucho; tanto, que hasta comparte. Hace pocos años, desde su rol de presidente de una comisión en el Senado, se comprometió a colaborar con una donación de libros para las cárceles. Ahora contribuye desde adentro. Le enseña al resto lo que sabe, y hasta los ayuda con los estudios en la mesa común del comedor.
En las audiencias judiciales por su caso, a los abogados todavía se les escapa de vez en cuando una referencia al senador Penadés. Él, atento desde el banquillo en segunda fila, se encarga de aclarar:
—Ex.
Hay quienes todavía no entienden qué pasó: cómo el hombre líder, talentoso, querido y respetado por la amplísima mayoría del espectro político, el que ayudó a muchos a crecer dentro del Partido Nacional, ahora estaba enredado —atrapado— en uno de los mayores escándalos que vivió la política uruguaya. Conjugar las dos caras de Penadés se transforma en algo imposible, incluso para su círculo más íntimo.
Cuando le preguntan qué pasó, él traza la línea donde terminan los matices:
—Pude haber sido desprolijo, pude haber traicionado parejas estables, pude haber sido un poco promiscuo, ¡pero con menores jamás!
La fiscal Alicia Ghione llegó a conversar con los abogados defensores sobre la posibilidad de que Penadés se declarara culpable a cambio de evitar el juicio y acceder a una condena más leve, una posibilidad que a ella le servía. Pero los intentos siempre se encontraron con una única respuesta posible:
—De ninguna manera, yo soy inocente hasta el último momento.
2 Si bien asegura haber empezado la relación con Penadés siendo menor de edad, no recuerda en qué momento del vínculo fue a las fiestas de Punta del Este. Cree que había menores a su alrededor, a juzgar por su aspecto, pero no puede confirmarlo a ciencia cierta.
3 La comparación la hizo ante personas de su entorno que fueron a visitarlo a la cárcel. Napoleón, emperador francés, pasó sus últimos seis años de vida exiliado en la isla de Santa Elena, tras caer derrotado en la Batalla de Waterloo en 1815. Una de las ocupaciones que lo entretuvo fue la creación de un jardín y una huerta al lado de su casa. Puyi, último emperador de China, pasó diez años en un campo de reeducación y tras un indulto de Mao Zedong fue asistente de jardinería en los jardines botánicos de Pekín.
2. Piezas del pasado
La primera reacción, para muchos, fue que se trataba de una infamia.
Inundaron el celular de Penadés con mensajes de apoyo. Intuyeron que no se trataba de otra cosa más que de una operación de enchastre, esa que el referente herrerista tantas veces había dicho que estaba en peligro de sufrir.
Otros tomaron algo más de distancia. Le concedieron el beneficio de la duda, pero no pusieron las manos en el fuego. Prefirieron que hablara el tiempo y la Justicia.
Cuando el 28 de marzo de 2023 en la tarde Romina Celeste Papasso dijo en el programa Hacemos lo que podemos que Gustavo Penadés le había pagado por sexo cuando ella tenía 14 años y todavía se identificaba como varón, las reacciones no fueron unánimes.
Hubo quienes, en cambio, no lo dudaron. Y recordaron. Unos pocos, pero los suficientes, incluso decidieron hablar lo que por tanto tiempo habían callado: pistas, rastros que habían quedado incompletos o inconexos a lo largo de cuatro décadas, y que ahora podían empezar a tener sentido.
***
El día en que el nombre de Gustavo Penadés dejó de ser el que siempre había sido, cuatro palabras aparecieron en la pantalla del celular de un exintegrante del equipo de Decisión Final, un programa periodístico que marcó un hito en Canal 5 entre 1999 y 2005. La frase no era un mensaje cualquiera: era la llave que traía al presente una historia que había estado guardada durante años.
—¿Viste en qué terminó?
El mensaje lo mandaba otro viejo compañero de esa coproducción que lideró el periodista Martín Pintos y lo conducía junto con Francisco Morales y Laura Barreiro. En la producción también trabajaba Diego Barbosa. El programa salía los martes a la noche, y la propuesta implicaba investigaciones en profundidad. Barreiro, que era la que más trabajaba en la calle, propuso a la producción empezar una investigación sobre prostitución masculina. Al equipo le pareció una buena idea, de modo que la periodista se puso a trabajar.
El primer paso fue buscar referencias en los clasificados del “Gallito Luis”.
Era finales de 2004 o principios de 2005. Recién empezaban a masificarse los primeros celulares asequibles, con los que apenas podían mandarse mensajes de texto. Internet era todavía incipiente: para conectarse a la red había que ir a un cibercafé. La tarifa plana era un lujo de pocos. La vida era mayoritariamente analógica.
En los clasificados, Barreiro consiguió algunas referencias: mensajes de varones que ofrecían su servicio sexual a cambio de dinero. Los contactó.
Su siguiente paso en la investigación fue ir al Parque Batlle en la noche con un camarógrafo. Por aquel entonces ya era sabido que tanto varones como mujeres trans —en ese entonces se les llamaba travestis— esperaban a sus clientes en esa zona.
En la siguiente reunión de producción, Barreiro le contó al resto del equipo un dato que la había dejado impactada: en todos los testimonios y las entrevistas que había conseguido, el denominador común, el cliente cuyo nombre se repetía una y otra vez, era el del entonces diputado Gustavo Penadés.
¿Y qué?
El dato podía cambiar radicalmente el enfoque de la investigación que estaban llevando adelante. Sin embargo, antes había que responder algunas preguntas que, en ese momento, generaron un debate periodístico.
Suponiendo que fuera cierto, ¿cuál era el problema de que Penadés estuviera contratando servicios sexuales en Parque Batlle? La prostitución no era ilegal —en 2002 se aprobó la ley que ampara el oficio y al año siguiente quedó vigente el decreto reglamentario—.
En ese entonces Penadés mantenía en reserva extrema su orientación sexual. Eran unos pocos, de su círculo más íntimo, quienes la conocían. A su familia, de tradición conservadora, le estaba costando procesar la noticia.
Como fuera, si Penadés contrataba servicios sexuales de varones era una cuestión de su vida privada que nada tenía que ver con su vida pública. En términos periodísticos, como se dice en las redacciones, no había noticia.
Pero hubo otro dato que lo cambiaba todo:
—Los clientes son menores —les dijo Barreiro.
Esa pista hacía modificar definitivamente el enfoque de la investigación. Ya no era simplemente un informe sobre prostitución masculina. Ahora era un legislador, que había presidido la Cámara de Diputados —que ahora estaba además en proceso de aprobar el Código de la Niñez—, cometiendo el delito de explotación sexual infantil.
El debate que surgió en el equipo de producción a partir del nuevo dato era cómo mostrarlo. Cómo ir contra un diputado, acusarlo de un delito de ese tipo y poder probarlo sin quedar en falso.
Entendieron que para divulgar una información tan sensible —podía tener una afectación enorme en la vida política del país y de un legislador que empezaba su ascenso en la carrera— no alcanzaba solo con los testimonios —que ya los tenían—, por más ciertos que parecieran. Necesitaban una prueba irrefutable: imágenes que mostraran a Penadés contratando servicios sexuales de menores en Parque Batlle. Tenían que agarrarlo in fraganti.
Barreiro empezó por apalabrar a las personas que habían dado sus testimonios. Les había pedido que, cuando el diputado se apareciera por Parque Batlle, o si sabían de antemano que podría llegar a ir, le mandaran un mensaje de texto así ella podía grabarlo en el momento con una cámara oculta.
No era tan fácil: tenía que asegurarse de contar con un chofer y con un camarógrafo —que en ese momento todavía usaba cámaras grandes de VHS— en medio de la madrugada. Una especie de guardia constante, con recursos que no estaban del todo asegurados.
Barreiro esperó mensajes de texto que nunca llegaron. Los testigos se echaron para atrás, no entregaron al cliente. Fue entonces que decidió ir por su cuenta, junto con un camarógrafo, a tirar la carnada y esperar la pesca.
Fueron dos veces y no pescaron nada.
La tercera vez tampoco se encontró con Penadés, pero estuvo cerca: las personas que había entrevistado una y otra vez le dijeron que el legislador había pasado por ahí la noche anterior.
El tiempo para investigar se agotaba. El informe tenía que salir al aire y la información con la que contaban hasta el momento no era suficiente para divulgar un caso de explotación sexual de menores por parte de un legislador. Así que finalmente, la investigación salió al aire con su enfoque original sobre prostitución masculina.
Hasta hoy, los participantes del programa4 recuerdan lo que dijo Barreiro en esa última reunión:
—No importa, tarde o temprano esto se va a saber.
***
Cuando se hizo pública la denuncia de Romina Papasso, algunos en TV Libre también recordaron algo que había sucedido años atrás.
El canal, que se emitía por cable, tenía en la programación el periodístico Página 58, que condujo Cristina Richeri entre 2006 y 2009. El objetivo del espacio era debatir los principales temas que hacen a la construcción del país. “Página 58 debate temas en blanco y negro, sin excusas, sin disfraces, sin mentiras”, decía en la promo Richeri, mirando a cámara, para anunciar el programa que salía todos los lunes a las 21.30. Salvo el entonces presidente Tabaré Vázquez, por el programa pasaron todos los políticos de relevancia pública.
En los canales de televisión, la salida al aire implica un trabajo de producción mucho mayor que lo que finalmente se ve en la pantalla. No solo se trata de la producción periodística de rigor, como el armado de las preguntas a los entrevistados o el manejo de la información que se va a tratar al aire. También el trabajo de iluminación, de cámara, el vestuario, el maquillaje, el cuidar que los invitados estén en hora, es lo que hace muchas veces la diferencia entre un programa que salió bien y otro que fracasó.
Un día de 2007, el maquillador Javier Viana preguntó lo que preguntaba todos los días para saber cómo iba a tener que trabajar en la puesta al aire.
—¿Quién viene hoy al programa?
Cuando escuchó el nombre del senador Gustavo Penadés le vino un ataque. Se largó a llorar, dijo que no quería maquillarlo. No quería ni siquiera cruzarse con él.
Tenía unos 30 años, pero siempre había aparentado menos edad.
Ese día Viana se escondió en un galpón de utilería mientras esperaba que Penadés se fuera del estudio. Atragantado en su angustia, les contó a sus compañeros que había tenido una relación con el senador pero que no había terminado bien: en varias ocasiones se había sentido violentado en el vínculo íntimo que mantenían, y menospreciado cuando estaban frente a otras personas.
Penadés salió al aire maquillado por otra persona. La entrevista5 se hizo como si nada hubiera pasado, y el senador nunca se enteró de lo que había transcurrido horas antes afuera del set.6
***
Esos antecedentes de los que fueron testigos dos equipos periodísticos distintos de la televisión uruguaya quedaron restringidos a la memoria de los pequeños círculos de sus protagonistas. Sin embargo, hubo un tercer episodio más cercano en el tiempo que juntó, como hasta entonces no había ocurrido, al Penadés público con el Penadés de la vida privada.
En la madrugada del jueves 23 de enero de 2014, el legislador se encontraba en Punta del Este. Con el Parlamento de receso veraniego, los primeros días del año eran aprovechados por los políticos de todos los partidos para alternar reuniones y asados de planificación electoral con momentos para el descanso y la recarga de energías.
Pero la agenda noticiosa de negociaciones políticas y discusiones estratégicas fue interrumpida brevemente por el accionar nocturno del dirigente nacionalista.
El primero que rompió el cerco fue FM Gente. A las 12.15 del mediodía, el portal de noticias de Maldonado publicó en su web que un senador había tenido un incidente con un policía de la seccional 10, en la parada 4 de la Mansa, frente al hotel Conrad.7 El incidente se había desatado luego de que el legislador le ofreciera dinero al oficial a cambio de sexo. Ante la llegada de otros policías, vecinos y curiosos de la zona se habían amontonado sobre las dos de la madrugada para ver qué estaba pasando. Como información de contexto, el artículo agregaba que la situación se había producido entre la parada 2 y la 4 de playa Mansa, donde sobre las pasarelas de madera y en la parte de abajo de las mismas, se registran en forma nocturna “encuentros” entre taxiboys y “clientes”.
La nota omitía el nombre del legislador, pero incluía una frase lacónica que supuestamente había soltado contra el policía:
—Es tu palabra contra la mía.
Para los que mejor conocían a Penadés, esas seis palabras bastaban para confirmar que se trataba de él.8
El periodista Fabián Sánchez, encargado de la información policial de FM Gente y quien consiguió la primicia, dice que se enteró del nombre “al otro día”. “Fue una historia en medio del verano. En ese momento el nombre no era relevante, no iba a ser la información en sí, porque el policía también quería dejar todo como estaba, y los políticos acá son un ciudadano más. En su momento fue una nota más. Recién ahora fue importante”, cuenta para este libro. Lo que recuerda Sánchez es que en aquel entonces fueron varios los políticos que llamaron a la radio para ver si el senador en cuestión había sido nombrado al aire.9
A FM Gente le siguió la publicación del diario El Observador, que a las 23.41 de esa misma noche dio a conocer que la Jefatura de Policía de Maldonado investigaba a un legislador por ese caso. Y agregó que había personas dispuestas a testificar sobre lo que había pasado frente a la pasarela de madera de la rambla de Punta del Este. Esta versión periodística tampoco nombraba al denunciado.
El diario El País publicó la noticia en su web al mediodía siguiente, el 24 de enero. Tampoco dio el nombre. Los noticieros también aludieron a un senador al informar sobre el episodio en sus ediciones de esa noche.
Telemundo informó que el policía integraba el Grupo de Patrullaje Preventivo y que se había acercado al auto del legislador luego de que este aminorara su marcha y le dijera que quería hacerle una consulta. La denuncia planteaba que el legislador le había preguntado “sin mediar palabra” si se quería “hacer unos pesitos”.
“El agente no entendió y le volvió a preguntar al conductor, que le explicó que pretendía un favor sexual. El policía de inmediato intentó identificarlo pero el hombre se negó, por lo que el efectivo pidió apoyo a la seccional 10ª, y minutos más tarde arribaron más policías y un oficial”, continuó la crónica de la televisión. En esta versión se agregaba que, ante la amenaza de ser llevado a la seccional, el legislador mostró su documento, explicó que era senador, y que todo había sido “un malentendido”, pero que, en todo caso, era “la palabra del policía contra la de un senador”.
La nota tampoco decía quién había sido el legislador que había alborotado la ya de por sí agitada rambla de Punta del Este en plena temporada. Aunque agregaba un detalle: que todo había quedado registrado en el libro de novedades de la seccional 10, con el testimonio del policía denunciante y el accionar policial.
Tres horas más tarde, a las 22.23 de la noche del 24 de enero, El Observador informaba en su web que la Policía había cerrado la investigación, dado que “ninguna de las partes presentó la denuncia”.
Un policía que era parte del equipo de la seccional 10 de Punta del Este en 2014 cuenta que no todos los policías que trabajaban ahí conocieron los pormenores de lo que pasó. Se manejó de forma reservada entre la cúpula policial. Tampoco recuerda quién era el policía denunciante, aunque al igual que todos los consultados, dice que era muy joven, un recién llegado. Eso, sumado a que Punta del Este siempre tuvo una rotación muy alta de funcionarios policiales, hace difícil encontrar a alguien que responda a ciencia cierta qué pasó con él.
Tampoco está claro qué ocurrió con esa denuncia. Se supone, conforme a lo estipulado por el procedimiento policial, que debió quedar un registro en el cuaderno de anotaciones, así como la constancia del levantamiento de la denuncia al día siguiente. Según cuentan oficiales al tanto de los procedimientos, los que se tiraban, rompían o quemaban eran los cuadernos que tenían que ver con cuestiones administrativas, pero no con denuncias.
El comisario de entonces era Jorge Guerra, quien no ha respondido a las consultas para este libro.10 El Ministerio del Interior se negó a dar una respuesta oficial sobre dónde fue a parar ese registro.11
Ni siquiera a la fiscal de Delitos Sexuales, Alicia Ghione, le fue fácil dar con la anotación policial diez años después, durante su investigación judicial contra Penadés. Pero con la ayuda de Asuntos Internos del Ministerio del Interior finalmente logró acceder a la denuncia y contactó al policí