Para
Tom y George,
dos de los mejores
niños del mundo
D. W.
Para
Wendy,
y los Savannahs
T. R.
Me gustaría dar las gracias a…
Tony Ross, ilustrador, que cuando tenía seis años llenó una lata de renacuajos, la dejó en el cuarto de su abuela y se olvidó de ella… hasta que, varias semanas más tarde, los gritos de la buena mujer se la recordaron ¡mientras docenas de ranas saltaban sobre su cama!
Ann-Janine Murtagh, mi editora, que de pequeña se negaba a dormirse por las noches hasta que todos y cada uno de sus seis hermanos mayores le contaban un cuento, ¡con lo que a menudo se acostaban bien pasada la medianoche!
Charlie Redmayne, jefazo de la editorial HarperCollins, que dejó que castigaran a su hermana por haber sacado una gelatina de la nevera sin permiso cuando en realidad había sido él. Jamás ha reconocido la verdad, hasta ahora.
Paul Stevens, mi agente literario, que de pequeño le hizo un agujero al mejor traje de su padre.
Ruth Alltimes, mi editora de mesa, que con cinco añitos vertió una jarra de zumo de naranja sobre la cabeza de su hermana pequeña.
Rachel Denwood, directora editorial y creativa, que a la edad de seis años decidió comprobar cuántos guisantes le cabían en las fosas nasales.
Sally Griffin, diseñadora gráfica, que cuando tenía siete años cogió TODOS los narcisos del jardín de su mamá para venderlos en su «floristería».
Anna Lubecka, diseñadora gráfica, que de adolescente se cortó el pelo con unas tijeras de uñas.
Nia Roberts, directora artística, que a los seis años pintarrajeó las fotos de boda de sus padres con laca de uñas roja.
Kate Clarke, mi diseñadora de cubiertas, que de pequeña cortó el pañuelo preferido de su madre, que había costado una fortuna, para pegarlo en un collage que estaba haciendo.
Geraldine Stroud, directora de relaciones públicas, que con dos o tres añitos mezcló todos los cosméticos que había en el tocador de su madre, formó una especie de mejunje perfumado y lo esparció por toda la casa.
Sam White, mi publicista, que de pequeña se hizo pipí en la cama de su madre y no se lo dijo.
Nicola Way, directora de marketing, que a los cinco años raptó a su hermano pequeño y al perro ¡y se dio a la fuga durante toda una hora!
Alison Ruane, directora comercial, que cuando tenía diez años hacía galletas con guindilla y se las daba a sus hermanos pequeños.
Georgia Monroe, correctora, que de pequeña esparcía crema para el culito por toda la habitación ¡cuando se suponía que estaba durmiendo la siesta!
Tanya Brennand-Roper, mi audioeditora, que de pequeña recogía babosas del jardín y las dejaba en la cocina para que su madre chillara al encontrarlas.