La democracia ausente

Roger Bartra

Fragmento

Título

NOTA A LA EDICIÓN DE 2017

Estos textos, que fueron originalmente comentarios vivos sobre coyunturas políticas concretas, se han convertido en un libro de historia. Pero como fueron generados al calor de polémicas y críticas, han conservado un ardor que usualmente no se observa en los libros de historia. Seguramente ello le inyecta una alta dosis de subjetividad. Al mismo tiempo, espero, transmiten las pasiones y las inquietudes de la época en que fueron escritos. Con ello me parece que logran dibujar el panorama de la izquierda mexicana durante las dos últimas décadas del siglo pasado. Son también un reflejo de cómo era la vida política en los tiempos en que México vivía inmerso en el peculiar despotismo nacionalista que emanó de la Revolución mexicana de 1910. En aquella época no había pluralismo político y el partido oficial regía los destinos del país. Se sufría una censura generalizada, la libertad de expresión era precaria, la represión era extensa, la cultura “revolucionaria” se extendía a todos los ámbitos y el ambiente intelectual era sofocante. No obstante, en los márgenes y en los intersticios de los espacios dominados por el nacionalismo revolucionario existía una vida política animada y diversa, en general teñida de posiciones izquierdistas. También había una derecha política fuera del sistema, más tolerada que la izquierda y menos amenazadora para el régimen dominante. En este libro se puede observar que no es posible comprender a la izquierda sin entender a la derecha. El partido oficial —el PRI— no era un verdadero partido, en el sentido moderno de la palabra. Era un aparato gubernamental cuyos tentáculos se encargaban de manipular las elecciones, en estrecha colaboración con el ministerio del interior —la Secretaría de Gobernación— para evitar que se expandiese la oposición. Los grandes misterios de la política, si podemos llamar así a la elección de gobernantes, no se resolvían en las urnas sino en los corredores del gobierno, donde sexenalmente se decidían gubernaturas y candidatos oficiales a la presidencia. No obstante, en este ambiente enrarecido, se fue gestando una transformación que acabaría, al final del siglo XX, por abrir el paso a una transición democrática.

Muchos jóvenes hoy viven descontentos con el panorama político que surgió a partir del año 2000. Tienen razón: los males profundos no se han aliviado, la corrupción sigue dominando y la pobreza es un lastre inmenso. Estos males son antiguos y a ellos antes se agregaba la ausencia de democracia. Las jóvenes generaciones no han experimentado lo que significa vivir en un régimen autoritario, y por ello a veces menosprecian a la democracia política. Ciertamente, el sistema democrático, con sus alambicados mecanismos representativos y sus burocracias mediocres, no es capaz por sí solo de estimular la imaginación de los ciudadanos. Para valorar la democracia que tenemos en México es útil explorar la historia política.

Este conjunto de ensayos es sobre todo una historia de la izquierda mexicana de finales del siglo XX. Una historia parcial y personal que refleja los ámbitos en los que estuve directamente implicado como militante. El lector advertirá que muchas de las discusiones, tanto las que me parecen caducas como las que aún son pertinentes, siguen permeando a la izquierda de hoy. Pero el lector tendrá que calibrar las diferencias entre el ayer y el hoy, que son muchas. Una de ellas es el tamaño de la izquierda, que dejó de ser un ramillete de sectas marginales para convertirse en una importante fuerza electoral que gobierna la Ciudad de México y varios estados. Ha habido además una fuerte desideologización, a tal punto que las disputas en la izquierda han cambiado de carácter y se centran generalmente en acusaciones mutuas de corrupción y de prácticas malsanas, o en la negociación pragmática de acuerdos. El marxismo prácticamente ha desaparecido del panorama político y la noción de izquierda se ha vuelto nebulosa. Predominan los usos y costumbres por encima de las ideas. Esta situación confusa ha llevado a algunos añorantes a creer que se vivía mejor contra el PRI, parafraseando una expresión española (“Se vivía mejor contra Franco”). Y cuando el PRI realmente regresó a la presidencia en 2012 los parámetros políticos parecieron aclararse y cundió entre algunos el alivio: ser de izquierda es vivir contra el PRI. Al mismo tiempo, se ha extendido en la izquierda la cultura priista, a falta de los antiguos dogmas que se han marchitado.

Hay también semejanzas entre la izquierda del siglo pasado y la actual. Predomina una fragmentación sazonada con los tradicionales sueños de unidad. Los partidos se componen de tribus sectarias, y cada partido sospecha de los otros y los acusa de traición, pues se han vendido al enemigo. Se ha heredado una tradición malsana: sospechar de todos los procesos electorales y no acatar los resultados que emanan de las urnas. Solamente se aceptan cuando se gana; de otra manera, se cree que ha habido manipulación. Pero el problema es complicado: es cierto que los medios de comunicación masiva y las masas de dinero invertidas en las campañas electorales distorsionan los mecanismos representativos. Es cierto que los gobiernos y las empresas multimillonarias inyectan dinero ilegalmente en las elecciones. Y aunque las ilegalidades desapareciesen, los intereses de los poderosos influirían enormemente en los resultados de las elecciones, como sucede en viejas democracias como la de Estados Unidos o la del Reino Unido. Pero éste es el reto al que ineludiblemente se debe enfrentar la izquierda si quiere buscar alternativas alejadas de las viejas tradiciones revolucionarias en un mundo que ha cambiado extraordinariamente.

El culto a la unidad política sigue presente como un mito en la izquierda. Por ello he agregado a este libro un artículo que no apareció en las ediciones anteriores (“La unidad, ¿para qué?”, de 1985), que contribuye a ilustrar las discusiones típicas de la izquierda de ayer y de hoy. Los lectores comprenderán que hoy no comparto algunas, acaso muchas, de las ideas que defendía en la época en que escribí los textos que se agrupan en este libro. Pero no las he borrado ni he tratado de suavizarlas, enmascararlas o edulcorarlas. Reflejan los tiempos y las circunstancias en que fueron escritas. El trabajo de recortar los textos originales, editarlos, corregirlos y pulirlos lo realicé para la primera edición, hace muchos años, cuando el libro se publicó en 1982 con otro título, El reto de la izquierda.

Además de reflejar las experiencias de la izquierda, este libro es también un análisis de la estructura y la cultura del antiguo régimen que dominó la historia política del siglo XX mexicano. La anatomía de un sistema despótico siempre resulta esclarecedora y sirve como advertencia sobre los peligros que amenazan a la democracia. Aunque ese autoritarismo hoy parezca lejano y extraño, no hay que olvidar que en realidad todavía persiste en intersticios de nuestra vida política y en muchas regiones del país. Según la afortunada expresión de Barthart

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