Apego seguro

Andrea Cardemil Ricke

Fragmento

Este capítulo es clave para todo lo que viene después. Partiremos viendo qué ocurre en la etapa preescolar. Esto les va a permitir entender mejor a su hijo y saber cómo ayudarlo. Luego veremos qué es realmente el apego, por qué es tan importante y cómo se promueve en los años preescolares. Finalmente veremos cuál es la relación entre apego, crianza y desarrollo socioemocional.

Bienvenidos al fascinante (pero intenso) mundo preescolar

Estoy escribiendo en un café. Al lado mío hay un papá con su hija. Debe tener tres años. A pesar de que en la mesa hay varias sillas disponibles, está sentada literalmente pegada a él. Cada cierto tiempo lo llena de besos. Una imagen completamente adorable. Pero en el momento en que el papá se niega a comprarle una segunda medialuna, la escena cambia drásticamente. La niña hace una pataleta. Cuando el papá trata de acercarse y explicarle que si se come otra no va a almorzar, ella le dice “sale” y lo aleja pegándole manotazos. Todo el mundo mira esta escena. Al parecer el papá se siente observado y opta por comprarle otra medialuna para que se calme. La niña se limpia las lágrimas y vuelve a sentarse junto a él.

La etapa preescolar comienza alrededor de los dos años, tras la adquisición de la marcha y la consolidación de la capacidad para la representación simbólica. Se dice que termina entre los cinco y los seis años, cuando el niño entra a primero básico y da inicio a su etapa escolar. Se caracteriza por ser una etapa de importantes avances intelectuales y socio-afectivos que se manifiestan principalmente en el lenguaje, en la conducta y en la relación con otros. Es cosa de comparar un niño de dos años con un niño de seis. Las diferencias son abismantes.

Por esta razón en los países anglosajones dividen este tramo etario en dos etapas distintas. Llaman “toddlers” a los niños entre uno y tres años y “preschoolers” a los niños entre tres y cinco. Por alguna razón, esto no se hace en los países hispanoamericanos. Existe el término preescolar, infancia temprana y primera infancia, pero todos estos conceptos aluden a niños entre dos y seis años.

Para poder abordar bien lo que ocurre en estos años (y realmente ser una ayuda para ustedes) me voy a aventurar a hacer esta división. Llamaré al primer tramo “preescolares pequeños” y al segundo tramo “preescolares grandes”.

Los preescolares pequeños y el inicio de los terribles dos

Consuelo me consulta porque quiere ayuda con su hijo Franco, de dos años y seis meses. Dice que es exquisito pero que tiene una personalidad muy fuerte. Que desde que cumplió dos años los conflictos han ido en aumento y ya no sabe qué hacer. “Todo lo quiere hacer solo. Y si hago algo que él quería hacer lo deshace para hacerlo como él quería. Por ejemplo, si lo subo a la silla del auto se baja y se vuelve a subir. No me deja lavarle los dientes a pesar de que la dentista le dijo que yo se los tenía que lavar. Lo otro que ocurre es que quiere que yo lo atienda en todo. Solo yo le puedo llevar la leche o pasar el tete. Si otra persona lo hace, no lo recibe y se pone a llorar”.

Al igual que Consuelo, muchas mamás me han dicho “todo iba bien hasta que cumplió los dos años. Ahora por cualquier cosa se enoja, no hay cómo hacer que obedezca, todo es un drama. La otra vez hasta me pegó porque apagué la tele”. Si te sientes identificada puedes tranquilizarte. Todo esto es normal en esta etapa. Veamos por qué.

Tras la adquisión de la marcha, los niños sienten el mundo a sus pies. Ya no nos necesitan para desplazarse, por lo que piensan que pueden hacer todo y cuanto deseen. De a poco comienza a expresarse la rebeldía por no obedecer y la obstinación por hacer lo que ellos quieren.

Paralelo a la adquisión de la marcha, el niño se da cuenta de que es un ser independiente de sus cuidadores. Descubre que tiene voluntad y deseos propios. Descubre que puede querer cosas distintas e incluso negarse a las peticiones de sus padres. Cual juguete nuevo, el niño necesita poner en práctica este descubrimiento y de esta forma conquistar poco a poco su autonomía e independencia. Por lo que cada vez que puede, dice “no” o “no quere”. A veces, incluso, sin mucho sentido. De hecho, muchas veces se niegan a hacer algo, no porque realmente no lo quieran hacer, sino porque necesitan sentir que son distintos del padre o de la madre, que tienen voluntad y control de las cosas que hacen.

Esto también se traduce en que necesitan probarse a sí mismos y al mundo que son autónomos y capaces de desenvolverse. De seguro les suena conocida la frase “yo solito”. Es cosa de ver el placer y el goce en sus caritas cuando hacen cosas por sí mismos. Desde las muy sencillas, como peinarse o echarle queso rallado al plato de comida, a otras más complejas, como vestirse u ocupar el computador. Su necesidad de sentirse autónomos es tal que si hacemos cosas que ellos querían hacer por sí mismos (como apretar el botón del ascensor o abrirles el yogurt) se apenan y frustran de tal modo que pueden llegar a hacer una pataleta.

El problema de estas cuotas de autonomía es que entran en conflicto con las importantes necesidades de dependencia que los preescolares pequeños aún tienen. Por una parte quieren ser grandes y valerse por sí mismos pero, por otra, perciben su vulnerabilidad y necesidad de cuidado y protección. Entonces no hay nada mejor que escaparse de uno en la plaza, pero con la seguridad de que los estamos mirando, ahí, para protegerlos. Esta contraposición de necesidades opuestas es confuso tanto para ellos como para nosotros. La verdad es que a veces simplemente no sabemos cómo tratarlos ni ellos lo que quieren.

El otro gran problema de estas necesidades de autonomía y oposición es que cualquier límite los llena de rabia y frustración. Debido a que el sistema nervioso en esta etapa aún está inmaduro, el malestar lo sienten de manera muy intensa, les cuesta controlarse y tranquilizarse. Esto explica la inestabilidad emocional (de la nada se ponen a llorar de manera desconsolada) y las famosas pataletas.

Quisiera aclarar que cuando digo inmaduro, realmente me refiero inmaduro. Las estructuras cerebrales encargadas de regular las emociones y las conductas de manera voluntaria recién comienzan a desarrollarse a los dos años y su funcionamiento comienza a mostrar los primeros avances cerca de los cuatro años. Esto quiere decir que antes de esa edad los niños no son capaces de gestionar sus emociones y controlar bien sus impulsos.

Por eso los anglosajones acuñaron el término “toddler” para hacer referencia a este tramo etario. “Toddler” viene del verbo “to toddle” que significa tambalear, dar pasos pequeños e inestables. Que es justamente lo que ocurre a esta edad. Los niños comienzan a tener ciertas capacidades, pero aún son muy inestables para funcionar de manera autónoma, por lo que necesitan el soporte del am

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