Las aventuras de Tom Sawyer (Los mejores clásicos)

Mark Twain

Fragmento

cap-38

 

INTRODUCCIÓN

Como es sabido, Mark Twain definió un «clásico» como «un libro que la gente alaba pero no lee». Si hubiera estado pensando en Las aventuras de Tom Sawyer, podría haberle dado la vuelta a la definición y referirse a su novela como un libro que la gente lee pero no necesariamente alaba. Y, sin lugar a dudas, la gente la ha leído. Desde que se publicó por primera vez en 1876, Tom Sawyer jamás ha dejado de reimprimirse, se ha traducido al menos a sesenta lenguas y ha dado origen a más de mil ediciones distintas. Aunque su continuación, Las aventuras de Huckleberry Finn (1885), se considera con razón su mejor obra, no cabe duda de que Tom Sawyer es el libro más leído de Mark Twain. Basta con examinar cualquier colección familiar de sus obras para comprobar en casi todos los casos que el volumen más gastado es el de Tom Sawyer. Por supuesto, existe otra razón que lo explica. Es probable que, además de ser el más leído, acostumbre a ser el más manejado por los niños. Siempre ha sido así. Menos de una década después de que se publicara, Orion Clemens, el hermano mayor de Mark Twain, le escribió acerca de una familia de Iowa cuyo ejemplar de Tom Sawyer «fue leído y prestado hasta que hubo que volver a encuadernarlo».

El hecho de que Tom Sawyer siempre haya sido popular entre los lectores jóvenes ha contribuido sin duda a la percepción de que es fundamentalmente un libro infantil, y por ello no debe considerarse una obra seria. Sea o no cierto, resulta significativo que Mark Twain la escribiera pensando en los lectores adultos. Sin embargo, pese a ser un gran escritor, no siempre era el mejor juez de su propia obra, y fue necesario que su buen amigo y confidente literario William Dean Howells le dijera qué clase de libro había escrito en realidad. Cuando Mark Twain concluyó la novela en julio de 1875, escribió a Howells: «No es un libro juvenil, en absoluto. Solo será leído por adultos. Solo está escrito para adultos». También expresó su deseo de publicarlo por capítulos en Atlantic Monthly, una revista dirigida por Howells que, desde luego, no iba destinada a los niños. Cuando en noviembre de ese mismo año Howells leyó por fin el manuscrito, quedó cautivado y admitió haber permanecido despierto hasta tarde para acabarlo, «simplemente porque no podía dejarlo». Seguía diciendo:

Es el mejor relato juvenil que he leído en mi vida. Será un inmenso éxito. Pero creo que deberías tratarlo explícitamente como historia para chicos. Si lo haces, los mayores lo disfrutarán igual; y te equivocarías si lo presentaras como un estudio del personaje de un chico desde el punto de vista de los adultos.

Al alabar el libro como una gran «historia para chicos», Howells se imaginaba sin duda cómo atraerían las «aventuras» del título a los lectores jóvenes, en especial a los varones. Sin embargo, aunque Howells lo convenció de lo poco sensato que resultaba promocionar el libro como literatura de adultos, Mark Twain no pudo resistir la tentación de utilizar el prefacio para atraerlos:

Aunque el objeto principal del libro es divertir a la gente joven, espero que no por ello será rechazado por hombres y mujeres, ya que entró en mis propósitos recordar a los adultos, de una manera agradable, cómo eran en su juventud, cómo se sentían, pensaban y hablaban, y qué empresas tan raras acometieron a veces.

Aquí Mark Twain esgrime un buen argumento. En la novela abundan pasajes destinados a los lectores adultos, y es probable que algunos de ellos dejen indiferentes e incluso desconcertados a los lectores más jóvenes. Por ejemplo, el capítulo V describe cómo el solemne inicio de un servicio religioso es interrumpido por «las risitas y los murmullos del coro en la galería. El coro siempre reía y murmuraba durante todo el servicio». Esas líneas podrían divertir a algunos niños, pero probablemente se les escaparía la llamativa ironía de las dos siguientes: «Una vez hubo un coro de iglesia que tenía educación, pero no recuerdo dónde […] creo que era en algún país extranjero». Esas frases sugieren en gran medida el cinismo de Mark Twain acerca de los servicios religiosos. Casi todo el capítulo XXI contiene comentarios igual de cínicos sobre la «tarde de los exámenes» en la escuela del pueblo que van dirigidos a los adultos.

Un pasaje aún más claramente destinado a los adultos pone fin al famoso episodio del capítulo II, en el que Tom consigue que otros chicos le paguen por blanquear una valla, un episodio que, por casualidad, podría ser también el más apreciado por el público infantil. Es evidente que los lectores adultos pueden captar la ironía presente en el triunfo de Tom. No obstante, para asegurarse de que sacaban las conclusiones adecuadas, Mark Twain manifestó de forma explícita la lección moral de Tom:

Tom […] había descubierto, sin saberlo, una gran ley de la actividad humana, a saber: que para que un hombre o un muchacho codicie una cosa solo hace falta que la cosa sea difícil de alcanzar. Si Tom hubiera sido un gran filósofo lleno de sabiduría, como el autor de este libro, hubiese comprendido que el trabajo consiste en lo que el hombre se ve obligado a hacer, y que el juego consiste en lo que el hombre no se ve obligado a hacer.

Resulta dudoso que los lectores jóvenes extraigan enseñanza alguna de un pasaje como este. Lo cierto es que muchos deben de sentirse molestos por la irrupción de comentarios irrelevantes y tal vez incomprensibles acerca de flores artificiales, molinos de rueda, escaladas y carruajes de pasajeros.

En su prólogo a la reimpresión de Tom Sawyer por parte de Oxford University Press en 1996, el novelista E. L. Doctorow formuló algunas observaciones sobre la dualidad del público del libro: «Podemos leer con la mirada de un niño o con la de un adulto, y con una resolución focal diferente para cada una». Por otra parte, Doctorow sugirió que el mundo en el que vive Tom Sawyer se compone de «dos formas de vida distintas y, en su mayor parte, irreconciliables, el Niño y el Adulto». Doctorow acierta al afirmar que los niños y los adultos de ese mundo tienen culturas diferentes que chocan continuamente y generan fricciones. Esas diferencias se reflejan en las perspectivas cambiantes de los lectores del libro.

Aunque Mark Twain tenía razón al pensar que el público adecuado para Tom Sawyer eran los lectores adultos, no es difícil entender por qué el libro siempre ha sido popular entre los lectores jóvenes. Aunque a los niños estadounidenses modernos pueda resultarles muy extraño el escenario en el que está ambientado, es decir, el Medio Oeste de mediados del siglo XIX, no deja de reconfortarles la sensación de gran libertad que transmite el libro. En contraste con las rutinas rígidamente estructuradas por las que se rige la vida cotidiana de los niños modernos —desde las aulas y los programas extraescolares hasta las clases de música, los deportes reglados y otras actividades supervisadas por adultos—, la vida de los niños en el mundo de Tom Sawyer aparece casi desestructurada. Aparte de la obligación de asistir a la escuela y a los servicios religiosos, Tom y sus amigos están tan poco vigilados que pueden escaparse sin más a un bosque para jugar a Robin Hood, irse al río para nadar o pescar, y en general hacer lo que les apetezca lejos de la super

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