El Tao del viajero

Paul Theroux

Fragmento

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Índice

Portadilla

Índice

Prólogo: La importancia del otro lugar

1. Una síntesis del viaje

2. El ombligo del mundo

3. Los placeres del ferrocarril

La sabiduría viajera de Henry Fielding

4. Las reglas para viajar de Murphy

5. Los viajeros en sus propios libros

6. ¿Cuánto tiempo se pasaron viajando?

La sabiduría viajera de Samuel Johnson

7. Las cosas que se llevaron

8. Miedos, neurosis y otros males

9. Viajeros que nunca fueron solos

La sabiduría viajera de sir Francis Galton

10. El viaje como una odisea

11. Viajeros ingleses huidos de Inglaterra

12. Cuando eres forastero

La sabiduría viajera de Robert Louis Stevenson

13. Se soluciona andando

14. Hazañas viajeras

15. Quedarse en casa

La sabiduría viajera de Freya Stark

16. Viajes imaginarios

17. Todo es comestible en algún sitio

18. Las reglas de Rosenblum sobre el reportaje

La sabiduría viajera de Claude Lévi-Strauss

19. Los placeres perversos de lo inhóspito

20. Pueblos imaginarios

21. Los escritores y los sitios que nunca visitaron

La sabiduría viajera de Evelyn Waugh

22. La dicha del viajero

23. Clásicos con entornos únicos

24. Nombre evocador, sitio decepcionante

La sabiduría viajera de Paul Bowles

25. Peligrosos, felices y atrayentes

26. Las epifanías viajeras

27. El Tao esencial del viajero

Agradecimientos

Índice alfabético

Notas de la conversión

Sobre el autor

Créditos

Grupo Santillana

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Prólogo: La importancia del otro lugar

 

De niño, cuando anhelaba marcharme muy lejos de casa, la imagen que tenía en mi cabeza era la de la escapada: mi menuda silueta partiendo a buen paso. En mi mente no aparecía la palabra «viaje», tampoco «transformación», mi perdurable deseo nunca expresado. Quería hallar una nueva personalidad en un escenario distante, y otras cosas diferentes que ocuparan mi tiempo. La importancia de ese otro lugar se convirtió en una cuestión de fe. Era el sitio en el que quería estar. Demasiado joven para partir, leía sobre esos lugares lejanos, y fantaseaba sobre mi libertad. Los libros fueron mi camino. Y luego, cuando tuve edad suficiente para marcharme, los caminos que recorrí se convirtieron en el tema obsesivo de mis propios libros. Con el tiempo, descubrí que los viajeros más entusiastas habían sido también lectores y escritores entusiastas. Y así es como este libro empezó a tomar forma.

Considero el deseo de viajar una cualidad intrínsecamente humana: las ganas de movimiento, para satisfacer tu curiosidad o apacentar tus temores; para cambiar tus circunstancias vitales y transformarte en un forastero; para hacer un amigo; para apreciar un paisaje exótico; para aventurarte en lo desconocido; o para dejar testimonio de las repercusiones, trágicas o cómicas, del narcisismo de las pequeñas diferencias que sugestiona a algunos. Chéjov dijo: «Si te asusta la soledad, no te cases». Y asimismo podría decirse: si te asusta la soledad, no viajes. Los libros sobre viajes muestran los efectos de la soledad, en ocasiones lamentables, las más de las veces enriquecedores, aquí y allá sorprendentemente espirituales.

Durante mi vida trotamundos, se me ha hecho con frecuencia la siguiente pregunta, tan exasperante como simplificadora: «¿Cuál es su libro de viajes favorito?». ¿Cómo responder a algo así? Me he pasado casi cincuenta años en ruta, y desde hace más de cuarenta escribo sobre esos viajes. Uno de los primeros libros que mi padre me leyó para dormirme fue Donn Fendler: Lost on a Mountain in Maine. Este relato supuestamente verídico de la década de los treinta está protagonizado por un niño de doce años que sobrevivió ocho días solo en el monte Katahdin. Donn lo pasó mal, pero consiguió salir vivo de los bosques de Maine. El libro me enseñó unas cuantas tácticas de supervivencia en un medio salvaje, como la muy básica: «Al seguir un río o un arroyo, hazlo siempre en la dirección del agua». Desde entonces he leído muchos libros de viajes, y he cubierto travesías por todos los continentes exceptuando la Antártida, de las que he dejado constancia en ocho libros y cientos de reportajes. Pensar en el pequeño Donn saliendo sano y salvo de esas cumbres siempre ha sido una fuente de inspiración para mí.

La literatura viajera es la más antigua del mundo; el relato que el nómada comparte con la gente convocada alrededor del fuego tras su regreso. «Esto es lo que vi»: noticias del mundo exterior, con lo raro, lo extraño o lo chocante, y con cuentos sobre bestias u otras gentes. «¡Son iguales que nosotros!» o «¡No se nos parecen en nada!». El relato del viajero está en la esencia del reportaje. Y en el origen de la ficción narrativa, puesto que el viajero animaba a una audiencia somnolienta con detalles inventados que adornaban sus vicisitudes. Así se escribió la primera novela en inglés. Daniel Defoe basó Robinson Crusoe en las vivencias del náufrago Alexander Selkirk, aunque amplificó la anécdota, y así los cuatro años y medio que Selkirk pasó en una isla perdida del Pacífico se transformaron en veintiocho en una isla del Caribe, y aparecieron Viernes y los caníbales, y también una buena dosis de exotismo tropical.

La intención del cuentacuentos es mantener el brillo en los ojos del público con un relato fascinante. Mi idealizada visión del escritor de viajes se corresponde con lo que declama el fantasma del padre de Hamlet en estas líneas del comienzo de la obra:

 

Podría contarte una historia cuya palabra más ligera devastaría tu alma, helaría tu sangre joven y haría que los ojos se te saltaran de las órbitas c

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