Aquí viven leones

Fernando Savater

Fragmento

cap-1

imagen

You got me singing

Even tho’ the news is bad

You got me singing

The only song I ever had.

LEONARD COHEN

Nadie pone en duda que el paisaje urbano o natural donde ha vivido un escritor marca necesariamente su obra, aunque a menudo no sea explícito. Pero igual de indudable es que para quien ha leído al autor, también el paisaje donde transcurrió su vida y creó su obra está sellado por esa sombra tutelar. No podemos recorrer la estepa manchega y ver a lo lejos un molino o pasar junto a una venta sin evocar a don Quijote y por tanto a Cervantes; el barrio de Palermo o los arrabales de Buenos Aires no son iguales para los amantes de Borges que para los demás, y pasear en Londres por Bloomsbury no es sencillamente hacer turismo sino recorrer páginas inolvidables de la literatura inglesa contemporánea, a poco que uno haya leído a Virginia Woolf y Lytton Strachey. ¿Fetichismo? Pues adelante con el fetichismo, que también es una forma de amor. O mejor dicho, cualquier amor —balbuciente o sublime— siempre es una forma de fetichismo.

Toda gran obra literaria encierra un enigma, además del hechizo que ejerce sobre nuestra sensibilidad e imaginación: el enigma de su autor. ¿Por qué fue él y no otro quien halló el tesoro? ¿Cómo desarrolló esos dones o, quizá, cómo aprovechó sus limitaciones en su favor? Carnal y doméstico como cualquiera de nosotros, deambuló por unas calles que también sus admiradores podemos recorrer, subió a unas colinas o se sentó bajo un árbol que aún se nos ofrecen, miró los cambios de esa parcela del cielo que ahora vemos, se entretuvo soñando ante ese pedazo de mar. Y ahora sus restos físicos, definitivamente insignificantes, se guardan en esa tumba apartada del pequeño cementerio rural o en ese gran mausoleo metropolitano. A través de esas pistas evocamos su figura, y ese conjuro personal sirve para complementar nuestra lectura de su obra, aunque nunca para sustituirla. Más bien al contrario, es un pretexto para volver sobre ella y recaer en el placer que nos causa, pero ahora con un decorado y un paisaje que nos permiten quizá comprenderla mejor... ¡o que nos intrigan aún más sobre el hechizo que encierra!

Hace unos pocos años, Sara Torres y yo hicimos una serie de documentales para televisión sobre sitios donde nacieron, vivieron y murieron algunos de nuestros escritores preferidos. Se tituló Lugares con genio y también dio lugar a un libro que recogía al vuelo (a veces de modo no totalmente fiable) mis intervenciones en los programas y las de algunos expertos o lectores apasionados con los que me entrevisté en ellos. El resultado fue aceptable (mucho mejor en la parte filmada que en la escrita), pero pagamos la novatada, como suele decirse, y cometimos equivocaciones que nos enseñaron cómo hacerlo mejor si volvíamos a intentarlo. Y eso, intentarlo de nuevo, es lo que pretendimos hacer sin contar con que la crisis económica convertía en utópica la búsqueda de financiación hasta para un proyecto tan económicamente discreto como el nuestro. Hubiera podido financiarse con menos de lo que cobra Belén Esteban o similares por participar en Sálvame, pero ni la televisión pública ni las otras cadenas (a pesar de que las principales dependen de grandes grupos editoriales) estaban dispuestas a financiar un proyecto tan insólita y provocativamente cultural. De modo que Sara y yo decidimos en primer lugar centrarnos en hacer un libro sobre el tema, más cuidado en cuanto al texto y las ilustraciones, dejando para más adelante la posibilidad de nuevos programas televisivos de renovado planteamiento. Un libro culto pero sin academicismos, con toques populares en la parte de la imagen (genial la idea de Sara de incluir un pequeño cómic sobre una obra de cada autor, que me recordaba aquella colección de mi infancia, «Historias», que combinaba el tebeo y el texto, en la que leí a muchos de mis primeros clásicos), que intentase contagiar a los lectores nuestro fervor por los autores y también mostrase otros puntos de interés en los viajes.

Lo que más gozábamos haciendo era la preparación de cada capítulo, recorriendo Recanati y Nápoles en busca de Leopardi, el Torquay de Agatha Christie o la inagotable Normandía de Flaubert... Siempre fuimos acompañados de nuestro amigo José Luis Merino, indispensable apoyo en los buenos momentos y aún más necesario y meritorio luego, en los malos. Cuando disfrutábamos de Galicia en pos de Valle-Inclán, Sara cayó enferma de un mal atroz. Eso no mermó su entusiasmo ni su capacidad de seguir planeando capítulos, dirigiendo su realización gráfica y buscando documentación sobre cada autor. Aprovechó nuestra forzosa estancia en Baltimore, donde fue operada en la Johns Hopkins, para visitar los lugares relacionados con uno de sus autores predilectos, Edgar Allan Poe. A los pocos días de la intervención, capaz de postrar a cualquiera, ya estábamos visitando y fotografiando la tumba del poeta tenebroso. Al acabar nuestro trabajo, mientras José Luis y yo recogíamos cámaras y grabadoras, Sara se acercó a la lápida e hizo una leve caricia de despedida al retrato de Poe grabado en ella. Fue un gesto tan suyo, tan lleno de su infinita gracia hecha de inocencia y pasión, que no puedo recordarlo sin lágrimas. Lágrimas de amor y de gratitud por haberla conocido.

Murió pocos meses después, sufriendo mucho, sin dejar empero de alentar nuestro trabajo y revisar los textos que yo iba escribiendo. En este libro figura por primera vez su nombre junto al mío como autora, y así debería haber sido en tantos otros de los que he firmado en solitario, porque sin sus ideas, sin su vigilancia crítica, sin su imperioso estímulo no habrían sido escritos. Nunca quiso figurar como coautora, aunque vigilaba con celo que siempre hubiese una palabra de dedicatoria para ella. Ahora, por fin, en la portada de este aparecemos juntos, como vivimos, trabajamos, luchamos, reímos y lloramos juntos tanto tiempo. Sin su colaboración en las últimas etapas, seguramente este libro ha quedado notablemente empobrecido, a pesar de mis esfuerzos y los de José Luis por que fuese tal como ella hubiera querido. Hemos tenido que suprimir algunos de los autores proyectados, tan interesantes como H. P. Lovecraft, Isak Dinesen o Emily Dickinson. Parece que ya no habrá oportunidad de hacerlos. O quizá sí. Según algunas doctrinas orientales, que llegaron hasta los griegos, nuestras almas transmigran después de la muerte a nuevos cuerpos. Espero ese momento increíble, si me toca. Entonces, en esa otra vida, buscaré a Sara y seguro que la encontraré, porque ella también me estará buscando a mí. Nos reconoceremos a través de las máscaras de esos rostros distintos, porque lo que nos une ha sido siempre más fuerte que las apariencias. De nuevo juntos, continuaremos recorriendo lugares con genio para seguir contando la vida de los grandes escritores. Y la nuestra.

San Sebastián, agosto de 2015

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos