Imposible que lo olvide

Fragmento

Imposible que lo olvide

INTRODUCCIÓN

Era el día siguiente a los atentados del 11 de setiembre de 2001. Había pasado una semana del estreno del documental que produje, Jorge Gestoso investiga: En busca de la doble desaparecida, en CNN en Español, cadena de TV en la que me desempeñé como presentador principal y corresponsal en jefe en Washington D. C. durante 16 años, erigiéndome como la cara y símbolo de la señal para toda habla hispana. Un televidente, Mario Carlos Ferreira, envió el siguiente correo electrónico a CNN:

Solo les escribo porque estoy convencido de que hasta [el presidente George] Bush los ve con la firme intención de tomar la temperatura del mundo; de ver más allá de los hombros de los obsecuentes complacientes que lo rodean. Estoy convencido de que ustedes son formadores de opinión. Por lo tanto solo les pido una cosa: induzcan al pueblo norteamericano a que vean LA CAUSA y no los efectos. LA ENFERMEDAD y no los síntomas. EL BOSQUE y no el árbol. De lo contrario, algún hombre o mujer o niño que profese el Islam les va a meter una bomba atómica en el centro del corazón o les provocará un daño tan grande que ya no se puedan levantar.

Admiro la valentía del Sr. Jorge Gestoso. Nadie puede decir que es un obsecuente. Se juega a que lo “limpien” y jamás trabaje en TV en ninguna cadena televisiva.

Parecía una premonición. Unos quince días después de que mi supervisor Christopher Crommett aprobara el último capítulo del libro que había escrito —requisito que se me pidió— sobre mis experiencias periodísticas, y que incluía el capítulo “La doble desaparecida” (mi investigación sobre el terrorismo de Estado en nuestra América Latina que ganaría el premio DuPont por excelencia en periodismo investigativo de la Universidad de Columbia de Nueva York), me llamó a su oficina, un viernes.

Lo que sucedió en esa reunión fue para mí totalmente inesperado. Me informó que CNN había decidido terminar mi contrato vigente, pactado por tres años y del que iban apenas cinco meses. Poco antes había sido galardonado como “personalidad masculina de noticias del año” por INTE, la Industria de la Televisión en Español. Y no había sucedido nada irregular con mi desempeño profesional. Percibía algo extraño que no cerraba.

Ante mi alejamiento de la pantalla de CNN en Español, el público no dudó en enviarme numerosos mensajes en torno a mi desempeño profesional y al precio que pudo haber tenido en mi carrera periodística hurgar sobre los desaparecidos. Tan solo menciono algunos, como el que @RENERenero1 publicó: “Conozco a Gestoso, es uno de los periodistas más honestos e imparciales del mundo. He vivido en USA por treinta años y sé de lo que hablo”.

Y el mensaje de Rober de Palmar a propósito de mi interés sobre este capítulo caliente de la Guerra Fría en América Latina, que anticipaba lo que me podría esperar con la publicación de este libro: “En el patio trasero le pueden tildar de que le mueve el ‘revanchismo’ y de que tiene usted ‘ojos en la nuca’ o de que ‘mide con doble vara’ y podría terminar trabajando lejos de estas tierras, donde tanto se le necesita”.

Inevitablemente también recordé las míticas palabras de George Orwell, el famoso periodista, autor y ensayista, que escribió: “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique. Todo lo demás son relaciones públicas”.

Cuando mis allegados se enteraron de la decisión de CNN de terminar curiosa e inesperadamente mi contrato, y en consecuencia mi visibilidad pública, no dudaron en dejarme saber sus sospechas: “¿Habrá sido por el libro?”, que finalmente no publiqué; “¿te habrán querido hacer desaparecer a ti también?”.

Imposible que lo olvide

I. RECUERDOS OSCUROS

Imposible que lo olvide

EL ENCAPUCHADO

Verlo me estremeció. Era la primera vez en mi vida que veía a un encapuchado en persona. Y fue sorpresivamente. Quedó solo a un puñado de metros. Lo tuve frente a mis ojos en lo que me pareció una eternidad. Algo profundamente repugnante. Sentí miedo.

Yo estaba en la vereda esperando el ómnibus, en la parada de la esquina de la calle Reyes y la avenida Millán, apenas a cien metros de la residencia presidencial, en Montevideo. Vivía en ese barrio del Prado. Era un joven de poco más de veinte años. Uruguay estaba en dictadura.

De pronto se detuvo frente a mis ojos una camioneta verde del Ejército. Las llamaban “camellos” porque tenían una especie de joroba en el techo. Iba circulando por Reyes hacia la avenida Suárez, y al llegar a la esquina con Millán paró, esperando que se despejara el tránsito para atravesar la intersección. Quedó prácticamente a mi lado. Al vehículo le habían sacado la puerta de atrás, de ahí que se podía ver con claridad su interior.

A la persona encapuchada la llevaban entre soldados armados hasta los dientes. El espectáculo que daban era público. Y dantesco. No había ninguna intención de ocultarlo, sino todo lo contrario. La idea con ese exhibicionismo era meterle miedo a la población, aterrorizarla. Practicar el terrorismo de Estado.

Imposible que lo olvide

SE L

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