La pluralidad del mundo

Hannah Arendt

Fragmento

libro-2

INTRODUCCIÓN
LA PLURALIDAD DEL MUNDO

Andreu Jaume

‘Tis new to thee.

SHAKESPEARE[1]

Hannah Arendt encarna, quizá como nadie en el campo del pensamiento, las turbulencias del siglo XX, un periodo histórico que, a partir de las penurias que ella misma sufrió como ciudadana, se dispuso a juzgar con valentía y sin sostén metodológico, animada por la necesidad de comprender y de salvar algo entre las ruinas de la tradición en la que se había educado y que había visto derrumbarse con inquietud pero también con inagotable curiosidad. Formada en filosofía germánica y pronto desengañada de la disciplina, Arendt abandonó la morada que habían ocupado los grandes pensadores europeos para salir al ágora y vérselas con las necesidades políticas y sociales de su particular tiempo de oscuridad, reinventándose en otra lengua —el inglés— como teórica del espacio público e inmiscuyéndose en todos los asuntos vinculantes de su presente: el totalitarismo, la Shoah, la creación del Estado de Israel, el deterioro de la democracia estadounidense o la guerra de Vietnam. El rasgo intelectual que mejor la define quizá sea la osadía. No hubo ninguna cuestión, por compleja que fuera, que no abordara con la misma decisión y el mismo ímpetu, desafiando a los especialistas en la materia, desbordando su campo de investigación y abriendo siempre su propio camino. Ella misma se refirió a menudo a su falta de método como un «pensar sin barandillas» (denken ohne Geländer) que convertía sus obras en trabajos constitutivamente experimentales y provisionales, alejados de la comodidad de la rutina interpretativa y expuestos al peligro de la intemperie. Quizá por esa razón, Arendt nunca ha dejado de recibir ataques de la ortodoxia académica, indignados algunos de sus colegas por su independencia crítica e incluso por su arrogancia. Ideológicamente, además, Arendt tampoco se dejó encasillar nunca. Conservadora o reaccionaria para algunos e izquierdista para otros, ella misma admitió que no sabía qué lugar ocupaba en el espectro ideológico, algo que por otra parte tampoco le importaba demasiado. Y es precisamente en esa indefinición, síntoma de una forma de pensar sin límites ni deudas, donde estriba, junto a su desmesurada ambición intelectual, la vigencia de su legado.

Hannah Arendt nació en 1906 en Hannover y se crio en Königsberg, de donde procedía su familia de típicos judíos asimilados. Hija única, perdió muy pronto a su padre, ingeniero de profesión. En 1920, su madre, Martha, se casó en segundas nupcias con un viudo que ya tenía dos niñas. Arendt fue a la escuela en Königsberg y en Berlín y empezó a leer muy pronto, iniciándose en la obra de Immanuel Kant, el filósofo del que más cerca se sentiría durante toda su vida adulta. Entre 1924 y 1928, Arendt estudió filosofía, teología protestante y filología griega en las universidades de Marburgo, Heidelberg y Friburgo, donde tuvo como profesores a Martin Heidegger, Edmund Husserl, Karl Jaspers o Rudolf Karl Bultmann. Sin duda las influencias más perdurables en su propia obra fueron las de Heidegger y Jaspers, aunque también es perceptible la de Bultmann. Durante el curso de 1924 a 1925, Arendt asistió en Marburgo a un seminario que Heidegger impartió sobre el Sofista de Platón, una experiencia fundamental e iniciática en varios sentidos. Al deslumbramiento que le causó la nueva forma de enseñar de quien ya era conocido como el «rey secreto» de la filosofía alemana, se añadió la relación amorosa que maestro y alumna iniciaron entonces. Arendt era una estudiante de dieciocho años y Heidegger, con treinta y cinco, era ya padre de familia, profesor con vocación de catedrático y discípulo de Husserl. Como pensador, Heidegger estaba a punto de hacer saltar por los aires la metafísica occidental con la publicación de Ser y tiempo (1927), una obra que al parecer escribió inspirado por el enamoramiento de Arendt. Según algunas biografías, Arendt no aguantó la intensidad de la relación clandestina y en 1926 decidió cambiar de universidad, trasladándose primero a Friburgo para estudiar con Husserl y finalmente a Heidelberg para atender las lecciones de Karl Jaspers, que terminaría dirigiendo su tesis doctoral sobre el concepto de amor en san Agustín, defendida en 1928.[2] Del magisterio de Husserl, Jaspers y Heidegger en aquellas primeras décadas del siglo XX, saldría una constelación de pensadores que acabaría siendo muy relevante e influyente después de la Segunda Guerra Mundial y en la que, además de Arendt, se cuentan Karl Löwitz, Herbert Marcuse, Emmanuel Lévinas, Hans Jonas, Edith Stein —que moriría en Auschwitz— o Jeanne Hersch.

Algo despechada por las turbulencias de su relación con Heidegger, Arendt se casó en 1929 con Günther Stern —Anders en sus escritos—, un compañero de estudios, también alumno de Husserl y Heidegger, de quien se divorciaría en 1937. Como su familia no era religiosa, Arendt no cobró plena conciencia de su condición de judía hasta muy tarde, sobre todo cuando el antisemitismo predicado por los nazis empezó a extenderse en Alemania, convirtiéndose para ella, por primera vez, en un problema de naturaleza política. A principios de la década de 1930, Arendt empezó a trabajar en un estudio sobre el problema de la asimilación de los judíos alemanes, ejemplificado en la vida de la escritora romántica Rahel Varnhagen, una obra que terminaría en 1938 pero que no se publicaría hasta 1958. En 1933, Arendt fue detenida en Berlín y, en un golpe de suerte, puesta en libertad al cabo de poco tiempo. Asumiendo que ya nada se podía hacer contra el ascenso de Hitler, decidió entonces emigrar a París, donde en 1937 perdió la ciudadanía alemana, convirtiéndose en una paria. En aquellos años llevó a cabo labores sociales para el movimiento sionista, llegando a realizar una estancia de tres meses en Palestina y ayudando en la emigración a Francia de niños y adultos procedentes de Europa central. En París frecuentó la comunidad de exiliados judíos, entre ellos a Walter Benjamin, a quien ya había tratado en Alemania y que sería uno de sus amigos más queridos. Con él asistió a los seminarios sobre Hegel que impartía Alexandre Kojève y coincidió con Jean-Paul Sartre o Alexandre Koyré. En enero de 1940, Arendt se casó con Heinrich Blücher, a quien había conocido en 1936 y que sería su marido hasta el final. Para entonces ya había estallado la guerra. Entre mayo y julio de aquel año, Arendt, por las disposiciones del Gobierno francés ante la inminente ofensiva alemana, estuvo cinco semanas en el campo de concentración de Gurs, al sur de Francia, de donde logró escapar, huyendo a casa de una amiga en Montauban. Sin noticias de su marido y preocupada por su paradero, un día se reencontró casual y milagrosamente con él por la calle. La pareja logró finalmente emigrar de Lisboa a Nueva York, adonde llegó por vía marítima en mayo de 1941. Un mes más tarde se reunió con ellos Martha, la madre de Arendt, que convivió con el matrimonio hasta poco antes de su muerte, en 1948. En diciembre de 1951, Arendt obtuvo al fin la ciudadanía estadounidense y fijó para siempre su residencia en aquel país.

En Estados Unidos, Hannah Arendt se dispuso a transformarse sin complejos ni reticencias, aprendiendo inglés con treinta y cinco años, manteniendo a su familia con actividades docentes y colaboraciones periodísticas, al principio

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