Pack El Imperio Final | El Pozo de la Ascensión | El Héroe de las Eras (Nacidos de la Bruma Mistborn)

Brandon Sanderson

Fragmento

Prólogo

A veces me preocupa no ser el héroe por el que todo el mundo me toma.

Los filósofos me aseguran que este es el momento, que las señales se han hecho realidad. Pero yo me sigo preguntando si no se habrán equivocado de hombre. Son tantas las personas que dependen de mí... Dicen que tengo en mis manos el futuro del mundo entero.

¿Qué pensarían si supieran que su paladín, el Héroe de las Eras, su salvador, dudó de sí mismo? Tal vez no se sorprenderían en absoluto. En cierto modo, eso es lo que más me preocupa. Quizá también ellos duden, en el fondo de sus corazones, al igual que yo.

Cuando me miran, ¿será un mentiroso lo que ven?

Prólogo

Caía ceniza del cielo.

Con el ceño fruncido, lord Tresting contempló el rojizo cielo de mediodía mientras sus criados corrían a ofrecerles un parasol a él y a su distinguido invitado. Las lluvias de ceniza no eran extrañas en el Imperio Final, pero Tresting confiaba en ser capaz de evitar que se le mancharan la túnica nueva y el chaleco rojo, los cuales acababan de llegar en barco por el canal desde la mismísima Luthadel. No hacía mucho viento, por suerte: con el parasol debería bastar.

Tresting se encontraba junto a su invitado en un pequeño patio elevado que dominaba los campos. Cientos de personas con saya marrón trabajaban bajo la lluvia de ceniza, cuidando las cosechas. Había torpeza en sus movimientos... claro que, por otra parte, así eran todos los skaa. Los campesinos pertenecían a una especie tan indolente como improductiva. No se quejaban, por supuesto: sabían cuál era el lugar que les correspondía. Se limitaban a faenar con la cabeza gacha, realizando su labor con tranquila apatía. El látigo de algún capataz que pasaba los obligaba a acelerar durante unos momentos, pero en cuanto se marchaba el encargado, ellos regresaban a su sopor.

Tresting se volvió hacia el hombre que lo acompañaba.

—Cabría pensar —apuntó— que mil años de trabajo en los campos los habrían vuelto un poco más aplicados.

El obligador se volvió, alzando una ceja en un movimiento que se diría ensayado para realzar su rasgo más característico: los intrincados tatuajes que marcaban la piel que le rodeaba los ojos. Los tatuajes, enormes, le llegaban hasta la frente y el puente de la nariz. Era un prelado absoluto, un obligador muy importante. Tresting tenía sus propios obligadores personales en la mansión, pero no eran más que funcionarios menores, con apenas unas pocas marcas alrededor de los ojos. Aquel hombre había llegado de Luthadel en el mismo barco que había traído el nuevo traje de Tresting.

—Debería ver a los skaa de la ciudad, Tresting —replicó el obligador, volviéndose para contemplar de nuevo a los trabajadores—. Comparados con los de Luthadel, estos son bastante diligentes. Aquí tiene... más control sobre sus skaa. ¿Cuántos dice que pierde al mes?

—Bueno, media docena o así —respondió Tresting—. Algunos por azotes, otros por agotamiento.

—¿Fugitivos?

—¡Nunca! Cuando heredé esta tierra de mi padre, hubo unos cuantos fugitivos... pero ejecuté a sus familias. Los demás perdieron rápidamente el valor. Nunca he comprendido a la gente que tiene problemas con sus skaa: a mí me resulta fácil controlar a las criaturas con una mano adecuadamente firme.

El obligador asintió en silencio. Parecía complacido, lo cual era buena cosa. Los skaa no eran en realidad propiedad de Tresting. Como todos los skaa, pertenecían al lord Legislador; Tresting solo alquilaba los trabajadores a su Dios, igual que pagaba por los servicios de sus obligadores.

El obligador bajó la mirada, comprobó su reloj de bolsillo, luego miró al sol. A pesar de la lluvia de ceniza, brillaba un fulgurante rojo carmesí tras la negrura ahumada de las alturas. Tresting sacó un pañuelo y se secó la frente, agradecido por la sombra del parasol que filtraba el calor de mediodía.

—Muy bien, Tresting —dijo el obligador—. Presentaré su propuesta a lord Venture, como ha solicitado. Tendrá un informe favorable por mi parte sobre sus operaciones aquí.

Tresting contuvo un suspiro de alivio. Se requería un obligador como testigo para cualquier contrato o acuerdo comercial entre nobles.

Cierto, incluso un obligador menor como los que Tresting empleaba podía servir como testigo... pero era mejor impresionar al mismísimo obligador de Straff Venture.

El obligador se volvió hacia él.

—Volveré por el canal esta misma tarde.

—¿Tan pronto? —preguntó Tresting—. ¿Por qué no se queda a cenar?

—No —respondió el obligador—. Aunque hay otro asunto que deseo discutir con usted. No he venido solo de parte de lord Venture, sino para... investigar algunos asuntos para el Cantón de la Inquisición. Según los rumores le gusta a usted relacionarse con sus mujeres skaa.

Tresting sintió un escalofrío.

El obligador sonrió; quizá solo pretendiera expresar seguridad, pero Tresting lo encontró extraño.

—No se preocupe, Tresting —dijo el obligador—. Si hubiera verdadera preocupación por sus acciones, habrían enviado en mi lugar a un inquisidor de acero.

Tresting asintió con la cabeza, despacio. Inquisidor. Nunca había visto a ninguna de esas criaturas inhumanas, pero había oído... historias.

—Quedo satisfecho en lo relativo a sus acciones con las mujeres skaa —dijo el obligador, contemplando los campos—. Lo que he visto y oído aquí indica que siempre sanea sus problemas. Un hombre como usted, eficiente, productivo, podría llegar lejos en Luthadel. Unos cuantos años más de trabajo, algunos contratos mercantiles inspirados... ¿y quién sabe?

El obligador se volvió y Tresting sonrió. No era una promesa, ni siquiera una recomendación (los obligadores eran más burócratas y testigos que sacerdotes), pero oír tales alabanzas por parte de uno de los servidores del lord Legislador... Tresting sabía que algunos nobles consideraban a los obligadores inquietantes, algunos incluso los encontraban una molestia; pero en aquel momento hubiese besado a su distinguido invitado.

Tresting se volvió hacia los skaa, que trabajaban en silencio bajo el sol ensangrentado y los perezosos copos de ceniza. Siempre había sido un noble de campo que vivía de su plantación y soñaba con mudarse a la propia Luthadel. Había oído hablar de los bailes y las fiestas, el glamour y la intriga, y eso lo entusiasmaba.

Tendré que celebrarlo esta noche, pensó. Estaba aquella muchachita de la decimocuarta choza a la que llevaba observando desde hacía algún tiempo...

Volvió a sonreír. Unos cuantos años más de trabajo, había dicho el obligador. Pero ¿podría acelerar Tresting el curso de los acontecimientos si trabajaba

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