Bullying & mobbing

Fragmento

AGRADECIMIENTOS

En mi vida he tenido grandes maestros; aquellos que me marcaron el camino con sabiduría y contención, dándome aliento y sacando lo mejor de mí, y quienes me han dejado un sabor dulce, enseñándome desde el amor. Pero también he aprendido desde el dolor; desde quienes me hicieron tomar contacto con el lado más oscuro de la humanidad, y que me hicieron llorar, dejándome un sabor amargo; a pesar de eso, quiero darle las gracias a cada uno de ellos, por cruzarse en mi camino y ayudarme a intentar crecer cada día, tanto desde lo personal como desde lo profesional.

A mis amores, Victoria y Lucas: mi motor y proyección. Gracias a ellos me construyo a diario como madre y, cada vez que los observo, me invade un profundo placer y una fuerza inagotable. Desde pequeños me dicen a diario que ellos me eligieron a mí, y yo les digo todas las mañanas: gracias por elegirme y acompañarme en este camino lleno de aventuras que nos han hecho crecer a los tres.

A mi familia, numerosa, diversa y hermosa; mi madre, Silvia Castaño, y mi padre, Luis Giachero; mis hermanas, Roxana, Laura y Virginia; mis cuñados, Jorge, Sebastián y Claudio; y a mis sobrinos, Fernanda, Magdalena, Juan Andrés, María Clara, Agustín, Josefina y Bruno. Gracias por estar siempre, gracias por ser el refugio al que acudo cuando necesito reponer energías.

A mis pacientes –a cada uno de ellos– quienes, en estos 28 años de carrera, confiaron en mí y me brindaron la oportunidad de ayudarlos y de aprender cada día más sobre las profundas y complejas formas de ser y de vivir del ser humano. Gracias por no permitir que me endurezca y potenciar mi parte más humana, pero –por sobre todas las cosas– por enseñarme tanto, y por ayudarme a identificar y diferenciar a una víctima de un depredador camaleónico victimista. Les estoy eternamente agradecida por darme su luz.

Quiero, además, agradecer muy especialmente a quienes dieron su testimonio en estas páginas, ayudando a sensibilizar y a tomar conciencia; ellos no sólo compartieron el dolor que ambos flagelos –bullying y mobbing– han causado en sus propias vidas, sino que han aportado un valioso mensaje cargado de esperanza; son los principales testimonios de que se puede salir y recuperar el alma.

A Álvaro Ahunchain, quien contribuyó generosamente en la corrección de muchos de los textos.

A Gabriel Navia, que se sumó a este proyecto y me ayudó a compaginar y corregir mis trabajos de años en ambos temas, tarea que no fue sencilla entre mi dislexia, mi desorden y las largas jornadas laborales: esta obra también es suya.

A mi profesor, amigo y padrino de mi hijo, el psicólogo Iñaki Piñuel, profesor de la Universidad de Alcalá y experto en violencia psicológica, quien me acompañó desde el inicio en los congresos internacionales de bullying y mobbing, junto a la reconocida criminóloga Marie-France Hirigoyen, quienes me dieron fuerzas para no alejarme del arduo y difícil camino de darle visibilidad a la violencia psicológica.

A Lourdes Rapalín, por su apoyo para ingresar al parlamento de Uruguay el proyecto para que se legisle en bullying.

A ti, que hoy has elegido este libro, porque está escrito para ti. Si eres una víctima, recuerda: una vez que lo leas, el único compromiso que tienes es contigo; debes enfocarte en tus objetivos para salir del juego perverso, pedir ayuda a profesionales expertos en la materia y apoyarte en tus seres queridos. Sobrevuela al mal y así recuperarás tu vida. ¡Te aseguro que sí se puede! Si eres un profesional, madre o padre, y lo estás leyendo para aprender y ayudar, recuerda: antes de mirar a una víctima con desconfianza, pregúntate, cuestiónate si no has sido en algún momento de tu vida parte de un linchamiento; sólo así podrás ver si estás frente a una víctima o un victimista.

A todos quienes hoy están multiplicando esfuerzos, trabajando en dar luz a estos flagelos y se siguen sumando a la red de divulgación, sensibilización, capacitación y prevención, formando parte del puzle que va dando vida a la mano que protege a las víctimas de la espiral del bullying y mobbing: infinitas gracias por multiplicar esfuerzos y “hacer visible lo invisible”.

FRANCISCO, uruguayo, 13 años

Soy un adolescente que pasó por una situación que, en verdad, no le deseo a nadie. Durante nueve años concurrí a un colegio-liceo privado, esperando terminar allí mis estudios, pero la situación que viví en ese lugar hizo que mis padres me cambiaran de institución. Aunque parezca raro, yo no quería irme porque pasé toda mi infancia allí y porque no me daba cuenta de lo grave que era la situación que estaba viviendo.

Espero que mi experiencia pueda ayudar a niños, adolescentes, padres y al entorno familiar de quienes están pasando por situaciones humillantes y dolorosas. Quiero transmitirles que la vida sigue, que tenemos que hacernos respetar y defendernos de aquellas personas que no le hacen bien a la sociedad, decirles que sí se puede salir adelante, compartiendo lo que nos pasa diariamente.

A continuación, les contaré mi historia.

Un compañero de clase, sin ningún tipo de motivos comenzó a acosarme en clase tocándome mis partes íntimas; obviamente, yo no estaba de acuerdo, pero él me amenazaba diciéndome que si no accedía me iba a lastimar. Eso me asustó mucho e hizo que me callara durante tres meses y no se lo contara a nadie; entonces, guardé silencio absoluto, hasta un día en que estábamos en clase y nos tocó realizar un trabajo en grupo; él me propuso hacerlo juntos, cosa que acepté. Durante los días en que organizamos cuándo nos íbamos a reunir, yo le ofrecí mi casa, porque iba a estar mi hermana, y él accedió a venir.

Un día antes de que viniera a mi casa, yo estaba esperando al profesor que le estaba dando clases a mi hermana; con el correr de las horas me dormí y, cuando llegó mi hermana me desperté raro, con ganas de nada; le decía que no tenía ganas de que mi profesor me diera clase y ella insistía. Mi profesor subió a animarme sin saber nada (mi hermana tampoco lo sabía) y, cuando el profesor bajó, yo me levanté y le pegué en la cara a mi hermana porque me molestaba su insistencia, algo de lo que me arrepiento hasta el día de hoy. Ella sangraba y yo, viendo la escena que había provocado, entré en pánico y me encerré en el baño llorando por lo sucedido. Después de unas horas le pedí disculpas y ella me las aceptó. Me fui a dormir triste por lo que pasó.

Al día siguiente también me desperté raro, pero esta vez fue para concurrir al liceo. Cuando llegué, me encontré con mi “compañero” y hablamos sobre lo que íbamos a hacer para el trabajo. Al llegar a mi

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