Historia de España en el siglo XX - 4

Javier Tusell

Fragmento

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LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA (1975-1982)

 

A lo largo del siglo XX el protagonismo de España en la Historia universal ha sido relativamente reducido. Tan sólo en una ocasión, durante la Guerra Civil española de 1936-1939, España se convirtió en el eje de las preocupaciones mundiales pero lo fue no porque adquiriera un particular protagonismo, sino por haberse convertido en el campo de batalla de los sentimientos y antagonismos de toda Europa y, en última instancia, de todo el mundo. En aquella ocasión los españoles fueron los sujetos pacientes de las tensiones del conjunto de la Humanidad, aparte de resultar protagonistas muy poco ejemplares de las tensiones del momento.

La otra ocasión en que a España le ha correspondido un protagonismo mundial es, sin duda, el momento de la transición hacia la democracia. Para los historiadores resulta válida también aquella afirmación de Mario Vargas Llosa acerca de los intelectuales, de quienes escribió que son, muy a menudo, “amantes de las catástrofes”, por lo que no es extraño que la Guerra Civil haya despertado más ríos de tinta que un acontecimiento que, en suma, concluyó bien, como fue la transición española hacia la democracia. Es posible que la importancia del acontecimiento, en cambio, se hubiera visto magnificada caso de un resultado adverso. Eso, sin embargo, no resta importancia objetiva a lo sucedido en España entre 1975 y 1982. Cualquier conocedor de la Historia española contemporánea debe ser consciente del enorme peso muerto que, de entrada, dificultaba que el proceso se hiciera en paz y sin graves traumas sociales. Hay que tener en cuenta, además, que la transición española se produjo cuando no era nada claro que se produjera esa consolidación de la democracia que luego se demostró en la práctica. No existían modelos cercanos, local o temporalmente, que permitieran concebir que tuviera lugar un proceso semejante con éxito o sin ser víctima de una agresión externa. Venezuela y Colombia habían hecho transiciones a la democracia veinte años antes, pero a partir de regímenes militares sin un aparato institucional creado para resistir transformaciones, como era el caso de la España de Franco.

El resultado fue, sin embargo, positivo y tan inesperado que, durante algún tiempo, aunque siempre en menor proporción que la Guerra Civil, despertó el interés de científicos de la política, historiadores y sociólogos de todas las latitudes. Los casos de los países hispanoamericanos que transitaron de la dictadura a la democracia parecían, aparte de posteriores, menos significativos que el español por la habitual alternancia entre la primera y la segunda en aquellas latitudes; otros países que presenciaron un tránsito semejante en torno al comienzo del último cuarto del siglo carecían de la importancia histórica y del peso demográfico y económico de España. Con la perspectiva del tiempo transcurrido, sobre todo en los últimos años, la relevancia del caso español pudo quedar, sin embargo, temporalmente disminuida por el colapso del comunismo en los países de la Europa del Este, desvaneciéndose así el interés por el mismo, más aún teniendo en cuenta el peso de la URSS en el escenario mundial. La realidad es, sin embargo, que para las transiciones en la Europa del Este, como para las anteriores en Hispanoamérica, la transición española fue también un punto de referencia modélico y no sólo comparativo. Esta misma perspectiva nos permite, sin embargo, integrar el caso español en un fenómeno de carácter universal que pudiera denominarse de difusión de la democracia. Los historiadores del futuro probablemente definan el pasado humano como una marcha hacia la libertad y señalen el paso decisivo que, en favor de ésta, se dio en las tres últimas décadas del siglo XX. Como veremos, el caso español resultó especialmente relevante en este sentido. Paradójicamente, en la actualidad, este juicio parece mucho más generalizado fuera que dentro de España, como si el final feliz hubiera de tener como consecuencia la banalización del proceso en su conjunto.

La cercanía de los acontecimientos encierra, para el historiador de los tiempos más recientes, el peligro del desenfoque o de la interpretación sesgada por el partidismo. Con el paso del tiempo, la aparición de los testimonios de los protagonistas, la apertura de las fuentes de archivo y la publicación de estudios monográficos pueden servir de antídoto y vacuna contra esos peligros. Sin embargo, el historiador del tiempo presente tiene la ventaja de contar con su propia experiencia de aquellos acontecimientos que acaba narrando y de la posibilidad de acudir a los testigos de los acontecimientos para pedir noticias sobre los mismos.

Pero si parece que así se contrapesan desventajas y ventajas, una primera impresión inclina la balanza a favor de las primeras. Los límites cronológicos parecen claros para las etapas más remotas pero un peligro evidente para las próximas es la indefinición de éstas. El punto de partida de la transición española a la democracia es obvio, pues arranca de la muerte de Franco, pero el final es mucho más difícil de precisar. Toda la Historia humana es transición y, sin duda, se pueden encontrar argumentos para probar que cualquier otra fecha serviría para señalar el final de la misma, en vez de 1982, la que aquí se ha elegido. La constitución ya había sido aprobada en 1978, pero sólo con los estatutos catalán y vasco se puede considerar que se llegara a un marco institucional suficientemente amplio. Todavía en 1981 hubo un intento de golpe de Estado, de modo que sólo en 1982 se puede hablar de un comienzo de consolidación de la democracia. Además, las elecciones celebradas en este año tuvieron una importancia decisiva, que se subrayará en el epígrafe correspondiente. En esa fecha no quedaba por cerrar el proceso de transición española sino que, porque estaba ya cerrado, pudo llegar al poder el PSOE. Claro está que existe una primera consolidación del régimen democrático y otra a medio plazo, producto de los hábitos sociales, para la que pueden exigirse varios cambios de gobierno sucesivos con absoluta estabilidad y respeto a los resultados.

Existen muchas formas de enfocar la transición democrática española, toda vez que, en esos años, se produjo no sólo un cambio institucional, sino otro de carácter mucho más global. Sin embargo, hay una tendencia a presentar el cambio experimentado en España en una forma que tiene más en cuenta el punto de partida y el punto final que el proceso mismo. Tal planteamiento suele ser habitual en sociólogos y científicos de la política que, por ejemplo, ponen de manifiesto el grado de desarrollo económico y las actitudes de los españoles y luego pasan inmediatamente a tratar del sistema de partidos o de la peculiaridad de las nuevas instituciones democráticas. De esta manera evitan presentar lo más esencial y la causa misma por la que tuvo lugar el cambio, del que

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